¿La Biblia promueve el racismo?
Cuando investigamos lo que la Biblia dice en realidad, el mensaje claro de principio a fin es que Dios ama a todos y no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Parte del pensamiento cultural en los tiempos de la Iglesia del Nuevo Testamento era la idea falsa de que Dios favorecía a los judíos más que a las otras naciones o razas. Por esta razón hay numerosas declaraciones en el Nuevo Testamento que disipan la noción de que la etnia o nacionalidad de alguien impacta su salvación. Pedro fue especialmente comisionado por Dios a enseñar la verdad de que “Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35). El apóstol Pablo también se enfrentó al racismo en sus escrituras. Quizás su enseñanza más famosa y conmovedora sobre el tema está en Gálatas 3:28, que dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”
A la luz de tales enseñanzas poderosamente inclusivas, ciertamente no hay ninguna base en el Nuevo Testamento para el racismo. Pero ¿qué tal el Antiguo Testamento? A pesar cómo ciertos pasajes han sido malinterpretados y abusados, no hay ninguna escritura en el Antiguo Testamento que promueva el racismo. De hecho, encontramos que Dios siempre ha considerado a la gente bajo una norma solamente: si le aman y obedecen. Esto fue repetido en Hechos 10:34-35 arriba, pero es algo que se encuentra bien atrás en los Diez Mandamientos, donde Dios mismo dice: “…yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5-6).
Incluso desde la primera interacción entre Dios e Israel, particularmente la Pascua justo antes del Éxodo, Dios incluyó una provisión para que los no-israelitas pudieran ser parte de su pueblo si ellos obedecían su ley (Éxodo 12:48-49). En el antiguo Israel, Dios hizo docenas de provisiones en la ley para proteger, cuidar y respetar a los extranjeros viviendo en la tierra, y permitirles participar en la adoración a él en el Tabernáculo (Éxodo 20:10, Éxodo 22:21, Levítico 19:10, Levítico 19:33-32, Levítico 24:22, Levítico 25:6, Números 15:15, ¡y muchas más!).
Hay numerosas ocasiones en la Biblia donde Dios pronunció juicio y castigo sobre una nación o grupo de gente; sin embargo, esto siempre fue basado en sus acciones, no su raza. En Jeremías 18:7-10, Dios explica que su bendición o maldición sobre una nación depende enteramente sobre si le obedecen, y que cualquier nación arrepentida recibe misericordia. Esa misma piedad y justicia se extiende a nivel individual también. Considere lo que dice Ezequiel 18:4-9: “He aquí que todas las almas son mías…el alma que pecare, esa morirá. Y el hombre que fuere justo, e hiciere según el derecho y la justicia…éste vivirá, dice el Eterno el Señor.”
Desde el inicio en la Biblia, Dios ha mostrado consistentemente gracia, piedad y favor a cualquiera dispuesto a arrepentirse y obedecerle sin importar su etnia. Ha habido intentos de interponer el tema de raza a historias como la de Cam y Caín, pero carecen de toda base. Dichas interpretaciones entran en directo conflicto con las Escrituras. Tales reclamos demuestran una ignorancia del amor de Dios para toda la humanidad y su deseo de honrarnos como sus hijos e hijas para la eternidad. El amor de Dios para toda raza de gente se resume bien en Apocalipsis 7:9: “…una gran multitud…de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero…”