¿Por qué nació usted?
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¿Por qué nació usted?
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La perspectiva atea, darviniana, sostiene que la vida evolucionó por casualidad, sin propósito o plan alguno. Sin embargo, en la Biblia se nos dice que Dios creó al hombre y el cosmos con un propósito asombroso e inspirador.
¿Cuál es ese propósito? El rey David se hizo la misma pregunta: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:4). A diferencia de todas las demás criaturas, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Génesis 1:26) y le dio la facultad de desarrollar una relación con él. El hombre recibió la capacidad de entender y de vivir por las mismas leyes espirituales que Dios vive y que son parte de su carácter. El hombre podría ir creciendo y llegar a ser cada vez más como Dios por medio de esa relación con él.
La decisión que tomaron nuestros primeros padres, Adán y Eva, de seguir un camino de vida diferente del que Dios les ofrecía en esa relación personal con ellos, fue fatídica para el resto de la humanidad. Desde entonces hemos andado buscando a ciegas un significado que nos explique el por qué de nuestra existencia.
La verdad, tan asombrosa como inspiradora, es que Dios está creando su propia familia. Él es el Padre de esa familia. ¿Cómo les reveló Jesús a sus discípulos al Padre? Sencillamente como “Padre nuestro que estás en los cielos . . .” (Mateo 6:9). Él nos dice que debemos seguir los caminos de Dios “para que [seamos] hijos de [nuestro] Padre que está en los cielos” (Mateo 5:45).
A quienes decidamos seguir sus caminos, Dios nos invita a que tengamos una relación de padre-hijo con él y nos da su santo Espíritu a fin de que podamos llegar a ser sus hijos. El apóstol Pablo escribió: “No [hemos] recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que [hemos] recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo . . .” (Romanos 8:15-17).
Después de esta vida, todos aquellos a quienes Dios haya dado su Espíritu —y que hayan permanecido fieles hasta el fin (Mateo 24:13)— recibirán la vida eterna por medio de una resurrección. En 1 Corintios 15:51-53 se nos dice que “no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”.
Por medio de la resurrección a la vida eterna, Dios nos transformará en seres inmortales para que seamos como Jesucristo glorificado. Entonces “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Dios está formando su propia familia. Dará la vida inmortal a seres humanos para que vivamos eternamente con él. Él desea compartir su existencia eterna con nosotros en una vida de amor hacia los demás. A fin de cuentas, Dios creó el universo por amor, y es por su amor que nos dio una parte en éste. La vida es el resultado del amor de Dios y su deseo de compartir ese amor por siempre con su familia de hijos inmortales.
Lo que Dios nos revela en la Biblia acerca de nuestro futuro es totalmente contrario a la sombría perspectiva de la vida que nos ofrecen el ateísmo y la evolución. Es una insensatez no tener en cuenta a Dios en nuestras vidas. Una vida sin Dios —y sin su promesa de vida eterna— es una vida vacía y sin esperanza. En cambio, la vida con Dios es emocionante, productiva, feliz y, finalmente, gratificante más allá de todo lo que podamos imaginarnos. (Si desea estudiar más a fondo nuestro futuro tal como se nos revela en la Biblia, no vacile en solicitar dos folletos gratuitos: Nuestro asombroso potencial humano y El evangelio del Reino de Dios.)