¿Qué es fe?
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
¿Ve usted muchos ejemplos de fe en el mundo que le rodea? La sociedad en que vivimos está prácticamente desprovista de fe. La mayoría de las personas no saben mucho acerca de Dios debido a que no leen la Biblia.
Muchos ni siquiera están seguros de la existencia de Dios. Otros, aunque creen en Dios, no saben lo que él enseña, lo que ha prometido ni lo que exige de los seres humanos. Estas cosas no deben sorprendernos porque, al fin y al cabo, es imposible que la gente tenga fe en un Dios que no conoce.
Y ¿qué sucede con usted? ¿Sabe realmente lo que Dios puede hacer y lo que hará por usted? ¿Ha reflexionado acerca de ello?
Dios nos dice que, efectivamente, podemos llegar a conocerlo e ir cultivando una relación personal con él. Podemos saber lo que tiene planeado para nosotros y nuestras familias en esta vida y en el futuro. Por medio de uno de sus siervos Dios nos dice: “. . . la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Timoteo 4:8). Podemos estar seguros de que él quiere buenas cosas para nosotros.
No sólo podemos creer en Dios sino, más aún, podemos llegar a conocerlo y a creer lo que dice. Entre estos conceptos existe una gran diferencia. Hay millones de personas que creen en Dios; suponen que existe, aunque probablemente no lo tienen muy en cuenta. Por lo tanto, Dios no es muy real para ellas, y esto afecta lo que piensan y hacen.
Por otra parte, creerle a Dios es tener fe en que él hará por nosotros todo lo que nos ha prometido. Él espera que actuemos conforme a esa creencia. Nos exige que tengamos una confianza viva en su existencia, su poder y sus promesas.
La fe no es un ingrediente mágico; no obstante, nos conduce a una actitud de verdadera confianza en Dios. La fe nos da la seguridad de que Dios tiene el poder y la voluntad de obrar en nuestra vida. A medida que se fortalece, la fe deja de ser únicamente una convicción intelectual, para convertirse en un compromiso y un modo de vivir; no solamente creemos que Dios se preocupa por nosotros, sino que nosotros deseamos hacer su voluntad. Podemos estar seguros de que la voluntad de Dios no es que llevemos una vida frívola o improductiva; su deseo es que nos conduzcamos conforme a “la piedad [que] para todo aprovecha” (1 Timoteo 4:8).
Con respecto a la fe viva, en la Biblia se nos asegura que “el justo por la fe vivirá” y que “por fe andamos, no por vista” (Romanos 1:17; 2 Corintios 5:7). Esto sólo puede ocurrir cuando verdaderamente nos arrepentimos de nuestros pecados y comenzamos a conducir nuestra vida conforme a la voluntad de Dios (Mateo 7:21-27; Lucas 6:46-49). En otras palabras, los que son guiados por el Espíritu de Dios permanecen en las enseñanzas de Jesucristo, actúan de acuerdo con la palabra de Dios y así vienen a ser los verdaderos “creyentes” (Juan 8:31; Romanos 8:14; 1 Tesalonicenses 2:13).
Dios tiene una buena razón para llamarlos creyentes. En el Nuevo Testamento, el sustantivo griego pistis, que es traducido como “fe”, está estrechamente ligado con el verbo pisteuo, que significa “creer” (ver el recuadro de la página 6: “El significado de la palabra fe”). Sin embargo, el concepto bíblico es mucho más amplio de lo que suelen sugerir las palabras fe y creer.
Cómo definir lo que es fe
Aun en la actualidad, creer en alguien, en algo o en una causa es tener fe en esa persona, cosa o idea; significa creer que es verdadera y justa y que merece el apoyo y la participación de uno. De igual manera, la Biblia define que tener fe es creer absolutamente en alguien (Dios), creer y actuar conforme a la verdad de su Palabra (la Biblia) y vivir para la causa más grande de todas: el arrepentimiento y la salvación de todo ser humano (Hechos 2:38; Hechos 17:30; 2 Pedro 3:9; 1 Timoteo 2:4; Marcos 1:14-15).
Tener fe es creer. Pero no cometamos el antiguo error de pensar que si creemos en Dios —esto es, si creemos que él existe— entonces tenemos fe. Hay muchas personas que mantienen este concepto erróneo. Dicen que creen en Dios; por tanto, piensan que tienen fe.
Desde luego, es necesario creer en Dios, pero eso no es más que el primer paso. Como dijo uno de los apóstoles: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios [los ángeles caídos] creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). Si sólo creemos, no nos diferenciamos mucho en ese aspecto de los demonios.
Si queremos tener una relación íntima y dinámica con Dios, nuestro modelo de fe debe ser Jesucristo. Su vida es el ejemplo perfecto de la fe. Jesús mostró en todo momento una fe viva y alentó a otros no sólo a creer en Dios, sino también a creerle a Dios, es decir, creer lo que él dice y vivir de acuerdo con esta convicción.
Cuando Jesús supo que su amigo Lázaro había muerto, le dijo a su hermana Marta: “Tu hermano resucitará” (Juan 11:23). Ella respondió que sabía que él viviría nuevamente “en la resurrección, en el día postrero” (v. 24).
La respuesta de Marta demostró que no sólo creía en Dios, sino que creía también lo que él había prometido en las Sagradas Escrituras. Su fe era mucho más que un reconocimiento académico de la existencia de Dios. Ella creía la promesa de Dios de resucitar a los muertos.
Jesús le dijo entonces: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (vv. 25-26). Poco después de que Marta reafirmó su fe, Jesús llamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!”, y éste salió de la tumba (vv. 27-44).
Este episodio en la vida de Marta es un hermoso ejemplo de la fe viviente, la clase de fe que Dios espera que tengamos a fin de poder darnos la vida eterna en su reino. La fe viva y activa es la confianza absoluta de que Dios puede intervenir en nuestra vida y que de hecho lo hará. Nosotros podemos tener esta clase de fe. ¡También podemos creerle a Dios! Si lo hacemos, él estará siempre con nosotros.
En esta sociedad cínica y escéptica es muy difícil encontrar una fe genuina, activa y firme en el Dios de la Biblia. Pero esa fe, junto con las bendiciones que nos trae cuando la vivimos, está disponible para quienes realmente le creen a Dios.
La fe es una convicción absoluta
En lo que se conoce como “el capítulo de la fe”, se nos dice: “Es, pues, la fe la certeza [el conocimiento seguro, claro y evidente] de lo que se espera, la convicción [el convencimiento pleno, absoluto] de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe es nuestra seguridad de que existen cosas que aún no podemos ver.
En todo este capítulo se habla acerca de hombres y mujeres reales que fueron ejemplos de lo que es tener fe. Ellos le creyeron a Dios al grado de arriesgar sus vidas, confiados en que él los salvaría o los resucitaría a la vida eterna en su reino. Ellos creyeron, y su fe les dio la seguridad para seguir adelante.
La fe verdadera no es una ilusión ni es el simple deseo de que todo salga bien. Es una convicción absoluta de que Dios está profundamente interesado en nosotros y que siempre nos dará lo que más nos convenga.
Cada uno de nosotros puede tener esta clase de fe. De hecho, es necesario tenerla si queremos honrar y amar a nuestro Creador, pues “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (v. 6).
Este versículo explica dos aspectos de la fe. El primero es que debemos creer que Dios existe, que él es el único ser perfectamente justo y que todo lo puede. Esto es algo que podemos comprender por medio de la magnificente creación física que nos rodea (Romanos 1:20). Luego debemos creer que Dios finalmente recompensará a quienes con toda humildad lo buscan y le obedecen.
¿Por qué muchos carecen de fe?
Muchas personas no tienen la fe de que se nos habla en la Biblia debido a que no creen ni ponen en práctica lo que Jesús enseñó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). La mayoría ni siquiera puede nombrar los Diez Mandamientos. Algunos suponen que Jesús obedeció esos preceptos por nosotros, de manera que ya no tenemos que obedecerlos. Otros creen que lo que hagamos no importa, siempre y cuando sintamos “amor” por los demás.
Existen muchos conceptos equivocados sobre el mensaje de Jesucristo, el evangelio. Nuestro Salvador, quien vino a predicar el evangelio del Reino de Dios, nos dice: “¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Marcos 1:15, Nueva Versión Internacional). No obstante, muchísimas personas no han entendido nunca el verdadero evangelio que Jesús predicó, y los conceptos erróneos producen una fe defectuosa.
Ya que la fe tiene que ver con buscar activamente a Dios (Hebreos 11:6), debemos basar nuestra fe en un conocimiento correcto de las Escrituras. (Si le interesa saber más acerca del verdadero mensaje que Jesús enseñó, nos es grato ofrecerle, sin costo alguno para usted, el folleto El evangelio del Reino de Dios.)
Cambiar nuestra forma de vivir para someternos a Dios —lo que en la Biblia se llama arrepentirse— se basa en la convicción de que Dios intervendrá en nuestra vida y, finalmente, nos dará la vida eterna. Para poder recibir la salvación es necesario tener fe, y eso implica tanto conocimiento como acción. En resumidas cuentas, Dios no va a darle la salvación a alguien que no le cree ni le obedece, pues tal persona sólo se amargaría la vida eternamente a sí misma y también a los demás. Por lo tanto, si no tenemos fe verdadera, tampoco tenemos esperanza.
La fe incluye humildad
Tener fe es comprender la grandeza de Dios en comparación con nuestra insignificancia. Esta clase de fe raramente se encuentra en nuestro mundo lleno de orgullo y vanidad. Pero llegar a comprender que Dios tiene poder infinito y que nosotros necesitamos desesperadamente su ayuda, es de hecho muy reconfortante.
Los antiguos griegos creían (tenían “fe”) que Atlas, uno de sus dioses, sostenía el mundo en los hombros. Si nosotros nos rehusamos a tener una fe viva en Dios al no someternos a su voluntad, estamos siendo Átlases al tratar de llevar en los hombros nuestro propio mundo; este es un esfuerzo agobiante e inútil. Esa actitud finalmente conduce a la frustración, la tristeza y el sufrimiento porque, por nosotros mismos, no sabemos cómo llevar una vida feliz y productiva, ni somos capaces de encontrar el camino que nos conduzca a la vida eterna (Jeremías 10:23; Proverbios 14:12).
Por otra parte, tener fe es saber con absoluta certeza que el mismo Dios que mantiene a nuestro planeta en su órbita también quiere guiar nuestro mundo personal. Tal fe nos proporciona confianza y gran paz mental, así como la firme esperanza en un futuro brillante y eterno.
La fe, las obras y la gracia
No es suficiente con decir sencillamente: “Yo creo”, sin hacer los cambios necesarios en nuestro modo de vivir. El simple reconocimiento de la existencia de Dios no produce una relación correcta con él. Como ya vimos antes, incluso los demonios “creen” (Santiago 2:19). Lo que Jesús nos manda es que nos arrepintamos (Marcos 1:15; Hechos 17:30). (Para una exposición más completa de lo que es el arrepentimiento, no deje de solicitarnos el folleto gratuito El camino hacia la vida eterna.)
El arrepentimiento no es algo que sucede así no más. Exige esfuerzo y compromiso. La verdadera fe tiene que ser alimentada, nutrida y cultivada espiritualmente. Jesús nos advierte el peligro de la fe falsa, la que es inmadura e incompleta: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
Pero ¿qué de esta afirmación del apóstol Pablo: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8)? ¿Acaso Pablo predicó una fe en la que no es necesario obedecer?
Desde luego que no. Este versículo nos muestra que la gracia de Dios —su favor inmerecido— es una dádiva. Sencillamente es un error suponer que, debido a que la gracia es una dádiva, no necesitamos demostrar, por la forma en que nos conducimos, nuestra actitud de arrepentimiento y nuestra fe (Santiago 2:14-26). La realidad es que nuestra salvación viene por medio de esa dádiva de su gracia y de la fe, la cual Dios mismo nos ayuda a ir cultivando a lo largo de nuestra vida. Debemos tener una fe viva, no una fe vacía e inactiva.
En la Biblia claramente se nos dice que la salvación se obtiene por la gracia de Dios, no por medio de buenas obras, “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9). Pero somos salvos por gracia por medio de la fe (v. 8). El peligro es que nuestra fe puede morir si descuidamos nuestra salvación al no vivir en obediencia a Dios (Hebreos 2:1-3). Por eso el apóstol Pablo escribió: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27).
Las obras que hagamos no nos hacen merecedores de la salvación. Pero en la carta de Santiago claramente se nos dice que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:17, Santiago 2:20, Santiago 2:26); en otras palabras, es completamente inútil. (Ver el recuadro de la página10: “La carta de Santiago: ¿Una ‘epístola de paja’?”)
Este fiel siervo de Dios y medio hermano de Jesús escribió: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:21-22). Luego, en el versículo 25 leemos que quien “mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”.
La fe verdadera exige mucho más que palabras. Requiere un compromiso férreo y la prueba de tal compromiso. En forma retórica, Santiago pregunta: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14). Claramente nos muestra que las puras palabras de nada sirven cuando alguien necesita comida o vestido (vv. 15-17). Luego, en los versículos 21-22 menciona la fidelidad de Abraham, cuya fe “se perfeccionó por las obras”.
Cuando correspondemos al amor de Cristo obedeciendo sus mandamientos (Juan 14:12-15), nuestra fe cobra vida y viene a ser dinámica. No nos equivoquemos: No seremos salvos por gracia por medio de una fe muerta.
La fe viva entre los incrédulos
Después de que Jesús resucitó, uno de sus discípulos dijo que no creería que había vuelto a la vida hasta que viera las señales de los clavos en sus manos y metiera la mano en su costado donde había penetrado la lanza. Tomás buscaba pruebas visibles, tangibles, de que su Maestro había resucitado. Más tarde, Jesús le proporcionó esas pruebas y así le demostró que Dios y su plan de salvación eran una realidad, y lo exhortó a que no fuera incrédulo (Juan 20:24-29).
Aunque Tomás había sido testigo de muchos de los milagros de Jesús, aún dudaba de la resurrección. A pesar de que sus compañeros le aseguraron que lo habían visto cara a cara, se rehusó a creerles; sencillamente no podía creer que su Señor había resucitado de entre los muertos como él mismo lo había predicho. ¿No estaremos nosotros como Tomás, dudando de la veracidad del testimonio de muchos testigos que vieron a Jesús resucitado? ¿Creeremos y confiaremos en Dios y sus promesas? Lamentablemente, nos resulta difícil tener una fe viva; en cambio, dudar es muy fácil (Santiago 1:6-8).
La sociedad en que vivimos pareciera que fuera diseñada para minar la fe. Gran parte de los sistemas educativos, los medios publicitarios y los espectáculos que divierten a las masas es mundana y perversa, y aleja a las personas de los principios morales de la Biblia. A lo largo de la historia hemos sido atraídos hacia lo material, y al mismo tiempo nos hemos olvidado de Dios. Todo —la ciencia, la filosofía, la historia— se reduce al plano físico. El resultado es previsible y obvio: Muy pocos saben lo que Dios espera de nosotros, y menos aún son los que confían en él para que guíe sus vidas. ¿Acaso no hay fe ni esperanza espiritual para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos?
A pesar de que tener una fe viva es muy difícil en esta época de dudas y materialismo, en la Biblia se nos asegura que algunos poseerán este maravilloso atributo al final de esta era (Apocalipsis 14:12), cuando Jesucristo regresará como Rey de reyes y Señor de señores. El hecho de que algo sea difícil de lograr no quiere decir que sea imposible, especialmente cuando se cuenta con la ayuda de Dios.
La fe verdadera no sólo es posible, sino que está a nuestro alcance. El apóstol Pablo dice: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Dios nos dio su Palabra escrita —la Biblia— para que así pudiéramos tener esperanza y recibir instrucción por medio de los ejemplos de otros (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:6; 2 Timoteo 3:16-17). Cuando leemos en la Biblia algunas de las experiencias por las que pasaron estas personas, encontramos ejemplos prácticos de cómo actúa la fe viva.
En el próximo capítulo analizaremos las vidas de hombres y mujeres quienes, con la ayuda y la motivación de Dios, llegaron a tener una fe viva.