La Biblia y la arqueología

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La Biblia y la arqueología

La arqueología es la ciencia que estudia los restos físicos de la vida y las actividades de la gente que vivió en el pasado. Tiene que ver con la excavación y estudio sistemáticos de sus armas, herramientas, uten­silios de cocina, inscripciones y otros vestigios. La arqueología bíbli­ca, una rama del amplio campo de esta ciencia, se limita al estudio de las civilizaciones antiguas del Cercano Oriente, teatro de la historia narrada en las páginas de la Biblia.

La arqueología bíblica es algo que puede resultar tanto fascinante como polémico. En general, su propósito es comparar los hallazgos de las excavaciones con los escritos de la Biblia con el fin de determinar la historicidad, o la falta de ella, de los pueblos, lugares y sucesos que se mencionan en las Escrituras.

Por muchos siglos los relatos de la Biblia fueron considerados como historia verídica. Las grandes epopeyas bíblicas eran reconocidas como fehacientes y exactas, incluso en los detalles más pequeños. Sin embargo, con la llegada del “Siglo de las Luces”, de los siglos XVII y XVIII, este concepto empezó a cambiar. Los eruditos empezaron a elevar el razonamiento humano y las investigaciones científicas por encima de la Biblia, y el resultado fue una confrontación directa con las Escrituras.

Para muchos eruditos, los héroes y personajes bíblicos, así como lo que experimentaron o hicieron, se redujeron a simple mitología o folclor. Se negó la existencia de algunos poderosos imperios que, según la Biblia, reinaron por siglos. Era de buena pose intelectual mostrar escepticismo ante los relatos bíblicos.

Las generaciones anteriores habían aceptado la Biblia por lo que es, pero ahora una generación supuestamente iluminada dudaba de ella. El resultado fue un tremendo golpe para la credibilidad de las Escrituras a los ojos de mucha gente.

Anteriormente, cuando después de la Edad Media la Biblia fue traducida a varios idiomas, había venido a ser para mucha gente su único libro de texto sobre historia antigua. La mayoría la consideraba como la infalible palabra de Dios. Pero debido a la influencia de los eruditos escépticos, muchos historiadores empezaron a sospechar de la Biblia. Arnold Toynbee, un historiador inglés, resumió la actitud de ellos cuando se refirió al Antiguo Testamento como simples “escritos humanos de diferentes grados de mérito religioso e histórico”. Declaró además que quienes lo aceptaban como verídico estaban “atribuyén­dole un gran valor religioso a una estupidez obstinada” (A Study of History [“Estudio de la historia”], 1957, 10:260).

A consecuencia de esta actitud, los arqueólogos que hacían exca­vaciones tratando de examinar las ruinas de épocas pasadas y así po­der informar de una manera honrada sobre la credibilidad de la Biblia se enfrentaron a una oposición obstinada. La ciencia en general había intensificado su prejuicio contra la Biblia, y algunos de los mismos ar­queólogos aunaron sus voces al coro de escepticismo.

El testimonio histórico

Sir William Ramsay, historiador y prolífico escritor inglés quien recibió su formación bajo la filosofía educativa del siglo XIX, fue un exponente de este profundo prejuicio en contra de la Biblia. Creía que los relatos históricos del libro de los Hechos habían sido escritos a me­diados del segundo siglo, no en el tiempo de los apóstoles. Si él estaba en lo correcto, el libro de los Hechos no podía haber sido escrito por Lucas, el compañero de viajes del apóstol Pablo.

Lucas afirmaba haber estado con Pablo cuando éste recorría los empedrados caminos del Imperio Romano. Por ejemplo, escribió como alguien que había visto personalmente cómo Dios obró por me­dio de Pablo para volver a la vida a un joven que había sufrido una caída fatal (Hechos 20:8-12).

Ramsay no creía en la historicidad de Lucas ni de los relatos del libro de los Hechos, y se propuso refutarlos. Pero después de muchos años de minucioso estudio, llegó a una conclusión desconcertante: Las pruebas arqueológicas e históricas demostraron que Lucas había escri­to el libro de los Hechos en el primer siglo, en el tiempo de los apósto­les. En lugar de demostrar que Lucas era un fraude histórico, Ramsay llegó a la conclusión de que había “razones para colocar al autor de los Hechos de los Apóstoles entre los historiadores de primera categoría” (St. Paul the Traveller and the Roman Citizen [“San Pablo el viajero y ciudadano romano”], 1925, p. 4).

Ramsay se convenció de la veracidad de los escritos de Lucas por­que éste escribió la historia de la iglesia primitiva entrelazándola con sucesos y personajes de aquella época. En el Evangelio de Lucas se habla de Poncio Pilato, Herodes el Grande, Augusto y otros dirigentes políticos; y en los Hechos de los Apóstoles llegamos a saber también de Sergio Paulo, Galio, Félix, Festo y Herodes Agripa I y II.

Lucas no solamente mencionó a estas personas, sino que también incluyó en sus descripciones algunos pormenores notables acerca de ellas. “Uno de los aspectos más sobresalientes de la exactitud [de Lucas] es lo familiarizado que estaba con los títulos correctos de todas personas importantes que mencionó. . . Chipre, por ejemplo, la cual fue una provincia imperial hasta el año 22 a.C., vino a ser provincia senato­rial ese año, y por tanto ya no fue gobernada por un legado imperial sino por un procónsul. Así, cuando Pablo y Bernabé llegaron a Chipre cerca del año 47 d.C., a quien conocieron fue al procónsul Sergio Paulo. . .” (F.F. Bruce, The New Testament Documents: Are They Reliable? [“¿Son confiables los documentos del Nuevo Testamento?”], 1973, p. 82).

Lucas hizo mención de otros detalles acerca de cargos y títulos de dirigentes del Imperio Romano. En todos los casos estaba en lo co­rrecto, como lo comprobaron los descubrimientos arqueológicos, pero no hasta muchos siglos después. Tal como lo descubrió Ramsay, mos­trar esa exactitud requirió que el autor estuviera bien informado de la complejidad política de ese tiempo. Si a nosotros nos preguntaran, muy pocos podríamos nombrar con precisión los títulos oficiales de los diri­gentes actuales en el ámbito nacional o internacional.

La exactitud es una prueba de la credibilidad

Tales pormenores del marco histórico no sólo son interesantes, sino que también exponen al autor —y a la Biblia entera— al análisis crítico. Si comete errores en su relato, entonces su trabajo pierde credibilidad. ¿Qué diremos, pues, de los escritos de Lucas?

F.F. Bruce, profesor de estudios bíblicos, refiriéndose al trabajo de Lucas dice: “Un escritor que coloca en esa forma su relato dentro del marco más amplio de la historia mundial está buscándose problemas si no es cuidadoso; proporciona a sus críticos muchas oportunidades para que pongan a prueba su exactitud. Lucas corre este riesgo, y resis­te la prueba admirablemente” (ibídem).

Algunos eruditos sostenían que Lucas estaba equivocado al decir que el censo romano había sido en la época en que nació Jesucristo (Lucas 2:1-3). Argumentaban que Cirenio no era gobernador en ese tiempo porque no fue nombrado a este puesto hasta varios años más tarde. Algunos críticos también decían que no se había efectuado nin­gún censo entonces y que José y María no tenían que regresar a su nativa Belén. Pero pruebas arqueológicas posteriores demostraron cla­ramente que los sucesos que Lucas describió fueron posibles (ibídem, p. 86). Resultó que los que habían desafiado el relato bíblico lo hicie­ron sin conocer todos los hechos.

El profesor Bruce afirma, además, que cuando vemos la acos­tumbrada exactitud de Lucas demostrada en detalles que han sido verificados históricamente, tenemos una base firme para aceptar su credibilidad en general.

Aún queda mucho por descubrir

Sólo una pequeñísima parte de los restos del mundo bíblico ha sido excavada. De los 5000 sitios conocidos en Palestina que tienen importancia arqueológica, sólo 350 han sido excavados, y de éstos apenas un 2 por ciento han sido excavados en forma extensa. Es un hecho que toda la Biblia mantiene un grado sobresaliente de exacti­tud cuando la comparamos con los hallazgos arqueológicos de todas estas excavaciones.

Cuando los vientos de la duda soplaron durante el siglo xix, mu­cho del Antiguo Testamento recibió grandes ataques por parte de los eruditos que no creían que era inspirado. Hablando de ese tiempo y sus efectos, el arqueólogo Kenneth Kitchen escribió: “En los estudios del Antiguo Testamento, vez tras vez se nos ha dicho que ‘la historia no conoce a tal persona’ como, digamos, Abraham o Moisés, o . . . las batallas de Génesis 14, por ejemplo. No obstante, tales frases son total­mente engañosas; simplemente ocultan la ignorancia no de la ‘historia’ personificada sino de la persona que hace esta declaración” (The Bible in Its World [“La Biblia en su mundo”], 1978, p. 48).

La declaración del Dr. Kitchen muestra que la historicidad de los personajes del Antiguo Testamento y de los medios en que vivieron no puede permanecer enterrada. Es importante tener en cuenta que en un tiempo algunos eruditos dudaron de la existencia de imperios, de pueblos enteros y de muchos de los principales personajes de la Biblia. Al tener que enfrentarse a pruebas cada vez más numerosas, los escépticos se han visto obligados muchas veces a retractarse de sus afirmaciones anteriores.

Acontecimientos corroborados por la arqueología

Algunos eruditos adoptaron un concepto completamente negati­vo de otros acontecimientos descritos en la Biblia. Entre los ejemplos de esto se pueden mencionar la existencia de los patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob), la salida de Israel del cautiverio en Egipto y la conquista de Canaán bajo Josué. Debido a que no se conocía ninguna confirma­ción arqueológica clara, ellos rechazaban la veracidad de la Biblia.

Debido a la escasez de pruebas (sólo se contaba con el relato bí­blico), muchos arqueólogos estuvieron de acuerdo con esta actitud; dudaron incluso de que los israelitas hubieran estado alguna vez en Egipto. Uno de estos eruditos aseguró: “Aún no se ha encontrado allí ni una sola mención histórica de la presencia de los israelitas” (Mag­nus Magnusson, Archaeology of the Bible [“La arqueología de la Bi­blia”], 1977, p. 43).

Algunos hasta decían que Israel no había sido un pueblo notable en el tiempo de las dinastías egipcias. Creían que Israel no había sido más que una mezcla de tribus sin fuerza ni importancia.

Sin embargo, un análisis imparcial de los hechos muestra lo con­trario. Pruebas de la existencia de Israel como nación y de su lucha contra Egipto existen en la pared de un templo en Karnak, donde se en­contraba la antigua ciudad egipcia de Tebas. Allí se describe al faraón Merneptah haciéndole guerra a Israel. Esta es “la representación visual más antigua que se conoce de los israelitas” (Frank Yurko, “3,200- Year-Old Picture of Israelites Found in Egypt” [“Se ha descubierto en Egipto un grabado de los israelitas de hace 3200 años”], Biblical Archaeology Review [“Revista de arqueología bíblica”], septiembre­-octubre de 1990, p. 22).

Otro objeto que entrelaza el relato bíblico con la historia de Egip­to fue descubierto por el arqueólogo inglés Sir Flinders Petrie en 1896.

Se conoce como la estela de Merneptah, o la estela de Israel, porque “contiene la primera referencia conocida a Israel . . .” (ibídem, p. 26). La estela es una columna de granito negro que contiene una narración en la cual el faraón Merneptah hace alarde de sus victorias militares, incluso algunas contra Israel. La estela data del año 1207 a.C. (ibídem, p. 27).

La Biblia también narra la historia del viaje de Israel de Egipto a Canaán y da los nombres de los principales lugares por los que pasa­ron los israelitas. En Números 33 aparece una lista detallada de esas jornadas. Debido a que aún no se habían encontrado ruinas arqueo­lógicas correspondientes a tal época, algunos detractores de la Biblia habían puesto en duda este relato histórico negando que tales sitios hubieran existido ya en ese tiempo.

Uno de estos lugares es el poblado de Dibón-gad (Números 33:45). En este lugar no se han encontrado ruinas arqueológicas ante­riores al siglo ix a.C. ¿Quiere decir esto que no había allí una ciudad cuando los israelitas pasaron por esa región?

Recientemente, algunos eruditos han tenido que retractarse de su afirmación de que Dibón aún no existía cuando los israelitas salieron de Egipto, porque varios archivos egipcios comprueban la existencia de la ciudad en ese tiempo. En algunas listas de los antiguos caminos egipcios se menciona a Dibón como una escala en una de las rutas que atravesaban esa zona. El hecho es que Dibón sí existió en ese tiempo; es más, fue lo suficientemente importante como para atraer la aten­ción de Ramesés II, quien en esa época “saqueó la ciudad durante una campaña militar en Moab” (Charles R. Krahmalkov, “Exodus Itinerary Confirmed by Egyptian Evidence” [“La ruta del éxodo confirmada por pruebas egipcias”], Biblical Archaeology Review [“Revista de arqueo­logía bíblica”], septiembre-octubre de 1994, p. 58).

Una ciudad que figuró en la conquista de la tierra de Canaán fue Hebrón. En Josué 10:36 leemos: “Subió luego Josué, y todo Israel con él, de Eglón a Hebrón, y la combatieron”. Aunque algunos críticos han asegurado que en ese tiempo no existía la ciudad de Hebrón, los mapas egipcios dicen lo contrario. Se menciona a Hebrón en una lista de ciudades que el faraón Ramesés II mandó grabar en la pared de un templo en Amón (ibídem, p. 60).

Algunos eruditos llegaron al extremo de declarar que “nada en la Biblia anterior al exilio babilonio tiene exactitud histórica alguna” (André Lemaire, “‘House of David’ Restored in Moabite Inscription” [“La ‘casa de David’ restaurada en una inscripción moabita”], Biblical Archaeology Review [“Revista de arqueología bíblica”], mayo-junio de 1994, pp. 31-32). Pero vez tras vez tales eruditos han tenido que retrac­tarse a medida que han salido a la luz más pruebas arqueológicas.

¿Acaso la arqueología confirma la Biblia?

Por lo que hemos visto hasta ahora, ¿qué podemos decir acerca de la veracidad de la Biblia? El escéptico siempre puede señalar detalles que aún tienen que ser corroborados, pero no debemos olvidar nunca que varias partes de la Biblia ciertamente han sido confirmadas por los descubrimientos arqueológicos. A la luz de pruebas como las que hemos mencionado en este capítulo, y que pueden ser encontradas en muchos libros de consulta, les toca a los escépticos probar la validez de su escepticismo.

Frank E. Gaebelein, estudioso de la Biblia y autor respetado, ha comentado que “la actitud de suspender el juicio en lo que se refiere a aspectos dudosos de la Biblia. . . está siendo reivindicada constan­temente a medida que la arqueología ha resuelto los problemas de la Biblia uno tras otro, y conforme el análisis esmerado de las discrepan­cias ha conducido finalmente a las respuestas” (The Expositor’s Bible Commentary [“Comentario bíblico del expositor”], 1979, 1:31).

En vista de esto, el que duda haría bien en analizar el motivo de su escepticismo y reflexionar seriamente acerca de la necesidad de vivir en obediencia a Dios. Si espera hasta que en su mente se resuelva cada pequeño detalle relacionado con algún supuesto error de las Escrituras o con las diferencias de cultura, bien podría descuidar o rechazar el llamado de Dios mismo. Estaría privándose de las bendiciones que reciben los que se esfuerzan por aprender y seguir el camino de vida de Dios.

El uso imparcial de la arqueología ha confirmado la veracidad y la exactitud técnica de la Biblia. En este capítulo hemos mencionado al­gunas de estas pruebas. Más descubrimientos habrán de venir, y como dijo el arqueólogo Nelson Glueck: “No se ha hecho ningún descubri­miento arqueológico que contradiga o se contraponga a los relatos his­tóricos de las Escrituras” (ibídem).

La Biblia es la inspirada palabra de Dios, y su exactitud continúa siendo respaldada por el pico y la pala de la arqueología.