El privilegio y poder de la oración

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El privilegio y poder de la oración

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“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1).

"¡Danos una llamada de vez en cuando!” ¿Le suena familiar? Quizás lo haya escuchado de sus padres. Ellos desean oír de sus hijos, porque los aman. Dios desea oír de nosotros, sus hijos, por la misma razón: porque nos ama.

¿Qué es la oración? Es hablarle a nuestro Creador y conversar con él. Todos pueden y deben hacerlo. ¡Es impresionante y muy inspirador el hecho de que él escuche nuestras oraciones, esté interesado en ellas y las conteste! La ora­ción es eficaz; en otras palabras, la oración de quienes responden a Dios since­ramente produce resultados.

¡Llame a casa! Dios nunca duerme ni está demasiado ocupado para escu­charnos. Nunca hay mala conexión ni un mal momento; jamás recibirá una señal de ocupado, un correo de voz, ni lo dejarán en espera. Tiene minutos –e incluso horas– ilimitados, por lo tanto, ¡no hay excusas!

El hombre más poderoso de la historia

Si bien Jesucristo fue Dios en la carne (Juan 1:1-5; 14), conocía la importancia de orar a nuestro Padre celestial. La Biblia nos da muchos ejemplos de cuando Jesús oró fervientemente a su Padre, no solo para alabarlo sino también para pedirle ayuda. Jesús claramente sabía que el Dios del cielo era la fuente primordial de éxito en toda labor.

Si Jesús necesitaba la ayuda de su Padre celestial, ¡cuánto más la necesita­mos nosotros! Y tenemos además muchos otros ejemplos: a través de la his­toria, todos los que han formado parte del dedicado pueblo de Dios han sido fieles en cuanto a la oración.

Los discípulos de Dios se percataron desde un principio de la fuente de poder de su Maestro. Ellos le dijeron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). ¿Le gustaría aprender las enseñanzas de Cristo respecto a la oración? Es pro­bable que ya las tenga en su casa: están dispersas a lo largo de toda la Biblia.

Toda persona puede comenzar a orar, incluso antes de haber aprendido lo más básico acerca de la oración. Dios oye y aprecia hasta las plegarias más simples, y Jesús fue muy claro: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; lla­mad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).

Pero Dios desea que nosotros crezcamos en el entendimiento y aplicación de la oración. Tal como sucede al aprender un nuevo pasatiempo, deporte o actividad, la satisfacción y las recompensas aumentan con un mayor conoci­miento y destreza. Por tanto, es invaluable leer y comprender las enseñanzas bíblicas en cuanto a la oración.

En el libro de los Salmos y a lo largo de toda la Biblia podemos encontrar magníficos ejemplos de oraciones que nos entregan mucho entendimiento e inspiración. La práctica diaria naturalmente nos ayuda a mejorar y disfrutar la oración, de lo cual muchos pueden dar testimonio.

Háblele a Dios tal como si fuera su padre

Cuando sus discípulos le dijeron “enséñanos a orar”, Jesús comenzó su lección sobre la oración dándoles un breve bosquejo con algunos de los elementos más importantes que debemos incluir en nuestra oración diaria. Conocida como “el padrenuestro”, la instrucción de Jesús se encuentra en Lucas 11:2-4 y Mateo 6:9-13.

Note que Jesús sugirió que la manera más frecuente en la que debemos referirnos a Dios debe ser: “Padre nuestro que estás en los cielos”. Podemos y debemos relacionarnos con Dios de varias maneras, y estas relaciones son reveladas por títulos como: el Consolador, Creador, Salvador, Padre, y otros que se encuentran en las Escrituras. Pero la relación más importante que podemos tener con él es la de padre e hijo — un Padre amoroso y perfecto.

Todos los seres humanos pueden y deben pensar en Dios como su Padre, ya que él es su Creador, y a medida que su relación con él se torna más estrecha, esa relación de padre e hijo crece hasta alcanzar niveles más profundos e íntimos.

¿Cómo debemos hablarle a Dios, entonces? Él desea que acudamos a su presencia tal como ante un padre amado. Debemos sentirnos confiados, seguros, comprendidos, apreciados y queridos cuando nos presentamos ante él. Cuando hablamos con nuestros padres físicos, no somos repetitivos ni recitamos un guion, no utilizamos un tono meloso, antinatural y monótono, ni un lenguaje arcaico en la creencia de que suena más religioso. Nada de esto es necesario para Dios.

Nuestro Padre celestial aprecia nuestras oraciones cuando son ofrecidas con absoluta honestidad y sinceridad, aunque incluyan quejas respetuosas. Las oraciones en el libro de los Salmos ciertamente muestran una gran honestidad.

Cuando la gente ora con palabras hermosas mientras piensa y actúa de manera contradictoria, aparentemente no se da cuenta de que Dios puede leer la mente. Cuando utilizamos nuestra lengua y “bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres”, nuestra oración es considerada hipocresía (Santiago 3:9-12, 17; vea también Mateo 7:21-23).

Imaginar a Dios es relativamente fácil para aquellos que han tenido o tienen un padre terrenal amoroso y atento. Por el contrario, esto es mucho más difícil (especialmente al comienzo) para alguien cuya experiencia ha sido la de tener un padre frío, poco comunicativo, abusivo o ausente.

Tal persona debe hacer un gran esfuerzo para aprender cómo es un padre ideal y grabar esa imagen en su mente. Algunas de las alentadoras descripciones de Dios como nuestro Padre celestial se encuentran en Mateo 7:9-11, Juan 3:16-17, Santiago 1:5, 17, 1 Juan 4:8-19, Salmos 103, y Lucas 15:11-32 (el padre en la parábola del hijo pródigo).

La importancia de las relaciones humanas en nuestra vida

De todas las criaturas de Dios, los seres humanos tienen el privilegio único y extraordinario de haber sido creados a imagen de él (Génesis 1:26-27). El mayor beneficio de esto es que podemos tener una relación personal con Dios.

A través de su Palabra, Dios destaca una y otra vez la importancia de tener buenas relaciones. De hecho, Jesús dijo que los dos grandes mandamientos son amar a Dios y amar a nuestro prójimo (Mateo 22:35-40).

Desde el momento en que nos creó, Dios ha hecho muchas cosas para iniciar una relación con nosotros. De nosotros depende si queremos responderle y mostrar iniciativa para cultivar esa relación mediante una buena comunicación. Santiago 4:8 nos dice: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Nuestras oraciones nos mantienen conectados a Dios. (Capítulos posteriores de este estudio cubrirán el estudio bíblico, la meditación y el ayuno, y cómo ellos nos ayudan a acercarnos a Dios y a permanecer cerca de él).

Jesús les dijo a sus discípulos: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15). Aquí, Jesús explicó un factor crucial en una verdadera amistad — el valor de una comunicación continua, abierta y sincera. Un verdadero amigo es alguien con quien usted habla abierta y regularmente.

Dios es el Gran Comunicador y, como tal, él registra en la Biblia su revelación de todo lo que necesitamos saber acerca de su plan para nuestras vidas. Su Palabra nos entrega su visión del mundo y es el marco de referencia para tener una verdadera perspectiva de la vida pasada, presente y futura. Además, él se comunica con nosotros y nos guía de diversas maneras: por medio de su Espíritu Santo, su Iglesia, otros individuos, y circunstancias y experiencias que él establece.

Pero una buena relación depende de una comunicación de ambas partesun diálogo. La oración y el estudio de la Biblia van de la mano, junto con la meditación y la introspección en cuanto a cómo aplicar las enseñanzas de Dios en nuestras propias vidas. Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Qué tan buen amigo de Dios soy? ¿Qué tan buen hijo de Dios soy? ¡Llame a casa a diario!

Sin la oración, la vida es precaria

Los seres humanos, físicos y frágiles, son sumamente vulnerables ante los innumerables peligros físicos, mentales y espirituales que existen. El mayor peligro proviene de nuestro mayor enemigo, Satanás el diablo, “quien como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).

Efesios 6:10-20 explica cuánto necesitamos un escudo espiritual para que podamos “apagar todos los dardos de fuego del maligno” (v. 16). ¿Por qué enfrentar las batallas de la vida sin armadura? Si no oramos, nos convertimos en presas de este despiadado depredador.

Somos muy insensatos si tratamos de enfrentar solos este mundo malvado y peligroso, pasando por alto a Dios y no confiando en él. Algo de nuestro sufrimiento es castigo de Dios, particularmente cuando pecamos a propósito, pero en su mayor parte es el resultado automático de nuestras propias acciones, las acciones de otros, o del lugar y el momento.

Sin embargo, Dios interviene por aquellos que confían en él para protegerlos de la mayoría de los percances. A veces Dios permite que sus seguidores pasen por pruebas personales para aprender ciertas lecciones, pero los protege de la mayoría de los peligros. A quienes buscan seguir la voluntad de Dios y le piden ayuda, él los guiará, ayudará y protegerá continuamente. Si no dejamos a Dios de lado, él nunca nos desamparará ni abandonará (Hebreos 13:5). ¡Qué magnífica promesa! ¡Y qué tranquilidad nos da esa promesa!

Desde luego, debemos hacer nuestra parte y esforzarnos para mantenernos fieles a Dios.

En el nombre de Jesucristo

Algunas personas no han aprendido que Jesucristo es la única “puerta” y el único “camino” a Dios (Juan 10:9; 14:6). ¿Contesta Dios sus oraciones a pesar de ello? Debido a que Dios es increíblemente misericordioso, probablemente sí. Si las prácticas religiosas de una persona al principio no se apegan al verdadero cristianismo bíblico, puede que Dios conteste algunas de sus oraciones a pesar de su ignorancia religiosa. Pero esto no durará si la persona no se esfuerza por aprender y hacer lo que la Biblia enseña.

La única promesa de contestar oraciones de manera regular fue hecha a los verdaderos seguidores de Dios el Padre a través de su Hijo, Jesucristo. Jesús fue quien, siendo divino, se convirtió en ser humano, vivió una vida perfecta y murió para pagar la pena del pecado por toda la humanidad. Él es el Salvador del mundo. Hablando de Jesús, el apóstol Pablo dijo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23; vea también 14:13-14). Como seres humanos no tenemos el derecho, la autoridad ni el privilegio de aproximarnos al trono de Dios con nuestras oraciones debido a nuestra propia bondad. Sin embargo, mediante la fe y el compromiso con Jesucristo, él nos autoriza para llamar a Dios en su nombre, actuando con su permiso. Por lo tanto, con su aprobación, tenemos acceso a Dios cuando oramos “en el nombre de Jesús”.

Jesús además actúa como nuestro Sumo Sacerdote al interceder y mediar por nosotros ante el Padre (Romanos 8:34; 1 Juan 2:1-2). Esto nos garantiza el acceso, a través de él, a la plenitud de la misericordia y el perdón de Dios (Hebreos 2:17; 4:14-16; 10:19-22). A continuación, Dios el Padre decide cómo contestar la oración y Jesucristo lleva a cabo la voluntad del Padre.

Puntos adicionales sobre cómo y cuándo orar

Dios ciertamente “escucha” las oraciones silenciosas, y alguien que está cerca de Dios puede orar en silencio frecuentemente a lo largo de cada día. La Biblia nos dice “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Pero Dios también se alegra de escuchar oraciones en voz alta. Las Escrituras mencionan varios ejemplos de personas que oraban utilizando su voz, boca, labios y lengua. La Biblia frecuentemente utiliza expresiones como dar grandes voces, clamar, invocar, etc.

Ciertas referencias bíblicas en cuanto a la frecuencia de la oración, como dos veces al día (Salmos 88:1) y tres veces al día (Salmos 55:17; Daniel 6:10), probablemente se refieren al número de oraciones audibles, no al total de oraciones.

En cuanto a las posiciones corporales durante la oración, la Biblia menciona varias: de rodillas, de pie, sentado y recostado. Ciertas circunstancias, incluyendo problemas de salud, a veces nos limitan en cuanto a las posiciones que podemos escoger. Podemos incluso hablar con Dios mientras caminamos o manejamos un automóvil. La consideración más importante es hacer siempre lo mejor que se pueda para expresar una profunda humildad y reverencia.

La Biblia incluye ejemplos de oraciones públicas y grupales que son apropiadas, pero la mayoría de nuestras oraciones personales deben ser comunicadas a Dios en privado (Mateo 6:5-6). Sin embargo, la oración familiar también encierra vital importancia. Es importante enseñarles a los hijos a orar desde que son pequeños. Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mi” (Mateo 19:14). Dios se interesa mucho en sus oraciones y es receptivo a ellas.

¿Demasiado ocupado? La mayoría de nosotros lo está. ¿No tiene tiempo para orar? La verdad es que todos apartamos tiempo para aquellas cosas que, según nuestro criterio, tienen mayor importancia. Pero a largo plazo lograremos más cosas si ponemos a Dios primero, de tal manera que no podemos darnos el lujo de no orar. La oración debe ser una prioridad vital y un hábito diario.

En sus oraciones, además de abordar sus necesidades y deseos, asegúrese de dedicar tiempo para agradecerle a Dios por todas las formas en que lo ha bendecido en su vida, y también para orar por otros.

Cuando vaya a Dios con un problema, desahóguese con él pero evite dictarle las soluciones que usted desea. El Padre sabe lo que hace, y siempre responde de la manera que es mejor para nosotros espiritualmente. Y a veces, eso significa que la respuesta es “no”, “no ahora”, e incluso parcial o diferente de lo que esperamos o deseamos.

Llame a casa

“¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?”, le preguntó David a Dios en Salmos 8:4. Es un hecho extraordinario y maravilloso que Dios se preocupe de sus pequeñas criaturas, que esté dispuesto a escuchar cada una de nuestras oraciones y darnos su atención personal. No obstante, esto es precisamente lo que él hace.

No permitamos que la maravillosa herramienta espiritual de la oración se desperdicie por no utilizarla. Caminemos con Dios, obedeciéndole y hablando con él en oración.

La Biblia compara esta vida con un peregrinaje en tiendas, lejos de nuestro hogar. Nuestra meta es entrar al Reino de Dios para morar “en la casa del Eterno” por toda la eternidad (Salmos 23:6). Nuestra casa está donde sea que Dios esté, y nuestro destino, después de que Cristo regrese a la Tierra, es morar con él para siempre.

Mientras tanto, podemos mantenernos en contacto a diario –y más que a diario– con nuestro Padre y nuestro Hermano Mayor, Jesucristo. Llame a casa. Ore.