Benefíciese de la perspectiva de Dios

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Benefíciese de la perspectiva de Dios

Cierta empresa de inversiones, grande y respetada, se promociona con el eslogan “Benefíciese de nuestra perspectiva”, asegurando a los clientes que les ayudarán a alcanzar sus objetivos financieros. Los expertos de la firma saben y ven cosas que los clientes no pueden captar. Su perspectiva es el reflejo de años de experiencia en inversiones, puesto que ven un panorama más amplio de las técnicas y prácticas necesarias para el éxito y la prosperidad. Ofrecen a los clientes orientación hacia este fin, ayudándoles a evitar la ruina financiera.

El eslogan “Benefíciese de nuestra perspectiva” me intrigó, porque este principio puede aplicarse a una labor mucho más valiosa y duradera que la de limitarse a ganar dinero. Considere: ¿Qué pasaría si pudiéramos tener una visión más clara de la vida que revelara precisamente quiénes somos, de dónde venimos, qué nos espera y cómo llegaremos hasta allí?

¿No le gustaría escuchar las respuestas de parte de Aquel que ha vivido por toda la eternidad, quien diseñó y creó todo lo que existe y cuya extraordinaria perspectiva lo abarca todo porque puede ver muchas cosas que nosotros no vemos? ¿No sería maravilloso descubrir realmente cómo funciona todo, y aprenderlo de un Dios amoroso y todopoderoso que desea que tengamos éxito?

¡Muchos aprovecharían esta oportunidad sin pensarlo dos veces! La pregunta entonces es esta: ¿Podemos experimentar y poner en práctica algo así? Muchos han buscado e ideado diversas filosofías y fundado muchas religiones que dicen ofrecer la explicación. Muchos otros no tienen idea de cómo responder estas preguntas y quedan atrapados en la oscuridad y la ignorancia.

Al principio puede que nos sintamos demasiado abrumados como para meditar más en esto, o que nos resulte difícil elegir una línea de pensamiento concreta sobre el sentido de la vida. Después de todo, muchos ya han explorado este tema. Quizá pensemos: ¿Quién puede competir con el cúmulo de conocimiento de toda una legión de filósofos y eruditos religiosos? La respuesta, como veremos, es sorprendente y satisfactoria a la vez.

Las preguntas acerca del sentido de la vida han existido siempre. Hace unos 3000 años, el rey David dejó constancia de la aparente insignificancia del ser humano en comparación con la majestuosa inmensidad del cielo nocturno. Como pastor de ovejas, y antes de convertirse en miembro de la realeza, David había pasado muchas noches contemplando las estrellas. Fíjese cómo expresó sus pensamientos en Salmos 8:3-4: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites [o le prestes atención]?”

Durante mi etapa de adolescente, me planteaba pensamientos similares. Me preguntaba qué pasaría después de la muerte. ¿Dejaría de existir? Muchas noches, cuando estaba tranquilo en mi cama, meditaba largo y tendido sobre estos interrogantes. Todo ello me preocupaba sobremanera, pero a través de las páginas de la Biblia, Dios me dio una perspectiva asombrosa. Me aferré a esa perspectiva maravillosa y segura, y ha producido cosas magníficas en mi vida. Quiero compartir con ustedes algunos pensamientos acerca de lo que significa tener esta perspectiva.

Dios quiere que veamos, pero hay obstáculos

Un hecho que a veces se pasa por alto es que nuestro Dios Creador, nuestro Padre divino, tiene la intención de que lleguemos a comprender el significado de nuestra existencia. Quiere que veamos lo que él está haciendo por toda la humanidad, incluido usted. Pero esta comprensión no se adquiere únicamente por el intelecto, o los filósofos seculares ya habrían encontrado la verdad y se habrían puesto de acuerdo. Los pensadores más eruditos del mundo son incapaces de encontrarle sentido a la vida, porque les ha sido ocultado en el presente. Sin embargo, no se les puede culpar totalmente por no lograr verlo a pesar de que está frente a ellos.

Cuando hay problemas de percepción, se debe principalmente a ciertos obstáculos y barreras mentales. Esto significa que, una vez eliminados los obstáculos, es posible ver claramente todo un mundo de diseño, el profundo significado de la vida, y cómo debemos relacionarnos con Dios.

Esta es la historia de fondo: Jesucristo vino a predicar el evangelio del Reino de Dios. Este evangelio (el vocablo griego evangelio aquí literalmente significa “buen mensaje” o “buenas noticias”) aborda las grandes preguntas de la vida, aquellas relacionadas con Dios, el hombre, la relación entre Dios y el hombre y nuestro futuro eterno.

Cuando Jesús predicó en las antiguas ciudades de Corazín y Betsaida, en el norte de Galilea, se encontró con oposición y mentes cerradas. En la oración a su Padre en el cielo, Jesús hizo una declaración extraordinaria: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25, énfasis nuestro en todo este artículo).

Debemos ser como niños pequeños

Jesús nos dio aquí una clave importante para entender estas preciosas verdades acerca de nuestro futuro. La comprensión de lo que es el Reino de Dios llega primero a quienes son como bebés o niños pequeños. Jesús hizo hincapié en esto durante su ministerio cuando le trajeron varios niñitos para ser bendecidos. Viendo que algunos titubeaban, les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10:14-15).

Lo que él quiso decir con esto es que debemos estar dispuestos a recibir la verdad con una actitud confiada y humilde, y que debemos ser asequibles y fáciles de enseñar.

Vemos, pues, que el mensaje de Dios sobre su reino está mayormente oculto de los grandes pensadores del mundo, incluso de algunos que pretenden ser grandes teólogos, pero es fácil de entender para aquellos que tienen una relación de hijo-padre con su Creador. Esta relación se basa en el amor, la obediencia, el respeto y la humildad, que hasta cierto punto son parte de los atributos de todo ser humano. Es en este entorno mental donde se establecen la comprensión y la perspectiva. Las buenas nuevas acerca de Jesucristo y el Reino de Dios fueron diseñadas para que finalmente fueran entendidas por todos: los pobres, los ricos, los bien educados y los analfabetos.

El apóstol Pablo les recuerda a los cristianos de Corinto cuál es la clase de personas a las que Dios suele permitir que vean y comprendan sus verdades sagradas:

“Porque veis vuestra vocación, hermanos, que no son llamados muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios, y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos; y lo vil del mundo y lo despreciable lo ha escogido Dios, y lo que no es, para reducir a la nada lo que es, para que ninguna carne se gloríe en su presencia.

“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”
(1 Corintios 1:26-31).

Una vez que la visión se aclara, se despliega un fantástico mural panorámico que abarca desde las raíces prehistóricas del hombre hasta la gloria eterna. Todo esto está ligado de manera muy significativa, mostrando el meticuloso plan de Dios para que la humanidad creada a su imagen y semejanza coexista en una relación familiar con él para siempre.

Los engaños del enemigo y la miopía humana

Otro factor que impide que la gente vea el panorama más amplio y el propósito de la vida es alguien llamado “el príncipe de este mundo” (Juan 14:30) y “dios de este siglo” (2 Corintios 4:4), Satanás el diablo. Él ha manipulado la percepción de la gente, cegando sus ojos y mentes para que no pueda ver. Al escribir nuevamente a los corintios, Pablo declaró:

“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:3-6).

Nuestra visión también puede sufrir limitaciones porque vemos o tomamos en cuenta únicamente lo que está cerca. Puede que no veamos lo que Dios ve porque no miramos más allá de nuestro entorno inmediato. Tal como en nuestros primeros años pudimos haber conocido nuestro vecindario físico y familiar, y tal vez un poco más lejos, es posible que no percibamos mucho más allá de lo que aprendimos y experimentamos mientras crecíamos.

¿Y qué hay de nuestra perspectiva personal? Nuestros primeros recuerdos probablemente se centran en nuestros padres. Recordamos el hogar en el que crecimos, a las personas que nos rodeaban, y cómo nos relacionábamos con ellas. Creíamos la mayoría de las cosas que pensaba la gente de nuestro entorno, lo cual siguió influyendo nuestra forma de pensar mientras nos aventurábamos a adoptar nuestros propios puntos de vista. Es importante reconocer que nuestro concepto inicial de Dios, o la falta de él, se derivó de quienes nos rodeaban. También conocimos el mal y lo experimentamos en carne propia.

A medida que maduramos, nuestras perspectivas se amplían y comprendemos cada vez mejor el mundo que nos rodea. Como resultado de nuestra curiosidad y la educación que recibimos tomamos conciencia de nuestra ciudad, nuestro país y el mundo. De manera simultánea, esta misma curiosidad se extiende a nuestros pensamientos y nos ayuda a entender la razón de nuestra existencia humana y el significado de la vida.

La fuente de las respuestas y de la perspectiva que necesitamos

Esto nos lleva a algunas preguntas cruciales: ¿Por qué nacimos? ¿Existe una razón, una finalidad, para la existencia humana? ¿De dónde venimos? ¿Es esta vida física todo lo que hay, y qué propósito tiene para mí? ¿Cuál es la razón  para nuestra propia vida, con sus altibajos y su mezcla de alegrías y tristezas? ¿Hay acaso algún valor duradero en todo el esfuerzo, los desafíos e incertidumbres que experimentamos?

Para entender las respuestas a estas importantes preguntas se necesita algo más que la especulación y la razón: hace falta una revelación, una luz radiante que sirva de guía para ver todo esto: ¡una “luz que resplandece en las tinieblas!”

¿Dónde podemos encontrar, como seres humanos, las respuestas que buscamos? La única fuente verdaderamente autorizada que ha superado la prueba del tiempo y el escrutinio es la Biblia, que se ha conservado de forma sorprendente y precisa. Fue escrita por más de 40 autores a lo largo de 1500 años y es una crónica de muchos siglos de experiencia humana. Si la leemos con respeto y humildad, el diseño, cumplimiento, propósito y lecciones que contiene nos brindan una perspectiva que se extiende a lo largo de los siglos, desde antes de la creación del universo hasta muy adelante en el futuro.

¿Cuál es entonces la historia que Dios intenta contarnos? ¿Qué ve él que nosotros no vemos?

Para entender algo más cabalmente, es necesario que lo veamos desde un punto de vista diferente y más amplio. La mejor vista es desde lo alto, donde se puede ver todo y comprender su plenitud. Si tuviéramos que explicar la geografía de la Tierra a partir del simple conocimiento de nuestro vecindario, no haríamos un muy buen trabajo.

Muchos están familiarizados con Google Earth, un programa informático con imágenes por satélite, a nivel del suelo y generadas por un computador, que permite a los usuarios ver y visitar virtualmente ciudades y paisajes de todo el mundo. Podemos empezar por nuestro barrio local, viendo nuestras calles e incluso nuestra propia casa.

Luego podemos alejarnos rápidamente y ver más de lo que formamos parte. Empezamos a ver la forma de nuestra ciudad o estado y, si nos alejamos más, podemos ver todo nuestro país. Todavía más lejos y podemos ver la curvatura de la Tierra, y al llegar al límite de este programa, veremos la Tierra como una esfera en el espacio. De este modo podemos ver la imagen global de dónde estamos en el mundo.

Pero el lugar en el que nos encontramos en el universo está en una escala mucho mayor que la que nos puede mostrar Google Earth. La Tierra es uno de los diminutos planetas interiores de nuestro sistema solar. Nuestro Sol es solo una de los cientos de miles de millones de estrellas de la Vía Láctea. Incluso nuestra galaxia es solo una de un grupo “local” de galaxias dentro de un supercúmulo “local” de muchas más. A medida que uno se expande más, comienza a obtener la asombrosa perspectiva de un universo inimaginablemente grande, con cientos de miles de millones de galaxias que solo Dios puede percibir en su totalidad. No podemos menos que admitir que nuestra visión del lugar donde nos encontramos en nuestro vecindario galáctico es muy limitada.

¿Podemos admitir también que no logramos ver todo lo que se relaciona con nuestro lugar y propósito en la vida? ¿Será posible que simplemente no lo sabemos porque no tenemos esa perspectiva amplia que toma en cuenta el paso del tiempo, los acontecimientos, la historia y muchos otros factores?

Como se ha mencionado, la Biblia registra la perspectiva de muchos autores que escriben sobre aspectos cruciales de la historia y la moral de la humanidad que se remontan a los primeros días de la Tierra y del hombre. También predice con autoridad el futuro, catapultándonos más allá de nuestro tiempo presente. En realidad es una historia bastante simple, que presenta una perspectiva de la que podemos aprender y beneficiarnos.

Ahora que nos hemos esforzado por sacar provecho de la perspectiva de Dios, veamos la Biblia, su Palabra, como un libro que nos ofrece una visión mucho más amplia y muy útil y de la cual podemos obtener un beneficio inconmensurable.

Alejémonos para ver la historia completa

A algunos les resulta difícil comprender la Biblia. Si uno escoge al azar secciones de la misma, descubrirá relatos biográficos e históricos, algunos violentos y aparentemente extraños. Leerá  sobre asesinatos, poligamia, guerra, esclavitud, idolatría, genocidio y otros males. Y si los lee como hechos aislados, tal vez acabe preguntándose cuál fue el propósito de relatar algunos de estos sucesos.

Pero esta es la clave: al alejarnos y observar toda la experiencia humana desde un punto de vista más alto, la historia general de la experiencia del hombre tal como se narra en la Biblia comienza a mostrar un panorama indeleble y lleno de significado.

La historia del hombre comienza en el huerto de Edén. El libro del Génesis describe dos árboles muy particulares en este huerto: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanza (Génesis 1:27) con la intención de que formaran parte de su familia para siempre. Instruyó a Adán y a Eva para que comieran del árbol de la vida, ya que este era la fuente de vida eterna. Y les advirtió que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, que representaba el aprendizaje o la experiencia de la vida por ensayo y error, y el rechazo de la autoridad de Dios y su sustitución por la relatividad moral. La muerte sería el resultado seguro de este enfoque.

La Biblia registra que Adán y Eva tomaron la decisión equivocada y fueron expulsados del huerto de Edén y, por tanto, se les prohibió el acceso al árbol de la vida, es decir, a la posibilidad de vivir para siempre. Como seres mortales a quienes se les quitó ese acceso, Adán y Eva acabaron muriendo, y esta condición se transmitió también a toda la humanidad (Romanos 5:12). El mundo en general sigue sin poder acceder al árbol de la vida.

Considere esta perspectiva: la historia de la humanidad tal y como la cuenta la Biblia es una crónica del hombre que intenta encontrar su propio camino, con resultados calamitosos. Tal vez no lo haya pensado antes de esta manera, pero poco más de 1500 años después de la creación del hombre, la sociedad se corrompió y sumió en la maldad al punto de que no tenía arreglo. Como consecuencia, Dios provocó un diluvio global y, en cierto modo, reinició la civilización humana con solo unos cuantos sobrevivientes. Sin embargo, incluso después del diluvio, la humanidad volvió a caer en un modo de vida dañino. No se produjo ninguna mejora en la naturaleza básica del hombre.

Muchas civilizaciones imperialistas surgieron y cayeron, empezando por la ciudad-Estado de Babilonia. Una civilización que ha rechazado a Dios a través de los siglos va a producir, como se revela en el libro del Apocalipsis, una terrible Babilonia del fin de los tiempos, conocida también como la bestia.

A lo largo del camino el hombre ha experimentado con todas las formas de gobierno imaginables. Cada una ha tenido sus defectos, y algunas han terminado en catástrofe porque el  ser humano ha ideado sus propias leyes. Junto con la adopción del relativismo moral, la humanidad ha creado sus propios dioses, religiones y filosofías, y una y otra vez los conflictos se han resuelto mediante guerras mortales y devastadoras. Generación tras generación, las sociedades han tenido que levantarse de nuevo y tratar de encontrar su propio camino.

Alrededor de 65 millones de personas (el 3 % de la población del planeta) perecieron en la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto global atravesó todas las civilizaciones humanas y dejó un mundo carbonizado. El resultado final de todo aquello es el mundo actual.

No obstante, por muy mala que fuera la situación en los años cuarenta, ¡un próximo conflicto mundial será mucho peor! De hecho, la Biblia predice que los acontecimientos se tornarán tan turbulentos y peligrosos, que la supervivencia solo será posible mediante la intervención directa y el rescate de Dios mismo.

Jesucristo lo advirtió: “Pues habrá más angustia que en cualquier otro momento desde el principio del mundo. Y jamás habrá una angustia tan grande. De hecho, a menos que se acorte ese tiempo de calamidad, ni una sola persona sobrevivirá . . .” (Mateo 24:21-22, Nueva Traducción Viviente).

¿Y cuál es la increíble buena noticia? “. . . pero se acortará por el bien de los elegidos de Dios” (v. 22, NTV).

Mientras la saga defectuosa del hombre sigue su marcha, Dios ha estado elaborando un plan maravilloso, cuya culminación aún está por llegar. Una historia larga, llena de compasión y amor, se ha estado desarrollando simultáneamente con el dolor del drama humano.

Cómo entender el plan que Dios está elaborando

Dios tenía un plan en marcha para redimir a la humanidad desde el mismo principio. Comenzó trabajando a través de ciertos individuos entre la creación y el diluvio, más tarde a través de la familia de Abraham, y luego por medio de una nación descendiente de él. Tal y como registra la Biblia, la antigua nación de Israel iba a ser la agencia por medio de la cual llegaría finalmente la redención: el rescate del hombre del pecado y la muerte.

Dios rescató a Israel de la esclavitud nacional mediante el éxodo. Hizo pactos con el pueblo a través de los cuales debían mostrar su justicia y bondad a las naciones circundantes y a todo el mundo, pero fracasaron. Una generación tras otra rechazó a Dios y sus caminos, y la desobediencia de Israel lo llevó directamente a otro período de esclavitud.

Pero Dios no se desanimó, porque esto era parte de su plan. Quería mostrar que el hombre necesitaba no solo sus bendiciones y leyes, sino también un espíritu y un corazón nuevos, que prometió darle. Sin embargo, Dios se ocuparía directamente de los temas fundamentales que siguen produciendo dolor y miseria. Este cambio permanente y radical de la naturaleza del hombre finalmente llegaría, como profetizó Jeremías: “He aquí que vienen días, dice el Eterno, en los cuales haré nuevo pacto . . . Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:31; 33).

Un paso crucial e importante en dicho plan se produjo hace unos 2000 años. Dios vino a la Tierra como hombre, como Jesucristo, enviado por el Padre. Y mediante su sacrificio, el hombre es redimido. El defecto del hombre es corregido al recibir una nueva naturaleza por medio del Espíritu Santo.

Ahora comenzamos a ver los verdaderos beneficios desde la perspectiva de Dios.

Por medio del don del Espíritu Santo, tanto los hombres como las mujeres convertidos con esta nueva naturaleza recibirán la misericordiosa dádiva de la inmortalidad, la cual incluirá un nuevo cuerpo espiritual que vivirá para siempre. Si tenemos el Espíritu Santo viviendo en nosotros, esto es lo que podemos esperar: “Y, si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes” (Romanos 8:11, Nueva Versión Internacional).

Al final de la Biblia, en el último capítulo del libro del Apocalipsis, vuelve a aparecer el árbol de la vida (22:2, 14). Esta vez su fruto espiritual, es decir, ¡el acceso a la maravillosa vida eterna junto a Dios Padre y Jesucristo está disponible para todos! Así, al ampliar la visión de la historia bíblica de principio a fin, y como parte del propósito de Dios al crearnos para ser su familia por toda la eternidad, vemos que el árbol de la vida pone el broche de oro a la sorprendente trayectoria de la humanidad.

Como revela la Biblia, Dios está llevando actualmente a muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10). ¡Y usted puede ser uno de ellos!

Cuando entendemos la perspectiva de Dios de lo que nosotros, en nuestra limitada visión, vemos de forma tan ínfima, podemos entender la lógica de su plan y su amor por todos, y cuánto sentido verdaderamente tiene. Al enfrentarnos a algunas de las preguntas más difíciles de la vida, las maravillosas respuestas están justo ahí, frente a nosotros. Solo tenemos que ser capaces de ver lo que Dios nos muestra.

¡Qué maravillosa historia es esta de la que formamos parte! Siga estudiando la Palabra de Dios, viva según ella y benefíciese de su perspectiva.  BN