¿Pone Dios condiciones para darnos la vida eterna?
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¿Pone Dios condiciones para darnos la vida eterna?
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En Efesios 2:8-9 Pablo explica: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
La vida eterna nos es dada como resultado de la gracia de Dios. Es su regalo completamente inmerecido de nuestra parte. Nadie podrá jactarse jamás de que merece el don de la vida eterna.
Pero ¿podemos hacer cosas, o no hacer cosas, que nos descalifiquen para recibir este maravilloso regalo?
Si hay alguna autoridad en cuanto a recibir la vida eterna, sin lugar a dudas tiene que ser Jesucristo. Al fin y al cabo, él es el único por medio del cual podemos recibirla.
En Hebreos 5:8-9 Jesús es llamado el autor de nuestra salvación: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.
Ya que la salvación es un don de Dios, ¿por qué este pasaje habla acerca de “eterna salvación para todos los que le obedecen”? Si tenemos que hacer algo para recibir la salvación, ¿cómo entonces puede ser un don?
Los regalos pueden tener condiciones
El hecho es que la Biblia nos muestra que Dios pone ciertas condiciones para recibir la salvación. Algunas condiciones nos permiten recibir este don, y otras condiciones nos descalifican para recibirlo.
Utilicemos una analogía. Si alguien le ofrece mandarle a usted un billete de mil pesos si le envía un sobre con estampilla y con su dirección impresa allí, le estará ofreciendo un regalo. Si usted no envía el sobre, no va a recibir el regalo. Puede quejarse, pero aun así no lo va a recibir porque no llenó los requisitos. Por otra parte, si usted envía el sobre requerido y recibe el billete de mil pesos, no se ganó el regalo. Simplemente cumplió con las condiciones que existían y esto no quiere decir que no sea un regalo.
Ya que Jesús es el autor de nuestra salvación, examinemos algunas de sus afirmaciones que nos dicen lo que debemos hacer para recibir ese regalo.
¿Qué debemos hacer?
En Mateo 7:21 Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Dejó muy claro que simplemente reconocer a Jesucristo como Señor y Maestro, diciendo “Señor, Señor”, no es suficiente. Para heredar el reino tenemos que hacer algo. Es necesario hacer la voluntad del Padre.
Jesús quiere que entendamos que para recibir la vida eterna es necesario algo más que aceptar el concepto mentalmente. Nuestra convicción de que él es nuestro Salvador debe ser mucho más que un pensamiento afectivo o un concepto intelectual reconfortante. Jesús nos advierte que simplemente invocar su nombre o reconocerlo como “Señor” no basta.
En cierta ocasión, un joven rico vino a Jesús para preguntarle cómo podía recibir la vida eterna. “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16). La respuesta de Jesús, en el versículo 17, puede sorprender a algunos que piensen que la obediencia a la ley de Dios no es necesaria. Él respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”.
Jesús no dijo que no se requería nada más que creer en Dios o en él. Le dijo al joven que para recibir el don de la vida eterna debía obedecer los mandamientos de Dios.
Y el apóstol Santiago nos dice que la creencia no sirve de nada si no está respaldada con acciones y obediencia: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19).
Él continúa explicando que la fe (la creencia y la confianza en Dios) y la obediencia van de la mano: “¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (vv. 20-22).
Así, Santiago explicó que las obras de obediencia que son el resultado de nuestra fe, mantienen nuestra relación con Dios y a su vez nos llevan a una fe más fuerte y a una mayor obediencia, tal como Dios lo requiere.
Bautismo e imposición de manos
En Marcos 16:16 Jesús puso otra condición para el don de Dios de la vida eterna: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. El bautismo en agua, por inmersión total, es un acto simbólico que representa la muerte de nuestro viejo yo y el comienzo de una nueva vida de servicio a Dios y de lucha por evitar el pecado (Romanos 6:1-23).
El bautismo también debe ser seguido por la imposición de manos, que nos permite recibir el Espíritu de Dios y pertenecer verdaderamente a él (Hechos 8:17; Romanos 8:9). A menos que rindamos nuestras vidas a Dios por medio del bautismo y la imposición de manos para recibir su Espíritu como hemos sido instruidos, no cumpliremos —a sabiendas o sin saberlo— los requisitos para recibir su don de la salvación. A aquellos que hacen caso omiso de las claras instrucciones bíblicas, Jesús les dice: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
En Mateo 10:22 Jesús mencionó otra condición que debemos cumplir para recibir el don de la salvación de Dios: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Podemos perder nuestra salvación si no perseveramos hasta el fin. Cuando nos hemos comprometido a obedecer a Dios y a rendirnos a él, debemos permanecer en este camino hasta el fin, sin volvernos atrás (Lucas 9:62; 1 Corintios 9:27).
Es un regalo, pero no es una baratija
Usted tal vez ha oído esta expresión: “La salvación es gratis, pero no es de poco valor”. El don de la vida que Dios nos da tuvo un costo: la vida de Jesucristo. Él, el Hijo de Dios, se sometió voluntariamente para que pudiéramos recibir el maravilloso regalo de Dios de la vida eterna.
Pero él espera que a cambio nosotros le sometamos nuestras vidas. “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26-27, Versión Popular).
Nuestro amor por y compromiso con Jesucristo y con Dios deben ser más importantes para nosotros que cualquier otra relación. Cada uno debe estar dispuesto a llevar su “cruz” para seguir fielmente a Jesús aun en medio de los retos y desafíos más difíciles de la vida.
Los versículos 28-33 llevan esa idea; nos advierten que nos demos plena cuenta de que el don de la vida eterna tiene el máximo costo que podamos imaginarnos. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (v. 33).
De la misma forma en que Jesús dio su vida por nosotros, así también debemos estar dispuestos a dar nuestra vida para seguirlo a él. Si desea profundizar más en este tema, no vacile en solicitar nuestro folleto gratuito Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana. O si lo prefiere, puede descargarlo directamente de nuestro portal en Internet.