“¿A quiénes hablaré y advertiré, para que oigan?”

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“¿A quiénes hablaré y advertiré, para que oigan?”

¿No le gustaría que la gente lo escuchara, especialmente si tuviera algo importante que decirle? Imagine, por ejemplo, que ve bocanadas de humo saliendo de una casa, lo que supondría un incendio. Sin demora usted comienza a alertar a las personas que viven allí pero, para su sorpresa, ¡nadie le presta atención!

Entonces usted llama rápidamente al departamento de bomberos, pero incluso hasta el operador parece indiferente. A medida que ve las llamas alzarse por sobre la casa usted sigue insistiendo, pero el operador lo interrumpe y bruscamente le dice que cuelgue el teléfono. Aturdido, usted cuelga y se pregunta: “¿Acaso nadie va a escucharme?”

Parece poco probable que semejante situación ocurra tratándose de un incendio real. Pero algo similar efectivamente sucedió cuando los profetas de Dios advertían insistentemente a las antiguas naciones rebeldes de Israel y Judá sobre el devastador infierno de pecado en que vivían. La respuesta de sus líderes y ciudadanos fue similar a lo que acabamos de describir. Los profetas y sus amonestaciones a menudo fueron recibidos con indiferencia o burla.

El profeta Jeremías se lamentó al ver tal reacción: “¿A quién hablaré y advertiré, para que oigan?” (Jeremías 6:10).

¿Quién escuchó a Jeremías? ¿A quién le importaba realmente? La respuesta es: ¡a casi nadie!

Luego dijo: “He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra del Eterno les es cosa vergonzosa, no la aman” (v. 10).

¿Por qué debemos analizar las advertencias de Dios a través de Jeremías y otros profetas? Porque tienen una aplicación reveladora para las naciones modernas. De hecho, muchas declaraciones proféticas tienen una aplicación dual, es decir, un cumplimiento preliminar y también un cumplimiento posterior o final, que a menudo se refiere al tiempo del fin. (Puede estudiar sobre la dualidad profética leyendo nuestra guía de estudio gratuita Usted puede entender la profecía bíblica).

Dos naciones que ignoraron las advertencias de Dios

Antes de examinar las impresionantes advertencias de Jeremías, veamos brevemente lo que ocurrió en la historia de Israel después de la muerte del rey Salomón en 931 a. C. La Biblia explica que en ese momento el reino experimentó una polémica división en dos naciones: el reino sureño de Judá, compuesto por las tribus de Judá y Benjamín, y el reino norteño, formado por las otras diez tribus (1 Reyes 12:1-18).

Poco después Dios envió a varios profetas al reino del norte, incluidos Elías, Oseas, Amós, Miqueas y otros, para proclamar duros mensajes de advertencia sobre su desobediencia y lo que pasaría si esta seguía (Oseas 4:1-2). Por ejemplo, Oseas advirtió que si la nación no obedecía, Dios permitiría que el Imperio asirio la invadiera y esclavizara. Este desastroso suceso tuvo lugar en dos etapas en el año 700 a. C. (Oseas 7:13; 8:14; 2 Reyes 15:29; 17:5-6).

Además, Dios envió profetas al reino de Judá: Jeremías, Isaías, Miqueas, Habacuc, Sofonías y otros. Estos siervos fieles amonestaron seriamente a los líderes y al pueblo sobre el resultado inminente de su persistente desprecio hacia Dios y sus leyes (2 Crónicas 36:14-16).

Los esfuerzos proféticos de Jeremías abarcaron 40 años de la tumultuosa historia de Judea. Todo comenzó en el año 13 del reinado del rey Josías, en 627 a. C., y continuó hasta el año 11 del reinado del rey Sedequías, en 587 a. C., cuando las tropas del Imperio babilónico conquistaron toda la nación, subyugaron a su pueblo y destruyeron el templo en Jerusalén.

Desde el comienzo de su ministerio, Jeremías advirtió a los líderes y al pueblo que su amada nación corría el riesgo de padecer estas mismas calamidades si no abandonaban su idolatría y otras conductas abyectas:

“Entonces el Señor me dijo: ‘Desde el norte se derramará la calamidad sobre todos los habitantes del país. Yo estoy por convocar a todas las tribus de los reinos del norte’, afirma el Señor. ‘Vendrán, y cada uno pondrá su trono a la entrada misma de Jerusalén; vendrán contra todos los muros que la rodean, y contra todas las ciudades de Judá. Yo dictaré sentencia contra mi pueblo, por toda su maldad, porque me han abandonado; han quemado incienso a otros dioses, y han adorado las obras de sus manos’” (Jeremías 1:14-16, Nueva Versión Internacional).

A la vez que hacía estas advertencias, Jeremías les recordaba a los habitantes de Judea la gran misericordia que Dios les mostraría si respondían con sincera humildad y arrepentimiento (Jeremías 3:12; 22:4; 31:20). En efecto, Dios realmente se interesaba por el pueblo de Judea y quería que renunciara a su conducta rebelde y profana.

Y sin embargo, ¿qué ocurre hoy? ¿Acaso Dios ha cambiado e ignora los innumerables pecados que cometen las personas de nuestra época? ¡La respuesta bíblica es un rotundo no! Dios nunca ha cambiado en cuanto a aborrecer toda iniquidad (Malaquías 3:6; Proverbios 6:16-19).

La urgente necesidad de volverse a Dios

Actualmente hay una apremiante necesidad de que todas las naciones se vuelvan a Dios con profundo respeto y obediencia. Esto es particularmente crucial para la gente de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y las naciones del noroeste de Europa. ¿Por qué? Porque son los descendientes modernos del antiguo Israel. (Para obtener más información sobre este importante tema, lea nuestro folleto gratuito Los Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía bíblica). Una porción significativa de la profecía bíblica de los últimos tiempos está dirigida a ellos.

Además, volverse a Dios es especialmente esencial para los Estados Unidos pues, a diferencia de cualquier otra nación, tuvieron una formación singular basada en la Biblia. Los fundadores del país, que en general eran muy religiosos, reconocieron el enorme valor de las leyes de Dios escritas en la Biblia y buscaron su guía y bendiciones en sus decisiones constitucionales.

El profesor de la Escuela de Asuntos Públicos de la Universidad Americana [Washington D. C., EE. UU.], Daniel Dreisbach, dijo en un discurso el 19 de mayo de 2017: “Los padres fundadores leían la Biblia. La profusión de citas y alusiones a pasajes bíblicos familiares y difíciles evidencian que conocían bien la Biblia. El lenguaje y los temas bíblicos enriquecieron ampliamente su retórica; las frases y el estilo de la Biblia, especialmente de la versión King James, eran evidentes en sus escritos y discursos. Las ideas de la Biblia moldearon sus hábitos mentales y orientaron sus actividades políticas”.

La Declaración de Independencia fue firmada por 56 delegados al Congreso Continental el 4 de julio de 1776 en Filadelfia, Pensilvania. El preámbulo de este famoso documento expresa cómo los fundadores comprendían que el Dios Eterno creó al ser humano concediéndole derechos esenciales, y afirma:

“Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” (énfasis nuestro en todo el artículo). La Declaración señala que los firmantes estaban “apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones,” y concluye diciendo: “. . . con una firme confianza en la Protección de la Divina Providencia, comprometemos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor”.

Para determinar los principios del nuevo gobierno estadounidense, la Convención Constitucional se llevó a cabo del 14 de mayo al 17 de septiembre de 1787 en Filadelfia. Uno de los más famosos de sus 55 delegados, Benjamín Franklin, dijo: “He vivido, señor, mucho tiempo, y cuanto más vivo, más pruebas contundentes veo de esta verdad: que Dios gobierna en los asuntos de los hombres. Y si un gorrión no puede caer al suelo sin que él sepa, ¿acaso puede un imperio surgir sin su ayuda?”

No hay duda de que la Biblia y los principios cristianos influyeron en las vidas y hechos de los ancestros de Estados Unidos. Por ejemplo, el primer presidente de la nación, George Washington, dijo: “Es imposible gobernar el universo sin la ayuda de un Ser Supremo”. También dijo: “Para el carácter distinguido del patriota, debiera ser su más grande satisfacción agregar el carácter aún más distinguido del cristiano”. John Adams, el segundo presidente de la nación, declaró: “Los principios generales . . . del cristianismo son tan eternos e inmutables como la existencia y los atributos de Dios”. El gobernador de Virginia y famoso patriota Patrick Henry escribió: “El valor de la Biblia es mayor que el de todos los demás libros que se hayan impreso”.

El conocimiento de la Biblia ha disminuido

Asimismo, muchos expresidentes de Estados Unidos manifestaron su firme apoyo a las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, el decimosexto presidente, Abraham Lincoln, escribió: “Con respecto a este Gran Libro, debo decir que es el mejor regalo que Dios le ha dado al hombre. Todo lo que el buen Salvador le dio al mundo lo comunicó a través de este Libro”.

Franklin Roosevelt, el trigésimo segundo presidente, escribió: “No podemos hablar de la historia de nuestro ascenso y progreso como nación sin considerar el lugar que la Biblia ha ocupado en moldear el desarrollo de la República. Cada vez que hemos sido más sinceros y consecuentes en obedecer sus preceptos, hemos alcanzado el grado más alto de satisfacción y prosperidad”.

Ronald Reagan, el cuadragésimo presidente, declaró: “Dentro de las páginas de la Biblia se encuentran todas las respuestas a todos los problemas que el hombre ha conocido. Creo firmemente que los valores perdurables que hay en sus páginas tienen un gran significado para cada uno de nosotros y para nuestra nación”.

Debido al espíritu previsor de los líderes estadounidenses y al deseo de sus ciudadanos de honrar a Dios y observar sus leyes, él los bendijo con gran libertad, seguridad y prosperidad material. Qué trágico, entonces, ver lo que ha sucedido en los Estados Unidos, especialmente durante las últimas décadas. Lamentablemente, el cristianismo mismo y el conocimiento bíblico en particular se han desmoronado hasta el punto de que un número sustancial de cristianos hoy en día son analfabetos bíblicos.

Lifeway Research, de Nashville, Tennessee, que dirige proyectos de investigación sobre la fe y la cultura, entrevistó a 1000 estadounidenses sobre sus opiniones acerca de la Biblia. Un artículo del editor de religión Bob Smietana, del 25 de abril de 2017, explicó los hallazgos:

“Más de la mitad de los estadounidenses poco o nada han leído la Biblia. Menos de una cuarta parte de los que alguna vez la han leído tienen un plan regular para leer las Escrituras cristianas cada día. Y un tercio de los estadounidenses nunca lo hacen por iniciativa propia . . .

“La mayoría de los estadounidenses no conocen de primera mano el tema central de la Biblia, porque rara vez la leen”, dijo [el director ejecutivo de LifeWay, Scott] McConnell. “Incluso entre los que asisten a los servicios de culto, menos de la mitad leen la Biblia diariamente. La única forma en que la mayoría de los estadounidenses escuchan de la Biblia es cuando alguien más la está leyendo”.

Además, un informe del 17 de octubre de 2019 del Centro de Investigación Pew titulado “In U.S., Decline of Christianity Continues at Rapid Pace” (En los EE. UU., la decadencia del cristianismo avanza a un ritmo acelerado) afirma que, según “encuestas telefónicas realizadas en 2018 y 2019, 65 % de los adultos estadounidenses se describieron a sí mismos como cristianos cuando les preguntaron sobre su religión, un descenso de 12 puntos porcentuales durante la última década. Por otro lado, la proporción de la población sin afiliación religiosa, compuesta por personas que se definen a sí mismas como ateas, agnósticas o ‘nada en particular’, ahora es de 26 % frente al 17 % en 2009”.

El abandono de los valores perfectos expresados en la Palabra de Dios ha causado resultados lamentables. Considere, por ejemplo, cómo ha sido deshonrada la sagrada relación matrimonial debido al divorcio generalizado. Además, la nación ha experimentado una aguda perversión e inmoralidad sexual, así como la execrable matanza de decenas de millones de bebés por medio del aborto. Estos y muchos otros males han hecho que el nombre Estados Unidos esté en peligro y al borde de ser considerado por otras naciones como sinónimo de anarquía.

Como advirtió John Winthrop, el primer gobernador de la colonia de la bahía de Massachusetts en Nueva Inglaterra: “Por tanto, debemos tener presente que somos como una ciudad sobre una colina. Los ojos de todas las personas están sobre nosotros, de modo que si no somos fieles a Dios en esta obra que hemos emprendido, y en consecuencia él nos quita su apoyo, nos convertiremos en una vergüenza para todo el mundo”.

Las advertencias de Dios hoy a través de su verdadera Iglesia

Tal como casi nadie escuchó a los antiguos profetas de Dios, la mayoría de la gente hoy en día no prestará atención a las enseñanzas que él imparte a través de su verdadera Iglesia (Mateo 24:14; 28:19-20). El profeta Isaías describió la conducta corrupta tanto del pueblo del antiguo Israel como de sus descendientes contemporáneos cuando escribió: “Porque este pueblo es rebelde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley del Eterno; que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras; dejad el camino, apartaos de la senda, quitad de nuestra presencia al Santo de Israel” (Isaías 30:9-11).

Semejante insolencia acarrea la rápida pérdida del favor y la protección divina de Dios. De manera similar a lo que sucedió con las antiguas naciones de Israel y Judá, si persisten en su obstinación, las naciones modernas finalmente experimentarán una estruendosa caída como resultado de su descarado desprecio hacia Dios y sus mandamientos. Este castigo tendrá lugar durante el tiempo descrito como “la angustia de Jacob”, cuando serán atacadas, saqueadas y derrotadas por enemigos (Jeremías 30:5-7).

Para evitar este trágico resultado, la gente debe escuchar y responder a las continuas advertencias de Dios sobre arrepentirse y cambiar expresadas por su Iglesia, que proclama su Palabra a través de esta revista, muchas otras publicaciones, la televisión y el Internet. La Iglesia tiene la misma responsabilidad que Dios le dio a su fiel profeta Isaías: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado” (Isaías 58:1).

Actualmente Dios no solo habla a través de las Sagradas Escrituras, sino que también permite lo que podrían denominarse “alarmas” para alertar a las personas sobre los desastres que sufrirán si deciden no escuchar y cambiar.

Las siguientes son algunas de las principales y ensordecedoras alarmas que han llamado la atención de los estadounidenses en los últimos años:

• Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra el Centro de Comercio Mundial en Nueva York y el Pentágono en Washington D. C., donde murieron casi 3000 personas.

• La crisis financiera mundial de 2008, que fue hasta ese momento el peor desastre económico desde la Gran Depresión de la década de 1930.

• La pandemia de coronavirus de 2020, que ha tenido un gran impacto en la salud física y emocional de las personas, así como en la economía del mundo entero.

• Los disturbios y protestas en 2020 que, según cálculos de la industria de seguros, podrían provocar daños por un total de miles de millones de dólares.

¿Puede usted oír la advertencia de Dios?

¿Habrá más advertencias severas para sacar a la gente de su estado de indiferencia y pecado? Por ejemplo, ¿podría haber todavía otra depresión económica de gran magnitud? ¿Qué tal un ataque masivo a la red eléctrica de la nación? ¿O un gran ciberataque a los sistemas informáticos empresariales, gubernamentales y militares? ¿Quizás una gran sequía que reduciría gravemente la producción de cultivos y carne, lo que provocaría una escasez generalizada de alimentos? ¿O un gran terremoto o algún otro desastre natural de enormes proporciones?

Lamentablemente, dado que muchas personas hoy en día no tienen interés en conocer a Dios o aprender de su divina Palabra, no se percatarán ni de estas ni de otras señales de peligro que podrían surgir en un futuro próximo (Mateo 24:37-39).

Finalmente, cuando Jeremías preguntó “¿A quiénes hablaré y advertiré?”, esperaba sinceramente que sus conciudadanos escucharan su mensaje y se volvieran a Dios con sincero arrepentimiento (Jeremías 9:12, 20). De manera similar, mientras la Iglesia de Dios predica el evangelio de su reino venidero como testimonio y advierte a la gente de las consecuencias de sus pecados, nosotros igualmente esperamos y oramos que la gente responda positivamente a las constantes amonestaciones de Dios. Sin embargo, así como la mayoría de la gente no escuchó a Jeremías en su época, la mayoría se negará a escuchar y a arrepentirse ahora.

Y usted, ¿escuchará y tomará en cuenta la advertencia de Dios? BN