¿Podrá un Dios amoroso atormentar a las personas en el fuego para siempre?

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¿Podrá un Dios amoroso atormentar a las personas en el fuego para siempre?

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Hagamos una prueba. O quizá sea mejor solamente imaginárnosla, ya que la prueba en sí misma sería muy dolorosa.

Si usted encendiera un fósforo y sostuviera un dedo en esa pequeña llama por espacio de cinco segundos, ¿qué sucedería? De inmediato gritaría, y en los días siguientes se sentiría muy angustiado con el dolor de la quemadura.

Tal vez usted ha visto a una persona quemada que ha quedado desfigurada después de tan terrible experiencia. ¡Imagínese caminando en medio de llamas que le quemen y le carbonicen la piel! ¿Qué clase de agonía cree que sentiría si esto durara unos segundos, o un minuto o toda la vida?

¡La idea es horripilante! El solo hecho de imaginar que alguien quisiera torturar a otro por este medio es devastador.

Entonces ¿por qué hay tantas personas que están dispuestas a aceptar la idea de que el Dios que adoran y al cual tienen en tan alta estima, será capaz de infligir semejante castigo no sólo a unos pocos, sino a una gran multitud de personas que muere diariamente? ¿Cómo puede encajar esto con la descripción que encontramos en la Biblia de un Dios infinitamente amoroso y misericordioso?

El concepto tradicional

Por siglos se ha enseñado el punto de vista tradicional de que el infierno es un caldero hirviente de castigo interminable. Tal vez el primero que expuso esta teoría entre los cristianos fue Tertuliano, quien vivió entre los años 160 y 225 d.C. Luego, en el tercer siglo Cipriano de Cartago escribió: “Los condenados se quemarán para siempre en el infierno. Las llamas devoradoras serán su destino eterno. Sus tormentos no disminuirán ni tendrán fin” (Peter Toon, Heaven and Hell: A Biblical and Theological Overview [“Cielo e infierno: Un resumen bíblico y teológico”], 1986, p. 163).

Este punto de vista ha sido reconfirmado oficialmente en muchas ocasiones. Un edicto del concilio de Constantinopla (el moderno Estambul), del año 543, afirma lo siguiente: “. . . Cualquiera que diga que el castigo de los demonios y de los impíos no será eterno . . . sea anatema” (D.P. Walker, The Decline of Hell: Seventeenth-Century Discussions of Eternal Torment [“La decadencia del infierno: Discusiones acerca del tormento eterno en el siglo xvii”], 1964, p. 21).

En 1215, el concilio de Letrán reafirmó su creencia en el castigo eterno con estas palabras: “Los condenados irán al castigo eterno con el diablo . . .” (Toon, op. cit., p. 164). La confesión de Augsburgo, de 1530, dice lo siguiente: “Cristo regresará . . . para dar vida eterna y gozo imperecedero a los creyentes y a los elegidos, y a condenar a los hombres impíos y a los demonios al infierno y al castigo eterno” (Toon, op. cit., p. 131).

Las enseñanzas acerca de este tema han variado inmensamente, dependiendo del teólogo o de las ideas del historiador eclesiástico que uno lea. Pero hablando en términos generales, la creencia más comúnmente aceptada es que el infierno es un lugar en el que las personas son torturadas, pero nunca consumidas, por llamas que nunca se extinguen.

El lugar del infierno ha sido ampliamente discutido. Algunos tienen la idea de que es en el Sol. Por siglos, la idea más aceptada ha sido que el infierno está dentro de la Tierra en una gran cámara subterránea. La descripción más clara y detallada del infierno como un lugar, tal como el hombre lo ha proclamado, no se encuentra en la Biblia sino en un libro del siglo xiv, Divina Comedia, obra del poeta italiano Dante Alighieri. Dante describió un viaje imaginario a través del infierno, repleto de personas sometidas a sufrimientos indescriptibles.

El concepto popular del infierno es una mezcla de pequeñas porciones de la verdad bíblica combinadas con ideas paganas e imaginaciones humanas. Como veremos, esto ha producido una imagen totalmente errónea de lo que ocurre con los impíos después de la muerte.

Conceptos modernos acerca del infierno

Una interpretación más moderna rechaza la idea del tormento físico y alega que la tortura del infierno es la angustia mental causada por la separación de Dios. Cada vez es mayor el número de personas que acepta esta versión de la enseñanza acerca del infierno.

El papa Juan Pablo II “declaró que ‘el infierno no es un castigo externo impuesto por Dios’, sino que es la consecuencia natural de la decisión que toman los pecadores no arrepentidos de vivir separados de Dios” (revista U.S. News & World Report, 31 de enero de 2000, p. 48). Otros han rechazado por completo la doctrina del castigo del infierno y creen que todos serán salvos.

¿Por qué hay tantas diferencias en las enseñanzas acerca del infierno? La razón es que, al igual que sucede con la creencia en la inmortalidad del alma, los conceptos erróneos del infierno están basados en las ideas del hombre, no en las enseñanzas de la Biblia.

Un Dios furioso

Una de las descripciones más gráficas de los tormentos del infierno, tal como ha sido concebido por el hombre, fue dada por el teólogo puritano Jonathan Edwards en un sermón en 1741 titulado “Pecadores en las manos de un Dios furioso”. Él dijo: “El arco de la ira de Dios está tenso y sus flechas han sido preparadas . . . [por] un Dios furioso . . . ¡Nada, excepto su sola voluntad, impide que en este momento usted sea sumido en la destrucción permanente! El Dios que lo mantiene a usted suspendido sobre el abismo del infierno, como quien mantiene una araña o algún insecto odioso sobre el fuego, lo aborrece a usted y ha sido provocado espantosamente; la ira que siente por usted arde como el fuego; él considera que usted no merece nada distinto, excepto ser lanzado al fuego . . .

”A sus ojos, usted es diez mil veces más abominable que la más odiosa serpiente venenosa lo es a los nuestros. Usted lo ha ofendido . . . y nada, excepto su mano, lo sostiene para que no caiga en el fuego en cualquier momento . . .

”¡Oh pecador! Considere el espantoso peligro en el que está: usted está suspendido por la mano de Dios sobre un horno gigantesco de ira, un foso ancho y sin fondo, lleno del fuego de la ira . . . Usted está pendiendo de un hilo delgado, rodeado por las llamas de la ira divina que se alzan amenazadoras, listas en cualquier momento para quemar este hilo para que se rompa”.

Este concepto falso de Dios y del infierno es tan terrible que la perspectiva de semejante destino causó una gran angustia, miedo y ansiedad en muchos puritanos. “El énfasis desmedido en el infierno y en la condenación, unido a una excesiva auto-crítica, condujo a muchos a la depresión clínica; el suicidio parece haber sido muy común” (Karen Armstrong, A History of God [“Historia de Dios”], 1993, p. 284).

Los puritanos no han sido los únicos en sentirse atormentados por el temor al fuego del infierno. Desde que este concepto no bíblico ha sido incorporado en las enseñanzas religiosas, son muchas las personas que se han visto aterrorizadas por él. Al igual que Jonathan Edwards, muchos otros predicadores y maestros se han valido de métodos parecidos para intimidar a las personas y hacer que crean y obedezcan.

Una de las razones por las que ha sobrevivido este concepto del infierno es porque los teólogos creyeron que tal enseñanza detenía a las personas de hacer el mal. “Se creía que si el temor al castigo eterno fuera removido, muchas personas se comportarían sin ninguna restricción moral y la sociedad caería en una orgía de anarquía” (Walker, op. cit., p. 4).

Pasajes malentendidos

La idea de que el infierno es un lugar de tormento que arde perpetuamente, proviene en parte de un malentendido acerca de lo que dice Apocalipsis 14:9-10: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca . . . será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y el Cordero”.

Tengamos en cuenta que el versículo 8 señala el tiempo en que se cumplirá este versículo. Está hablando de la destrucción de la moderna “Babilonia”, lo que sucederá cuando regrese Jesucristo.

En Mateo 25:31 se nos dice que a su regreso, Cristo estará acompañado por todos los santos ángeles. En ese tiempo él destruirá el sistema idolátrico que se llama Babilonia, y aquellos que hayan llegado a ser parte de él sentirán la ira de Dios.

Este pasaje no dice que esas personas van a ser atormentadas continuamente en el infierno. Lo que dice es que el humo de su tormento ascenderá para siempre (Apocalipsis 14:11). A medida que el humo asciende, se va combinando con el aire circundante y se va diluyendo más y más. El rey David escribió en Salmos 37:20: “Los impíos perecerán [no serán torturados para siempre en el infierno] . . . serán consumidos; se disiparán como el humo”.

Este pasaje del Apocalipsis no está diciendo nada acerca de que la gente va a ser torturada para siempre en el infierno. La enseñanza clara de la Biblia acerca del castigo de los impíos es muy diferente, y la hemos explicado en este folleto.

Aquellos que insisten en que la Biblia enseña que habrá un castigo eterno en el fuego deberían preguntarse si esta creencia concuerda con lo que la Biblia nos enseña acerca de Dios. Por ejemplo, ¿cómo puede Dios tratar de una manera justa con aquellos que han vivido y han muerto sin recibir la oportunidad de ser salvos? Entre éstos están incluidos los millones de bebés que han muerto y los miles de millones de incrédulos o idólatras que han vivido y han muerto sin conocer nunca a Dios ni a su Hijo. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de las personas que han existido están dentro de esta categoría.

Ante esta difícil pregunta algunos teólogos suponen que todos aquellos que nunca han tenido la oportunidad de conocer a Dios o de oír el nombre de Cristo recibirán una especie de “pase de favor”. Argumentan que debido a que la ignorancia de tales personas obedece a circunstancias fuera de su control, Dios les permitirá ir al cielo a pesar de su falta de arrepentimiento. Si esto fuera cierto, entonces se abriría la inquietante posibilidad de que los esfuerzos misioneros en algunos lugares serían la causa de que la gente que por alguna razón no aceptara sus enseñanzas, ¡tuviera que agonizar eternamente en las llamas del infierno!

Dilemas como éste han dejado a muchos teólogos y otros cristianos en un callejón sin salida. Por consiguiente, algunos se han atrevido a desafiar el concepto tradicional. “. . . En cada generación hay personas que ponen en tela de juicio la creencia ortodoxa de un tormento consciente que dura para siempre” (Four Views on Hell [“Cuatro perspectivas del infierno”], William Crockett, director, 1996, p. 140).

Sin embargo, como ya hemos visto, los concilios eclesiásticos han mantenido la doctrina a lo largo de los siglos. Es muy difícil que desaparezca esta idea tan firmemente arraigada en la creencia tradicional cristiana.

Como lo informó una revista de noticias: “Sin lugar a dudas, las poderosas imágenes del infierno continuarán amenazando a la humanidad, que por más de 2.000 años las ha tenido que sobrellevar como un macabro y siniestro recordatorio de la realidad del mal y sus consecuencias” (U.S. News & World Report, 31 de enero de 2000, p. 46).

¿Puede un Dios compasivo torturar para siempre?

¿Es posible reconciliar el concepto de un Dios que aterroriza a las personas con el miedo al tormento eterno en el infierno, con el compasivo y misericordioso Dios que encontramos en la Biblia? El Dios verdadero es un Dios de amor que no quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3:9). Nos dice que debemos amar incluso a nuestros enemigos (Mateo 5:44). Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y . . . hace llover sobre justos e injustos” (v. 45). Sin embargo, el concepto tradicional del infierno nos haría creer que Dios castiga a sus enemigos de una manera cruel y vengativa por toda la eternidad.

La idea de que Dios sentencie a las personas al castigo eterno es algo tan repulsivo que ha hecho que algunos dejen de creer en Dios y que le den la espalda al cristianismo.

Tenemos, por ejemplo, el caso de Carlos Darwin, quien en su autobiografía privada escribió: “Así, la incredulidad me envolvió lentamente, pero por fin se hizo completa . . . No puedo entender cómo alguno quisiera que el cristianismo fuera verdad; si esto es así, el lenguaje del texto parece indicar que los hombres que no crean . . . serán castigados eternamente. Esta es una doctrina abominable” (Paul Martin, The Healing Mind: The Vital Links Between Brain and Behavior, Immunity and Disease [“La mente que sana: Las correlaciones esenciales entre el cerebro y la conducta, la inmunidad y la enfermedad”], 1997, p. 327).

Pero el problema no es que la Biblia enseñe esta “doctrina abominable”, sino que ¡los hombres han propagado una interpretación errónea de lo que la Biblia realmente dice!

Otros aspectos de la doctrina tradicional del infierno simplemente son una ofensa para los sentidos. Uno de ellos es que las personas justas, las que se salven, podrán observar el tormento de los impíos. “. . . Parte de la felicidad de los justos consiste en contemplar los tormentos de los condenados. Esta visión les produce gozo porque es una manifestación de la justicia de Dios y su odio por el pecado, pero más que nada porque marca el contraste y les permite reconocer su propia felicidad” (Walker, op. cit., p. 29).

Según este perverso razonamiento muchos padres tendrían que presenciar el sufrimiento de sus propios hijos, y viceversa. Esposos y esposas verían la tortura interminable de sus cónyuges. Lo peor de todo es que esta doctrina hace ver a Dios como un monstruo sádico y cruel.

Distintas palabras, distintos conceptos

En el hebreo y el griego, idiomas en que originalmente fue escrita la mayor parte la Biblia, hay diferentes palabras que designan distintos aspectos de lo que les sucede a los muertos, y sólo una tiene que ver con el fuego. Veamos por qué hay tanta confusión acerca de este tema.

La palabra hebrea seol que se usa en el Antiguo Testamento tiene el mismo significado que la palabra griega hades que aparece en el Nuevo Testamento. De hecho, en la versión Reina-Valera de la Biblia (revisión de 1960) y en otras versiones, estas dos palabras no son traducidas al español sino simplemente transliteradas. (Una excepción la encontramos en 1 Corintios 15:55, en donde hades se traduce por “sepulcro”.)

El Anchor Bible Dictionary (“Diccionario bíblico Anchor [ancla]”) nos explica el significado de ambas palabras: “La palabra griega Hades . . . se refiere al lugar de los muertos . . . El antiguo concepto hebreo del lugar de los muertos, más comúnmente llamado Seol . . . generalmente es traducido por Hades, un término que los judíos usaban con frecuencia cuando escribían en griego” (1992, 3:14).

Tanto seol como hades se refieren a la tumba. Esto lo podemos confirmar al comparar un versículo del Antiguo Testamento con uno del Nuevo. En Salmos 16:10 leemos: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”. Y en Hechos 2:27 el apóstol Pedro cita este versículo al referirse a Jesucristo; aquí la voz griega hades sustituye la palabra hebrea seol.

¿Adónde fue Jesús cuando murió? Fue a la tumba; fue puesto en el sepulcro de José de Arimatea. Los dos pasajes, el de los Salmos y el de los Hechos, dicen que el cuerpo de Jesús no se descompuso en la tumba porque Dios lo resucitó.

Los pasajes en que se utilizan estas dos palabras simplemente están hablando acerca de la tumba, el lugar adonde van todos, buenos y malos, cuando mueren.

Otras dos palabras griegas

Hay dos palabras griegas que son traducidas por “infierno” en el Nuevo Testamento. Una de ellas es tartaroo, que aparece una sola vez en el texto bíblico (2 Pedro 2:4) y tiene que ver con el lugar donde los ángeles caídos o demonios están guardados en espera del juicio. El verbo tartaroo significa “confinar en el Tártaro . . . el Tártaro era el nombre utilizado en la mitología griega para designar el lugar en el que los dioses rebeldes estaban confinados” (Lawrence Richards, Expository Dictionary of Bible Words [“Diccionario expositivo de palabras de la Biblia”], 1985).

El apóstol Pedro aludió a la mitología contemporánea para mostrar que a los ángeles pecadores, Dios “los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4). Los ángeles que pecaron están en un lugar o condición de restricción, en espera del juicio final por su rebelión contra Dios y su influencia destructiva en la humanidad. Tartaroo se aplica únicamente a los demonios; en ninguna parte se usa para referirse a un fuego infernal en el que los seres humanos son castigados después de la muerte.

La otra palabra griega que es traducida en la Biblia por “infierno” es gehenna. Este vocablo tiene que ver con un castigo con fuego, pero no en la forma en que la mayoría de las personas se imaginan el infierno.

Gehennase refiere a un valle justo afuera de Jerusalén. La palabra se deriva del hebreo Ge-Hinnom, el valle de Hinom (Josué 18:16). En la época de Jesús este valle era lo que hoy llamaríamos el basurero municipal, el lugar en el que se quemaban todos los desperdicios, desechos y basura, y que constantemente estaba ardiendo. Los cadáveres de los animales y de los criminales despreciables también eran arrojados a la Gehenna para ser quemados allí. Jesús habló de este lugar específico y lo que ocurría allí para ayudarnos a entender el castigo que en el futuro tendrán aquellos pecadores que no quieran arrepentirse.

¿Hay gusanos inmortales en el infierno?

En Marcos 9:47-48 Jesús se refirió específicamente a la Gehenna y a lo que ocurría allí. Pero sin un entendimiento histórico adecuado, es fácil sacar conclusiones erróneas.

Veamos lo que dijo: “Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno [gehenna], donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”. Cualquier habitante de Jerusalén hubiera entendido inmediatamente lo que Jesús estaba diciendo, porque la Gehenna —el valle de Hinom— estaba al sur de la ciudad, justo fuera de los muros.

Sin este conocimiento, no es difícil formar conceptos erróneos acerca de este versículo. Algunos creen que el “gusano” es el remordimiento de conciencia que la gente sufre en el infierno. “‘El gusano de ellos no muere’ siempre se ha interpretado figurativamente, como la angustia de la envidia y el remordimiento” (Walker, op. cit., p. 61). Muchos creen, además, que la frase “el fuego nunca se apaga” se refiere a las llamas que siempre arden y torturan a los condenados.

Este pasaje frecuentemente ha sido interpretado sin tener en cuenta el contexto. Al decir “donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”, Jesús estaba citando de Isaías 66:24. Para entender adecuadamente las palabras de Jesús es necesario examinar este pasaje.

El contexto de Isaías 66 se refiere a la época en la cual Dios dice que “vendrán todos a adorar delante de mí” (v. 23), un tiempo en el que ya no habrá más impíos. ¿Qué les ocurrirá a ellos? En el versículo 24 leemos que las personas “saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre”.

Tengamos en cuenta que los cuerpos que van a ser afectados por los gusanos estarán muertos; no se trata de personas vivas que agonicen en las llamas del fuego. Cuando Jesús regrese, va a luchar contra todos aquellos que se le opongan (Apocalipsis 19:11-15). Los que caigan en la batalla no van a ser enterrados; sus cadáveres quedarán en la tierra, y las aves de rapiña y los gusanos (cresas) se van a comer su carne.

Según el Theological Wordbook of the Old Testament (“Léxico teológico del Antiguo Testamento”), la palabra hebrea que fue traducida por “gusano” en Isaías 66:24 significa “gusano, cresa, larva”. Ni Isaías ni Jesús estaban hablando acerca de gusanos inmortales. Los gusanos o larvas que mencionaron nunca morían porque se convertían en moscas. Estas moscas a su vez depositaban huevos que se transformaban en más larvas de moscas y así se perpetuaba el ciclo.

Esta información nos puede servir para entender mejor las palabras de Jesús. En esa época, cuando los cadáveres de animales o de criminales ejecutados eran lanzados al basurero ardiendo de la Gehenna, eran consumidos por los gusanos, por las llamas que siempre ardían, o por una combinación de ambos. En los tiempos antiguos, un cuerpo que no era enterrado sino lanzado al fuego para ser quemado, era considerado como maldito (Josué 6:18; Josué 7:11, Josué 7:25).

¿Qué quiso decir Jesús en Marcos 9:48 cuando dijo: “. . . el fuego nunca se apaga”? Con lo que hemos explicado, no es difícil entenderlo. Él simplemente dijo que el fuego iba a arder hasta que los cuerpos de los impíos fueran consumidos. Esta expresión, utilizada varias veces en las Escrituras, se refiere al fuego que consume totalmente (Ezequiel 20:47). Tal fuego no podrá ser apagado, pero se extinguirá cuando lo haya consumido todo y ya no tenga nada que lo alimente para seguir ardiendo.

¿Cuándo serán castigados los impíos?

Pero podemos preguntarnos: ¿Cuándo va a ocurrir este castigo? Como hemos visto anteriormente, Jesús citó al profeta Isaías, quien estaba escribiendo acerca de una época después de que Jesucristo establezca su reino aquí en la tierra. Sólo entonces “vendrán todos a adorar” delante de él (Isaías 66:23). Sólo entonces se podrá cumplir esta profecía.

Jesús se valió de un basurero muy conocido en aquella época, el que ardía en el valle de Hinom, en las afueras de Jerusalén, para ilustrar el destino final de los impíos en lo que las Escrituras llaman el “lago de fuego”. Así como los desechos de la ciudad eran consumidos por los gusanos y el fuego, los impíos también serán quemados —consumidos— por ese futuro lago de fuego más de mil años después del regreso de Cristo (Apocalipsis 20:11-15).

El apóstol Pedro explica que en esa época “los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). Lo que esto implica es que la superficie de la tierra se volverá una masa derretida, borrando todo vestigio de la maldad humana.

¿Qué sucederá después de esto? El apóstol Juan escribe: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1). Toda la tierra será transformada en una residencia idónea para los justos, quienes para ese tiempo ya habrán heredado la vida eterna.

El alma y el cuerpo serán destruidos en el fuego

En Mateo 10:28 Jesús habló otra vez acerca del fuego de la Gehenna: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno [gehenna]”.

Debemos darnos cuenta de que Jesús no estaba hablando de que las personas iban a sufrir un tormento eterno. Dijo que Dios podía destruir, aniquilar, tanto el alma como el cuerpo en la Gehenna.

Jesús explicó aquí que cuando un hombre mata a otro, el resultado es una muerte temporal porque Dios puede resucitar al muerto. Pero cuando Dios destruya a alguien en el “infierno” (gehenna), la muerte será eterna. No habrá resurrección de esa muerte, que la Biblia llama “la muerte segunda”. La Biblia explica que al final de los tiempos, los pecadores que no se arrepientan serán lanzados al lago de fuego, o Gehenna: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

Como ya lo hemos visto, los impíos serán destruidos; no vivirán eternamente en algún lugar o condición de angustia eterna. Al final de los tiempos cosecharán su destrucción en el lago de fuego. Serán consumidos casi instantáneamente por el calor del fuego, y nunca volverán a vivir.

Los impíos se convertirán en cenizas

Otro pasaje que ilustra gráficamente la destrucción total de los impíos se encuentra en el libro de Malaquías: “He aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Eterno de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1).

El tiempo de esta profecía es el fin de la era actual, cuando Dios castigará a los impíos por su rebelión contra él. A todos aquellos que se rindan a Dios y lo obedezcan, él les dice: “Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día que yo actúe, dice el Eterno de los ejércitos” (v. 3).

Hablando por medio del profeta Malaquías, Dios nos dice en forma inequívoca cuál será el destino final de los impíos. Serán arrancados de raíz, como un árbol estéril, sin dejarle raíz ni rama. Serán completamente consumidos por las llamas del lago de fuego, y quedarán tan sólo las cenizas.

La Biblia ciertamente enseña que los impíos serán castigados por el fuego, pero no en el infierno mítico creado por la imaginación de los hombres. Dios es un Dios de misericordia, lleno de amor. Aquellos que deliberada y obstinadamente rechacen el camino de Dios, caracterizado por la obediencia a su ley de amor (Romanos 13:10), simplemente morirán. ¡No sufrirán para siempre! Serán consumidos por el fuego y serán como si nunca hubieran existido. Dios no les dará el precioso don de la vida eterna a quienes persistan en su rebelión contra él, pero tampoco los va a torturar sádicamente por toda la eternidad.

Aun la muerte definitiva de los impíos incorregibles en el lago de fuego es un acto de justicia y de misericordia por parte de Dios. Permitirles que siguieran viviendo una vida sin arrepentimiento, en eterna rebelión, sólo les causaría a ellos y a los demás gran dolor y angustia. La inspiradora verdad de la Biblia nos enseña que Dios es un ser de gran misericordia, sabiduría y justo juicio. Como leemos en Salmos 19:9: “Los juicios del Eterno son verdad, todos justos”.