El poder confortador de Dios: ¿Qué significa que el Espíritu Santo de Dios es nuestro consolador?

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El poder confortador de Dios

¿Qué significa que el Espíritu Santo de Dios es nuestro consolador?

En su ascensión, Jesús regresó a su Padre marcando la finalización de su obra aquí en la tierra. La última visión de los seguidores de Jesucristo en ese momento no fue la de un Cristo crucificado y angustiado, sino más bien la de un amado hermano mayor con las manos levantadas para bendecir a sus seguidores.

En su partida de esta tierra, Jesús “los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo;  y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios.” (Lucas 24:50-53).

¡Qué acto final tan hermoso, amoroso y reconfortante de nuestro Salvador!

¿Por qué regresaron sus seguidores a Jerusalén? Regresaron con gran expectación para esperar un regalo del Padre que Jesús mismo les había prometido que les sería entregado. Jesús les había dicho: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (Lucas 24:49).

Debían esperar en Jerusalén para ser revestidos por el poder del Espíritu Santo.

Jesús es un Rey ascendido que todavía se complace levantando sus manos para bendecir a los suyos.

Dios sigue revistiendo hoy a sus hijos con el Espíritu Santo, mediante del arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Entonces, mientras su pueblo enfrenta la ausencia de su presencia física, disfruta de la guía reconfortante y del fortalecimiento espiritual de su presencia que habita en ellos a través del Espíritu Santo.

Jesús nos dio la esperanza de que su Padre nos “dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:16-18).

La verdad central del Espíritu Santo se encuentra en esa frase: "No los dejaré huérfanos". En otras palabras, Jesús está diciendo: No piensen ni por un momento que cuando me vaya van a estar solos. Por favor, no permitan que el miedo se apodere de sus corazones. Debo dejarlos, pero no los dejaré huérfanos. Yo los proveeré.

Sorprendentemente, Jesús incluso llegó a decir que incluso les beneficiaba que los dejara. “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:5-7).

¿Cómo pudo Jesús hacer tal declaración?

Fue en el entendido de que la vida cristiana no debe estar marcada por la derrota a manos del miedo y la soledad. No se supone que vivamos continuamente con ansiedad y preocupación.

El sacrificio de Jesús y su resurrección cambiaron la postura del cristiano al abordar las luchas de esta vida física.

No hay duda de que sufriremos golpes en esta vida; sin embargo, debemos entender que Dios, a través de Jesucristo, ha obtenido la victoria y nos ha abierto la posibilidad de ser parte -en el Espíritu- de esa misma victoria.

La palabra griega traducida como "consolador" es parakletos. Cuando se traduce como "consolador" o "confortador", se refiere al Espíritu Santo. Sin embargo, hay un único pasaje donde se traduce como "abogado", al referirse a Jesús como nuestro intercesor ante el Padre. La forma verbal de esta palabra es para-kaleo, traducida en la versión King James del Nuevo Testamento (o Reina Valera, en español) de varias maneras, como "suplicar", "consolar", "desear", "exhortar", "suplicar" y "orar". Una tercera forma de la palabra, paraklesis, es un sustantivo que se traduce como "consolación", "exhortación", "consuelo" o "ruego".

Parakletos significa literalmente uno "llamado a su lado" o "en ayuda de uno" (Diccionario Expositivo Completo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento de Vine, 1985, "Consuelo, Consolador, Desconfortante").

Entonces, aunque el miedo y la desesperación siempre estarán presentes en nuestras vidas físicas como hijos de Dios, estos sentimientos nunca reinarán. Por la misma virtud de nuestra unión con Jesucristo a través del Espíritu Santo, podemos librar la guerra contra esos sentimientos que están decididos a destruirnos. Por tanto, abordamos las luchas de nuestra vida desde el punto de vista de la victoria que Jesucristo ya ha logrado. ¡Ese mismo Espíritu victorioso está disponible para nosotros!

Cuando leemos lo que ocurrió a los discípulos, parece que se consumieron con la idea de la inminente pérdida de su amigo y maestro. El dolor había llenado sus corazones y había desplazado cualquier otra consideración.

Los discípulos iban a tener que encontrar y vivir en la plenitud de este poder que Jesús estaba proporcionando a través del Padre. Así ha sido en todas las generaciones de la Iglesia. Es igualmente vital que el pueblo de Dios de hoy aprenda a vivir en la plenitud del Espíritu Santo.

¿Ha estado pensando en rendirse, detenerse o retroceder?

Recuerde, el mismo poder de lo alto que abrió los ojos de los ciegos, destapó los oídos de los sordos y enderezó las piernas lisiadas de los cojos, está disponible para usted. ¡Es incluso el mismo poder que usó Jesucristo para resucitar a Lázaro, un amigo!

Entonces, ¿cree que alguna angustia es demasiado grande para que el omnipotente poder de Dios le de consuelo a su vida?

¡No deje pasar la revelación de Dios a su pueblo, derramando su Espíritu Santo tras la frágil naturaleza de su viaje aquí en la Tierra!

 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (2 Corintios 1:3-5).

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