La Biblia y usted

Usted está aquí

La Biblia y usted

Jesús proclamó con toda claridad: “Vendré otra vez” (Juan 14:3), y así lo hará. Pero si él hubiera de retornar ahora, ¿qué impacto tendría en la vida de las personas comunes y corrientes de este mundo? Si el Juez de toda la humanidad nos pidiera cuentas ahora (2 Corintios 5:10), ¿cómo saldría usted? En toda la historia del mundo sólo una sociedad se ha arrepentido como grupo cuando Dios le advirtió de los males que le sobrevendrían. Esa fue la antigua ciudad de Nínive, capital del Imperio Asirio, la cual se arrepintió cuando escuchó la predicación de Jonás (Mateo 12:41).

Aunque las naciones no cambien su sistema de vida, cada uno de nosotros en lo individual sí puede hacerlo. Conviene preguntar entonces, ¿cómo debería responder usted a la información que ha leído en este folleto? Si en realidad la Biblia es el manual de instrucciones que el Creador del universo inspiró para guiar la conducta humana, ¿qué implicaciones tiene para usted, apreciado lector?

El mensaje es claro: No importa lo que hagan otros, cada uno de nosotros tiene el poder y la responsabilidad personal de tomar la decisión de buscar a Dios. La Biblia es una guía en la que podemos confiar plenamente. Es la palabra de Dios para una humanidad que se encuentra en profundas tinieblas espirituales. Es el manual de instrucciones de nuestro Hacedor, en el que nos dice cómo debemos vivir.

Las Escrituras han estado disponibles por miles de años. La gente se ha enterado de la palabra de Dios por su testimonio escrito y de boca de sus profetas; ha oído la exhortación de Dios a que se arrepienta y obedezca. Pero sin importar quién haya traído el mensaje o qué medio se haya utilizado, el resultado ha sido siempre el mismo: sólo una pequeña minoría le ha hecho caso.

Cuando Jesús predicó el evangelio a su propio pueblo, no lo escucharon. Les hizo ver un hecho vergonzoso: A pesar de que ellos tenían la palabra de Dios, rehusaban creerla y obedecerla, por lo que Dios se volvió a otros. “En verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (Lucas 4:25-27).

Jesús les hizo notar un hecho triste pero muy evidente: aunque son muchos los que han tenido la oportunidad de aprender la verdad de Dios, sólo un número relativamente pequeño ha respondido y permitido que ese conocimiento cambiara sus vidas (Mateo 7:13-14; Mateo 22:14).

Fe y elección

¿Cuál es la diferencia entre los que responden al llamado de Dios y los que no? Por lo general son varias cosas. Una es el convencimiento de que la Biblia es realmente la palabra de Dios; otra es el uso de la voluntad propia o libre albedrío. Dios nos ha dado el derecho de elegir; no nos obliga a hacer las cosas a su modo. Algunos, haciendo uso de su libre albedrío, responden en forma positiva cuando Dios los llama; otros rechazan el llamamiento. La decisión es siempre nuestra.

Pero existe otro factor que influye grandemente en cómo reaccionamos a la palabra de Dios. En este folleto hemos hecho frente al asunto de si la Biblia es veraz y, por tanto, una guía confiable para nuestra conducta. Hemos presentado varias pruebas sólidas que confirman que sí lo es. Aunque abundan las pruebas de que la Biblia es veraz, no son suficientes para satisfacer a todos los agnósticos y ateos. Si lo fueran, nadie sería agnóstico ni ateo, y toda persona razonable cuando menos creería que la Biblia es veraz, aunque no la obedeciera. Pero las Escrituras nos recuerdan que aun los demonios saben que Dios existe (Santiago 2:19); sencillamente han decidido desobedecerlo.

Dios nos ha dado libre albedrío y permite que nosotros elijamos si creeremos lo que nos dice y si haremos uso de cierta medida de fe. La Biblia es un libro de fe. Si tuviéramos las pruebas suficientes para refutar cada duda o recelo de los escépticos, no tendríamos necesidad de fe.

Esta no es la forma en que Dios obra. Desde Adán hasta el presente todos los que Dios ha llamado han tenido que vivir por fe. Y ¿qué es fe? La fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Con respecto a esto, el apóstol Pablo nos dice que Abraham “se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:20-21).

La Biblia y la generación actual

Mientras algunos exigen pruebas científicas antes de creer en la Biblia, otros no quieren reconocer a un Dios que se les presenta por medio de la Biblia y les impone una serie de leyes y normas sobre cómo deben conducirse; más bien, desean un dios que esté de acuerdo con el concepto que ellos tienen de la vida y del mundo.

El escritor Wade Clark Roof hace notar que muchas de las personas que nacieron entre el final de la segunda guerra mundial y aproximadamente 1964 “se han criado en una sociedad que hace hincapié en la elección, en conocerse y entenderse a sí mismo, en la importancia de la autonomía personal y de realizar el potencial propio, todo lo cual contribuye a un enfoque bastante subjetivo de la religión” (A Generation of Seekers [“Una generación de buscadores”], 1993, p. 30). Los de esta generación tienden a evitar la religión organizada. Es menos probable que pertenezcan a una iglesia establecida y que acepten la Biblia como una fuente de verdad objetiva. No saben a dónde recurrir para obtener respuestas a sus preguntas religiosas.

Sin saber qué es la verdad, o si ésta existe siquiera, estas personas tienden a buscar una iglesia que se acomode a su preferencia personal y no un lugar donde se enseñe objetivamente la verdad bíblica. Para muchos es más importante sentirse cómodos con su iglesia o congregación que participar en una iglesia cuyas enseñanzas y prácticas están basadas firmemente en la Biblia. Las experiencias que tuvieron en sus años de formación y ya como adultos jóvenes han contribuido a una sensación de alejamiento de las instituciones sociales, incluso las instituciones religiosas.

Como miembros de la primera generación que creció junto con la televisión, estas personas fueron acondicionadas para formar, de manera subjetiva, sus propios conceptos de la salvación. La generación anterior obtuvo su concepto del mundo por medio de la lectura, pero sus hijos fueron educados principalmente con imágenes en la pantalla del televisor. “En una sociedad orientada hacia la lectura, se dio más importancia a lo objetivo, al uso racional de la mente, lo cual alentó la exposición de temas religiosos en forma lógicamente ordenada. El debate doctrinal y la reflexión teológica florecieron en ese medio . . . Pero en una sociedad en que todo se comunica con imágenes, lo subjetivo tiene precedencia sobre lo objetivo . . .” (ibídem, p. 135).

¿Cuál fue el resultado? Las últimas generaciones han adoptado una actitud filosófica diferente hacia Dios, las iglesias, la vida religiosa y la Biblia. Al parecer, para ellos no importa si la Biblia es veraz o no.

Algunos profesionales también tienen esta perspectiva: “No hay falta de eruditos —entre ellos historiadores, teólogos, filólogos y arqueólogos— quienes . . . han llegado a la conclusión de que, fundamentalmente, no es tan importante si los hechos relatados en la Biblia son correctos o no” (Werner Keller, The Bible as History [“La Biblia como libro de historia”], 1982, p. 433).

¡Pero sí que importa la veracidad de las Escrituras! Si los acontecimientos principales de la Biblia no ocurrieron, entonces ¡no podemos creer nada de lo que dice!

Los relatos acerca de los patriarcas del Antiguo Testamento son el fundamento sobre el cual se basa la historia bíblica. Si el Dios que dice haber inspirado la Biblia nos dio un conjunto de mitos y leyendas, entonces ¿cómo podemos tener confianza en lo que dice?

Abraham y Alejandro Magno

Según el Nuevo Testamento, los patriarcas y profetas de las Escrituras hebreas fueron personas reales. Como ejemplo, pensemos en Abraham, quien se nombra en la genealogía de Jesucristo (Mateo 1:1). En una confrontación con los fariseos, Jesús se refirió a Abraham como un personaje histórico (Juan 8:56-58). Si Cristo estaba equivocado, entonces él no era más que un hombre común y corriente; además, no estaba muy bien informado al respecto. En tal caso no podría ser nuestro Salvador, y nuestra fe sería vana. Por tanto, ¡sí importa la exactitud de la Biblia!

Creer en la historicidad de Abraham exige cierta medida de fe debido a que no se ha encontrado ningún escrito firmado por Abraham mismo. Pero la prueba de su existencia sí existe. Comparemos esto con el caso de Alejandro Magno, otro importante personaje del mundo antiguo de quien tampoco se ha encontrado documento alguno que lleve su firma. La influencia de Alejandro en su tiempo es ampliamente reconocida. Él “cambió todo el mapa y la cultura y el idioma del mundo, aun las costumbres y el vestir de sus pueblos” (The Interpreter’s Dictionary of the Bible [“Diccionario bíblico del intérprete”], 1962, 1:77).

Sin embargo, en lo que se refiere a material escrito acerca de la vida de Alejandro, el libro más antiguo del que tenemos conocimiento fue escrito 400 años después de su muerte. El primer biógrafo conocido de Alejandro fue el historiador griego Flavio Arriano, quien nació en el año 96 d.C. No contamos con el testimonio de ningún contemporáneo de Alejandro; no obstante, la mayoría de las personas están dispuestas a aceptar las palabras de un hombre que describe la influencia que Alejandro tuvo en el mundo, pero que vivió cuatro siglos después de que éste había muerto.

Los documentos bíblicos que datan de cuatro siglos después de la existencia de Abraham lo describen a él y al mundo en que vivió. Las mismas costumbres del mundo de Abraham y Sara, según se describen en los capítulos 15 y 16 del Génesis, se mencionan en tablillas que fueron encontradas en Nuzi, cerca de la ciudad de Asur en Asiria. Las tablillas “tienen que ver con asuntos tales como herencia y derechos de propiedad, esclavitud, adopción y cosas por el estilo” (Eugene H. Merrill, Kingdom of Priests [“Reino de sacerdotes”], 1996, pp. 38-39).

En un tiempo, algunos eruditos afirmaban que los sucesos descritos en estos dos capítulos del Génesis eran pura invención, tales como el caso de Abraham que engendró un hijo en Hagar, sierva de su esposa. Estos mismos eruditos tuvieron que retractarse cuando las tablillas de Nuzi demostraron que, cuando una mujer no podía concebir, tales costumbres eran cosa común y corriente en la sociedad de ese tiempo.

Si Abraham no fuera un personaje histórico, los millones de judíos y árabes que aseguran ser sus descendientes estarían sosteniendo una tradición falsa y miles de años de relatos ficticios. Jesús dijo que Abraham habrá de levantarse en la resurrección (Mateo 8:11). Negar la realidad histórica de Abraham es negar tanto las palabras de Jesucristo como los hechos y tradiciones que datan desde hace miles de años.

En resumidas cuentas, el meollo de este asunto es la fe. ¿Creemos que la Biblia es realmente la palabra de Dios? ¿Le creemos a Dios?

Dios nos exhorta a creer

A pesar del gran número de pruebas que confirman la veracidad de la Biblia, la fe para creerla proviene sólo de una relación personal con Dios. La duda y la incredulidad no son obstáculos insuperables. Aun personas que conocieron personalmente a nuestro Señor Jesucristo tropezaron a veces, como podemos ver en Marcos 9:24: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Jesús tuvo compasión de ese afligido señor y sanó a su hijo (vv. 25-27).

Dios es comprensivo y entiende muy bien la naturaleza humana, “porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmos 103:14). Él ayudará a todos los que lo busquen de todo corazón (Isaías 55:6-7; Isaías 66:2; Mateo 6:33).

Una forma de buscar a Dios es por medio del estudio concienzudo y sincero de la Biblia. Una constante investigación de las Escrituras fortalece nuestra confianza en Dios (Romanos 10:17). Si usted estudia sinceramente la Biblia, se sorprenderá de lo que dice; y a medida que vaya aprendiendo las verdades fundamentales, querrá estudiar más y más.

Usted se dará cuenta de que las Escrituras contienen las soluciones para los tremendos problemas que el hombre tiene que afrontar en la actualidad. Esto de por sí fortalecerá su fe en Dios. Tendrá confianza en que él está llevando a cabo su plan, tanto en el mundo como en la propia vida de usted.