Búsqueda de vida en el universo:
¿Estamos solos?
A medida que la civilización humana avanza y nos aventuramos por el cosmos, nos encontramos con un silencio ensordecedor y estridente. Sin embargo, el rimbombante artículo que encabeza la edición de marzo de 2019 de la revista National Geographic declara audazmente: “No estamos solos”. Al leer esta afirmación tan enfática, ¡uno podría concluir que finalmente se ha encontrado evidencia de formas de vida extraterrestre! El artículo alardea: “Nuevos descubrimientos revelan que es prácticamente un hecho que no estamos solos en el universo”. No obstante, la verdad es en realidad exactamente lo opuesto. No existe ni siquiera un trozo de material o evidencia observable que indique la existencia de otras formas de vida física en el universo.
El mencionado artículo se enfoca en los numerosos intentos por encontrar vida extraterrestre entregando una esclarecedora mirada a la asombrosa tecnología de precisión que ha sido desarrollada con ese fin. Durante los últimos 60 años, tanto gobiernos como científicos han invertido miles de millones de dólares en centenares de experimentos. Estos han generado una abrumadora cantidad de información que ha sido cuidadosamente leída y ha consumido incalculables horas de recursos humanos y computacionales, todo motivado principalmente por la posibilidad de encontrar vida física extraterrestre.
Tales esfuerzos han producido un gran cúmulo de conocimiento científico que revela la magnificencia y majestad de la creación de Dios, pero han sido un fracaso en cuanto a encontrar vida física fuera de nuestro planeta.
Si se toma en consideración la total ausencia de evidencia, ¿por qué la “certeza” científica de vida extraterrestre sigue tan vigente e inalterable? ¿De dónde proviene la fascinación del hombre con la vida fuera de nuestro planeta? ¿Acaso la Biblia nos da información sobre otras formas de vida en el universo? En realidad, ¡la Palabra de Dios contiene sorprendentes respuestas!
¿Qué hace que un planeta sea “habitable”?
Los descubrimientos aclamados por la revista National Geographic se basan en conclusiones de la misión del telescopio espacial Kepler para identificar exoplanetas, es decir, planetas ubicados fuera de nuestro sistema solar. En la última década dicha misión ha producido impresionantes resultados. El telescopio Kepler se enfocó en una pequeña área del espacio que contiene 150 000 estrellas, y en ella descubrió 4000 exoplanetas. Este es un tremendo progreso si consideramos que el primer descubrimiento concluyente de un exoplaneta se llevó a cabo en 1995, ¡hace tan solo 24 años!
Los científicos ahora coinciden ampliamente en que nuestro universo está precisamente calibrado para la vida y que la vida física de ningún modo podría existir si ciertas constantes, como el poder relativo de las diferentes fuerzas o la tasa de expansión del universo fuesen distintas, incluso en el más mínimo grado. Al estudiar los exoplanetas se hace cada vez más evidente que la Tierra está perfectamente calibrada para la vida.
La vida en la Tierra es muy tenaz y a menudo aparece incluso en los hábitats más imposibles de nuestro planeta. Sin embargo, en comparación con los inclementes ambientes del espacio, es claro que lo único que la vida en realidad necesita son las condiciones adecuadas para sobrevivir. Nadie espera encontrar organismos vivos en el desolado vacío entre los planetas y los astros, en las superficies extraordinariamente calientes de una estrella, o dentro de la aplastante gravedad de un agujero negro. La vida solo se considera viable en planetas que cuentan con una limitada gama de características.
Existe un amplio desacuerdo respecto a estas características, y la clasificación de los exoplanetas que se conocen actualmente como “habitables” es altamente especulativa. La palabra misma trae a la mente la imagen de un ambiente parecido al de la Tierra, pero su actual acepción astronómica se basa en parámetros aproximados que de ninguna manera garantizan que la vida podría verdaderamente subsistir en ellos.
Por tal razón, estos incluyen solo cantidades que podemos medir desde la Tierra por medio de telescopios, incluyendo la distancia entre un planeta y su estrella y la intensidad de la radiación y el calor que emana de esa estrella. Otros factores relevantes incluyen el tamaño del planeta, su composición y la naturaleza de su órbita. Por ejemplo, algunos planetas están acoplados gravitacionalmente a su estrella, lo que significa que solo un lado de esos planetas recibe luz. Esto da como resultado temperaturas extremadamente calientes o frías, en contraste con las temperaturas mucho más moderadas de las estaciones en la superficie de la Tierra.
A medida que los científicos evalúan más exhaustivamente el asunto de la habitabilidad, se suman de manera creciente otros criterios más específicos relacionados con la Tierra. También se especula que las mejores posibilidades para la vida se darían en un planeta con una superficie rocosa, una atmósfera que no sea demasiado densa ni demasiado delgada, y que tenga agua líquida en su superficie.
Al aplicar todos estos factores a los 4000 exoplanetas que conocemos, el número de planetas “habitables” se reduce drásticamente a cerca de una docena. Pero aún esto es engañoso, ya que puede haber muchos otros factores actualmente desconocidos que impiden que un planeta en realidad sea capaz de sostener la vida.
¿Por qué se insiste tanto en los extraterrestres?
El espectacular contraste entre el número de estrellas en el universo observable (miles de millones o billones) y el número de aquellas que podemos verdaderamente vislumbrar en un telescopio cuando tenemos el tiempo y los recursos necesarios, es extraordinario. Debido a estas limitaciones, no tenemos otra opción que recurrir a patrones generales para llegar a ciertas conclusiones. Como resultado, muchas afirmaciones que suenan como algo definitivo respecto a la gran expansión del universo que no podemos ver no son más que colosales especulaciones.
Con esto en mente, las mejores interpretaciones disponibles del análisis hecho mediante el telescopio Kepler a una sección relativamente minúscula del universo sugieren que debiera haber miles de millones de planetas habitables solo en nuestra Vía Láctea, ¡y esta galaxia es solamente una entre billones de galaxias en el universo!
El pensamiento evolucionista dictamina con toda certeza que hay otros tipos de vida en el universo. Si la vida humana fuese simplemente un accidente cósmico, un subproducto bioquímico de un complejo sistema físico, entonces este accidente inevitablemente debiera haberse producido incontables veces en muchos otros planetas dada la enormidad del universo. Y no solo eso, sino que también debiera haber muchas otras civilizaciones bastante más avanzadas que la nuestra.
Según lo que se cree, la inteligencia humana, al igual que la vida humana, no fue diseñada de manera única por un Creador, sino que es un producto de circunstancias fortuitas a lo largo del tiempo. Si uno se basa en esta suposición, ¡sería absurdo creer que los seres humanos fueron la primera especie inteligente que se desarrolló en el transcurso de millones de años en un universo cuya expansión es imposible de comprender!
Consideremos el rápido avance de nuestra propia civilización, ya sea en los últimos 200 años desde la revolución industrial, o incluso en los últimos 20 años de la revolución digital. Es imposible imaginar lo que una raza extraterrestre pudiera haber hecho con una ventaja de unos cuantos miles de años, y más aún de millones de años. Sin embargo, de acuerdo al tradicional punto de vista secular, la conclusión ineludible es que esta debe ser la norma predominante en todo el universo, y que debiéramos encontrar civilizaciones altamente avanzadas esparcidas por dondequiera que miremos.
Los enormes recursos materiales y humanos dedicados a la tarea de encontrar otros tipos de vida son actos de fe — una fe arraigada en la creencia en el falso sistema de la evolución.
¿Dónde están todos?
Solo en tiempos muy recientes fue posible observar la vasta gloria de la creación de Dios mediante poderosos telescopios. A quienes están firmemente aferrados a una perspectiva no divina del universo, sin embargo, esto los lleva a hacerse una agonizante pregunta: “¿Dónde están todos?”
La famosa pregunta fue formulada por el astrofísico Enrico Fermi en 1950, lo que hizo que se la conociera como “la paradoja de Fermi”. A medida que una exploración más profunda de los cielos reveló una cantidad innumerable de estrellas en todas las direcciones, el mundo científico irreligioso se dio cuenta de que, si la evolución era cierta, no había razón lógica para que la vida inteligente estuviera limitada a la Tierra. De hecho, ¡esto es virtualmente impensable bajo tal suposición!
Esta conclusión fue formalizada por otro astrofísico, llamado Frank Drake. En 1961, Drake desarrolló una ecuación que captura las numerosas variables que afectan las probabilidades de vida extraterrestre. La ecuación Drake, como llegó a conocerse, específicamente pretende predecir cuántas civilizaciones inteligentes deberíamos esperar que hubiera en el universo. Incluye parámetros tales como la tasa de formación de estrellas, el porcentaje de estrellas con planetas que las rodean, el porcentaje de dichos planetas en la zona habitable, y mucho más.
Según el cálculo original de Drake, hecho en un tiempo en el cual muchos de estos parámetros solo podían ser adivinados, los científicos propusieron que debía haber entre mil y un millón de civilizaciones avanzadas, ¡solo en la Vía Láctea!
Drake prácticamente carecía de evidencia observable para basar muchos de estos parámetros. Después de todo, ¡esto ocurrió 34 años antes de que se descubriera el primer exoplaneta! Pero proyectos tales como el que se llevó a cabo con el telescopio Kepler han permitido obtener cálculos mucho más refinados, que aun así dan como resultado muchos millones. No obstante, varios de estos cálculos siguen siendo altamente especulativos.
Se calcula que desde los días del apogeo de Fermi y Drake, la cantidad de estrellas en el universo observable se ha multiplicado por orden de magnitud, elevando aún más las probabilidades y sin ofrecer ninguna respuesta a la paradoja de Fermi — ¡pero no por falta de intentos!
Búsqueda de vida en todos los lugares equivocados
Drake fue pionero del proyecto del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre [SETI, según sus siglas en inglés] y condujo el primer experimento de transmisiones por ondas radiales extraterrestres en el Observatorio Nacional de Radioastronomía en Green Bank, West Virginia, EE. UU. De acuerdo al Instituto SETI, astrónomos de todo el mundo han llevado a cabo más de 100 experimentos como este, incluyendo un proyecto de 20 años del SETI patrocinado por la NASA que finalmente fue desfinanciado por el Congreso en 1993.
El Centro de Investigación SETI en Berkeley volvió a cautivar la imaginación del público con su aplicación “SETI@home”, disponible desde 1999, que se hizo famosa por permitir a la gente contribuir con el poder de sus computadores personales desde su casa. El software tiene más de 1.7 millones de usuarios en todo el mundo y utiliza el tiempo libre de estos computadores para ayudar a analizar la formidable cantidad de información recolectada.
En 2017, el billonario Yuri Milner le infundió nueva vida y emoción al juego al invertir cientos de millones de dólares en sus Iniciativas innovadoras, un variado conjunto de proyectos que tiene como meta el descubrimiento de vida extraterrestre.
El grupo SETI Berkeley y otras instituciones participantes recibieron una donación de 100 millones de dólares para que en un plazo de diez años llevaran a cabo un proyecto llamado Iniciativa escuchar. Este proyecto, dedicado a la meta tradicional del SETI de detectar señales extraterrestres, representa uno de los esfuerzos más sofisticados realizados hasta la fecha, y ahora usa el observatorio Green Bank, que previamente formara parte del mismo Observatorio Nacional de Radioastronomía utilizado por Drake hace 60 años.
Debido a las inimaginables distancias que nos separarían de otras civilizaciones, incluso dentro de nuestra propia galaxia, solamente tales señales, que viajan a la velocidad de la luz, son consideradas un medio válido para detectarlas. Y si bien dichas señales se originarían a miles, millones y hasta miles de millones de años luz de distancia y tomaría la misma cantidad de años para que llegaran a nosotros, se cree que es mucho más probable que ellas nos alcancen antes que cualquier presencia extraterrestre física.
El proyecto SETI original rastreó las ondas radiales en búsqueda de transmisiones extraterrestres intencionales por medio del espectro electromagnético, incluyendo las frecuencias radiales. Las señales de radio se conocen principalmente por su uso en la transmisión de música y televisión, así que tal vez ignoremos que en realidad son una forma de luz invisible y parte del espectro electromagnético. Cuando se usan en la Tierra, su transmisión es instantánea porque viajan a la velocidad de la luz, pero se demoran muchísimo más en llegar a las estrellas.
Nuestras propias transmisiones interplanetarias están siendo reemplazadas cada vez más por cables de fibra óptica, que también utilizan la luz como vehículo de información pero con mucha menos interferencia, ya que viajan a través de un cable especial y no a través del aire. No obstante, cuando se trata de intercomunicaciones interestelares, las transmisiones radiales son el mejor método que ha descubierto la humanidad y las usamos para enviar señales desde y hacia las distintas astronaves que enviamos al espacio.
Mientras continúa la búsqueda, con una desalentadora carencia de resultados, se han ideado y desarrollado otras formas de usar las señales de luz. Los esfuerzos previos se enfocaban en buscar una señal deliberada proveniente de una sociedad extraterrestre avanzada, pero los científicos ahora buscan señales (aunque sea) de microbios extraterrestres rudimentarios, para lo cual examinan la luz infrarroja visible reflejada por planetas distantes en procura de posibles indicios de vida.
Pero esta no es una tarea fácil. Por alguna razón tomó tanto tiempo descubrir planetas distantes, y esta es la misma razón que impide el progreso: las estrellas son mucho más brillantes que los planetas que las rodean; imagine lo que sería tratar de ver a la distancia los detalles de una estampilla de correos adherida a un brillante foco encendido. ¡Siquiera el hecho de poder ver la estampilla pegada sería toda una hazaña!
Identificar cada detalle es difícil. Por tanto, capturar imágenes de los planetas requiere técnicas de alta precisión para bloquear la luz de una estrella distante y hacer visible la luz de otros planetas cercanos. En la mayoría de los casos, incluso nuestros telescopios más avanzados no logran superar el reto. Los científicos están desarrollando planteamientos teóricos y esperan ansiosamente la nueva generación de telescopios que están siendo fabricados actualmente, con la esperanza de capturar mejores imágenes de los exoplanetas para su análisis.
La luz capturada en estas imágenes puede ser analizada comparándola con los patrones espectrales de ciertos átomos y moléculas conocidos. De esta manera se puede determinar si un planeta contiene grandes cantidades de gas metano, por ejemplo, o agua. Este tipo de análisis de los exoplanetas hace que sean caracterizados como “parecido a la Tierra”, “súper Tierra”, y otros términos vagos que tienen la intención de reforzar sutilmente la idea de que albergan vida a pesar de la falta de evidencia.
Una de las cosas que esperan detectar son planetas que contengan cantidades significativas de oxígeno. El oxígeno es vital para muchas formas de vida en la Tierra, aunque no para todas (ya que hay muchos organismos anaeróbicos que no lo necesitan). Desde el punto de vista de la detección de vida extraterrestre, el oxígeno es un elemento altamente reactivo que típicamente no se acumula sin una fuerza impulsora. Si se detecta en un planeta la presencia tanto de oxígeno como de metano, puede que se esté ante la presencia de actividad biológica.
Las demás Iniciativas innovadoras de Yuri Milner se enfocan en otras maneras de explorar el universo, con el único propósito de hacer contacto con extraterrestres inteligentes. Él le ha dado otros 100 millones de dólares a la Iniciativa cohete, que intenta desarrollar una astronave capaz de realizar viajes interestelares a un 20% de la velocidad de la luz (¡casi una vez y media alrededor de la Tierra por segundo!). También ha ofrecido un millón de dólares de premio a la Iniciativa mensaje por el mejor diseño de una señal que pueda ser enviada al universo, más millones a la Iniciativa observación para ayudar con el descubrimiento de más exoplanetas, y hace poco a la Iniciativa lunas de Saturno, un proyecto colaborativo con la NASA para financiar privadamente el envío de una sonda a las lunas de Saturno en búsqueda de vida.
En esta masiva gestión se está invirtiendo una cantidad enorme de dinero, tiempo y esfuerzo mental. Una inversión tan descomunal debe reflejar gran confianza en que habrá resultados positivos. Sin embargo, sin necesidad de mencionarlo, estas formas cada vez más rebuscadas y exóticas de buscar vida extraterrestre son una admisión del fracaso para cumplir las predicciones de la teoría de la evolución respecto a nuestro universo. En los últimos 60 años la búsqueda de vida extraterrestre se ha transformado, ¡yendo desde la expectativa de descubrir señales de una civilización avanzada hasta la desesperada ilusión de detectar aunque sea el más mínimo vestigio de vida rudimentaria escondido en algún abismo remoto!
Todavía está por verse lo que estos continuos esfuerzos revelarán con el tiempo, pero ciertamente no andamos tropezándonos con especies extraterrestres inteligentes a diestra y siniestra en cada esquina intergaláctica. Por el contrario, ¡ni siquiera han logrado el más mínimo resultado positivo!, y esto suscita una incómoda inquietud en las mentes de pensadores, científicos y filósofos seculares.
Excusas, excusas
Después de tanto esfuerzo y gasto, abundan las especulaciones a la hora de considerar la vergonzosa falta de evidencia de vida extraterrestre. En vez de admitir que la Tierra puede ser el único planeta en el universo que alberga vida, la mayoría sigue convencida de que debe haber otra razón que justifique por qué no podemos encontrar lo que andamos buscando.
Un artículo reciente en la revista estadounidense Forbes, escrito por Ethan Siegel y titulado “¿Qué pasaría si solo somos nosotros?”, adopta una perspectiva mucho más objetiva de la evidencia científica (o, para ser más precisos, de la total ausencia de ella) y habla de cuán proclives son los científicos y ciudadanos promedio a idealizar y romantizar el tema: “Cuando se trata de la pregunta de la vida extraterrestre, los humanos suponen optimísticamente que el universo es prolífico . . . Si los mismos ingredientes se encuentran por todas partes y las mismas reglas están vigentes, ¿no sería un monstruoso desperdicio de espacio que estuviéramos solos?” (3 de abril de 2019).
¿Acaso hay otras civilizaciones tan avanzadas en comparación que no se molestan con nuestra pobre raza, de la misma forma que nosotros evitaríamos “hacer contacto” con las hormigas de nuestro propio planeta? ¿O será que otras especies más inteligentes han reconocido que interactuar con otros en el universo es peligroso y debe evitarse? O, en una nota más fatalista, ¿será que las culturas avanzadas tienden a crear tecnologías conducentes a su propia destrucción, como parece estar empeñada en hacer la humanidad?
De acuerdo a Siegel, “Estas soluciones propuestas generalmente dejan fuera la opción más obvia . . . que en cuanto a la existencia de vida inteligente en el Universo, somos los únicos”. Sin embargo, ¡existe una opción muchísimo más obvia que rara vez es considerada!
¿Hay alguien ahí? ¿Y por qué estamos aquí?
Continuamente nos maravillamos de las hermosas imágenes del universo que logramos ver cuando un telescopio es apuntado en una nueva dirección. La humanidad no está obsesionada con encontrar formas de vida extraterrestres únicamente por tratar de confirmar la evolución. Si bien este puede ser el razonamiento superficial, el deseo más profundo y no expresado es la búsqueda de significado y propósito que simplemente apunta en la dirección equivocada. Hay una necesidad de saber que no estamos solos en el universo, de que somos parte de algo más grande que nosotros mismos, pero ¿dónde puede encontrarse la respuesta?
Miramos el firmamento y nos preguntamos: “¿Hay alguien ahí?” Y la respuesta clara e inconfundible es sí: ¡el Creador que nos hizo a todos, y para un propósito superior!
Salomón, el antiguo rey de Israel, escribió que Dios “ha puesto eternidad en el corazón de ellos [los hombres]” (Eclesiastés 3:11). Sentimos que existe algo más en la vida de lo que logramos ver; tenemos un deseo inherente de conectarnos con él, pero somos incapaces de encontrarlo por nuestros propios esfuerzos, ya sean científicos o de otro tipo. La Biblia es una revelación de conocimiento proveniente de Dios, ¡y su verdad es la única fuente que puede satisfacer plenamente ese deseo!
Muchas personas se desesperan por encontrar una raza extraterrestre avanzada, pero pocas toman en cuenta que Dios es, en sí mismo, ¡una extraordinaria forma de vida extraterrestre con inteligencia suprema! Y no solo eso, sino que ha hecho contacto deliberado con la humanidad de numerosas maneras.
El Creador del universo incluso vino a la Tierra para comunicarse en persona cuando Jesús, “el Verbo” que ha existido eternamente con Dios el Padre y por medio del cual fueron hechas todas las cosas, “fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:3, 14). Lo que hoy día llamamos el Nuevo Testamento es el irrefutable testimonio ocular de su vida, muerte y resurrección; sin embargo, este cae mayormente en oídos sordos.
Como especie, y en agudo contraste con nuestra búsqueda de señales extraterrestres que no existen, nos hemos rehusado a escuchar las deslumbrantes, reiteradas e innegables transmisiones de nuestro amoroso Creador.
La verdad de la existencia del hombre es el meollo de la búsqueda de vida extraterrestre. En la Biblia aprendemos que la vida humana no es un accidente cósmico acaecido en un universo frío e indiferente, ¡sino la creación única e intencional de un Dios amoroso que está procurando comunicarse y entablar una relación con nosotros! BN