Cinco grandes obstáculos que impiden ser feliz

Pregúntele a la gente qué espera de la vida, y probablemente le responderán algo como “ser feliz”. Procuramos satisfacer nuestros caprichos, deseos, sueños y pasiones en busca de esa dicha tan esquiva. Sin embargo, parece que muy pocos la encuentran. Incluso teniendo una carrera exitosa, un estilo de vida acomodado y una vida social activa, a veces persiste un sentimiento de desencanto.
Una encuesta Gallup realizada en 2024 reveló hasta qué punto se ha extendido la infelicidad: su conclusión fue que menos de la mitad (47 %) de los estadounidenses dicen estar muy satisfechos con sus vidas. Por supuesto, aun sin encuestas es obvio que muchos no son felices, especialmente cuando vemos las noticias o navegamos por las redes sociales.
Una de las razones detrás de ello es que la gente suele tener una visión distorsionada de lo que significa la felicidad. Muchos simplemente la consideran un estado emocional, producto de lograr cosas externas como metas o posesiones, o como el resultado de hacer algo “divertido” o “placentero”. La felicidad se ve entonces como algo que va y viene, dependiendo de si se están cumpliendo o no los deseos personales. No obstante, esa forma de pensar agranda el problema, ya que es probable que no estemos haciendo lo que deberíamos para alcanzar una felicidad real y duradera, e incluso puede que estemos haciendo cosas que la alejen.
Entonces, ¿cómo definir con mayor precisión la felicidad? ¿Cuál es la mejor manera de alcanzarla? ¿Cuáles son algunos de los obstáculos más comunes que la impiden? La Biblia, a la que a veces nos referimos como nuestro “manual de instrucciones para la vida”, tiene mucho que decir acerca de estas preguntas.
Cientos de pasajes de la Biblia abordan el tema. Ahora bien, no siempre encontramos las palabras felicidad o feliz, pero sí otras como alegría, gozo, regocijo, deleite y contentamiento. Sin embargo, todos estos conceptos están relacionados entre sí. Si estamos alegres o llenos de regocijo, también estamos contentos y felices.
Para resumir estos pasajes bíblicos, ser feliz tiene que ver con estar satisfechos y en paz con las circunstancias de nuestra vida tanto en los buenos como en los malos momentos. No es un sentimiento temporal, ni depende de que nuestra vida “vaya sobre ruedas”, sino que es más bien una forma de pensar, creer y vivir. Se trata de enfocarse en lo que tiene valor eterno, en vez de dejarse absorber totalmente por los deseos cotidianos de esta vida. Implica estar contentos incluso durante las pruebas, porque sabemos que Dios hará que nos ayuden para bien (Romanos 8:28) y que él tiene un propósito para cualquier cosa que experimentemos (Isaías 64:8; Filipenses 1:6). Podemos alegrarnos porque sabemos que los caminos de Dios funcionan y que sus promesas son seguras, sin importar lo que pase.
En la Biblia encontramos varios impedimentos que pueden desviarnos en nuestra búsqueda de la felicidad. A continuación presentamos cinco de esos obstáculos. No se trata de una lista exhaustiva, pero expone algunos de los que más comúnmente nos roban la alegría. Cuando comprendamos mejor lo que nos hace infelices, más fácil nos será ver los caminos hacia la verdadera felicidad.
1. Quejarse continuamente
Filipenses 2:14 nos insta a “[hacer] todo sin murmuraciones y contiendas”. Hay muchas razones por las cuales Dios no quiere que seamos quejumbrosos, pero más que nada porque nos hace daño. Quejarnos nunca nos hace sentir mejor, sino al contrario: si estamos deprimidos, nuestra depresión solo empeora. Si estamos disgustados, nos disgustamos más. Si nos sentimos desanimados, más sombrío es nuestro estado de ánimo. Y quienes soportan nuestros lamentos también se sienten peor.
El hecho es que no hay forma de quejarse y al mismo tiempo sentirse satisfecho o en paz. Cuando enfocamos nuestra atención en aquello que no nos satisface, perdemos la oportunidad de experimentar y apreciar las bendiciones que Dios nos ha dado. Puede que ni siquiera podamos darnos cuenta de todo “lo bueno” que tenemos ante nosotros.
Un ejemplo: recuerdo una vez que acampamos con varias familias y llovió todo el fin de semana. Los mosquitos afuera estaban en todo su furor, y habíamos olvidado llevar insecticida. Las almohadas bajo nuestros sacos de dormir no eran suficientemente gruesas para el suelo duro y disparejo. Sin embargo, nuestro grupo había hecho una especie de pacto de que no íbamos a pasar el fin de semana quejándonos de nuestros muy evidentes “problemas de acampar”. En cambio, decidimos enfocarnos en el hecho de que todos estábamos agradecidos por compartir ese tiempo juntos. Si hubiéramos estado renegando todo el tiempo, no habríamos podido concentrarnos en las personas con las que estábamos para fortalecernos mutuamente. Aquella experiencia de campamento fue hace muchos años, y aún hoy es un feliz recuerdo.
2. El deseo de “querer siempre más”
Es fácil caer en el engaño de que para ser felices necesitamos más “cosas”. Muchas veces esta mentalidad se manifiesta como codicia financiera, contra la cual la Biblia nos advierte. Hebreos 13:5 dice: “Manténganse libres del amor al dinero y conténtense con lo que tienen” (Nueva Versión Internacional). Eclesiastés 5:10 añade: “El que ama el dinero nunca se satisface con lo que tiene, siempre quiere más y más” (Palabra de Dios para Todos). La preocupación por acumular cosas materiales puede hacer que nos ofusquemos y acongojemos. Una vez que hemos obtenido algo nuevo, más grande o mejor, a menudo aparece otra cosa más que deseamos.
Así como ocurre con ser quejumbrosos, podemos obsesionarnos tanto con desear tener más cosas que, de hecho, no disfrutamos las que ya tenemos. He conocido a personas que pasaron gran parte de su vida trabajando muchas horas extras para poder comprar “más cosas”, y al final se arrepintieron de haberlo hecho, ya que sus relaciones con familiares y amigos no eran tan sanas como podrían haber sido (pues no habían tomado el tiempo para cultivarlas). De modo que son nuestras relaciones con los demás, empezando por nuestra relación con Dios, las que proporcionan un verdadero propósito y plenitud a nuestras vidas.
Un conocido versículo bíblico dice: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Timoteo 6:6). Estar contentos nos libera de las presiones y el estrés a los que se somete la gente para tratar de acumular más cosas materiales. Aunque no es intrínsecamente malo trabajar duro para conseguir ciertas cosas no indispensables, si nuestra búsqueda de cosas materiales nos lleva a descuidar las relaciones importantes, nuestras vidas serán menos placenteras.
3. Compararnos con los demás
Probablemente todos hemos caído alguna vez en la trampa de la comparación. Puede que nuestros compañeros de trabajo o vecinos nos cuenten sus planes de construir pronto una piscina, sobre su nueva afiliación a un club campestre o los éxitos académicos de sus hijos, y quizá nos sintamos defraudados por no tener tales cosas. O puede que al navegar por las redes sociales veamos publicaciones sobre las vidas aparentemente idílicas y los impresionantes éxitos de otras personas. Olvidamos que la información que vemos ahí no siempre muestra toda la realidad. Solo sabemos que nos sentimos tristes o fastidiados porque nuestras propias vidas parecen inferiores en comparación.
La Biblia nos advierte que no debemos compararnos con otras personas: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Corintios 10:12).
Cuando comparamos nuestras carreras, finanzas, familias o logros con los de los demás, casi siempre encontraremos que otros nos superan, lo que puede hacer que nos sintamos insatisfechos con nuestras propias vidas. Es una forma de competencia que nunca conduce a la felicidad. En vez de compararnos con los demás, es mucho mejor competir con uno mismo. Procure ser cada día una mejor versión de sí mismo. Ver cómo crece personalmente puede hacer que se sienta más pleno.
4. Enfocarnos solo en nosotros
La tendencia natural del ser humano es el egocentrismo. Solemos enfocarnos en nuestros propios sentimientos y perspectivas, y en lo que pensamos y queremos. No obstante, si bien esta es una manera natural de pensar, preocuparse solo de uno mismo solo nos hace sentir descontentos. Ninguno de nosotros consigue siempre exactamente lo que quiere, y los demás no siempre hacen lo que queremos que hagan. Y cuando eso ocurre, si tenemos una mentalidad de “yo primero” nos sentiremos descontentos porque nuestros deseos no se cumplen. Una clave para sentirnos en paz es no esperar ni insistir en que las cosas salgan siempre “a nuestra manera”.
Otra razón por la cual este hábito es inconveniente es que no muestra amor a otras personas. Filipenses 2:3-4 nos instruye: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás” (NVI). Cuando dejamos de centrarnos en nosotros mismos, las personas con las que interactuamos serán más felices, y nosotros también.
Recuerdo una ocasión en la que me sentí agraviada por una compañera de trabajo y no había considerado ningún otro punto de vista que no fuera el mío. Me obsesioné sobremanera con lo sucedido y permití que el dolor emocional dominara mis pensamientos. El resultado de esto fue que me disgustara, y no fue hasta que intenté comprender mejor la perspectiva de la otra persona, cuando me di cuenta de que se enfrentaba a sus propios problemas, que mi molestia empezó a disiparse. En lugar de enfocarme en mi propio dolor me esforcé por infundirle aliento, lo que mejoró su ánimo y me hizo sentir mucho mejor.
Si bien es cierto que debemos cuidar de nosotros mismos, ese no debe ser nuestro principal objetivo. Un versículo muy conocido a este respecto es Hechos 20:35: “Más bienaventurado es dar que recibir”. Se trate ya sea de un regalo, nuestro tiempo, nuestro cuidado o nuestra comprensión, es increíblemente satisfactorio compartir con los demás, incluso si eso significa hacer sacrificios personales o dejar de lado nuestros propios intereses.
5. Pensamiento a corto plazo
Otra tendencia humana es preocuparnos tanto por los problemas y las dificultades que afrontamos en el momento, que no podemos ver más allá. Puede que no seamos capaces de ver el “lado bueno” o cómo las cosas podrían mejorar posteriormente cuando estamos en el fragor de una prueba difícil o enfrentándonos a un gran obstáculo o aprieto. Solo sabemos que estamos luchando o asustados, o que nos sentimos agotados. Es cierto que no tenemos que fingir que el dolor y las decepciones no son reales; pero tampoco debemos estancarnos en este tipo de pensamiento de corto plazo.
Si las “realidades negativas” habituales son todo lo que ocupa nuestra mente, nunca experimentaremos alegría ni paz mental y solo conseguiremos estar muy deprimidos o amargados. Colosenses 3:2 dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Necesitamos recordar siempre los planes a largo plazo que Dios tiene para la humanidad y lo que él está haciendo en nosotros, especialmente cuando sufrimos.
Experimentar pruebas y tribulaciones es una forma de fortalecer los atributos de un carácter virtuoso, como la perseverancia, la paciencia y la esperanza (véase Santiago 1:3-4; Romanos 5:4). También aprendemos lecciones, vemos puntos de vista útiles y, ojalá, nos acercamos más a Dios. En 2 Corintios 4:17, se nos dice: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. Reconocer lo bueno que puede salir de nuestras circunstancias, incluso cuando lo que estamos soportando es realmente duro, puede ayudarnos a cultivar un espíritu alegre.
Reflexiones finales: Cómo alcanzar la verdadera felicidad
Alcanzar la verdadera felicidad es cuestión de evitar obstáculos como los mencionados aquí y esforzarse por comprender y obedecer las instrucciones de Dios sobre cómo vivir, tal y como se detallan en la Biblia. La Biblia nos asegura que seremos felices cuando sigamos las leyes de Dios (Proverbios 29:18), nos deleitemos en sus instrucciones y meditemos en ellas día y noche (Salmos 1:1-2), que guardemos los decretos de Dios y lo busquemos de todo corazón (Salmos 119:2).
Los mandamientos de Dios nos muestran cómo amarlo a él y a nuestros semejantes, y enfatizan el hecho de que no debemos hacer de nuestra propia complacencia la mayor prioridad. Seguir estos mandatos es el camino hacia una existencia verdaderamente plena y significativa. A medida que nos esforcemos por practicar las enseñanzas de Dios, llegaremos a ver que su forma de vida conduce a resultados positivos, lo que aumenta nuestra confianza en él. Confiar en Dios trae paz. Proverbios 16:20 nos dice que “el que confía en el Eterno es bienaventurado”. A medida que aprendemos a confiar más en Dios, buscaremos en él cada vez más guía y seguridad, lo que incrementa y fortalece nuestra sensación de paz.
Además, al ver la mano de Dios en nuestras vidas, nos daremos cuenta de que tenemos mucho que agradecer. Seremos capaces de ver todo lo que está “bien” en nuestras vidas y de poner nuestros problemas en perspectiva, captando el bien final que se deriva de nuestras circunstancias actuales. Esto fomenta una mentalidad positiva.
En mi vida he pasado por momentos difíciles en los que las cosas definitivamente “no me salían como yo quería”, pero aun así sentía contentamiento. Sabía que Dios cuidaba de mí y podía comprobar cómo los principios bíblicos me ayudaban a superar mis luchas. Esa convicción me hacía sentir agradecida y me ayudaba a controlar mis pensamientos. Este es el tipo de felicidad que no desaparece incluso cuando nuestras “circunstancias actuales” son inquietantes o sombrías.
Desde luego, no hay nada malo en disfrutar de “placeres temporales”. Todos podemos beneficiarnos a veces de ese tipo de estímulo emocional. Pero siempre tenemos que recordar que la felicidad real y duradera proviene de aprender a vivir a la manera de Dios, acercándonos a él y haciendo que sus objetivos supremos para nosotros sean también nuestra esperanza. BN