La ruptura del velo del templo

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La ruptura del velo del templo

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En los evangelios se registran varios sucesos que ocurrieron al morir Cristo. Uno que al principio parece insignificante, pero que simbolizó algo muy importante, podemos verlo en Mateo 27:50-51: “Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (NVI).

Este suceso fue tan importante que fue mencionado en tres de los evangelios. ¿Cuál es su significado?

El recinto del templo estaba dividido en dos salas: la exterior, llamada el lugar santo, donde servían varios sacerdotes, y la sala interior, llamada el lugar santísimo. Esta sala representaba la presencia de Dios. Era un lugar tan sagrado que únicamente el sumo sacerdote podía entrar, y sólo un día en el año, para ofrecer expiación por sus pecados y por los del pueblo.

Esta sala sagrada, el lugar santísimo, estaba separado del resto del templo por una cortina hermosamente bordada. Según algunas descripciones judías del templo, esta cortina era realmente enorme; medía unos 9 metros de ancho por 18 metros de altura y 8 centímetros de gruesa. El que se hubiera desgarrado de arriba abajo en el momento en que Jesús murió, ¡fue un suceso sorpresivo y desconcertante! ¿Cómo podría permitir Dios que pasara algo así dentro de su templo?

Pero Dios no sólo lo permitió, sino que deliberadamente rasgó la cortina para hacer entender algo: que los pecados del hombre, lo que nos separaba de él (Isaías 59:2), ahora podían ser perdonados por medio de la sangre derramada de Cristo.

Al comparar cómo el sumo sacerdote había podido pasar por ese velo sólo una vez al año para ofrecer expiación por los pecados, en Hebreos 10:19-22 se nos explica que un nuevo sumo sacerdote, Jesucristo, por medio de su propio sacrificio, suprimió este rito para siempre y dio a la humanidad acceso directo a Dios.

“Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena liberad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura” (NVI).

La lección para nosotros es que, después de arrepentirnos sinceramente, podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16, NVI). Debido al sacrificio de Cristo, tenemos acceso directo al trono de nuestro misericordioso y amoroso Creador. (Para aprender más sobre esto, ver el recuadro de la página 98: “Nuevamente vivo, hoy y para siempre”.)