Bautismo: Comienzo de una nueva vida
Los más grandes dones que alguien pueda recibir vienen “de arriba”, de nuestro Dios Creador (Santiago 1:17). Y él nos ofrece dos que son, por mucho, los más importantes que cualquier ser humano puede recibir en esta vida. El primero es el perdón de los pecados. El segundo es la presencia del Espíritu Santo de Dios morando en la persona.
A su vez, estos dos dones hacen posible el mayor regalo de todos: vida eterna y glorificada en el reino eterno de Dios (Romanos 6:23; 1 Corintios 15:50-58).
Muchas personas están confundidas y creen haber sido perdonadas por Dios, aunque en realidad no lo han sido; piensan que ya tienen su Espíritu Santo, y sin embargo, no es así. Este artículo le ayudará a entender cuál es la verdad.
Primero, siempre es Dios quien inicia una relación con la persona. Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere [o lo llamase]” (Juan 6:44). Dios llama a una persona cuando esta escucha el verdadero evangelio y al mismo tiempo abre su mente al entendimiento espiritual (2 Tesalonicenses 2:13-14; 1 Corintios 2:10-14).
No hay nada que podamos hacer para merecer la vida eterna. No obstante, Dios exige condiciones que debemos cumplir. Una de esas condiciones es el arrepentimiento sincero por haber desobedecido sus leyes. Otra condición es la fe en Dios: confiar en él y creer en su Palabra, la Biblia. Jesucristo enfatizó estas dos condiciones durante su ministerio (Marcos 1:15).
¿Qué debemos hacer?
Pero se requiere más que simple arrepentimiento y fe para que podamos recibir el perdón y el don del Espíritu Santo. Hechos 2 resume el sermón inspirado del apóstol Pedro el día en que los discípulos de Jesús recibieron por primera vez el Espíritu Santo. Pedro explicó que la muerte expiatoria de Jesucristo era necesaria para pagar la pena por nuestros pecados. Nuestra pecaminosidad fue la causa de su sufrimiento. En esencia, “lo crucificamos” (Hechos 2:36).
Note la reacción de los oyentes: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37, énfasis nuestro en todo el artículo). Sabían que Dios les exigiría que hicieran ciertas cosas si se les iba a dar la vida eterna.
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38). Pedro dejó en claro que debemos recibir dos cosas para reconciliarnos con Dios: el perdón y el Espíritu Santo.
Pedro dijo que primero debemos arrepentirnos. Pero Hechos no dice aquí que Pedro mencionó la otra condición, que es la fe. ¿Por qué no? Quizás porque la misma pregunta “¿Qué haremos?” le mostró a Pedro que la gente creía en su mensaje y en las Escrituras. ¡Querían saber qué debían hacer a continuación para poner en práctica esa fe!
Por lo tanto, una vez que una persona es lo suficientemente madura como para tomar decisiones importantes para toda la vida, tiene un entendimiento espiritual básico y cree en el “evangelio”, las buenas nuevas del Reino de Dios venidero y su plan de salvación, el deseo urgente de Dios es que ella se arrepienta y sea bautizada lo más pronto posible. Entonces puede recibir el perdón de sus pecados y el Espíritu Santo.
¿Qué es el bautismo?
La palabra griega traducida como “bautizar” es baptizo, el término griego común para hundir, sumergir o meter dentro. Así, la mayoría de las Biblias en español, en lugar de traducir la palabra, simplemente la españolizan con una ortografía un poco diferente. El punto importante es que en la Biblia, “bautizar” siempre significa hundir.
Otros autores de la época escribieron sobre batallas navales en las que los barcos eran “bautizados”, o hundidos, en el mar. Por lo tanto, no tiene sentido decir que se puede bautizar (hundir o sumergir) vertiendo o rociando agua. La Biblia misma prueba que el bautismo significaba inmersión. Juan el Bautista necesitaba “mucha agua” para bautizar (Juan 3:23). Jesús, cuando Juan lo bautizó, “inmediatamente subió del agua” (Mateo 3:16). Cuando Felipe bautizó a un eunuco etíope, “descendieron al agua” (Hechos 8:38). Después, “subieron del agua” (v. 39).
¿Por qué es tan importante todo esto? Por lo que representa el bautismo. Ser sumergido en el agua representa un entierro, y levantarse del agua representa una resurrección.
El bautismo en realidad representa tres muertes, entierros y resucitaciones. Primero, el bautismo simboliza nuestra fe en el hecho de que “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).
En segundo lugar, simboliza nuestro reconocimiento de la necesidad de que nuestra antigua forma de vida pecaminosa “muera” y sea sepultada para siempre (Colosenses 3:5; 2:12). Y levantarnos del agua simboliza nuestro comienzo para “andar en vida nueva” en una resurrección alegórica (Romanos 6:3-6). Por supuesto, nuestro carácter espiritual no se transforma instantáneamente cuando salimos del agua. El bautismo es una señal de nuestra dedicación de por vida a ese objetivo.
En tercer lugar, el bautismo simboliza la fe de uno en la esperanza de la resurrección literal futura, en la que “ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:15).
Mucho más que una ceremonia
El simbolismo es importante, pero el bautismo es mucho más que un simbolismo. Si les preguntara a 100 personas que quieran ser bautizadas, “¿Alguna vez le han pedido a Dios que los perdone?” Probablemente 99 dirían que sí. Luego pregunte a esas 99: “¿Creen que Dios respondió sus oraciones y los perdonó?” Quizás 98 de ellas digan que sí. Luego pregúnteles: “Entonces, ¿por qué se bautizan si Dios ya los ha perdonado, pues Hechos 2:38 dice que el propósito del bautismo es que sus pecados sean perdonados?”
La mayoría de las personas están confundidas. Incluso cuando se dan cuenta de que el bautismo es un requisito bíblico, lo consideran un simple ritual de gratitud por el perdón de Dios. Pero Hechos 2:38 declara que el bautismo es una condición necesaria para el perdón. Antes del perdón, Dios exige esta confesión pública de compromiso con Jesucristo como nuestro Salvador y Señor (es decir, Maestro, para gobernar nuestras vidas, Lucas 6:46).
Muchos han malinterpretado 1 Juan 1:9, que dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
La mayoría no se da cuenta de que las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas principalmente para los miembros de la Iglesia, los que ya están bautizados. En las epístolas, los pronombres “nosotros” y “nos” se refieren a miembros bautizados, mientras que “ellos” generalmente se refiere a los no miembros.
Por lo tanto, 1 Juan 1:9 nos dice que si una persona que ha recibido el perdón inicial a través del bautismo peca después, no necesita ser bautizada varias veces. Cada vez que peca, solo necesita arrepentirse de ese pecado, confesarlo ante Dios y pedirle perdón, y él la perdonará de inmediato. ¡Este es uno de los maravillosos privilegios que tiene una persona una vez que se ha bautizado!
¡Esto explica por qué el bautismo es tan importante! Dios hace responsable a cada persona de todos los pecado que haya cometido hasta que estos sean borrados en el bautismo (Hechos 3:19; 22:16). En el momento en que la persona arrepentida es sumergida en agua, ¡todos sus pecados pasados son perdonados! ¡Qué gozo es estar limpio ante Dios!
El siguiente paso: recibir el Espíritu Santo de Dios
Una vez que una persona ha sido bautizada, está lista para recibir el Espíritu Santo de Dios. La Biblia muestra que el Espíritu Santo es la esencia espiritual y el poder que emanan de Dios el Padre y de Jesucristo. Muchos se sorprenden al descubrir que la Biblia nunca menciona una Trinidad. De hecho, un estudio cuidadoso de este tema revela que las creencias tradicionales de los hombres son bastante diferentes de la enseñanza bíblica.
El don del Espíritu Santo no llega durante el bautismo o la inmersión en sí. Las Escrituras muestran que Dios lo otorga inmediatamente después, durante la imposición de manos por parte de un ministro de Dios que ora para que la persona bautizada reciba el don de su Espíritu (Hechos 8:14-17; 19:6; 2 Timoteo 1:6).
Una vez que ya tiene el Espíritu Santo, también “Cristo está en [usted]” (Colosenses 1:27, Dios Habla Hoy). Ha quedado “[revestido] de Cristo” (Gálatas 3:27). Usted permanece en Cristo y él en usted (1 Juan 3:24). Está entre los “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Tiene un “corazón nuevo” y se está convirtiendo en un “nuevo hombre” (Ezequiel 18:31; Efesios 4:24).
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo . . . el cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:13, 27). Ese “cuerpo” es “la iglesia de Dios” (Colosenses 1:18; 1 Corintios 1:2). No podemos “unirnos” a la Iglesia de Dios. Dios nos agrega cuando nos da el don de su Espíritu. Así es como nos convertimos en miembros de la Iglesia de Dios (1 Corintios 12:27).
“Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, no le pertenece a Cristo (Romanos 8:9). No es un verdadero cristiano o “hijo de Dios” (v. 14). Para convertirse en un verdadero cristiano, debe creer, arrepentirse, bautizarse, que un ministro de Dios le imponga las manos y recibir el don del Espíritu Santo.
Cuando una persona madura tiene entendimiento espiritual y fe y se ha arrepentido de sus pecados, no debe demorar el bautismo. Si Dios le ofrece un regalo, ¿por qué no aceptarlo? Jesús advirtió acerca del rechazo de la oferta de Dios: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). Como Ananías le dijo a Saulo (cuyo nombre fue cambiado a Pablo): “¿Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados” (Hechos 22:16).
¡Después de que uno recibe el Espíritu Santo es cuando comienza el verdadero crecimiento espiritual! BN