Un nuevo pacto para transformar el corazón

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“Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Hebreos 8:6).

Desde el principio Dios planeó transformar el pacto limitado y temporal que había hecho con la antigua Israel —con sus abundantes sacrificios simbólicos— en un pacto superior, con un sacrificio permanente por el pecado que estuviera disponible para toda la humanidad.

Los pactos de Dios contienen una variedad de promesas. Sin embargo, en cierto sentido todos reflejan un solo compromiso. Por medio de ellos Dios ha dado a conocer ciertos aspectos fundamentales de su plan para redimir a la humanidad de su pecado, a fin de que la salvación pueda ser ofrecida a todas las personas. Ha determinado que finalmente, por medio de Jesucristo, les dará a todos la oportunidad de entrar en su familia inmortal de hijos e hijas justos y santos (2 Corintios 6:18; 2 Pedro 3:9). Desde el principio de su creación, Dios nunca ha vacilado en este compromiso.

Juan nos dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Por medio de Jesucristo podemos alcanzar el destino que Dios ha planeado para nosotros: que seamos miembros de su familia santa e inmortal, un futuro planeado para la humanidad desde hace mucho tiempo.

Pablo agrega que en Jesucristo “tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia, que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento. Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra” (Efesios 1:7-10, NVI).

Por lo tanto, su “nuevo” pacto es un “mejor pacto” que ofrece “mejores promesas” relacionadas con la vida eterna, que no estaban incluidas en el pacto del Sinaí. Dios decidió no ofrecer a todas las personas estas mejores promesas —especialmente el perdón de los pecados por medio del sacrificio de Jesucristo y el don del Espíritu Santo— hasta después de que Jesús hubiera sido crucificado.

Un objetivo fundamental de estas mejores promesas es poner en marcha el proceso de transformar los corazones y las mentes de aquellos que respondan al llamado de Dios al arrepentimiento y que se sometan a Cristo como su Redentor. Por medio de este proceso les ofrece hacerlos herederos de “la herencia eterna” (Hebreos 9:15).

El llamado de Dios al arrepentimiento está programado para ser ofrecido a la humanidad por etapas; la inmensa mayoría de la humanidad no recibirá este llamado hasta después del retorno de Cristo. Durante este “presente siglo malo” (Gálatas 1:4) Dios está llamando a una pequeñísima parte de la humanidad al arrepentimiento, para que sea “la luz del mundo” y haga “discípulos a todas las naciones” (Mateo 5:14; Mateo 28:19).

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Una comparación de los dos pactos

Una importante distinción entre el antiguo pacto y el nuevo tiene que ver con dónde se escribe la ley de Dios (Jeremías 31:31-34; comparar con Ezequiel 36:26-28), y no si ésta continúa definiendo su voluntad.

Bajo el nuevo pacto, el espíritu o intención de la ley ha de grabarse en los corazones de aquellos que son convertidos al recibir el Espíritu Santo. Esto requiere un cambio en la ley en cuanto a quién desempeña el papel del sumo sacerdote, dándonos un Sumo Sacerdote que pueda ayudarnos a obedecer a Dios de todo corazón (Hebreos 7:12).

El nuevo énfasis está en el arrepentimiento de corazón que nos lleva al perdón de los pecados por la fe en el sacrificio de Jesucristo. También se nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Esto puede lograrse sólo con la ayuda espiritual proveniente del Espíritu de Dios.

Los ritos y sacrificios del pacto del Sinaí sólo podían recordarles a las personas sus faltas y su necesidad de redención. No podían quitarles la culpa borrando sus pecados, “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4). Sin embargo, bajo el nuevo pacto el sacrificio de Jesucristo borra permanentemente los pecados de aquellos que se arrepientan y les quita su culpa (Juan 1:29; 1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5).

Es importante reconocer que el nuevo pacto primero tenía que ser ofrecido a las mismas personas que habían celebrado el pacto en el Sinaí: los descendientes físicos de Abraham. Todos los apóstoles, incluso Pablo, respetaron este requisito. Las Escrituras nos muestran que cuando Pablo estaba visitando varias ciudades, iba primero a los judíos y después a los gentiles (Hechos 13:45-46; Romanos 1:16).

Pedro explicó por qué los judíos habían recibido primero la oportunidad de someterse a Cristo como su Salvador: “Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días [los de Jesucristo y del nuevo pacto]. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres . . . A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3:24-26; comparar con Ezequiel 16:60, Ezequiel 16:62-63).

Proveer un sacrificio permanente por el pecado —primero a los judíos y luego a los gentiles— a fin de que una reconciliación verdadera con Dios por medio de Cristo abriera una puerta para que las leyes de Dios pudieran ser escritas en el corazón por medio del Espíritu Santo, es el fundamento del nuevo pacto. El don de su Espíritu para aquellos que se arrepientan y se bauticen llena el vacío en la mente humana y hace que funcione esa relación “mejor” entre Dios y su pueblo (Hechos 2:38; Romanos 6:3-4).

Una relación personal con nuestro nuevo Sumo Sacerdote

Hebreos 7 nos explica otro cambio del nuevo pacto con respecto al pacto del Sinaí. Bajo el pacto del Sinaí el sumo sacerdote fue un ser humano físico de la tribu de Leví, que servía en el tabernáculo o templo hasta su muerte. Sin embargo, Jesús, nacido de la tribu de Judá, ahora es nuestro Sumo Sacerdote perpetuo, sirviendo en los cielos con acceso directo a Dios.

Notemos con cuánta claridad esto se explica en Hebreos 8:1-2: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”.

A diferencia del sumo sacerdote bajo el antiguo pacto, Jesucristo, como nuestro Sumo Sacerdote, puede ayudar personalmente a cada persona llamada por Dios. Él dice: “Todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (v. 11). Esta tremenda ventaja del nuevo pacto no existía en el pacto del Sinaí, en el que sólo había un sumo sacerdote físico.

A pesar de que Jesús es divino e inmortal, puede identificarse personalmente con nuestras debilidades y problemas por lo que experimentó en carne propia: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).

Como Sumo Sacerdote, Jesús está dispuesto y deseoso de ayudar a los cristianos en su lucha para vencer el pecado. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15-16).

Ya no se necesitan los ritos simbólicos

El sistema de adoración basado en el templo que encontramos en el antiguo pacto terminó en el año 70 d.C. cuando las legiones romanas conquistaron Jerusalén y destruyeron completamente el templo judío y el sistema del sacerdocio.

Así explica la Epístola a los Hebreos acerca de la introducción del nuevo pacto: “Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Hebreos 8:13; comparar con Mateo 24:1-2). Al señalar de antemano la destrucción del templo y permitir que esto ocurriera tal como se predijo, Dios terminó el sistema de adoración del pacto del Sinaí.

Veamos esta explicación de la naturaleza temporal de ese sistema relacionado con el tabernáculo y el templo: “Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio . . . Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. Lo cual es símbolo para el tiempo presente [hasta que el sistema del templo fuera destruido en el año 70], según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas [bajo el nuevo pacto]” (Hebreos 9:1-10).

Podemos ver claramente definidas en este pasaje las partes del pacto del Sinaí que tenían que ser cambiadas.

La Epístola a los Hebreos explica los aspectos temporales

Estos aspectos temporales del pacto del Sinaí sólo estaban vigentes hasta el momento en que todo lo que simbolizaban fuera cumplido por Jesucristo. Es esencial que entendamos correctamente lo que se explica en la Epístola a los Hebreos.

El autor de esta carta no dice en ninguna parte que las leyes de Dios que definen la justicia iban a ser cambiadas o abolidas en el nuevo pacto, o que fueran únicamente temporales. Lo que explica es que las características simbólicas del pacto del Sinaí, resumidas como “comidas y bebidas” y “diversas abluciones”, ya no son necesarias en el nuevo pacto. De hecho, pronto sería imposible continuar con ellas porque en el año 70 el templo físico que estaba directamente ligado con esto sería destruido.

El hecho de que estos ejemplos estuvieran restringidos a asuntos físicos, todos con significado simbólico únicamente, ¡es algo crucialmente importante! Las leyes de Dios que definen el pecado no están incluidas entre estos asuntos que explícitamente se identifican como algo que terminó con la destrucción del templo.

El enfoque que encontramos en la Epístola a los Hebreos es que asocia las cosas relacionadas con el sistema de adoración simbólico del tabernáculo físico (y posteriormente del templo) y el sacerdocio levítico temporal. Veamos cómo lo explica: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación [física], y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los [ceremonialmente] inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9:11-15).

El ministerio o servicio del tabernáculo (y del templo) bajo el pacto del Sinaí era sólo simbólico y temporal. En contraste, el ministerio espiritual de Jesucristo hace posible una “herencia eterna” porque ofrece “eterna redención” a aquellos cuyos corazones son transformados por el Espíritu de Dios.

Empero, las leyes de Dios que definen la justicia no son simbólicas ni temporales. En los salmos leemos que la ley de Dios es “perfecta”, sus testimonios son “maravillosos” y todo juicio de su justicia es “eterno” (Salmos 19:7; Salmos 119:129, Salmos 119:160). Pablo describe la ley de Dios como “santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Y agrega: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:12, Romanos 7:14). Él enseñó que el problema que resuelve el nuevo pacto son las respuestas carnales del hombre, no algún supuesto defecto en las leyes espirituales de Dios.

Jesucristo enseñó la obediencia a las leyes del Antiguo Testamento

Ya que varios aspectos del pacto del Sinaí eran temporales, aquellos que sirven a Dios bajo el nuevo pacto necesitan entender la explicación de Jesucristo acerca de lo que no estaba incluido en los cambios que tenían que efectuarse. Él se daba plena cuenta de que los cambios que debían hacerse en el nuevo pacto podrían ser fácilmente malinterpretados.

Por lo tanto, en su famoso Sermón del Monte confirmó enfáticamente que el Antiguo Testamento seguiría vigente como guía de la conducta del cristiano. Veamos cuán claramente lo dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir [llenar hasta su más completa intención y propósito, y llegar a ser el Sumo Sacerdote y el sacrificio supremo prefigurado en la ley y los profetas]. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).

Jesús fue muy específico. El Antiguo Testamento permanecería inalterable, con el nuevo entendimiento de que los aspectos simbólicos simplemente prefiguraban su papel como nuestro sacrificio definitivo y Sumo Sacerdote permanente. Pero todo el Antiguo Testamento —cada palabra y letra— debe ser preservado y utilizado por los cristianos. Jesús dijo muy claramente que no debía cambiarse ni omitirse siquiera una letra o una tilde del texto original. Él vino para cumplir lo que Dios había prometido o profetizado en las Escrituras, no para descartarlo o anularlo. Aun aquellas secciones que describen los aspectos ceremoniales del pacto del Sinaí, todavía continúan enseñándonos lecciones invaluables acerca de la importancia de la obra de Jesucristo y su sacrificio por nosotros, tal como se explica en la Epístola a los Hebreos.

Jesús declaró fuertemente que su predicación jamás debía ser interpretada como si anulara alguna parte de las Escrituras del Antiguo Testamento: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado [por los que estén] en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande [por los que estén] en el reino de los cielos” (Mateo 5:19).

En el capítulo 5 de Mateo él nos da varios ejemplos de cómo los requisitos de la ley son aún más obligatorios para los cristianos, no menos. Lo hace al mostrar la intención espiritual de la ley que debería gobernar todos nuestros pensamientos y actitudes, además de nuestras acciones.

Pablo estaba de acuerdo con Jesús en cuanto al Antiguo Testamento

Al igual que Jesús, Pablo nos dice claramente: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

“Toda la Escritura fue exhalada por Dios” es lo que significa literalmente la primera parte de esta aseveración de Pablo. Tanto Jesús como Pablo presentaron todo el cuerpo del Antiguo Testamento como inspirado por Dios y esencial para preparar a los cristianos para que sirvan a Dios.

Pablo no dijo que los cristianos tenían que hacer —exactamente hasta el más mínimo detalle— lo que se le había ordenado a Israel. Lo que enseñó era que todo ello es de provecho y útil, aunque cada cristiano no tiene que llevar a cabo exactamente todo lo descrito allí, por las razones que ya explicamos.

¿Qué es lo que no se requiere entonces? Esto también se ha aclarado muy bien. La mayoría de los aspectos simbólicos de las instrucciones del Antiguo Testamento no se requieren en la actualidad porque consistían “sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9:10).

El sacrificio de Cristo reemplazó estos aspectos simbólicos de la ley, que eran tan sólo ritos temporales. Aunque no eran mandamientos espirituales, siguen siendo valiosos porque explican el papel de Jesús como nuestro Sumo Sacerdote y el sacrificio por los pecados. Todavía son elementos positivos que sirven para nuestra enseñanza, y ¡es muy importante que entendamos su aplicación actual! Los aspectos temporales de la legislación del Antiguo Testamento nunca definieron el pecado. Simbolizaban en su mayoría cómo Jesucristo iba a pagar por el pecado, o como en el caso del significado simbólico de la circuncisión, cómo nuestra inclinación carnal al pecado debe ser removida.

Cuando Dios proclamó los Diez Mandamientos desde el monte Sinaí declaró: “hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:6). Su misericordiosa paciencia ante la repetida desobediencia de la antigua Israel bajo el pacto del Sinaí es un tipo de una misericordia y una redención aún más grandes que se manifiestan en el nuevo pacto por medio la sangre de Cristo (Lucas 22:20) y se ofrecen a los que ahora se arrepientan.

Para que los seres humanos reciban esta misericordia, el Hijo de Dios tuvo que ser el sacrificio por nuestros pecados. En las epístolas del Nuevo Testamento la palabra muerte se utiliza decenas de veces en referencia bien sea a la pena por el pecado o al sacrificio expiatorio de Jesucristo. Todo el sistema de sacrificios de la antigua Israel fue dado para enseñar que el perdón de los pecados requiere que haya derramamiento de sangre (Hebreos 9:22).

No debemos olvidar nunca que toda la Escritura es inspirada y que es vital para nuestra vida. En su totalidad sirve para establecer un fundamento sólido para la doctrina cristiana. Toda es provechosa para instruirnos en justicia. Sin ella, jamás podríamos estar seguros de lo que es justicia y rectitud.

Veamos un principio fundamental: si queremos entender el Nuevo Testamento, primero debemos entender el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento no fue escrito para reemplazar el Antiguo Testamento. Más bien, el Antiguo Testamento es la base y el fundamento del Nuevo Testamento (Mateo 5:17-20; Hechos 28:23).

¡Sólo si aplicamos en nuestro pensamiento y en nuestra conducta los principios de justicia revelados en todas las Escrituras podremos crecer hasta alcanzar la madurez espiritual que Dios desea! Sólo entonces será nuestro ser “perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17).

Jesús expresó esto con más énfasis aún. Dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4, citado de Deuteronomio 8:3). En aquella época la palabra de Dios estaba consignada únicamente en lo que ahora llamamos las Escrituras del Antiguo Testamento.

De acuerdo con Pablo y con Jesús, estas Escrituras son esenciales para nuestro crecimiento y desarrollo como cristianos. Debemos estudiarlas exhaustivamente para entender el pensamiento de Dios que se manifiesta en ellas. Por medio de esta instrucción, Dios quiere cambiar nuestras actitudes y pensamientos, nuestros corazones y mentes, dándonos entendimiento de su forma de pensar.

Él dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:9-11).

El propósito de Dios es desarrollar en nosotros la mente de Cristo (Filipenses 2:5) para que lleguemos a tener el mismo pensamiento y perspectiva que él tiene. Para que esto se pueda dar, tenemos que tener la misma confianza y el profundo respeto por la inspirada palabra de Dios que demostraron Jesús y el apóstol Pablo (comparar con Isaías 66:2). Cuando así lo hacemos, estas Escrituras se convierten en instrumentos para transformar nuestro pensamiento y nuestro comportamiento, tal como él lo desea, si es que las hacemos parte de nosotros por medio de la ayuda y el poder del Espíritu de Dios.

Otras ventajas del nuevo pacto

Pablo también explicó que algunos aspectos de las Escrituras necesariamente tendrían que ser aplicados “no de la letra, sino del espíritu” (2 Corintios 3:6). ¿Qué quiso decir con esto? ¿En qué consiste la diferencia entre la “letra” y el “espíritu” de la ley? Y ¿en qué condiciones se aplica esta distinción?

Un cambio fundamental —el cambio en el sacerdocio— nos da el punto de partida para entender esta diferencia. Al convertirse en nuestro Sumo Sacerdote permanente, Jesucristo reemplazó el sacerdocio de los descendientes de Aarón (Hebreos 7:11-28). Esto establece una gran diferencia en la forma en que varias partes de las leyes del Antiguo Testamento deben ser aplicadas.

Los versículos 18 y 19 nos explican por qué las regulaciones del Antiguo Testamento acerca de la designación del sumo sacerdote tenían que ser modificadas: “Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior [que limitaba estrictamente el sacerdocio a los descendientes de Aarón] a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza [la designación de Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote permanente], por la cual nos acercamos a Dios”.

Este cambio fue anunciado en las Escrituras del Antiguo Testamento. Dios prometió que el Mesías se sentaría a su diestra antes de regresar a la tierra como Rey de reyes: “El Eterno dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmos 110:1). Esta profecía también confirma, por medio de un juramento, que el Mesías (Jesús) sería nuestro nuevo y permanente Sumo Sacerdote: “Juró el Eterno, y no se arrepentirá: Tu eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (v. 4).

Vemos que en el Antiguo Testamento no sólo se profetizó, sino que además se autorizó, el cambio de aquel que sería nuestro Sumo Sacerdote y cómo administraría su oficio. La Epístola a los Hebreos explica la importancia de este cambio en la aplicación de las leyes que gobiernan el nombramiento y las responsabilidades del sumo sacerdote.

“Y esto no fue hecho sin juramento; porque los otros [los desciendes de Aarón] ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste [Jesús], con el juramento del que le dijo [Dios el Padre]: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste [Jesús], por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:20-25).

Este cambio en el sacerdocio requería que hubiera un cambio en la ley que estipulaba que sólo los descendientes de Aarón podían ser sacerdotes. Pero no abolió ni el oficio ni el papel básico del sumo sacerdote.

Sólo se necesitaba que las leyes concernientes a este oficio fueran modificadas para que se pudiera considerar a Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote permanente. Por lo tanto, estas leyes todavía se aplican y son de provecho, pero ahora se aplican según el “espíritu” de la ley en lugar de la “letra” específica del texto original.

Como se explica en Hebreos 7:12-16: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aún más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto [como fue profetizado en Salmos 110:4], no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible”.

Un enfoque mejor

Pablo dedica la mayor parte de 2 Corintios 3 para explicar esta diferencia tan importante en la administración de algunas leyes escritas en el Antiguo Testamento. No han sido abolidas, pero es necesario aplicar su texto en una forma congruente con la realidad del Nuevo Testamento.

En tales casos el “espíritu” de la ley está por encima de la letra, entendiendo claramente que el “espíritu” de la ley preserva fielmente la intención original con que fue dada esa ley específica. Dos principios importantes sobresalen.

Primero, el énfasis ahora está en dónde se escribe la ley: en el corazón de aquellos que Dios llama, en lugar de estar escrita únicamente en tablas de piedra (2 Corintios 3:3).

Segundo, los principios, la intención y el propósito básico de la ley siguen siendo algo permanente, útil y aplicable a toda la humanidad (ver Santiago 1:25; Santiago 2:8-12). Aún más importante es el hecho de que la disposición de semejante modificación ya había sido revelada y divinamente aprobada en Salmos 110:4.

También es importante notar que no tenía que cambiarse todo lo concerniente al oficio del sumo sacerdote, sino sólo las regulaciones necesarias para permitir que Jesucristo pudiera ser señalado como nuestro Sumo Sacerdote para siempre.

Este mismo principio se aplica a los sacrificios y a las ceremonias. Un cambio de los sacrificios simbólicos de animales al sacrificio real y permanente de Jesucristo hace necesario un ajuste en la ley. Pero no quita la necesidad de un sacrificio. El requerimiento de la ley que exige un sacrificio por el pecado, permanece intacto. Sólo que ahora es el sacrificio de Cristo lo que llena este requisito (Hebreos 10:4, Hebreos 10:10-14, Hebreos 10:18).

Por lo tanto, algunos cambios de la ley fueron necesarios para enmendar lo que ya estaba presente en ella, para poder actualizarla. Pero la ley de Dios no ha sido abolida por el nuevo pacto, sino que ahora contiene revisiones importantes para acomodar las “mejores promesas” profetizadas en esas mismas Escrituras.

La administración de la ley en el nuevo pacto

Por medio del poder de su Espíritu, Dios da específicamente a sus verdaderos y fieles ministros el entendimiento que necesitan para discernir adecuadamente la intención de la ley en el contexto legítimo del nuevo pacto (comparar Mateo 18:18 con Hechos 15:1-29).

Pablo explicó: Dios “nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6).

Uno de los aspectos sobresalientes del ministerio del pacto del Sinaí, o de los sacerdotes en el servicio de representar al pueblo delante de Dios, era recordarles constantemente a ellos que Dios condena tanto el mal como los malhechores. El ministerio del nuevo pacto está más enfocado en traer a los pecadores a un arrepentimiento de todo corazón, para que puedan escapar de la condenación en el juicio venidero (Hechos 17:30-31).

Pablo describe el enfoque del pacto del Sinaí como algo “glorioso”; nunca lo menosprecia ni lo subestima. Dios diseñó ambos pactos con el fin de cumplir gloriosamente sus objetivos. Pero el nuevo pacto es mejor porque ofrece perdón para siempre y vida eterna, no sólo un perdón simbólico, temporal, a la comunidad de Israel, con el fin de darles únicamente bendiciones físicas.

“Porque si el [antiguo] ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el [nuevo] ministerio de justificación [al borrar con la muerte de Cristo nuestros pecados y llevar a las personas a la obediencia y a la vida eterna]. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto [en cuanto a la administración nueva de justicia], en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece [los recordatorios bajo el pacto del Sinaí de que el pecado trae la pena de muerte] tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece” (2 Corintios 3:9-11).

Los gloriosos recordatorios de condenación por la culpa en el pacto del Sinaí, por medio de los sacrificios simbólicos, han sido reemplazados por una administración más gloriosa y permanente de misericordia y verdadera justicia por medio de Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote nuevo y permanente.

Por medio del Espíritu Santo, Cristo da a sus siervos, a aquellos en cuyos corazones está ahora escrita la ley, la capacidad de discernir cómo aplicar apropiadamente las leyes de Dios en sus propias vidas (Jeremías 31:33; 1 Corintios 2:11-14; Filipenses 1:9-10).

Pablo afirma: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree . . . Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16-17).

Un aspecto fundamental del ministerio de Pablo fue enseñar a las personas cómo vivir justamente porque realmente confiaban en Dios. Debe ser lo mismo en la actualidad.

El discernimiento espiritual adecuado

¿Cómo hicieron Pablo y los demás apóstoles para discernir cuáles partes de la ley podrían tener una aplicación diferente bajo el nuevo pacto de la que tenían en el pacto del Sinaí?

Todo el discernimiento correcto debe estar dentro de los límites legales permitidos por las Escrituras. En otras palabras, la aplicación apropiada de la ley está determinada por las directrices reveladas en las mismas Escrituras, no por nuestros propios sentimientos u opiniones. Nunca debemos admitir las opiniones de aquellos que tan sólo confían en las tradiciones humanas contrarias a las Escrituras y tratan de ponernos en contra de la ley de Dios.

Pablo es enfático cuando subraya el hecho de que “la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8). Por lo tanto, los cristianos deben ser cautelosos y no aceptar o adoptar conceptos que las Escrituras no respaldan.

Hablando francamente, la Biblia se interpreta a sí misma. Esto es especialmente importante al estudiar los escritos del apóstol Pablo, quien escribió algunos pasajes que las personas malinterpretan y tergiversan (ver 2 Pedro 3:15-16).

Debido a que los nuevos cristianos necesitan una guía, Pablo explica los medios que utiliza Jesucristo para proveérsela: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:11-14).

Un ministerio idóneo espiritualmente, que sepa enseñar, es esencial para nuestra salud espiritual y el crecimiento personal en la iglesia que Jesús edificó. Todos necesitamos la guía de ministros que a su vez son guiados por Cristo.

Para asegurar que los juicios de la iglesia acerca de la aplicación de las Escrituras en las situaciones diarias son sanos y acertados, se debe verificar exhaustivamente que son compatibles con toda la Biblia. Como Pablo le explicó a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

Por lo tanto, debemos ser cuidadosos y buscar consejo espiritual tan sólo de aquellos ministros que creen fielmente “toda palabra de Dios” (Lucas 4:4) y enseñan fielmente que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

Por esto es que Pablo escribió: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14-15).

Necesitamos estar seguros de que los ministros y maestros que buscamos para que nos aconsejen espiritualmente, conozcan bien la Biblia y la enseñen de una forma acertada, en lugar de interpretarla según las tradiciones de los hombres. Pablo nos advierte que estemos en guardia frente aquellos que “son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11:13).

Es necesario edificar sobre principios fundamentales

Desafortunadamente, incluso algunos de los primeros cristianos fueron negligentes y no supieron discernir, comprender y aplicar correctamente la intención de las Escrituras. El autor de la Epístola a los Hebreos les dijo: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:12-14). Esta capacidad proviene de estudiar “la palabra de justicia” con regularidad y utilizarla de una manera sabia durante largo tiempo.

Como mencionamos anteriormente, todo lo que Dios nos ha revelado por medio de su ley tiene un objetivo central: enseñarnos a amar de la misma forma en que él lo hace. De acuerdo con la ley, este amor tiene dos aspectos: primero el amor hacia Dios y luego hacia nuestro prójimo, todos aquellos que han sido creados a imagen de Dios.

Los Diez Mandamientos amplían estos principios de amor. Dios desea escribir la plenitud de estos principios en nuestros corazones (al respecto, por favor vea el recuadro de la página 40: “Los Diez Mandamientos: Fundamentales en la ley de amor”).

Veamos ahora cómo Jesucristo ayuda personalmente a aquellos que reciben el Espíritu Santo, especialmente a discernir y a aplicar correctamente los principios de la ley de Dios bajo el nuevo pacto, con un corazón puro.