Crecimiento espiritual: De la inmadurez a la inmortalidad

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De la inmadurez a la inmortalidad

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Crecimiento espiritual: De la inmadurez a la inmortalidad

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El propósito de esta efímera vida humana es prepararnos para la vida después de la muerte, en el eterno Reino de Dios (Juan 3:15-16). Si aún no lo ha hecho, ponga a Dios como la meta principal en su vida (Lucas 12:31). Utilice el entendimiento de las herramientas espirituales que él le ha dado, ¡y encamínese para alcanzar esa meta! Tal vez usted comenzó bien, pero se desanimó o desvió, o volvió a sus antiguos hábitos. Continúe leyendo, y le mostraremos cómo gozar de un progreso sólido y continuo. 

El crecimiento y desarrollo continuos son evidencia de la vida física, y lo mismo es cierto de la vida espiritual. Debemos estar continuamente aprendiendo, cambiando, superando y sirviendo para llegar a ser más y más como Cristo. A quienes están espiritualmente muertos o adormecidos, la Palabra de Dios les dice: “Despiértate, tú que duermes, levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo . . . aprovechando bien el tiempo” (Efesios 5:14-16). 

Pero no se sienta abrumado, porque Dios no espera que tome pasos gigantes. Él desea que nuestros pasos, aunque sean pequeños, sean hacia adelante y no hacia atrás. No se mortifique por los errores pasados o preocupaciones futuras; enfóquese en lo que debe hacer hoy y agradézcale a Dios por cada avance en su progreso (Filipenses 3:12-14; Mateo 6:33-34). 

Cuando primero somos “bautizados en Cristo”, somos como “niños en Cristo” (Gálatas 3:27; 1 Corintios 3:1). Pero no debemos permanecer como bebés espirituales. “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2). 

Cristo no dijo que seguirlo y entrar en el reino sería fácil. Comparó esto con atravesar una puerta estrecha, diciendo que pocos lo harían durante esta era (Lucas 13:24). Pero aquello que tiene mayor valor también tiene el mayor precio. Como notamos anteriormente, Jesús comparó el Reino de Dios con un tesoro y una “perla de gran precio” (Mateo 13:44-46). El Reino de Dios vale todos los sacrificios posibles (Lucas 14:33). 

Dios no espera que confiemos en nuestra propia fortaleza humana. No obstante, sí espera que trabajemos diligentemente como si el éxito dependiera de nosotros mismos, pero orando regular y fervientemente, conscientes de que, en última instancia y por sobre todo, depende de Dios (Filipenses 2:12; 2 Timoteo 2:15; Proverbios 3:5-6). 

Herramientas y armas espirituales 

Pablo comparó las “herramientas” o estrategias para entrar en el Reino de Dios con una armadura y con armas, porque cualquiera que trate de ser un seguidor de Cristo automáticamente se verá enfrascado en una guerra espiritual con nuestro archienemigo, Satanás el diablo (Lucas 10:19; 2 Tesalonicenses 3:3). 

Pero no estaremos indefensos si somos valientes y utilizamos las herramientas de Dios. En Efesios 6:11, Pablo dice: “Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo” (NVI). Y en los versículos siguientes él describe en detalle la armadura protectora de Dios. 

El versículo 17 define la principal arma ofensiva –“la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”– que significa que debemos estudiar y comprender la Palabra de Dios, la Biblia, y vivir de acuerdo a ella. El siguiente versículo relaciona esto con la oración. 

Las armas y la armadura de Dios son poderosas (2 Corintios 10:4). La pregunta que debemos responder es: ¿Nos pondremos la armadura, y haremos uso de las armas? ¿Utilizaremos las herramientas espirituales descritas en los capítulos anteriores de este folleto? 

Para resumir los puntos principales que hemos cubierto, fíjese la meta de orar y leer su Biblia, y también de meditar, diariamente. Tal como comenzamos a sentirnos débiles cuando nos saltamos algunas comidas, empezamos a debilitarnos espiritualmente cuando nos saltamos un día de alimento espiritual. 

Ocasionalmente debemos ayunar por las razones explicadas en el capítulo del ayuno. Tenemos que arrepentirnos sinceramente cada vez que nos percatemos de que somos culpables de algún pecado, volviéndonos a Dios y obedeciéndole con humildad. 

Y debemos estar activamente involucrados en la Iglesia por el resto de nuestras vidas, por los muchos beneficios que recibimos y por las oportunidades que ella nos brinda para servir a Dios y a su pueblo. 

Manténgase firme y proceda a la madurez 

Debemos mantenernos firmes, ¡pero además debemos continuar creciendo! En Efesios 4, Pablo explica de manera muy hermosa el propósito de la Iglesia de Dios y sus líderes: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe . . . Así ya no seremos niños . . . Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (vv. 11-15, NVI). 

Quizás la mejor definición de madurez espiritual es el amor divino descrito en “el capítulo del amor”, 1 Corintios 13. 

Cuando Pablo le escribió a Timoteo, tenía razón para creer que el celo de Timoteo se estaba enfriando, como una fogata que comienza a extinguirse. Pablo le escribió: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1:6). Si su fuego se está apagando, ¡avívelo y sóplelo hasta formar llamas! 

Cuando el autor del libro de Hebreos (que al parecer fue Pablo) les escribió a los judíos cristianos que habían estado en la Iglesia de Dios por largos años, sabía que muchos de ellos habían dejado de crecer y se habían “hecho tardos para oír” (Hebreos 5:11). Él dijo que espiritualmente eran tan inmaduros, que aún necesitaban “leche, y no alimento sólido” (v. 12) y los exhortó diciéndoles “avancemos hacia la madurez” (Hebreos 6:1, NVI). 

Termine la carrera 

Pablo comparó la vida de un creyente con una carrera en la cual el ganador recibe un valioso premio: “Corran, pues, de tal modo que lo obtengan”
(1 Corintios 9:24, NVI). Él dijo “considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús” (Hechos 20:24, NVI). 

Hebreos 12:1-2 nos dice “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. 

No es suficiente entrenarse para una gran carrera. Lo que realmente cuenta es cruzar la meta final. Al fin y al cabo, lo único que importa en esta vida es cruzar de la vida mortal a la inmortal. 

Cuando Pablo supo que su “partida” estaba cerca, ya que sería ejecutado dentro de poco, dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida” (2 Timoteo 4:6-8, NVI). 

Esperemos poder decir lo mismo al final de nuestras vidas. ¡Así será si utilizamos las herramientas de Dios para el crecimiento espiritual, nos mantenemos fieles a él y continuamos creciendo!