¿Realmente murió Jesús y volvió a vivir?

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¿Realmente murió Jesús y volvió a vivir?

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Una de las pruebas más grandes de que Jesús es exactamente quien dijo ser —el Hijo de Dios y el único por medio de quien se ofrece la vida eterna— es su resurrección de entre los muertos.

Sus seguidores estaban convencidos de que era el Mesías y el Hijo de Dios. Sus milagros, su intachable vida y sus enseñanzas, todo les demostraba quién era él. Pero su resurrección confirma a todas las personas de todos los tiempos todo lo que él dijo acerca de sí mismo.

Lo que resulta sorprendente es que Jesús arriesgara todo con sus propias declaraciones de que moriría y volvería a vivir. En varias ocasiones predijo su propia resurrección. “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días” (Marcos 8:31).

Cuando los escribas y fariseos le pidieron una señal, les dijo que sólo una señal les sería dada: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:40).

Sería muy arriesgado predecir la propia resurrección. Pero Jesús no sólo la predijo, sino que anunció precisamente cuándo sería resucitado (ver el recuadro de la página 38: “¿Cuándo fue crucificado Jesús y cuándo resucitó?”).

Así que todo está relacionado con este suceso. ¿Cómo sabemos que la resurrección de Jesús ocurrió? Si no sucedió tal como lo dijo, entonces no tenemos ninguna razón para creer que la forma de vida que Cristo nos vino a mostrar era mejor o más recta que cualquier otra religión. No habría nada de extraordinario acerca de Jesús de Nazaret. Sencillamente habría sido otro engaño religioso.

Pero si en verdad sucedió, hay una gran diferencia entre Jesús y todos los demás dirigentes religiosos: las enseñanzas de Jesús son verdaderas, y todo lo que dijo es verdad, y él es exactamente quien dijo ser.

En su libro Reasonable Faith [“Fe que tiene sentido”], el Dr. William Craig da tres importantes hechos, establecidos independientemente, en los cuales se apoya la prueba de la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío, las apariciones posteriores a la resurrección y el origen de la fe cristiana (p. 272). Analicemos los pormenores y las implicaciones de cada uno de éstos.

¿Murió realmente Jesús?

Uno de los hechos más bien establecidos acerca de Jesús es el de que murió y fue sepultado. En la Biblia se repite una y otra vez que Jesús murió. Algunos detractores han argumentado que Jesús no estaba completamente muerto cuando fue sepultado. En el Corán, libro que los musulmanes consideran sagrado, se dice que Jesús sólo parecía muerto. Algunos escépticos han dicho que parecía muerto, posiblemente drogado, pero que revivió en el sepulcro y escapó para convencer a sus discípulos que había resucitado.

Pero cuando analizamos los hechos, lo que tales teorías sugieren es imposible. La gravedad de la tortura y las heridas que sufrió Jesús fue tal que ningún hombre podría haber sobrevivido a la crucifixión y los tres días y tres noches aislado en la fría oscuridad del sepulcro.

Decir que estaba drogado es hacer caso omiso de los relatos. Él rechazó el calmante que los romanos acostumbraban a dar a los que crucificaban (Marcos 15:23). Luego le ofrecieron una esponja empapada en vinagre, pero no parece que hubiera tenido ningún efecto sedante en Jesús, puesto que seguía agonizando y lanzó un fuerte grito antes de morir (vv. 36-37).

La muerte a manos de los verdugos romanos era algo seguro y podía ser causada por varios factores. El periodista Lee Strobel, en una entrevista al Dr. Alexander Metherell, describe la muerte de Jesús desde el punto de vista médico (The Case for Christ [“El caso de Cristo”], 1998, pp. 193-200).

Antes de ser crucificado, Jesús había sido golpeado repetidamente y azotado con un látigo romano (Mateo 27:26). El látigo de cuero, una especie de flagelo, estaba hecho de manera que pudiera infligir el mayor daño y dolor en la víctima. Estaba trenzado con pedazos de hueso y metal entretejidos en las puntas que se hundían en la carne en cada golpe, rasgando los músculos subyacentes y arrancando tiras de carne sangrienta.

Eusebio, historiador del tercer siglo, escribió que “las venas de la víctima quedaban al descubierto, y los músculos, tendones y entrañas de la víctima quedaban expuestos” (citado por Strobel, p. 193). Muchos morían a consecuencia de la flagelación antes de que pudieran ser crucificados.

Por lo general, el dolor tan intenso, junto con la pérdida de sangre, ocasionaba que la víctima entrara en un estado de choque; la presión arterial bajaba de tal forma que se presentaba una gran debilidad, una sed intensa y desmayo. En los evangelios se nos dice que Jesús padeció estos síntomas en su camino hacia el Gólgota. Estando debilitado al punto de desmayar, ya no podía cargar el madero; por eso se obligó a uno de la multitud, Simón de Cirene, a que lo llevara en su lugar (Marcos 15:21). Cuando fue crucificado dijo: “Tengo sed” (Juan 19:28).

Antes de ser azotado, ya había sido golpeado salvajemente. En el juicio que le hicieron ante el Sanedrín “le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros lo abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó” (Mateo 26:67-68). Luego, cuando lo entregaron a los soldados romanos, éstos lo escarnecieron aún más; le pusieron una corona de espinas, golpeándole la cabeza y escupiéndolo (Mateo 27:29-30; Marcos 15:16-19; Juan 19:3).

La intensidad de tan tremenda golpiza fue anunciada en la profecía en Isaías 50:6: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que me arrancaban la barba; ante las burlas y los escupitajos no escondí mi rostro” (NVI).

Otra profecía en Isaías 52:14 es aún más descriptiva: “Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigurado el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto!” (NVI). Lo que aquí se nos dice es que Jesús estaba tan golpeado, tan cubierto de sangre y tan herido, que difícilmente podía ser reconocido como un ser humano.

Tal parece que Pilato pensaba que al presentar a Jesús en el estado en que había quedado después de un castigo tan severo, la sed de sangre de sus acusadores quedaría saciada (Juan 19:1, Juan 19:4-6). Pero su odio hacia el ensangrentado hombre de Nazaret no quedaría satisfecho. Insistieron en que fuera crucificado.

La agonía de la crucifixión

Desde el punto de vista médico, Jesús debió haber estado en una condición entre grave y muy grave aun antes de que fuera crucificado, debido a las terribles consecuencias de esas tremendas golpizas (Dr. Alexander Metherell, citado por Strobel, p. 196).

En una crucifixión, los romanos generalmente utilizaban clavos de hierro de 12 a 18 centímetros de largo y un grosor de un centímetro, clavándolos en las muñecas y los pies de la víctima para fijarla en los maderos. En la Biblia leemos que las manos de Jesús fueron clavadas, debido a que en ese tiempo la muñeca se consideraba como parte de la mano. Los clavos eran introducidos en las muñecas, entre los huesos del brazo, pues las manos no podrían soportar el peso del cuerpo.

Esta ubicación de los clavos está respaldada por el descubrimiento de los huesos de un hombre crucificado y sepultado en una tumba en el primer siglo; el descubrimiento tuvo lugar en 1968 en Jerusalén. El hueso del talón derecho aún tenía incrustado un clavo grande de hierro, y uno de los huesos del antebrazo derecho tenía una fisura que puede ser el resultado de un clavo metido entre los dos huesos de la muñeca.

Cuando los clavos atraviesan las muñecas, lastiman y comprimen el nervio medio, el que inerva la mano, causando un dolor indescriptible. “El dolor era absolutamente intolerable”, dice el Dr. Metherell. Los clavos que atravesaron los pies también habrán causado un dolor insoportable.

No podemos saber con certeza si Jesús fue crucificado en un solo madero o en dos cruzados (ver el recuadro de la página 32: “Métodos romanos de crucifixión”). Sin importar cuál haya sido, estar colgado de los brazos debió haberle causado gran distensión en todo el cuerpo. Sus brazos se habrán estirado varios centímetros y seguramente se le dislocaron los hombros. La profecía del sufrimiento de Cristo en Salmos 22:14 es una referencia a su atormentada condición: “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas”.

El Dr. Metherell continúa con una descripción de los sufrimientos por los que pasó Jesús: “Cuando alguien estaba colgando en posición vertical ... la crucifixión básicamente era una angustiosa y lenta muerte por asfixia. La razón es que las presiones en los músculos y en el diafragma hacían que el pecho quedara en posición de inhalar; básicamente, para poder exhalar, la persona tenía que impulsarse hacia arriba con los pies de manera que la presión en los músculos cediera por un momento. Al hacer eso, el clavo desgarraba el pie, afianzándose finalmente en los huesos del tarso.

“Después de haber exhalado, la persona entonces podía relajarse un poco e inhalar nuevamente. Una vez más tenía que impulsarse para exhalar, refregando la espalda que sangraba en la áspera madera de la cruz. Esto se repetía una y otra vez hasta el agotamiento total, cuando la persona ya no podía impulsarse ni respirar” (Strobel, pp. 265-266).

¿Cuál fue la causa de la muerte de Jesús?

Mucha gente supone que Jesús expiró simplemente por el trauma o por la asfixia, que eran las que generalmente causaban la muerte de los crucificados. Algunos médicos han estudiado la muerte por crucifixión y han sacado conclusiones parecidas. Varios teólogos e iglesias han enseñado que Jesús murió de aflicción o tristeza. ¿Podemos saber qué fue lo que realmente le causó la muerte?

En Zacarías 12:10 encontramos una profecía relacionada con la crucifixión de Jesús. Refiriéndose a los moradores de Jerusalén dice: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron”. Una y otra vez las Escrituras mencionan la importancia de la sangre derramada de Cristo (Hechos 20:28; Efesios 2:13; Hebreos 9:11-14; 1 Pedro 1:18-19). Jesús mismo dijo que el vino de la Pascua del Nuevo Testamento representaba “mi sangre ... que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28).

Resulta muy claro que un aspecto importante del sacrificio de Cristo fue su sangre, la cual fue derramada como sacrificio por los pecados de toda la humanidad. Lamentablemente, esto no es muy claro en Juan 19:30-34, donde todo parece indicar que después de que Jesús expiró, uno de los soldados romanos lo hirió con una lanza, “y al instante le brotó sangre y agua” (v. 34, NVI). No obstante, esto nos plantea el interrogante de si en verdad ese fue el orden en que ocurrieron los acontecimientos, ya que un cuerpo sin vida no sangra así cuando el corazón ha dejado de funcionar.

Este problema queda resuelto cuando se comparan varios manuscritos del Evangelio de Mateo, los cuales utilizan palabras que aparecen en unas pocas traducciones de la Biblia pero que no fueron incluidas en la mayoría de las versiones modernas. Tales palabras nos proporcionan la secuencia apropiada de los hechos.

Una versión en inglés, llamada The Twentieth Century New Testament (“El Nuevo Testamento del Siglo Veinte”), que utiliza estas palabras, dice: “Y cerca de las tres [de la tarde] Jesús clamó fuertemente: ‘Eloi, Eloi, lama sabactani’, lo que quiere decir: ‘Oh Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ Algunos de los que estaban cerca lo oyeron y dijeron [erróneamente]: ‘¡El hombre está llamando a Elías!’

“Inmediatamente, uno de ellos corrió y tomando una esponja y empapándola en vino corriente, la colocó en una caña y se lo ofreció para beber. Pero los demás dijeron: ‘Esperemos y veamos si Elías vendrá a salvarlo’. Sin embargo, otro tomó una lanza y le abrió el costado; y salieron agua y sangre. Pero Jesús, dando otra vez un fuerte grito, entregó su espíritu” (Mateo 27:46-50).

Las palabras faltantes, que aparecen aquí en letra cursiva, dicen que un costado de Jesús fue abierto con una lanza, él dio un fuerte grito y luego murió.

¿Se contradice entonces el relato de Mateo con el de Juan? No. Ambos narran los mismos sucesos, pero con enfoques diferentes.

Mateo de inmediato pasa de la muerte de Jesús a la descripción de la rasgadura del velo del templo, mientras que Juan habla del hecho de que, contrario a lo que les hicieron a los dos criminales crucificados junto con Jesús, a él no le quebraron ni un solo hueso. Juan, entre paréntesis, explicó que como Jesús ya había muerto no tuvieron que quebrarle los huesos; su costado había sido abierto con una lanza (Juan 19:31-34).

En el versículo 36 Juan nos dice que esto sucedió en cumplimiento de Salmos 34:20 y del simbolismo de los corderos de la Pascua, que eran sacrificados sin que se les quebrara un solo hueso (Éxodo 12:6, 46; Números 9:12). Los corderos de la Pascua cuya sangre fue derramada para salvar a los israelitas (Éxodo 12:6-7, 13) representaban a Jesús, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

El último golpe mortal

Al continuar en Juan 19:37, el apóstol afirma que también se cumplió la profecía de Zacarías 12:10, y así el cuerpo de Jesús sería traspasado. ¿Cómo fue ese golpe final que causó la muerte de Jesús?

El médico John Lyle Cameron lo explica así: “El soldado era romano; estaría bien entrenado, sería competente, y conocería su deber. Sabría qué parte del cuerpo traspasar para lograr un resultado rápido y mortal, o para asegurarse, sin lugar a dudas, de que la víctima había muerto…

“El soldado, parado al pie de donde estaba crucificado nuestro Señor, metería su lanza hacia arriba por debajo del costado izquierdo. La afilada punta de la lanza, ancha y de doble filo, habrá entrado por el lado izquierdo superior del abdomen, abriendo el estómago ... perforando el diafragma, partiendo el corazón y grandes vasos sanguíneos, arterias y venas ... y habrá lacerado el pulmón.

“La herida habrá sido lo suficientemente grande como para que pudiera introducirse la mano [comparar con Juan 20:24-27]. Sangre ... junto con agua del ... estómago, habrán salido en abundancia. Todo el hecho debió haber sucedido como lo describe San Juan, pues nadie hubiera podido relatar con tanto detalle un suceso tan reconocible, a menos que él o alguien más lo hubiera presenciado realmente” (citado por R.V.G. Tasker, Tyndale New Testament Commentaries: John [“Comentarios del Nuevo Testamento de Tyndale: Juan”], 2000, pp. 212-213).

Cuando uno analiza las claras explicaciones de la muerte de Jesús, ideas tales como que no murió realmente, que se desmayó o que estaba drogado y luego fue revivido, de hecho no tienen ningún fundamento. Al estar presente, junto con otros, cuando sucedieron esas cosas, el apóstol Juan fue testigo de esa muerte (Juan 19:25-27, Juan 19:35).

También los soldados romanos sabían que él estaba muerto. No eran médicos expertos, pero estaban acostumbrados a ver las ejecuciones y sabían cuando alguien había muerto. Antes de permitirle a José de Arimatea que se llevara el cuerpo de Jesús, Pilato corroboró con el centurión que había supervisado la ejecución, que realmente estaba muerto (Marcos 15:43-45).

Aun en el caso de suponer que Jesús pudo sobrevivir a la crucifixión, ¿cómo pudo luego vivir tres días y tres noches en una tumba sellada, sin ningún cuidado médico?

Hay otro aspecto más que debemos mencionar aquí. Suponiendo lo que parece imposible, que un hombre pudiera de alguna manera sobrevivir a todo eso, los relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos después de esa terrible experiencia habrían sido aún más imposibles. Y si de alguna manera lo hubiera logrado, ciertamente no habría podido aparecérseles como alguien que los inspiraría a proclamar que había resucitado a un estado glorioso y de poder. Habría sido un hombre gravemente herido, sicológicamente traumatizado y físicamente lisiado de por vida.

Teniendo en cuenta las claras pruebas con que contamos, no puede tomarse en serio ninguna teoría que trate de explicar que Jesús no murió realmente.

La sepultura de Jesús

Jesús fue sepultado por José de Arimatea en una tumba nueva que éste había reservado para sí mismo. Debido a que José de Arimatea era miembro del concilio que condenó a Jesús, no parece que fuera alguien “inventado” por los evangelistas. Marcos nos dice que “José de Arimatea, miembro noble del concilio ... vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (Marcos 15:43).

Cuando le permitieron que se llevara el cuerpo de Jesús, José “compró una sábana, y quitándolo, lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (v. 46).

Nadie que inventara y se empeñara en establecer una fábula escogería un personaje ficticio y diría que era miembro del Sanedrín, el concilio que gobernaba a la nación judía. Los miembros del Sanedrín eran muy conocidos. Ya que José era un respetable personaje público, mucha gente habría sabido dónde se encontraba su tumba. Si Jesús no hubiera sido sepultado en esa tumba, el engaño habría sido muy fácil de descubrir.

Notemos también las precauciones que se tomaron para que nadie tuviera acceso al cuerpo de Jesús una vez puesto en la tumba. “Al día siguiente ... los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron ante Pilato.

—Señor —le dijeron—, nosotros recordamos que mientras ese engañador aún vivía, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Por eso, ordene usted que se selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Este último engaño sería peor que el primero.

—Llévense una guardia de soldados —les ordenó Pilato—, y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan.

“Así que ellos fueron, cerraron el sepulcro con una piedra, y lo sellaron; y dejaron puesta la guardia” (Mateo 27:62-66, NVI).

La guardia de soldados romanos fue puesta en la tumba el día después de que Jesús fuera sepultado. Con toda seguridad ellos se hubieran dado cuenta si Jesús se hubiera recuperado después de estar casi muerto, o si su cuerpo hubiera sido robado por sus seguidores. Sus órdenes eran claras: debían vigilar que no le sucediera nada al cuerpo de Jesús. Si no cumplían con esta responsabilidad, podían ser sentenciados a muerte así como lo fue Jesús.

Tanto los judíos como los discípulos de Jesús habrían sabido dónde estaba esa tumba. Las mujeres que primeramente encontraron la tumba vacía, habían visto dónde estaba y sabían que Jesús había sido sepultado en ella (Lucas 23:55). También sabían que habían rodado una gran piedra a la entrada de la tumba (Marcos 15:46-47) y sabían que tendría que ser removida cuando ellas regresaran con las especias aromáticas que habían comprado (Marcos 16:1-3).

Para estas mujeres y para los discípulos de Jesús, no había ninguna duda de que su cuerpo estaba en esa tumba.

Las mujeres descubren la tumba vacía

En el relato de Marcos también se nos habla de que en la mañana, antes de la salida del sol, tres mujeres —María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé— fueron al sepulcro a ungir con especias el cuerpo de Jesús. Al encontrarse con que la piedra ya había sido quitada, entraron al sepulcro y se asustaron al ver “a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una ropa blanca”. Él les dijo: “Ha resucitado”, y que fueran y se lo hicieran saber a los otros discípulos (Marcos 16:1-8).

En la sociedad de ese tiempo, el testimonio de las mujeres era considerado de tan poca importancia que ni siquiera se les permitía servir como testigos en un tribunal de justicia. Cuán sorprendente resulta el hecho de que ¡las mujeres fueron reconocidas como las que descubrieron el sepulcro vacío!

Si, como algunos escépticos suponen, alguien hubiera inventado la historia posteriormente, seguramente habría utilizado los nombres de discípulos varones como Pedro y Juan como los descubridores del sepulcro vacío. Que hayan sido mujeres las principales testigos de que el sepulcro estaba vacío, se entiende mejor por la sencilla razón de que las mujeres mencionadas fueron quienes verdaderamente lo descubrieron. Los autores de los evangelios registraron fielmente lo que para ellos era un antecedente difícil y embarazoso.

Los enemigos de Jesús reconocieron que la tumba estaba vacía

¿Cuál fue la reacción de los enemigos de Jesús cuando supieron que los discípulos aseguraban que estaba vivo después de haber sido crucificado públicamente?

Su reacción fue muy reveladora. ¿Dijeron que los discípulos mentían y que el cuerpo de Jesús aún estaba en el sepulcro? No. ¿Dijeron que los discípulos estaban teniendo alucinaciones? No. Más bien, sobornaron a los soldados romanos responsables de la vigilancia de la tumba sellada, para que propagaran lo que sabían que era una mentira. Les dijeron que fueran y contaran que, mientras ellos dormían, los discípulos se habían llevado el cuerpo de Jesús, y que si el gobernador romano quería castigarlos, ellos los protegerían.

Conviene leer todo este relato en Mateo 28:11-15. ¡Esta fue la mejor excusa que encontraron los dirigentes religiosos para explicar por qué el cuerpo de Jesús había desaparecido y no podía ser encontrado!

Aquí, de los propios enemigos de Jesús, tenemos una prueba clara de que el sepulcro realmente estaba vacío. El mejor argumento que pudieron encontrar fue lo que sabían que era una mentira. No existe otra explicación de por qué el sepulcro estaba vacío, excepto que Jesús fue resucitado corporalmente y dejó la tumba.

Testigos de sus apariciones

En múltiples ocasiones y en diferentes circunstancias, algunas personas, individualmente o en grupo, que sabían que Jesús había muerto, lo vieron vivo.

Notemos que el apóstol Pablo escribió a la iglesia de Corinto diciendo que Jesús “se apareció a Cefas [Pedro], y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí” (1 Corintios 15:5-8, NVI).

¿Cómo obtuvo Pablo esta información? Conocía a esas personas y había hablado con ellas. Había escuchado el relato en sus propias palabras. La mayoría de ellos aún vivían y podían confirmarlo. Pablo aseguró esto sabiendo que ¡de no ser cierto podría probarse su falsedad!

Tales relatos de testigos presenciales no pueden ser considerados como fantasías. Tienen que referirse a hechos que fueron vistos por muchas personas que aún vivían cuando Pablo escribió esta epístola. ¡Hasta menciona los nombres de los testigos más conocidos de manera que los demás pudieran verificar con ellos el hecho de que Jesús había resucitado!

Jesús se aparece en forma corpórea

Todas las apariciones de Jesús después de su resurrección que se mencionan en los evangelios, fueron en cuerpo físico. Cuando se apareció a sus apóstoles les preguntó: “¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:36-43). Cuando ellos aún no podían creer, quizá porque les parecía demasiado bueno para ser verdad, les pidió comida y comió delante de ellos.

Luego tenemos el caso en que se apareció a todos sus apóstoles, incluso Tomás, quien al parecer no estaba en la ocasión anterior. Tomás no estaba dispuesto a creer a menos que viera las heridas de Jesús con sus propios ojos y las palpara con sus propias manos (Juan 20:24-29). Pero quedó totalmente convencido cuando Jesús se apareció a todos y específicamente le dijo a Tomás que comprobara que era el mismo Jesús al que él y los otros discípulos habían conocido desde hacía años.

En otra ocasión Jesús se les apareció a los discípulos en la playa del mar de Galilea. Esa vez obró un milagro, preparó y comió con ellos un desayuno con pan y pescado, y de manera amable reprendió a Pedro por haberse vuelto a su vida de pescador en lugar de dedicarse a cuidar de su iglesia, que era algo mucho más importante (Juan 21:1-23).

Se ha insinuado que estas apariciones no fueron más que alucinaciones de los discípulos. Pero tal teoría no puede explicar el hecho de que las apariciones ocurrieron en distintos lugares, en días diferentes y frente a grupos diferentes de personas. Jesús se apareció de maneras que fueron convincentes para todos los apóstoles. Estas apariciones no dejaron dudas en la mente de ninguno de ellos, incluso de Tomás, quien se mantuvo firme en su posición de no creer hasta que personalmente viera y tocara al Jesús a quien había conocido.

La asombrosa transformación de los apóstoles

Una de las pruebas más grandes de la resurrección de Jesús es el impresionante cambio que ocurrió en la vida de sus discípulos.

Los relatos de los evangelios no elogian a los apóstoles (lo cual constituye una prueba más de que la historia no fue inventada). Todos abandonaron a Jesús cuando fue arrestado y luego juzgado (Mateo 26:56). Pedro, quien había prometido nunca dejar a Jesús, aun llegó a maldecir y a jurar negando que lo conocía (vv. 69-75).

Recordemos que Jesús predijo la debilidad de Pedro e incluso advirtió a sus otros apóstoles que todos ellos también tropezarían por su relación con él (vv. 31-35). No obstante, poco tiempo después vemos un cambio dramático. Encontramos que los apóstoles empezaron a hablarles a grandes multitudes, diciendo claramente que Jesús había resucitado de entre los muertos. Ahora, lejos de huir y esconderse, se enfrentaban valientemente con los dirigentes civiles y religiosos recordándoles el hecho de que Jesús había sido ejecutado por ellos y que había resucitado.

Desafiaron la amenaza de ser encarcelados si continuaban predicando acerca de ese hombre Jesús (Hechos 4:1-23). Valerosamente soportaron azotes y amenazas de muerte por predicar que Jesús estaba vivo y que era el Mesías (Hechos 5:17-42).

Aunque sólo unas semanas antes habían negado conocerlo siquiera, ahora nada podía detenerlos de pregonar lo que obviamente sabían que era verdad. Su nueva e inquebrantable convicción, aun ante la prisión y la muerte, sólo puede explicarse de esta manera: habían visto vivo a Jesús después de haberlo visto muerto. Hablaron con él, comieron con él, recibieron muchas enseñanzas de él, pasaron tiempo con él y lo tocaron.

Estos hombres dedicaron el resto de sus vidas, y finalmente la vida misma, a aquel que sabían había vencido a la muerte. Si ellos sólo hubieran sido participantes de una gran farsa, ¿podríamos creer que habrían ofrendado sus vidas por algo que sabían que era falso?

El asombroso cambio de Pedro

El apóstol Pedro es el ejemplo más conocido de los discípulos cuyas vidas cambiaron de manera tan notable. Su valor en la Fiesta de Pentecostés fue increíble. Estando en el templo le habló a una gran multitud, de la cual 3000 personas se convirtieron en discípulos de Jesús el Mesías.

Pedro le predicó a gente que vivía en Jerusalén y en toda Judea, así como en muchas otras partes del mundo romano. Se encontraban en Jerusalén para celebrar la Fiesta de Pentecostés, llamada también la Fiesta de las Semanas, conforme al mandamiento de Dios en Deuteronomio 16:16. Les recordó que todos ellos sabían quién era Jesús y lo que le había sucedido siete semanas antes en la Fiesta de la Pascua (Hechos 2:22-24).

Pedro, quien poco antes de la muerte de Jesús lo había negado, ahora valientemente le hacía ver a la gente que ellos habían sido quienes habían crucificado al Mesías prometido, pero que Dios lo había resucitado.

La reacción de la gente fue bastante reveladora. No lo negaron, no protestaron, no intentaron apedrear a Pedro por este cargo aparentemente ultrajante. Muchos de ellos sabían acerca del arresto, juicio y crucifixión de Jesús. Sabían que muchos, quizá hasta algunos de los que estaban allí escuchando a Pedro, habían clamado por la sangre de Jesús. Sabían de la extraña desaparición de su cuerpo de la tumba, un misterio que nadie había podido desentrañar.

Sabían o habían oído de otras cosas extrañas que habían acontecido en esa ocasión: la misteriosa oscuridad que hubo en la tierra cuando Jesús estaba siendo crucificado, gente que había resucitado de los sepulcros y caminado por las calles de Jerusalén, y la rasgadura de arriba abajo del gigantesco velo del templo sin causa aparente.

¿Cómo podían explicarse estos acontecimientos? ¿Qué significaban? Pedro estaba dándoles una explicación asombrosa, una explicación que exigiría que ellos tomaran una decisión que cambiaría el resto de sus vidas.

Pedro comparó el sepulcro vacío de Jesús con el cercano sepulcro de David, el más grande de los reyes de Israel. “Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy” (Hechos 2:29). Su intento era inconfundible: todos sabían dónde estaba el sepulcro de David y que allí era donde su cuerpo estaba sepultado. Pero a diferencia de David, ¡la muerte ya no retenía a Jesús!

Pedro declaró que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios y que muchas personas podían dar testimonio de ese hecho. Una vez más, la gente no protestó. Todo lo contrario, preguntaron qué debían hacer ahora que estaban convencidos de que Pedro tenía la razón. Pedro les contestó que tenían que arrepentirse y ser bautizados y que también ellos recibirían el Espíritu Santo, así como los discípulos lo habían recibido ese mismo día (Hechos 2:37-38).

La única explicación que hay para el dramático cambio de los discípulos, que dejaron de ser un grupo atemorizado, listos para abandonar todo y regresar a Galilea, es que Jesús les dejó una dramática y poderosa prueba: una tumba vacía y luego múltiples apariciones corpóreas. Hombres comunes y corrientes con vidas normales, quienes habían negado a su Maestro y le habían fallado enormemente, de repente se transformaron, casi de la noche a la mañana, en dinámicos líderes de una iglesia que habría de desafiar al antiguo mundo pagano, enfrentándose con él.

Santiago, medio hermano de Jesús, se hace creyente

Quizá un cambio aún más sorprendente fue el que hubo en la vida de Santiago, medio hermano de Jesús (Santiago era hijo natural de María y José mientras que Jesús era hijo de María y Dios el Padre). Notemos cómo el escritor J.P. Moreland describe sucesos en la vida de Santiago conforme están registrados en la Biblia y en la historia contemporánea:

“¿Por qué cambiaron estos hombres? ¿Por qué sufrieron penurias, persecución, amenazas y martirio? Veamos lo que sucedió con Santiago el hermano de Jesús. Josefo, historiador judío del primer siglo, nos dice que murió como un mártir por su fe en su hermano. Pero en los evangelios se nos dice que durante la vida de su hermano, no creía en él y se le oponía.

“¿Por qué cambió? ¿Qué pudo lograr que un judío creyera que su propio hermano era el Hijo mismo de Dios y estuviera dispuesto a morir por tal convicción? Ciertamente no fue por una serie de hermosas enseñanzas de un carpintero de Nazaret. Sólo la aparición de Jesús a Santiago (1 Corintios 15:7) puede explicar su transformación.

“Como sucedió con Santiago, así sucedió con los otros discípulos. Quien niegue la resurrección nos debe una explicación de este cambio que hace justicia a los hechos históricos” (Scaling the Secular City [“Franqueando la ciudad irreligiosa”], 1987, pp. 178-179).

Pablo el perseguidor es transformado

El apóstol Pablo es otro extraordinario ejemplo. Siendo un rabino fervoroso y fariseo estricto, estaba plenamente convencido de que la resurrección de Jesús no había ocurrido. Persiguió a los miembros de la iglesia primitiva por creer en semejante cosa. Arriesgó todo su prestigio y misión en la vida por su convicción de que la resurrección había sido una invención y que esa ideología era una amenaza para la tradición que para él era sagrada.

Estaba convencido de que este nuevo movimiento merecía ser aplastado a toda costa, incluso con cárcel o muerte (Hechos 22:4), y esta sería su campaña personal. Luego algo sucedió. Jesucristo se le apareció a Pablo y le habló.

Pablo no era un hombre dado a las vívidas imaginaciones de gente supersticiosa. Era un intelectual sensato. Y sin embargo, más adelante estuvo dispuesto a defender con celo a Cristo ante grupos hostiles, gobernantes, reyes y otros dirigentes. Al final Pablo estaba dispuesto a morir por lo que sabía que era verdad: que Jesús realmente era el Mesías, estaba vivo y se encontraba a la diestra de Dios.

La existencia de la iglesia cristiana

El Dr. Moreland lo expone así: “¿Qué razón puede esgrimirse para explicar el hecho de que la iglesia cristiana logró transformar el mundo del primer siglo? Las probabilidades de que tuviera éxito eran escasas. En el primer siglo existieron varias religiones y en algunas de ellas se podían encontrar aspectos del cristianismo. ¿Por qué tuvo éxito el cristianismo, particularmente cuando era una fe tan exclusivista y que no veía con buenos ojos el sincretismo? ¿Qué fue lo que inició la iglesia? Nunca hubo una forma de cristianismo que no hiciera hincapié en la muerte y resurrección de un Jesús divino.

“La resurrección de Jesús es la explicación que la propia iglesia dio, y es la única apropiada. El erudito C.F.D. Moule lo resume así: ‘Si el surgimiento de los nazarenos, un fenómeno innegable refrendado en el Nuevo Testamento, hace un enorme agujero en la historia, un agujero del tamaño y forma de la Resurrección, ¿con qué piensa taparlo el historiador irreligioso?’” (ibídem, pp. 180-181).

La única conclusión razonable es que Jesucristo en realidad fue resucitado de entre los muertos.