¿Cómo se revela Dios?

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Si Dios existe realmente, ¿por qué no se nos revela de alguna forma en la que ya no tengamos duda de su existencia? La realidad es que lo ha hecho muchas veces. En la Biblia encontramos relatos de personas que tuvieron interacción y comunicación con Dios. Pero ¿acaso esos testimonios escritos han dejado satisfechos a los escépticos? Nunca lo han hecho y nunca lo harán.

Si Dios hubiera decidido aceptar el desafío de estar demostrando siempre su existencia, ¿qué habría tenido que hacer? ¿Habría tenido que aparecérsele personalmente a cada uno de los seres humanos y hacer milagros en su presencia? Pero quizá ni aun eso hubiera sido suficiente para satisfacer a cada persona.

En lugar de eso, Dios decidió desde la antigüedad proporcionar pruebas contundentes —por medio de sus obras, el testimonio de algunas personas y las profecías cumplidas— de que él es el omnisapiente Creador del universo. Para quienes tienen ojos para ver y oídos para oír, las pruebas son razonables, poderosas e inspiradoras. Mas cada persona tiene que tomar su decisión: reconocer y aceptar las pruebas, o rechazarlas.

Dios se nos revela

Analicemos la historia de algunas de las ocasiones en que el Dios creador se ha revelado a la humanidad.

Dios estuvo con Adán y Eva y habló con ellos. Durante su corta e íntima convivencia, él les dio instrucciones concretas (Génesis 2:15-17; Génesis 3:2-3). Sin embargo, ellos decidieron desobedecer sus instrucciones y luego trataron de escondérsele (Génesis 3:8-10).

Después, Dios conversó con Caín acerca de la ira irracional y egoísta de éste (Génesis 4:5-7). Caín rechazó el consejo de Dios y mató a su hermano Abel (v. 8). En lugar de arrepentirse sinceramente de lo que había hecho, Caín se alejó de Dios (vv. 9-16).

Dios también habló con Noé (Génesis 6:13), quien era diferente de otros con los que ya había hablado. Noé obedeció las instrucciones de Dios (Génesis 7:5). Otro que también fue obediente a su Creador fue Abraham, con quien Dios conversó personalmente en varias ocasiones (Génesis 12:1, Génesis 12:7; Génesis 13:14; Génesis 17:1-3).

Algo que debemos entender es la disposición que Dios tenía para revelárseles a Moisés y al antiguo pueblo de Israel. “Y hablaba el Eterno a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11). Dios deseaba cultivar este tipo de relación con los israelitas. Leamos lo que pasó, según escribió más tarde el propio Moisés: “Cara a cara habló el Eterno con vosotros en el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre el Eterno y vosotros, para declararos la palabra del Eterno; porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte” (Deuteronomio 5:4-5).

Ellos no sólo no querían acercarse a Dios, sino que tampoco querían oír su voz. “Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:18-19).

Dios quería que los israelitas quedaran impresionados con su grandeza a fin de que se dieran cuenta de que debían obedecerlo. Pero pensaron que él representaba una amenaza para ellos, de manera que pidieron que de ahí en adelante Dios les hablara sólo por intermedio de Moisés.

Dios les concedió lo que pidieron. Desde entonces él se le reveló al pueblo de Israel por intermedio de sus siervos los profetas, a quienes enviaba para advertirles y exhortarles a que le fueran fieles. Pero los israelitas no hacían caso de tales mensajes y a muchos de los profetas los martirizaron cruelmente.

Libertad de elección

No era la intención ni el deseo de Dios apartarse de la gente. ¡Fueron los hombres los que decidieron apartarse de él!

Desde que Dios creó a los seres humanos, les dio la libertad de elegir. Nos permite que escojamos entre creerle, obedecerle y aceptar el conocimiento que nos revela, o rechazarlo.

Dios no obligó a Adán y a Eva a que lo obedecieran. Ellos simplemente decidieron no hacerlo. Desde entonces la humanidad ha sufrido las consecuencias de tan fatídica decisión.

Dios tampoco obligó a los israelitas a que lo obedecieran, pero sí les presentó claramente dos opciones para que ellos escogieran. Primeramente les advirtió: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición”; y en seguida los exhortó: “Escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19).

Ellos mismos habían oído a Dios cuando les dio los Diez Mandamientos en el monte Sinaí. Habían visto todos los milagros que él había realizado por ellos desde antes de liberarlos de la esclavitud en Egipto. Sin embargo, pronto olvidaron esas pruebas y optaron por rechazar el camino de vida y las bendiciones que Dios les ofrecía (ver también Deuteronomio 31:27).

Los seres humanos siempre han optado por apartarse de Dios, prefiriendo seguir el camino que finalmente conduce a las maldiciones y a la muerte (Proverbios 14:12; Proverbios 16:25). Y hasta ahora nada ha cambiado. Las opciones son las mismas para nosotros: Creerle a Dios y obedecer sus leyes, o hacer todo lo contrario.

Siglos después de que el antiguo Israel se apartara de su Libertador, Dios tampoco obligó a los contemporáneos de Jesús a aceptarlo como el Salvador prometido y el Hijo de Dios. Aun después de varios años de ser testigos de los muchos e impresionantes milagros que Jesús había realizado, incluso la alimentación de miles de personas (Mateo 14:13-21; Mateo 15:30-38), sólo 120 hombres y mujeres se habían convencido, y éstos vinieron a formar el núcleo de su iglesia (Hechos 1:15); aunque pocos días después muchos más serían agregados al cuerpo de creyentes.

Otro suceso revelador fue la forma en que los dirigentes religiosos reaccionaron ante la resurrección milagrosa de Lázaro, amigo íntimo de Jesús (Juan 11). ¿Se alegraron acaso de que un hombre hubiera vuelto a la vida? ¡Todo lo contrario! Lo que hicieron fue conspirar para “dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús” (Juan 12:10-11). Negándose a reconocer que esta milagrosa resurrección era una señal proveniente de Dios, los enemigos de Jesús decidieron destruir la prueba; conspiraron para matar al inocente Lázaro. Unos días más tarde lograron que el Hijo de Dios fuera ejecutado.

A la mayoría de las personas les gusta pensar que tienen una mente abierta, que no tienen prejuicios ni están en contra de la verdad. Sin embargo, en ese tiempo algunos de los que habían visto los milagros de Jesús clamaron por su sangre. En una de sus parábolas, Jesús hizo notar que algunos tenían el corazón tan endurecido en contra de Dios que no cambiarían su actitud ni siquiera viendo que alguien era resucitado de entre los muertos (Lucas 16:31).

La naturaleza humana no ha cambiado. La misma testarudez y los mismos prejuicios se mantienen firmemente arraigados en la época actual. No resulta muy agradable pensar que gran parte de la humanidad voluntariamente ha endurecido su corazón en contra de Dios; sin embargo, así es (2 Pedro 3:5). Y la razón es fácil de explicar. Los seres humanos son hostiles a Dios por naturaleza (Romanos 8:7). Por lo tanto, una persona que se deja influir por semejante actitud está muy dispuesta a encontrar la forma de rechazar las pruebas de la existencia del Creador.

Pruebas absolutas de Dios

¿Alguna vez Dios les ha proporcionado a los hombres pruebas precisas e indiscutibles de su existencia? ¿Las proporcio­nará en el futuro? La respuesta a ambas preguntas es un contundente sí.

Cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud en Egipto, realizó muchos milagros asombrosos que demostraron su existencia, su poder y su dominio de las leyes de la naturaleza. “El Eterno dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón; porque yo he endurecido su corazón, y el corazón de sus siervos, para mostrar entre ellos estas mis señales, y para que cuentes a tus hijos y a tus nietos las cosas que yo hice en Egipto, y mis señales que hice entre ellos; para que sepáis que yo soy el Eterno” (Éxodo 10:1-2).

Ellos vieron las pruebas, pero pronto las olvidaron. “Hicieron becerro en Horeb, se postraron ante una imagen de fundición . . . Olvidaron al Dios de su salvación, que había hecho grandezas en Egipto” (Salmos 106:19, Salmos 106:21).

Más adelante, Dios les dio pruebas de su existencia por medio de las palabras que inspiró a sus profetas. Las profecías cumplidas son pruebas poderosas de la existencia de Dios. Él proclamó: “. . . Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:9-10). Sólo Dios puede predecir exactamente grandes catástrofes, el surgimiento y la caída de imperios, e incluso el fin de nuestra era, ¡y luego hacer que sucedan!

La profecía bíblica es una de las pruebas de Dios que puede ser fácilmente comprobada. Una de las formas más sencillas de comprobar su veracidad es analizar la exactitud de las profecías relacionadas con el nacimiento, vida y muerte de Jesucristo. Muchos siglos antes de su nacimiento, asombrosos pormenores acerca de esos aspectos de su vida fueron revelados a los profetas hebreos. La exactitud y precisión de tales detalles confirman contundentemente la veracidad de la profecía bíblica y la existencia de quien la inspiró.

Las profecías cumplidas de Daniel fueron tan específicas que su exactitud también nos proporciona una prueba irrebatible de la existencia de Dios y su veracidad. Aunque explicar los numerosos detalles específicos de estas y otras profecías cumplidas está fuera del alcance de esta publicación, tal información está disponible en nuestro folleto gratuito ¿Se puede confiar en la Biblia?

Aún vendrán más pruebas decisivas

Dios ha prometido que llegará el momento —cuando pocos lo esperen— en que todo el mundo podrá ver la misma clase de pruebas milagrosas de su existencia que realizó en el antiguo Egipto. Esta intervención futura en el mundo será indubitable. Cuando Jesucristo retorne “todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7; comparar con Mateo 24:27-30).

Si usted desea examinar más detenidamente lo que Dios dice acerca de cómo revelará su gran poder y gloria, le invitamos a que solicite dos folletos gratuitos: ¿Estamos viviendo en los últimos días? y Usted puede entender la profecía bíblica.