Un mundo colmado de sufrimientos
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Un mundo colmado de sufrimientos
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El sufrimiento no es un tema agradable, pero es necesario abordarlo.
El sufrimiento es un estado de angustia o dolor que puede presentarse por muchas razones y en muchas circunstancias. El sufrimiento abunda en nuestro mundo y nos afecta de muchas formas, tanto en el aspecto físico como en el sicológico y el emocional. Sea cual sea su manifestación, un sufrimiento prolongado puede llevar a un colapso del cuerpo y del espíritu.
El sufrimiento afecta tanto a los justos como a los injustos. Aflige a víctimas inocentes. Para muchas personas, este hecho inquietante es difícil de reconciliar con la idea de un Dios justo e inteligente.
Algunos se sienten tan afectados por esta situación que tratan de remediarla. Dedican buena parte de su energía a realizar obras de caridad con el afán de aliviar en algo el sufrimiento inmerecido. Desean hacer del mundo un lugar más justo y equitativo.
Pero a pesar de lo nobles que puedan ser estos esfuerzos, las obras de caridad no resuelven los problemas del mundo. Tal pareciera que, en el mejor de los casos, nuestros esfuerzos por detener el sufrimiento no logran más que demorar lo inevitable. Todo indica que nadie tiene una explicación convincente de por qué persiste tanta miseria humana.
¿Cuál es la respuesta? ¿Por qué el sufrimiento es algo indiscriminado? ¿Por qué no les sobreviene solamente a aquellos que lo merecen? ¿Por qué los inocentes sufren por acciones y sucesos que no pueden controlar y con frecuencia no pueden prever?
Por siglos pensadores y filósofos han analizado este tema, pero no han sido capaces de encontrar una respuesta adecuada. Aquellos que sufren —incluso muchos que lean este folleto— necesitan respuestas verídicas y racionales a sus interrogantes.
La perspectiva bíblica es realista y animadora
Examinemos las causas del sufrimiento con una perspectiva bíblica. La Palabra de Dios es la clave que puede ayudarnos a descubrir las razones por las que la gente sufre.
La perspectiva bíblica de la vida es realista. Nos explica por qué el dolor siempre ha estado presente entre nosotros, y por qué va a seguir estando presente, al menos por algún tiempo. Además, la perspectiva bíblica es animadora, especialmente cuando expandimos nuestro pensamiento para ver la vida en términos del plan de Dios y de su propósito para la humanidad.
Jesucristo nos dice que parte de su misión es ofrecernos vida abundante (Juan 10:10). Refiriéndose a Dios, en Salmos 16:11 se habla de que hay “delicias a tu diestra para siempre”. La Biblia también nos revela cómo Dios va a aligerar nuestras cargas y cómo un día vendrá el descanso para todo el mundo. Aún más, también nos habla de una época en la que el sufrimiento desaparecerá por completo.
Pero esta no es la condición actual de la humanidad. Jesús entendió que el sufrimiento es parte inherente a la vida física. A sus seguidores les recordó: “En el mundo tendréis aflicción...” (Juan 16:33).
El sufrimiento no se acabará ... por el momento
El sufrimiento aflige al rico y al pobre, al religioso y al incrédulo, al pequeño y al grande. En esta vida todos lo experimentamos en una forma u otra. Tal pareciera que las enfermedades y otros problemas de salud afectan a la mayoría de las personas en algún momento.
En el pasado, enfermedades comunes causaron inmenso sufrimiento. Pero a pesar de los adelantos de la ciencia médica, que ha logrado aumentar el promedio de vida, todos sabemos que vamos a morir. En lugar de que nuestras vidas se acorten por enfermedades mortales en los años de la infancia, muchos de nosotros tenemos que afrontar en la actualidad padecimientos extenuantes, tales como el cáncer o las enfermedades del corazón. Muchos perderán sus facultades mentales mucho antes de morir.
En las naciones más pobres, el sufrimiento y la muerte por enfermedades que se pueden prevenir causan gran miseria y desesperación.
La barbarie es responsable de gran parte del sufrimiento mental y físico en nuestro mundo. Nada hay que reduzca al hombre a la brutal crueldad más rápidamente que la guerra, y el hombre siempre ha estado en guerra contra su semejante. Hace unas pocas décadas los historiadores Will y Ariel Durant escribieron que en 3421 años de historia escrita, “tan sólo 268 no han visto la guerra” (The Lessons of History [“Lecciones de la historia”], 1968, p.81).
La guerra no sólo causa muertes y heridas incapacitantes en el campo de batalla, sino que produce gran congoja, destruye familias y causa pobreza. Siembra semillas de enemistad que perduran por siglos. Jesús profetizó que antes de su regreso ocurrirá el período de sufrimiento más grave que haya existido, debido en gran parte a la guerra (Mateo 24:6, Mateo 24:21-22).
Después del horror de las guerras libradas en la primera parte del siglo xx, con sus consecuencias mundiales, la humanidad ha gozado de un período de paz relativa por cuanto los conflictos que se han presentado desde entonces han sido locales y no globales. Sin embargo, nada ha cambiado en la naturaleza humana que ofrezca una esperanza real para el futuro.
Cuando el sufrimiento es constante
El sufrimiento es peor en las naciones más pobres y en vías de desarrollo. En algunos países la lucha más grande de la gente es por conseguir lo necesario para comer. La revista Current Events resalta el hecho de que el hambre nunca termina: “Aproximadamente 800 millones de personas —la mayoría de ellas niños— sufren de los efectos de una hambre constante” y “cada día mueren 35 000 niños a consecuencia de condiciones que están directamente relacionadas con una dieta insuficiente”.
Jesús dijo en Mateo 26:11: “Porque siempre tendréis pobres con vosotros...”. Esto desafortunadamente es cierto no tan sólo en las zonas de pobreza en África, Asia y Latinoamérica, sino virtualmente en todo el mundo. La existencia de la pobreza y la desnutrición es algo trágico, y más cuando sabemos que esta clase de sufrimiento es evitable.
La ineptitud política, la corrupción, la guerra y el rápido crecimiento de la población agotan las reservas alimenticias de tal manera que hay hambre e inanición. Los métodos ineficaces de la agricultura y los sistemas inadecuados de transporte de alimentos son factores que contribuyen a las carestías y a las hambrunas propiciadas por el hombre. También tienen parte en esto las condiciones que se escapan al control humano.
El hambre y las enfermedades son males que van a empeorar, aun en el caso de que se logren tomar medidas exitosas a corto plazo. Jesús profetizó una época de dificultades en “el fin del siglo” (Mateo 24:3), que incluirá una hambruna mundial. Profetizó que habría “pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (v.7).
Pestes —enfermedades epidémicas— con frecuencia acompañan al hambre. Cuando se producen destructivos terremotos, especialmente en las naciones pobres, una infraestructura seriamente dañada impide la distribución de alimentos en las zonas afectadas. Pronto las enfermedades y el hambre cobran su cuota de muerte.
Aunque las guerras acaparan los titulares, el número de muertes causadas por los conflictos armados es relativamente pequeño en comparación con los que mueren a consecuencia de las enfermedades. Según algunos cálculos, tan sólo en África el sida mata 10 veces más personas que todas las que mueren por la guerra en todo el mundo.
El hombre esparce el sufrimiento voluntariamente
Aunque el sufrimiento producido por las enfermedades y la carestía de alimentos es algo increíble, la codicia rampante trae consigo un sufrimiento aún mayor. La esclavitud, por ejemplo, supuestamente una institución anacrónica y obsoleta, todavía es un cáncer en muchas naciones.
La revista Current Events comenta acerca de las cifras: “...en el mundo actual hay más de 200 millones de esclavos, más que en cualquier otra época de la historia”. El noticiero Time informa que “decenas de millones de personas en todo el mundo, incluso niños de no más de 6 años de edad, están trabajando en esclavitud en condiciones infrahumanas y peligrosas que con frecuencia implican jornadas laborales de 18 horas, palizas y abuso sexual”.
Muchas más, aunque no son retenidas en contra de su voluntad, viven virtualmente en esclavitud, atrapadas por circunstancias económicas y largas jornadas que escasamente les permiten sobrevivir. Tales condiciones oprimen el espíritu humano. Imaginémonos una existencia sin gozo, en la que estas personas nunca pueden disfrutar placeres sencillos, tales como escuchar una buena música, la alegría del buen humor, estrenar ropa nueva, o el consuelo de tener un techo seguro bajo el cual poder resguardarse.
La avaricia cobra su cuota de muerte en formas mucho más sutiles. Los propagandistas ofrecen productos que pueden arruinar nuestra salud y hasta matarnos. El entretenimiento promueve estilos de vida arrogantes y egoístas que sólo buscan placeres a corto plazo a pesar de que éstos destruyen las relaciones personales y las oportunidades de ser felices a largo plazo. Algunos comerciantes, fabricantes y gobiernos contaminan el aire, la tierra y el agua con toxinas que amenazan la salud y la seguridad. La lista de males parece interminable.
¿Cambiará el cuadro alguna vez?
Cuando Jesucristo vivió en este mundo hace 2000 años, vio este cuadro de miseria. Fue testigo de las súplicas de los leprosos, de las viudas necesitadas y de las personas con trastornos mentales graves. Él reaccionó compasivamente aliviando la miseria.
La preocupación y la compasión de Jesús fueron evidentes cuando lloró abiertamente a medida que se aproximaba a Jerusalén por última vez (Lucas 19:41-44). Preveía la angustia que la guerra traería sobre su amada ciudad y sus habitantes en el año 70 d.C., cuando un alzamiento judío provocaría que los ejércitos romanos sitiaran la ciudad, con sus terribles consecuencias.
Él proclamó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). Estas promesas todavía no se han cumplido para toda la humanidad, pero Dios nos asegura que acabará con el sufrimiento en general durante el reinado milenario de Cristo, y que finalmente lo borrará por completo (Apocalipsis 21:4).
En las próximas páginas descubriremos cómo y cuándo sucederá esto. Pero para entender cómo se acabará el sufrimiento, debemos entender cómo empezó y por qué continúa.