La grandeza del omnipotente Dios

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“Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad...” (Isaías 57:15).

En este mundo impío y profano en que vivimos, muchas personas —incluso algunos que se consideran a sí mismos cristianos— parecen haber olvidado la divina majestad de Dios. Muchos se comportan con frivolidad e irreverencia, mostrando gran falta de respeto hacia nuestro Creador. Tal parece que su nombre se pronuncia más frecuentemente de manera profana que con respeto.

Pero ¿qué de los que han podido tener una vislumbre de la majestad de Dios? ¿Cómo han reaccionado ellos? En las Escrituras se nos muestra que su reacción casi siempre ha sido de gran humildad. Tanto los profetas y patriarcas del Antiguo Testamento como los apóstoles del Nuevo se sintieron totalmente insignificantes cuando tuvieron algún contacto con él.

Encuentros directos con Dios

Por ejemplo, Job pudo reconocer claramente su insignificancia cuando Dios le reveló algunos aspectos de la magnificencia de su creación (Job 38-41). De inmediato, el patriarca reaccionó con toda humildad: “Respondió Job al Eterno, y dijo: Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti ... Por tanto, yo hablaba lo que no entendía ... Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:1-6).

En una visión Isaías vio a Dios sentado en su trono rodeado de ejércitos celestiales (Isaías 6:1-4). El profeta inmediatamente reaccionó diciendo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Eterno de los ejércitos” (v. 5).

Cuando otro de los profetas vio “la semejanza de la gloria del Eterno”, se postró sobre su rostro (Ezequiel 1:28). Más adelante Daniel, cuando vio una gran visión celestial, se quedó completamente sin fuerzas y cayó en un profundo sueño (Daniel 10:8-9).
Recibir directamente la revelación de la majestuosidad del resplandor de Dios hizo que estos antiguos profetas y patriarcas se humillaran de inmediato. Esas experiencias cambiaron dramáticamente sus vidas.

En el Nuevo Testamento se nos revela al grandioso Dios del universo en la persona de Jesucristo. En aquellas impresionantes ocasiones en que sus discípulos pudieron tener una vislumbre del imponente poder de Dios revelado por medio de los milagros de Jesús, su reacción, lógicamente, era de profunda admiración al presenciar un mundo poderoso pero invisible muy diferente del nuestro.

En una ocasión Pedro y sus compañeros habían pasado toda la noche pescando, pero sin atrapar nada. Pero cuando Cristo le dijo a Pedro que echara las redes en otra parte, de inmediato atrapó tal número de peces que la red estaba a punto de romperse y las dos barcas en que iban empezaron a hundirse (Lucas 5:4-7). Pedro estaba tan impresionado que “cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (v. 8).

En otra ocasión Pedro, Jacobo y Juan vieron un breve avance de la vida eterna en el Reino de Dios. Dios les dio la maravillosa oportunidad de ver una visión de Cristo transfigurado en gloria con Moisés y Elías. Al oír una voz que provenía del cielo, “se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor” (Mateo 17:6).

Años después, cuando el apóstol Juan vio en visión a Cristo glorificado, cayó “como muerto a sus pies” (Apocalipsis 1:17).

El apóstol Pablo también escribió acerca de una experiencia en la que “fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:4). Él también fue lleno de admiración.

Como Dios entiende muy bien la reacción natural en tales situaciones, siempre animó a sus siervos para que no tuvieran miedo. Todos estos hombres experimentaron una vislumbre de la gloria de Dios y quedaron admirados por su magnificencia.

¿Cómo vemos nosotros a Dios?

¿Apreciamos nosotros a Dios como estos hombres lo hicieron? ¿Nos percatamos, como Salomón, de que nosotros moramos en la tierra y Dios en el cielo (Eclesiastés 5:1-2) y que debemos rendirle el respeto apropiado pronunciando su nombre reverentemente, sabiendo que él conoce exactamente todo lo que hacemos y que al final tendremos que rendirle cuentas? (2 Corintios 5:9-10).

¿Tenemos la actitud del apóstol Pablo cuando describió a Jesucristo glorificado al joven evangelista Timoteo como el “único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de Señores, al único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, a él sea el honor y el poder eternamente” (1 Timoteo 6:15-16, Nueva Versión Internacional).

Aquí Pablo se refiere directamente a Cristo como es ahora, en toda su gloria (vv. 14-15), pero esta misma descripción se aplica también a Dios el Padre.