Nace un cristianismo falso
“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre . . . y a muchos engañarán” (Mateo 24:4-5).
Jesús les dijo a sus apóstoles que fueran e hicieran discípulos a todas las naciones, bautizándolos en su nombre. La mayoría de las personas que estudian la Biblia se dan cuenta de que esos apóstoles cumplieron fielmente con tal misión. Aquellos que los escucharon y creyeron el mensaje fueron llamados cristianos por primera vez en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:26). Desde entonces, millones de personas se han unido a (o han nacido dentro de) los cientos de sectas conocidas colectivamente como el cristianismo, que es una de las religiones más conocidas y dominantes del mundo.
La gente supone que todos los que profesan ser cristianos, o cuando menos casi todos, siguen las creencias, enseñanzas y costumbres de Jesucristo. Pero la Biblia nos dice que no todos los que aceptan el nombre de Cristo son verdaderos cristianos. Por lo que leemos en Lucas 6:46 podemos ver que es posible profesar el nombre de Jesús, e incluso llamarlo “Señor”, pero aun así negarlo con los hechos.
Jesús y sus apóstoles hablaron de “falsos profetas”, “falsos apóstoles” y “falsos hermanos”. Nos revelaron que existirían dos religiones “cristianas” pero notoriamente opuestas. Una, la Iglesia que edificó Jesucristo, sería guiada por el Espíritu de Dios y se mantendría fiel a las enseñanzas de quien la estableció. La otra, guiada e influida por otro espíritu, aceptaría el nombre de Cristo pero, desvirtuando sus enseñanzas, crearía una persuasiva falsificación de la Iglesia de Dios.
Ambas usarían el nombre de Cristo y afirmarían tener su autoridad. Ambas dirían seguir las verdaderas enseñanzas de Cristo y efectuarían obras que parecerían buenas y justas. Pero sólo una representaría fielmente a su fundador, Jesucristo. La otra cautivaría las mentes y corazones de millones de personas adjudicando el nombre de Cristo a costumbres y doctrinas que él y sus apóstoles nunca practicaron ni enseñaron.
Los apóstoles continuamente advirtieron a los seguidores de Cristo contra los falsos maestros que introducirían enseñanzas erróneas. Jesús mismo advirtió: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre . . . y a muchos engañarán” (Mateo 24:4-5).
El Nuevo Testamento nos presenta un bosquejo histórico de las raíces de estas dos religiones que profesan ser cristianas: una real, la otra falsa. Los apóstoles de Cristo explicaron el origen de las características primordiales de cada una.
Ya hemos examinado la descripción que los apóstoles hicieron de la Iglesia que edificó Jesús. Ahora veamos el registro que nos dejaron de otra religión supuestamente cristiana, una que desvirtuó y corrompió la verdad y vino a ser más poderosa e influyente que la pequeña Iglesia que Jesús prometió que nunca moriría.
Las tradiciones de los hombres
¿De dónde obtienen gran parte de las iglesias sus enseñanzas y costumbres? La mayoría de sus miembros piensan que éstas provienen de la Biblia o de Jesucristo mismo. Pero ¿es así?
Jesús les ordenó a sus discípulos que enseñaran exactamente lo que habían aprendido de él: “enseñándoles que guarden las cosas que os he mandado . . .” (Mateo 28:20). Él condenó la costumbre de remplazar los mandamientos de Dios con las tradiciones de los hombres. En Marcos 7:8-9 podemos ver lo que tan claramente dijo al respecto: “Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres . . . Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición”.
Jesús enseñó que su Iglesia guardaría los preceptos de Dios: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17-19). También advirtió: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23). Él sabía que se levantarían falsos maestros que rechazarían los mandamientos de Dios para aceptar un evangelio desvirtuado: ¡un evangelio sin ley!
Al igual que Jesús, los apóstoles siempre enseñaron la necesidad de obedecer a Dios. Pedro y los demás apóstoles arriesgaron sus vidas al declarar con denuedo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Pablo también entendía, compartía y enseñaba esa actitud de obediencia total: “[Jesucristo] por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Romanos 1:5).
Más adelante, Pablo escribió a la iglesia en Colosas: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Colosenses 2:6-7). Siguiendo el ejemplo de Cristo, Pablo advirtió a estos hermanos para que no aceptaran tradiciones humanas como sustitutos de los mandamientos de Dios: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (v. 8; comparar con Marcos 7:8-9, 13).
¿Por qué Jesús y los apóstoles advirtieron tan persistentemente en que se evitaran las tradiciones de los hombres?
Subversión dentro de la Iglesia
A medida que los apóstoles se esforzaban por establecer más congregaciones de creyentes entre las naciones, se presentó un fenómeno que finalmente habría de producir otra religión, de apariencia cristiana pero muy diferente de la que establecieron Jesús y sus apóstoles.
Sutilmente se introdujeron doctrinas nuevas y diferentes. Algunos empezaron a subvertir la Iglesia desafiando y contradiciendo las enseñanzas de los apóstoles de Cristo. Pablo advirtió: “Hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene” (Tito 1:10-11).
Pablo instruyó a este discípulo y colega suyo para que tuviera mucho cuidado en analizar los antecedentes, el conocimiento y el carácter de quienes pensaba establecer en posiciones de responsabilidad: “Es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios . . . no codicioso de ganancias deshonestas . . . retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (vv. 7-9).
Cada vez más los “falsos apóstoles” empezaron a contradecir y a minar las enseñanzas de los verdaderos apóstoles de Cristo. A la iglesia en Roma, Pablo le escribió: “Os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos. Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Romanos 16:17-19).
Algunos dirigentes religiosos, aparentando ser ministros de Cristo, empezaron a enseñar sus propias doctrinas falsas “en contra de” lo que enseñaban los apóstoles de Cristo y otros de sus fieles siervos. Al principio, provenían principalmente de los judíos; pero luego estos falsos maestros surgieron de otros grupos dentro de la Iglesia. Las doctrinas subversivas que finalmente llegaron a ser las de mayor influencia eran una mezcla de filosofías paganas y judías, junto con el misticismo común de la época.
Uno de esos primeros falsos maestros fue Simón el mago. Después de haber sido bautizado por Felipe, Simón intentó sobornar a Pedro y Juan con la esperanza de obtener el poder de dar a otros el Espíritu Santo. Impulsado por su codicia de poder e influencia, aparentó que se había convertido (Hechos 8:9-23). Algunas fuentes históricas posteriores indican que luego él mezcló varios aspectos del paganismo y del misticismo para crear una filosofía seudocristiana.
Había empezado una tendencia peligrosa. Muy pronto abundaron los “falsos apóstoles”, los “falsos maestros” y los “falsos hermanos”. ¡Había nacido un cristianismo falso!
Un evangelio diferente gana terreno
La Iglesia primitiva sufrió grandemente debido al efecto causado por las falsas enseñanzas. Los cristianos de la provincia romana de Galacia fueron desviados de las enseñanzas del apóstol Pablo por las maniobras astutas y engañadoras de tales falsos apóstoles.
Pablo habló de las argucias de esos falsos maestros y el efecto que habían causado en las iglesias de Galacia. Él escribió: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-7). Los cristianos en esa región estaban siendo atraídos por los promotores de un cristianismo falso. Pablo tuvo que combatir contra ciertas prácticas judías y paganas que estaban siendo introducidas en las congregaciones de Galacia.
Estos astutos individuos no rechazaban abiertamente lo que Pablo enseñaba, sino que simplemente torcían o pervertían algunos aspectos de sus enseñanzas. Luego persuadían a los gálatas para que aceptaran ese nuevo “evangelio”, que era una mezcla fatal de verdad y error. El mensaje de los falsos maestros contenía suficiente verdad como para parecer justa y cristiana, pero también tenía tanto error que quienes la aceptaran no podrían recibir la salvación.
Observemos cuán clara y fuertemente condenó Pablo ese evangelio diferente: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (vv. 8-9).
Un evangelio sin ley
Jesús les advirtió a sus discípulos que esas cosas sucederían: “Muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:11-12). El vocablo griego que se tradujo aquí como “maldad” es anomía. “Anomía no es meramente infracción de la ley, sino su rechazo flagrante en rebeldía; actuar y vivir al margen de ella . . .” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, 2:353). En otras palabras, lo que Jesús dijo es que la iniquidad, o ausencia de la ley de Dios (elemento clave en el mensaje de los falsos maestros) haría que los conceptos falsos fueran más atractivos y aceptados. El desacato a la ley de Dios sería finalmente la base de un seudocristianismo popular y de gran éxito.
Los falsos profetas formularon su mensaje y sus doctrinas reconociendo de palabra a Jesús como “Señor”, pero negándose a obedecerlo (Lucas 6:46). En Mateo 7:15, Jesús nos advierte acerca de esta táctica astuta y engañadora: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”.
Jesús dejó muy claro que los que enseñan que la ley de Dios ha sido abrogada, quienes aparentan ser mansas ovejas que desempeñan obras religiosas de piedad, no son apóstoles o siervos suyos: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad [anomía]” (vv. 21-23).
El campo de batalla: La ley de Dios
La controversia sobre la ley de Dios empezó a surgir en la Iglesia cuando se convirtieron los primeros “gentiles”, es decir, los que no eran ni judíos ni adeptos del judaísmo. Algunos creyentes judíos querían obligar a esas personas a circuncidarse y a seguir otras prácticas físicas. Insistían en que los gentiles conversos tenían que ser circuncidados para poder recibir la salvación (Hechos 15:1).
Desde luego, los apóstoles rechazaron semejante concepto e hicieron notar que aun Moisés había enseñado que lo que le interesaba a Dios era la circuncisión del corazón (Deuteronomio 30:6; ver también Romanos 2:29 y Colosenses 2:11-12). Asimismo, Dios consideró que Abraham era un hombre justo aun antes de que se hubiera circuncidado (Romanos 4:9, 12). Basándose en estos antecedentes, ellos probaron que, de hecho, la circuncisión física no era un requisito para la salvación (Hechos 15:2, Hechos 15:5-10). Para confirmar más aún el asunto, Pedro les hizo notar que Dios ya les había dado su Espíritu a varios gentiles sin que hubieran sido circuncidados, lo cual demostraba cuál era la voluntad de Dios en este asunto (v. 8; 11:1-4, 15-18).
Estos mismos judíos también exigían que los gentiles observaran las ceremonias y ritos que se efectuaban en el templo y que prefiguraban el sacrificio de Cristo. Por su parte, los apóstoles insistían en que el sacrificio de Cristo era lo que hacía posible el perdón de los pecados por medio de la gracia de Dios (Hebreos 7:26-27).
Los ritos y sacrificios que se efectuaban en el tabernáculo, y posteriormente en el templo, eran sólo un requisito temporal hasta el sacrificio del verdadero “Cordero de Dios” (Juan 1:29). Los apóstoles enseñaron que ya no era necesario ofrecer tales sacrificios (Hechos 15:11; Hebreos 9:1-15) porque eran parte de un culto que consistía “sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9:10).
Pero los apóstoles nunca consideraron que las leyes espirituales de Dios, resumidas en los Diez Mandamientos, estuvieran en la categoría de “ordenanzas acerca de la carne”. Ellos siempre enseñaron la necesidad de obedecer los mandamientos de Dios. Pablo lo dijo muy claramente en 1 Corintios 7:19: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios”. Además, en otra de sus epístolas dijo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Romanos 3:31).
Un concepto erróneo sobre la gracia de Dios
Tal como lo había profetizado Jesús, individuos sin escrúpulos torcían las enseñanzas de Pablo y de los otros apóstoles tergiversando su significado (2 Pedro 3:15-16). Al desvirtuar las enseñanzas de los apóstoles, primero acerca de la gracia y luego acerca de las “ordenanzas acerca de la carne” que ya no eran necesarias, encontraron una manera de disculpar su comportamiento inicuo: “Algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4).
Según ellos, la gracia era un pretexto para pecar —quebrantar la ley de Dios— y desechaban las enseñanzas bíblicas que no les agradaban. Para justificar su renuencia a obedecer a Dios, torcían las afirmaciones de Pablo de que no podemos ganarnos la salvación por medio de nuestras “obras”.
Otro apóstol señaló el problema real de estos individuos: “Siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor [ver Judas 8-9] . . . Han dejado el camino recto, y se han extraviado . . . Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:10-19).
Una situación aún más perversa se estaba manifestando en las congregaciones dispersas del pueblo de Dios. Ahora algunos falsos maestros, en lugar de intentar imponer más leyes a los gentiles, estaban abusando de la misericordia de Dios —la gracia de Dios— al promover el concepto de que los cristianos habían sido liberados de la ley y no tenían necesidad de obedecerla ya. Sin embargo, Dios dice que la infracción de su ley es pecado (1 Juan 3:4).
Estos maestros hablaban de la ley de Dios como si fuera una carga innecesaria. Pero en 1 Juan 5:3, el apóstol claramente nos dice: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”.
Contrariamente al concepto de haber sido liberado de la ley, otro apóstol se refiere a los mandamientos de Dios como “la ley real” y “la ley de la libertad” (Santiago 2:8-12). Dios creó su ley para librarnos de las consecuencias de actos funestos como el adulterio, el asesinato, el robo, el fraude y la codicia.
Es el pecado lo que esclaviza, no la ley de Dios (Romanos 6:16; Juan 8:34). Somos liberados de la esclavitud del pecado al obedecer a Dios (Romanos 6:17-18). En la misma epístola Pablo afirma claramente que la obediencia y la justicia son inseparables: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13).
El archiengañador Satanás
Los maestros que propagaban estos conceptos inicuos estaban influidos por Satanás. Pablo dijo: “Éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:13-15)
Satanás odia la ley de Dios, y es el engañador supremo. Obviamente, siempre ha querido infiltrarse en la Iglesia que Cristo estableció y no escatima esfuerzos para hacerlo.
Con tal de lograr su propósito, Satanás se vale de unas personas para desviar a otras. Para él, resulta muy fácil influir en personas que, impulsadas por ambiciones personales, desean enseñar a otros. Esto es particularmente cierto cuando no tienen un entendimiento correcto de las Escrituras. Satanás sencillamente se aprovecha de su deseo de ser maestros espirituales y las lleva a alabar de palabra a Cristo en tanto que crean sus propias doctrinas y pasan por alto o desobedecen algunas de las leyes de Dios.
El apóstol Pablo, viajando con uno de sus discípulos, le rogó que se quedara en Éfeso para que prohibiera a algunos que enseñaran “diferente doctrina” (1 Timoteo 1:3). Luego dijo: “El propósito de este mandamiento es el amor nacido de un corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (vv. 5-7).
Algunos dirigentes religiosos con toda sinceridad aceptan doctrinas que les permiten quebrantar algunos de los mandamientos de Dios. Luego convencen a otros para que crean como ellos. Lamentablemente, debido a la influencia de Satanás, estos individuos están convencidos de que sus conceptos equivocados son correctos, que Dios se agrada de ellos. Creen en las falsas doctrinas que enseñan. Tales individuos podrán ser muy sinceros, pero están sinceramente equivocados.
El apóstol Pablo nos advierte acerca de un futuro maestro quien promoverá doctrinas contrarias a las leyes de Dios, “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2:9-11). Es probable que ninguno de estos maestros equivocados se dé cuenta de que lo que en realidad está haciendo es seguirle la corriente a Satanás.
No obstante, al crear un seudocristianismo —uno que no es completamente diferente del cristianismo auténtico pero que rechaza algunas de las enseñanzas bíblicas elementales que llevan a la vida eterna— Satanás ha estado tratando de frustrar el plan divino de salvación. Recordemos las palabras de Jesús: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Eso es exactamente lo que el enemigo quiere evitar: ¡que recibamos la vida eterna! Por eso él fomenta un cristianismo que enseña que nosotros podemos decidir qué mandamientos de Dios queremos acatar y cuáles preferimos pasar por alto.
La iniquidad en sus diferentes grados y formas representa el meollo de las doctrinas falsas de Satanás. Su propósito es convencer a los hombres de que están sirviendo a Cristo al tiempo que los desvía del camino que lleva a la salvación. Procura cegar su entendimiento acerca de lo que es el pecado a fin de que continúen practicando alguna forma de iniquidad.
Para lograr su propósito, Satanás se aprovecha de la naturaleza humana. Fascina a la gente para que crea sus engañifas (1 Juan 5:19; Apocalipsis 12:9). El diablo mantiene cierta medida de verdad en sus doctrinas para poder convencer a las personas de que están siguiendo a Cristo, pero mezcla el suficiente error para desviarlas del camino de vida que finalmente habría de llevarlas a la vida eterna.
La naturaleza humana es hostil a Dios
Existe una razón por la que Satanás ha tenido tanto éxito en engañar a la humanidad. El apóstol Pablo nos dice que la mente carnal, la mente que no es guiada por el Espíritu de Dios, no es capaz de comprender el verdadero propósito y la finalidad de las leyes de Dios: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
La mayoría de las personas no son manifiestamente hostiles hacia muchas de las leyes de Dios. En general reconocen que cosas como el asesinato y el robo son actos de maldad. No obstante, sí son hostiles, quizá sin darse cuenta de su hostilidad natural, hacia leyes que son contrarias a su manera personal de pensar. En ese sentido, la iniquidad atrae a la gente.
En su carta a la iglesia en Roma, el apóstol Pablo explica la razón por la que la desobediencia puede resultar tan tentadora a nuestros instintos perversos: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). En otras palabras, la mente carnal no sólo carece de discernimiento espiritual, sino que también le molesta la autoridad de Dios expresada en sus leyes.
A esta tendencia hacia el pecado la llamamos naturaleza humana, la cual es una mezcla de la debilidad humana y las actitudes adquiridas como resultado de la influencia de Satanás. Aprovechándose de la naturaleza humana, Satanás se vale de sus falsas enseñanzas para convencer a las personas de que han sido “liberadas” de las leyes de Dios y así justificar su tendencia a ser hostiles a dichas leyes. Por tanto, quienes han sido desviados por estos engaños, en lugar de alejarse de la iniquidad (es decir, arrepentirse) continúan viviendo en el pecado. Al creer que Dios permite sus actos de desobediencia, no se dan cuenta, cuando menos en algunos aspectos de su conducta o creencias, de la gravedad de sus pecados.
Pero el apóstol Santiago nos dice muy claramente que esta actitud hacia la ley real de Dios es totalmente errónea, “porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). En los versículos 8, 9 y 11 podemos ver que el apóstol se está refiriendo a los Diez Mandamientos. La ley básica de Dios se compone de 10 preceptos, y él nos exige que cumplamos con cada uno de ellos: literal y espiritualmente.
Se inicia un alejamiento de la verdad
Cristo elogió a la iglesia en Éfeso por rechazar a los falsos apóstoles que trataban de aprovecharse de su naturaleza humana: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2).
Pero no todos siguieron el ejemplo de los efesios. Muchos aceptaron las enseñanzas de esos falsos apóstoles y se volvieron a su vida de pecado. Por eso Pedro escribió: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 Pedro 2:20-22).
Dejando a un lado las enseñanzas de los verdaderos apóstoles de Cristo, la gente empezó a aceptar las filosofías de los falsos maestros. Mas Pedro ya había advertido que esto ocurriría: “. . . habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (vv. 1-2).
Pedro había previsto que no simplemente unos pocos sino muchos de entre la comunidad cristiana se apartarían de la verdad para seguir las doctrinas que resultaban más atractivas a la mente carnal. Después, otro de los apóstoles confirmó esto: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).
En la isla de Chipre, Bernabé y Saulo (cuando éste aún no era llamado Pablo) confrontaron a un falso profeta que estaba decidido a apartar de la verdad a cuantos pudiera: “Habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Éste, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul” (Hechos 13:6-8).
En otras ocasiones el problema estaba con los “falsos hermanos” (Gálatas 2:4). Pablo, en cierta ocasión, habló de algunos de los peligros que había tenido que afrontar: “En caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos” (2 Corintios 11:26).
Estos seudocristianos no sólo habían venido a ser una verdadera amenaza para la seguridad y eficiencia de Pablo, sino que también habían llegado a ser una gran parte de la comunidad cristiana. Algunos quizá ya se habían apartado del pueblo especial de Dios, pero continuaban llamándose cristianos ellos mismos. Otros se hicieron miembros de nuevos grupos supuestamente liberados que conservaron el nombre de cristianos. Otros probablemente continuaron en el compañerismo con los verdaderos creyentes, y con el tiempo pervirtieron algunas congregaciones con sus herejías. Había empezado a afirmarse un falso cristianismo.
Los verdaderos cristianos son expulsados
A medida que los falsos maestros fueron ganándose más adeptos, éstos llegaron a ser la mayoría en algunas congregaciones. En 3 Juan 9-10 el apóstol nos hace saber de uno de los infaustos resultados de esta situación: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia”.
Por increíble que parezca, aquellos que eran fieles a las enseñanzas de los apóstoles eran expulsados de esa congregación. Obviamente, eran la minoría. La mayoría había decidido seguir a Diótrefes quien, en su codicia de poder e influencia, acusaba falsamente al apóstol Juan. Satanás había logrado poner a uno de sus siervos como pastor de esa congregación, y había hecho que expulsara a los fieles siervos de Jesucristo.
Recordemos que Jesús ya había advertido a sus fieles seguidores que eso sucedería: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:13-15).
También dijo: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres . . . Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:6-9).
Ahora podemos entender por qué Pablo en su carta a los cristianos de Roma les dijo lo que debían hacer con aquellos que estuvieran creando dificultades en la congregación: “Os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Romanos 16:17).
El falso cristianismo se impone
Para fines del tercer siglo los verdaderos siervos de Dios habían llegado a ser sólo una pequeña minoría entre aquellos que se hacían llamar cristianos. El cristianismo falso representaba ahora la mayoría.
Los falsos maestros habían logrado obtener muchos más seguidores que los fieles ministros de Dios. No obstante, la historia nos muestra que en lo que se refería a creencias y prácticas, en esas sectas no había un criterio unificado.
Sin embargo, aunque dividida e inconversa, esta nueva forma de cristianismo tuvo un rápido crecimiento y vino a ser la más conocida. Pretendiendo ofrecerle a la gente la salvación, retuvo parte de la verdad; y como no reconoció ni enseñó la necesidad del verdadero arrepentimiento, le pareció atractiva a la gente.
A pesar de sus errores, parecía ofrecer una esperanza no igualada por ninguna de las religiones paganas de ese tiempo, pues ninguna de ellas ofrecía una forma creíble para que la gente recibiera el perdón de sus pecados y obtuviera la vida eterna. Al parecer, esta nueva religión ofrecía exactamente eso, pero sus seguidores no se daban cuenta de que, sin el verdadero arrepentimiento, tales promesas eran vanas.
A fines del tercer siglo este falso cristianismo era una religión amargamente dividida por sus constantes reyertas. Pero a principios del cuarto siglo sucedieron dos cosas que cambiaron bruscamente el curso de la historia cristiana. Primero, el emperador romano Diocleciano intensificó la política de algunos de sus antecesores de perseguir a los cristianos y de mandar quemar todos sus manuscritos. Esto infundió temor en toda la comunidad cristiana.
Unos años más tarde, después de derrotar a un poderoso contrincante, Constantino pudo ocupar el lugar de Diocleciano, quien abdicó como emperador en el año 305. Pero la posición política del nuevo emperador no era muy estable debido a que aún tenía muchos enemigos. En todo el imperio los cristianos eran los únicos que no tenían ninguna afiliación política, situación que Constantino tuvo la perspicacia de aprovechar para reforzar su posición como emperador con este movimiento religioso ajeno a la política y previamente perseguido.
Por principio de cuentas, Constantino dio validez legal al cristianismo. Luego, sólo dos años más tarde, convocó a todos los diferentes grupos que profesaban ser cristianos para que formularan un sistema de creencias que los unificara. Quería tener un gran cuerpo religioso unido que le fuera políticamente fiel.
Para lograr esto, Constantino presidió las deliberaciones doctrinales y, cuando había desacuerdos que no podían resolverse amistosamente, él decidía, o dictaba, lo que debía aceptarse. De manera astuta, muy pronto logró controlar a todos esos grupos de falsos cristianos pendencieros que estaban dispuestos a aceptar el control del Estado, y los transformó en un grupo fuertemente unido al servicio del Imperio Romano.
Wilson Walker, quien fue profesor de historia eclesiástica en la Universidad de Yale, nos dice que en el año 323 “Constantino por fin era el único gobernante del mundo romano. La iglesia estaba libre de persecución en todas partes . . . Pero, al ser liberada de sus enemigos, había venido a quedar en gran medida bajo el dominio de quien ocupara el trono imperial de Roma. Se había iniciado una nefasta unión con el Estado” (A History of the Christian Church [“Historia de la Iglesia Cristiana”], 1946, p. 111).
La fusión de diversos sistemas rituales
A medida que esta nueva religión, apoyada ahora por los emperadores romanos, crecía en poder e influencia, procuró llegar a ser realmente una iglesia mundial. En su afán de ganar más seguidores, aceptó en su medio muchos nuevos conversos, así como muchas nuevas costumbres.
Charles Guignebert, profesor de historia cristiana en la Universidad de París, explica lo que sucedió: “Al principio del quinto siglo, los ignorantes y los semicristianos llegaban en tropel a la iglesia . . . Ellos no habían olvidado ninguna de sus costumbres paganas . . . Los obispos de ese tiempo tenían que contentarse con enmendar, lo mejor que podían, y de modo experimental, las espantosas malformaciones de la fe cristiana que percibían a su alrededor . . .
”[De instruir apropiadamente a los conversos] ni se hablaba; los obispos tenían que contentarse con enseñarles no más que el símbolo del bautismo y luego bautizarlos en masa, aplazando hasta más tarde la tarea de desarraigar sus supersticiones, las cuales preservaban intactas . . . Este ‘más tarde’ nunca llegó, y la iglesia incorporó, tan bien como pudo, a estos nuevos conversos junto con sus costumbres y creencias. Por su parte, a ellos les parecía bien disfrazar su paganismo bajo la capa cristiana” (The Early History of Christianity [“Historia antigua del cristianismo”], 1927, pp. 208-210).
¿Cuál fue el resultado? Esta cristiandad dominada por el Estado vino a ser una mezcla estrafalaria de creencias, prácticas y costumbres que provenían de muchas fuentes. Como lo explica Guignebert: “A veces es muy difícil saber exactamente de qué rito pagano se deriva determinado rito cristiano, pero permanece cierto que el espíritu del ritualismo pagano quedó impreso en la cristiandad a tal grado que al final se hallaba totalmente repartido en todas sus ceremonias” (ibídem, p. 121).
En aquellos primeros siglos creció en tamaño y en popularidad el falso cristianismo que los apóstoles de Cristo combatieron tan fuertemente. Siglos después, esta religión estaría dividiéndose continuamente en sectas competitivas. No obstante, ninguna de éstas se volvió completamente a las costumbres y enseñanzas originales de Jesucristo y los apóstoles. Muchos eruditos bíblicos actuales reconocen este hecho (ver el recuadro “Cambios de opinión entre algunos estudiosos de la Biblia”, p. 42).
Mientras tanto, aquellos que a lo largo de todos estos siglos han vivido fielmente sometidos en sincera obediencia a las leyes de su Creador siguen siendo, comparativamente, sólo una “manada pequeña” (Lucas 12:32) en un mundo en el cual predomina la confusión religiosa.