Ejemplos de la fe viva
“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros . . .” (1 Corintios 10:6).
A muchos nos fascinan los relatos de la vida real. Nos gusta escuchar acerca de cómo reaccionan otras personas cuando se enfrentan a situaciones adversas o problemas serios. Esto resulta muy evidente cuando vemos el enorme interés que despiertan los inspiradores relatos de algunas revistas y periódicos. Cuando nos enteramos de cómo otras personas han tenido éxito, nos sentimos motivados para triunfar también.
Sabemos que Dios inspiró las Escrituras “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17). Por eso, debemos estudiar su Palabra regularmente. Ningún otro libro cuenta con tal aprobación divina. En las Escrituras encontramos muchos relatos de triunfo, que han sido escritos para nuestro beneficio. La Biblia nos habla de personas que tuvieron que afrontar grandes desafíos. Aunque vivieron hace muchos siglos, sus historias fueron preservadas como ejemplos perennes para nosotros.
En su primera carta a la iglesia de Corinto, escrita a mediados del primer siglo, el apóstol Pablo habló de algunos de los acontecimientos más importantes que había vivido el pueblo de Israel unos 1.500 años antes (1 Corintios 10:1-10). En el versículo 11 leemos que “estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”.
Los ejemplos que Pablo mencionó no son cuentos de hadas; son historias verídicas y reales. La Biblia no adorna a sus héroes ni disfraza a sus pecadores. Es un relato de personas de verdad, que vivieron experiencias reales, tanto buenas como malas. Todos ellos tuvieron que bregar con debilidades, temores, esperanzas y deseos, al igual que nosotros.
Cuando sabemos que los hombres y mujeres mencionados en la Biblia también tuvieron necesidades o sufrimientos, esto puede infundirnos aliento y esperanza (Romanos 15:4). Podemos aprender de ellos al ver los resultados de sus decisiones.
Analicemos algunos de los ejemplos positivos que hay en las Escrituras, que pueden alentarnos e instruirnos en los caminos de Dios.
Abraham y Sara
Después que Abel, Enoc y Noé habían vivido sus vidas de fe (Hebreos 11:4-7), Dios llamó a Abram (cuyo nombre cambió por el de Abraham; Génesis 17:5). La vida de Abraham y de su esposa Sarai (a quien Dios llamó Sara; v. 15), es digna de reflexión, ya que él vino a ser el “padre de todos los creyentes no circuncidados . . . y padre de la circuncisión . . . que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham . . .” (Romanos 4:11-12). Asimismo, en 1 Pedro 3:6 se menciona a Sara como un gran ejemplo para las esposas. En el capítulo 11 de Hebreos, conocido como “el capítulo de la fe”, encontramos que ambos son considerados como ejemplos de fe.
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-10).
Podemos apreciar la obediencia de Abraham en un relato muy anterior, cuando Dios le dijo que saliera de su tierra para ir a un lugar desconocido: “Y se fue Abram, como el Eterno le dijo . . .” (Génesis 12:4).
Una de las cualidades sobresalientes de Abraham era su confianza absoluta en las promesas de Dios. Aunque Abraham no había tenido hijos, cuando Dios le dijo que engendraría un heredero y que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas del cielo, él le creyó, “y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6).
Igualmente, Sara fue un ejemplo de fe: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11:11).
¿Cuál fue el resultado de la fe que demostraron Abraham y Sara? Aunque ambos eran de edad bastante avanzada y Sara ya no podía concebir (Génesis 18:11), Dios hizo tal como lo había dicho: “Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho” (Génesis 21:1-2). “Por lo cual . . . de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud . . .” (Hebreos 11:12).
Abraham y Sara tuvieron muchas otras pruebas, y en algunas de ellas su fe flaqueó. En dos ocasiones Abraham hizo una declaración engañosa porque temía por su vida, y dijo que Sara era su hermana en lugar de su esposa (Génesis 12:12-13; Génesis 26:7). Cuando a Sara se le dijo que concebiría un hijo, se rió pensando que eso no era posible por la edad de ella y la de su esposo (Génesis 18:9-12).
Abraham y Sara no eran perfectos, pero nos dieron ejemplo de lo que es vivir con fe y confianza en Dios. Ellos trataron de hacer lo que Dios les mandó, al tiempo que con fidelidad esperaban el cumplimiento de sus promesas. Por el hecho de haber vivido obedeciendo a Dios y creyendo firmemente en sus promesas hasta el momento de su muerte, él “no se avergüenza de llamarse Dios de ellos” (Hebreos 11:13-16).
El rey David
Siglos más tarde apareció David, otro hombre de fe. Mucho se ha escrito acerca de él, tanto acerca de su juventud, como de la época posterior cuando llegó a ser el segundo rey de Israel. Su vida, en general, es un ejemplo de fe viva en Dios.
David tenía plena confianza de que Dios lo ayudaría cuando, a pesar de ser muy joven, se enfrentó al gigante Goliat. Cuando Saúl trató de disuadirlo porque aún era muchacho, le respondió: “El Eterno, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (1 Samuel 17:37). Siendo ya adulto, Dios lo llamó “varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22).
Al igual que David, todos tenemos que enfrentarnos a nuestros leones, osos y Goliats; es decir, las adversidades y pruebas que pueden abrumarnos. Así como Dios ayudó y libró a David, también puede hacerlo con nosotros. Dios ciertamente puede intervenir en nuestra vida y ayudarnos, siempre y cuando le obedezcamos y tengamos confianza en él. Dios no cambia (Malaquías 3:6; Hebreos 13:8), de manera que podemos confiar en su poder para ayudarnos.
Tres jóvenes judíos
Quizá en alguna ocasión usted oyó hablar de Sadrac, Mesac y Abed-nego (Daniel 3). Estos tres jóvenes arriesgaron sus vidas cuando decidieron no adorar la estatua de oro que había hecho el rey Nabucodonosor. Hacerlo hubiera sido quebrantar el segundo mandamiento de la ley de Dios (Éxodo 20:4-6), pero por rehusarse ellos a adorar la imagen, serían arrojados vivos dentro de un horno de fuego.
Leamos su inspiradora respuesta al monarca babilonio cuando éste les dio la última oportunidad para arrodillarse ante su estatua: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18).
Ellos prefirieron arriesgar sus vidas antes que violar su compromiso de obedecer a Dios. Sabían que Dios podía librarlos, pero ignoraban si de hecho lo haría en ese momento. Sin importarles lo que sucediera, la firmeza de su fe los hizo poner a Dios primero, un principio en el que Jesús hizo hincapié (Mateo 6:33).
Como una muestra de su poder, Dios intervino y los libró de la muerte. Y aunque permitió que fueran atados y lanzados dentro del horno que había sido calentado más de lo acostumbrado, no sufrieron daño alguno (Daniel 3:25-27). ¡Los tres salieron ilesos del horno!
Aunque nuestras dificultades no lleguen a ser tan graves, a nosotros sí nos pueden parecerlo cuando las tenemos que afrontar. El ejemplo de Sadrac, Mesac y Abed-nego nos recuerda que Dios ciertamente interviene en la vida de los que confían en él (Salmos 37:4-7; Salmos 118:6-8; Proverbios 3:5-6).
Meditemos en estos ejemplos
En los ejemplos que hemos examinado, la obediencia aparece como uno de los frutos principales de la fe. La fe verdadera conduce inevitablemente a la acción. Por eso es que en el pasaje de Santiago 2:14-26 se nos advierte que “la fe sin obras es muerta”. La verdadera fe nos lleva a hacer lo que Dios dice que es bueno y correcto, y a estar dispuestos a aceptar las consecuencias de nuestra decisión.
Los ejemplos y el testimonio de los hombres y mujeres que encontramos en Hebreos 11 nos demuestran que podemos creerle a Dios. Él no miente (Tito 1:2), y, como nuestro Padre amoroso y fiel, se deleita en proveer lo que necesitamos: “Toda buena dádiva y todo don perfecto es de lo alto, y desciende del Padre de las luces, en quien no hay mudanza, ni sombra de variación. Por su voluntad él nos engendró por la Palabra de Verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:17-18, Nueva Reina-Valera).
A quienes se sometan a la voluntad de Dios, él les ha prometido amor, protección y fidelidad (Salmos 33:4; Salmos 37:28; Salmos 97:10; Proverbios 2:8; 2 Tesalonicenses 3:3). Estas promesas son absolutamente seguras.
Algunos podrán pensar que los ejemplos de Hebreos 11 no se aplican a la gente común. Quizá supongan equivocadamente que estas personas eran tan fuertes espiritualmente que les era fácil confiar en Dios. Pero la realidad es que la fe no se adquiere de la noche a la mañana; todos tenemos que ir fortaleciéndola.
Inicialmente, recibimos la fe por medio del Espíritu de Dios, pues es un fruto del Espíritu Santo que Dios nos da cuando nos arrepentimos y somos bautizados (Gálatas 5:22; Hechos 2:38). (Si desea más información acerca de estos temas, no deje de solicitarnos dos folletos gratuitos: Nuestro asombroso potencial humano y El camino hacia la vida eterna.)
Dios empieza el proceso de reconciliarnos con él cuando nos llama (Juan 6:44) y nos guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).
Pero la fe que Dios nos da cuando somos bautizados tiene que ser alimentada y fortalecida. Se nos advierte que no descuidemos nuestra salvación (Hebreos 2:3) ni apaguemos el Espíritu de Dios (1 Tesalonicenses 5:19). Dios espera que tengamos fe, y son nuestras obras (nuestros esfuerzos para hacer la voluntad de Dios) lo que demuestran que la tenemos (Santiago 2:20). Es nuestra responsabilidad hacer que crezca nuestra fe (2 Pedro 3:18).
Desde luego, Dios también desempeña un papel esencial en el fortalecimiento de la fe, porque solos no podemos crear fe ni hacerla crecer. Por eso en la Biblia se nos dice que debemos tener “la fe de Jesucristo” (Gálatas 2:16; Filipenses 3:9). Como hicimos notar en el capítulo anterior, creer en Dios significa mucho más que el simple hecho de reconocer su existencia. La fe es una relación con Dios que madura y se profundiza con el tiempo.
Más ejemplos de la fe verdadera
Hay otros personajes bíblicos no tan conocidos, pero que también mostraron gran fe en Dios. Sus ejemplos son inspiradores y además nos muestran que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34-35). Sin importar cuáles sean las circunstancias, todos podemos tener una fe firme.
En el primero de los cuatro evangelios encontramos varios ejemplos muy claros de fe. Uno de ellos es el caso de un leproso que fue sanado al postrarse ante Jesús y decirle: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mateo 8:2).
Otro caso es cuando Jesús le dijo a un centurión que iría a su casa para sanar a su sirviente. La fe que este oficial romano tenía en el poder de Jesús era tan grande, que sabía que no tenía que estar junto a su sirviente para poder sanarlo. Por lo tanto, le respondió: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará” (v. 8). Jesús quedó tan impresionado con tal fe que dijo a los que lo seguían: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”. Y al centurión le dijo: “Ve, y como creíste, te sea hecho” (vv. 10, 13). El criado fue sanado en ese momento.
Tenemos también el ejemplo de una mujer que padecía de un “flujo de sangre” desde hacía 12 años, quien se acercó a Jesús para ser sanada (Mateo 9:20). Ella creía que todo lo que tenía que hacer era tocar la ropa de Jesús. Al notar su presencia, él le dijo: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado” (v. 22). Esta mujer también fue sanada de inmediato.
Un ejemplo más de fe es el de dos ciegos que vinieron a Jesús para que los sanara. Cuando les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos” (vv. 28-30).
Hay muchos otros ejemplos de personas que fueron sanadas durante el ministerio de Jesús. A pesar de que nuestra sociedad relega a Dios al olvido, no podemos eludir los asuntos de vida o muerte. Aun en el caso de que podamos tener la mejor atención médica, nuestra vida en última instancia está en manos de Dios porque, como dijo el apóstol Pablo, “en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
Aunque a los cristianos se les aconseja llamar a los ancianos de la iglesia cuando se enferman (Santiago 5:14-15), también es prudente buscar la ayuda y el consejo de médicos competentes. No hay nada malo en buscar la atención profesional cuando estamos enfermos. A Lucas, el compañero de viajes de Pablo y autor del evangelio que lleva su nombre y del libro de los Hechos, en Colosenses 4:14 se le menciona como “el médico amado”.
En Mateo 9:12 podemos ver que Jesús mismo reconoció la necesidad que tenemos de los médicos para cuidar de nuestra salud. En el ejemplo que mencionamos anteriormente acerca de la mujer que fue sanada de un flujo de sangre con sólo tocar la ropa de Jesús, otro de los evangelistas agrega que ella “había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43). Jesús no le negó la sanidad ni la condenó por haber acudido a los médicos. Por el contrario, él alabó su fe.
Ciertamente, la resurrección es una promesa segura; sin embargo, debemos recordar que nuestra vida es temporal y nadie puede escapar a la muerte (1 Corintios 15:22; Hebreos 9:27). En comparación, nuestra fe tiene un significado eterno. Por eso Pablo dijo: “Por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7), y: “El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38).
Al final del “capítulo de la fe” leemos que nosotros también podemos participar en ese futuro que Dios ha prometido a todas esas personas cuyas vidas fueron ejemplos sobresalientes de fe: “Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Hebreos 11:39-40). Nosotros podemos llegar a ser “perfeccionados” junto con todas esas personas que tuvieron una fe tan firme. El próximo capítulo podrá ayudarle a entender cómo se llevará esto a cabo.