Nuestro asombroso futuro
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Nuestro asombroso futuro
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A la luz de las verdades bíblicas que hemos examinado en esta publicación, conviene preguntar: ¿Adónde nos dirigimos? Como hemos visto, las creencias populares acerca del cielo y del infierno son variadas y confusas. Pero hay una cosa en la que todos debemos estar de acuerdo: Todos moriremos. En Eclesiastés 9:5 leemos: “Los que viven saben que han de morir”.
Desde tiempo inmemorial la humanidad ha tenido pendiente sobre su cabeza una perspectiva errónea de la muerte. El temor a la muerte es una cruel e insoportable esclavitud.
El comentarista Leon Morris explica cómo la verdad de la resurrección, ejemplificada en la resurrección de Jesucristo, transformó la vida de muchos: “En el primer siglo, esto [el temor a la muerte] era algo muy real. Los filósofos animaban a las personas a tener calma al enfrentarse a la muerte, y algunos lograban tenerla. Pero la mayoría de las personas no la conseguían. El temor era algo generalizado, y el desesperanzado tono de las inscripciones en las tumbas así lo demuestra. Pero una de las muchas maravillas del evangelio de Cristo es que libera al hombre y a la mujer de este temor . . . Ellos son salvos con la esperanza segura de la vida eterna, una vida cuya mejor parte está más allá de la tumba” (The Expositor’s Bible Commentary [“Comentario bíblico del expositor”], 1981, 12:29).
La Biblia nos revela que la mejor experiencia que el hombre puede tener se encuentra más allá de la tumba. Nos muestra que los cristianos verdaderamente convertidos van a heredar la vida eterna mediante la resurrección y que de ese momento en adelante la muerte nunca volverá a enseñorearse de ellos. “Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54).
La vida que va a venir será incomparablemente superior a esta existencia temporal. Será una vida llena de propósito y también de gozo y placer. El rey David escribió: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11). Veamos algo de lo que les espera a todos aquellos que reciban la vida eterna.
¿A qué nos pareceremos?
Sabemos en términos generales lo que será la resurrección porque la Biblia nos dice que seremos semejantes al Jesús resucitado. “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo . . . Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:47, 1 Corintios 15:49).
El apóstol Pablo nos declara esta maravillosa verdad: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:16-18).
Nos dice que en la resurrección tendremos la misma imagen o apariencia que tiene Jesús. Dice que Dios ha determinado que los cristianos verdaderos serán “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). ¿Nos damos cuenta de lo que estamos leyendo? Seremos hermanos de Jesús y compartiremos su misma apariencia; seremos elevados a un plano tan alto que seremos llamados hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
El apóstol Juan nos confirma que en la resurrección seremos hijos de Dios con la misma imagen o apariencia que Jesús tiene. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios . . . Amados, ahora somos hijos de Dios, y . . . sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2).
Poseeremos una gloria tan grande que podrá compararse con la gloria de Cristo, aunque nunca seremos iguales a él. Él es el Hijo de Dios que ha existido siempre, superior a todos excepto al Padre.
La gloria de Cristo
¿A qué se parece la gloria de Cristo? Durante su ministerio él les permitió a tres de sus discípulos ver de antemano cómo sería su apariencia en su estado espiritual glorificado. “Se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2).
Años más tarde, al escribir el Apocalipsis, el apóstol Juan tuvo una visión de Jesucristo resucitado y glorificado. Veamos cómo describió su impresionante apariencia: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas . . . y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:14-16). En la resurrección, ¡nosotros también tendremos esta maravillosa apariencia!
Después de su resurrección, Jesús podía volver a tener la apariencia que tenía cuando estaba en la carne. Temprano en la mañana, después de que Jesús hubo salido del sepulcro de piedra, María Magdalena visitó su tumba. Cuando ella vio que el sepulcro estaba vacío, empezó a lamentarse (Juan 20:11). Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (vv. 15-16). Jesús se le apareció a María de una forma normal, no con su apariencia radiante. Ella pensó que era el jardinero, debido tal vez a que todavía estaba oscuro (v. 1).
En otra ocasión Jesús se apareció de la nada a sus discípulos en el lugar cerrado donde estaban reunidos. “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros” (v. 26). Después de su resurrección, Jesús pudo pasar a través de barreras sólidas, tales como las paredes del edificio o la piedra que sellaba su sepultura.
De igual manera, cuando nosotros seamos transformados en espíritu, no estaremos limitados por las leyes que gobiernan las cosas físicas. Tendremos la capacidad de materializarnos, pero aun así no estaremos sometidos a las restricciones de movimiento o velocidad como los objetos físicos. Parte de esta transformación será que no necesitaremos el alimento físico para sobrevivir, aunque parece que tendremos la opción de comer por simple placer o para compartir con otros. En una de las apariciones posteriores a su resurrección, Jesús comió en presencia de sus discípulos (Lucas 24:41-43).
Aquellos a quienes Dios les dé vida eterna en la resurrección poseerán para siempre estas características sobrenaturales. Veamos la descripción de la resurrección que se encuentra en el libro de Daniel: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:2-3).
¿Qué haremos cuando seamos seres espirituales?
Como seres espirituales en la familia de Dios, viviremos y trabajaremos en el mejor ambiente y con logros estupendos. Jesús dijo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Nosotros vamos a vivir eternamente con Dios, en su ambiente, que es el mundo del espíritu y de todo poder. No va a ser una existencia de ocio y pereza; estaremos ocupados en actividades positivas. Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Nosotros también trabajaremos.
Cuando Cristo regrese para establecer el Reino de Dios en la tierra, aquellos que tengan parte en la primera resurrección serán jueces y sacerdotes (Apocalipsis 20:4, Apocalipsis 20:6) y reinarán con él “sobre la tierra” (Apocalipsis 5:10). No iremos al cielo para tener una vida eterna de ocio.
Jesús va a regresar a un mundo que en gran parte se habrá destruido por haber vivido de una forma opuesta a los mandatos divinos. Va a enseñar a todo el mundo a obedecer sus santas leyes. De hecho, va a comenzar una masiva reeducación con el fin de ayudar a las personas a desaprender la forma errónea de hacer las cosas y a aprender por primera vez a seguir los caminos de Dios.
Veamos la profecía de Isaías con respecto al papel que Jesús desempeñará como Rey sobre toda la tierra: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:2-4).
En esa época Cristo emprenderá la labor de enseñar a las personas que no han conocido el camino de Dios, y le ayudarán todos aquellos que en el momento de su regreso sean transformados y glorificados como hijos de Dios por medio de la resurrección (Lucas 20:36).
Si entramos en esa nueva vida, estaremos llenos de una energía inagotable. Como miembros de la familia de Dios tendremos el poder de su Espíritu. Isaías nos lo describe así: “¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable” (Isaías 40:28, Nueva Versión Internacional).
Una transformación gloriosa
Al hablar del suceso que va a transformar nuestros cuerpos mortales, el apóstol Pablo escribió: “Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual . . .” (1 Corintios 15:41-44).
Dios nos dará cuerpos que nunca se cansarán ni enfermarán, mentes con capacidades sobrenaturales semejantes a la que él tiene. Al reinar con Cristo (Apocalipsis 2:26; Apocalipsis 3:21) ayudaremos a traer paz a todo el mundo. Colaboraremos para que el conocimiento de Dios, en la gran reeducación que ocurrirá en todo el mundo, llegue hasta los lugares más recónditos. “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).
Aquellos que sean transformados al regreso de Cristo serán los verdaderos cristianos que aún estén vivos en ese momento, así como los muertos que fueron llamados, se arrepintieron y vivieron una vida de fiel obediencia a Dios. Estarán incluidos todos los fieles que se mencionan en Hebreos 11, que “conforme a la fe murieron . . . sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).
Entre aquellos que murieron podemos incluir a Abraham, Isaac y Jacob (vv. 17-21). Lo prometido que aún no han recibido es el Reino de Dios. Como explicó Jesús: “Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11). Debemos recordar que el Reino de los Cielos es sinónimo del Reino de Dios, el cual Cristo va a establecer aquí en la tierra cuando regrese.
La invitación de Dios
Si usted responde a la invitación de Dios, puede ser uno de aquellos que en todas partes del mundo van a ser resucitados para estar con Cristo en su reino. Dios está cursando esta invitación por medio de la predicación del evangelio, del cual forma parte esta información que usted está leyendo ahora.
Dios no está llamando a todas las personas en esta época. Jesús les explicó a sus discípulos que el entendimiento de la verdad de Dios todavía no estaba disponible para muchos: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:11).
En varios pasajes la Biblia habla acerca del “pueblo elegido de Dios”. Éstos han sido llamados a entender estas cosas ahora, en esta época; pero el resto, la inmensa mayoría, será llamado después.
Gran parte de Israel, el pueblo de Dios que es mencionado tantas veces en las Escrituras, no tuvo entendimiento acerca del Reino de Dios. Sus corazones estaban endurecidos, enceguecidas sus mentes. Pero la oportunidad para la mayoría de ellos vendrá en la segunda resurrección. “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos” (Romanos 11:7).
Sin embargo, como se explica en ese mismo capítulo, vendrá una época en la que “todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob [Israel] la impiedad” (v. 26). Dios llama y escoge a las personas de acuerdo con su perfecto plan y su infinita sabiduría. Cuando su plan ya esté completo, todos reconocerán que Dios es un Dios enteramente justo y bueno.
El apóstol Pedro explica que aquellos que ahora forman parte de la Iglesia de Dios —el Cuerpo espiritual de Cristo— son los que han sido escogidos en esta época para recibir salvación en la primera resurrección. A ellos Pedro les dice: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Las buenas noticias son que Dios, a su debido tiempo, ofrecerá vida eterna a todo aquel que se arrepienta. Él desea que todos lleguen a entrar en su reino, pues quiere compartir la vida eterna con toda la humanidad (1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9).
En una majestuosa visión final de todo lo que Dios tiene reservado para aquellos que le sirvan, el apóstol Juan fue inspirado a escribir un resumen de este futuro en el último libro de la Biblia: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron . . . El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:4, Apocalipsis 21:7).
El futuro que Dios tiene planeado para nosotros ¡es más sublime de lo que nos podemos imaginar! Él va a compartir este futuro maravilloso con aquellos que se arrepientan de sus pecados y se conviertan verdaderamente. Y aquellos que rehúsen obstinadamente arrepentirse, no serán torturados para siempre en el infierno; ellos simplemente dejarán de ser. Pero esto no tiene por qué ocurrirle a usted.
Usted puede entrar en el eterno Reino de Dios si presta atención a las palabras que Jesús pronunció cuando comenzó su ministerio: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).