La verdad bíblica acerca del alma inmortal

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La verdad bíblica acerca del alma inmortal

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Las creencias más comunes acerca de lo que sucede después de la muerte están basadas en la enseñanza de que cada ser humano tiene un alma inmortal que debe ir a algún sitio después de que termina la vida física.

Esta creencia no es exclusiva del cristianismo tradicional. “Todas las religiones afirman que hay un aspecto del ser humano que sigue existiendo después de que la vida física ha terminado” (World Scripture: A Comparative Anthology of Sacred Texts [“Escrituras del mundo: Una antología comparativa de textos sagrados”], Andrew Wilson, director, 1995, p. 225). En otras palabras, todas las religiones creen en alguna clase de esencia inmortal, un espíritu que sigue viviendo después de que muere el cuerpo físico. En el cristianismo tradicional, a esto se le llama “alma inmortal”.

Una de las razones por las que prevalecen ciertas creencias acerca del cielo y del infierno es la falta de un entendimiento adecuado de este tema. Si existe un elemento inmortal en el ser humano, debe liberarse del cuerpo cuando éste muere. Este concepto tiene su fundamento en la creencia del alma inmortal que sale del cuerpo en el momento de la muerte.

Pero ¿qué dice la Palabra de Dios acerca de la existencia de un alma inmortal? ¿Tiene esta creencia un fundamento bíblico?

Muchos se sorprenden al enterarse de que las palabras inmortal y alma no aparecen juntas en ninguna parte de la Biblia. “. . . Los teólogos confiesan abiertamente que la expresión ‘alma inmortal’ no está en la Biblia, pero afirman confiadamente que la Escritura presupone la inmortalidad de cada alma” (The Fire That Consumes [“El fuego que consume”], Edward William Fudge, 1994, p. 22).

El hecho de que semejante suposición tan importante no se enuncie explícitamente en la Biblia es algo sorprendente, y más cuando nos damos cuenta de cuánto defienden los teólogos esta doctrina. Pero si no se encuentra en la Biblia, ¿dónde se originó esta idea?

El New Bible Dictionary nos dice lo siguiente acerca de los orígenes de la doctrina del alma inmortal: “Los griegos pensaban que el cuerpo era un estorbo para la verdadera vida y ellos esperaban el momento en que el alma fuera liberada de sus ataduras. Su concepto de la vida después de la muerte era la inmortalidad del alma . . .” (“Nuevo diccionario bíblico”, 1996, p. 1010).

Según esta idea, en el momento de la muerte el cuerpo va a la tumba y el alma continúa existiendo como una entidad independiente y consciente.

La creencia en la separación entre el cuerpo y el alma estaba muy difundida en la sociedad griega, y la enseñó uno de sus filósofos más famosos. “La inmortalidad del alma era una de las doctrinas principales del filósofo griego Platón . . . En el pensamiento de Platón, el alma . . . tenía vida inherente y era indivisible . . . Existía antes que el cuerpo en el cual habitaba, y también lo sobrevivía” (Fudge, op. cit., p. 32).

Cómo entró en el cristianismo la idea del alma inmortal

En el Antiguo Testamento no se enseña el concepto de la inmortalidad del alma. La International Standard Bible Encyclopaedia dice lo siguiente: “. . . En mayor o menor grado, siempre ha influido en nosotros la idea griega, platónica, de que el cuerpo muere pero el alma es inmortal. Esta idea es totalmente contraria al pensamiento israelita y no se encuentra en ninguna parte del Antiguo Testamento” (“Enciclopedia internacional general de la Biblia”, 1960, 2:812).

La iglesia del primer siglo tampoco tuvo esta creencia. “Se considera que esta doctrina es una innovación posapostólica, y no sólo no es innecesaria sino que es algo que impide directamente la interpretación y el entendimiento correctos de la Biblia” (Fudge, op. cit., p. 24).

Si semejante idea no tenía cabida en la iglesia durante el tiempo de los apóstoles, ¿cómo llegó a ser tan importante en la doctrina cristiana?

Varios eruditos han reconocido que las enseñanzas de Platón y de otros filósofos griegos han ejercido una profunda influencia en el cristianismo. Jeffrey Burton Russell dice: “. . . Los teólogos son los responsables de que la idea no bíblica de la inmortalidad, en lugar de morir, floreciera . . . Éstos admiraban la filosofía griega [y] en ella encontraban respaldo para la idea del alma inmortal . . .” (A History of Heaven [“Historia del cielo”], 1997, p. 79).

El Interpreter’s Dictionary of the Bible nos dice que “la ‘partida’ del nefesh [voz hebrea que a veces se traduce por “alma”] debe ser considerada como una figura literaria, porque éste no continúa existiendo independientemente del cuerpo, sino que muere con él . . . Ningún texto bíblico respalda la afirmación de que el ‘alma’ se separa del cuerpo en el momento de la muerte” (“Diccionario bíblico del intérprete”, 1962, 1:802).

¿Debemos aceptar una enseñanza que no proviene de las Sagradas Escrituras? Muchas personas dan por sentado que sus creencias están basadas en la vida y enseñanzas de Jesucristo o que en alguna forma están fundamentadas en la Palabra de Dios. Sin embargo, en su oración al Padre, Jesús dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). ¿Le ha dado Dios al hombre la libertad de tomar conceptos de los filósofos del mundo y de incorporarlos dentro de las enseñanzas bíblicas?

Dios inspiró al apóstol Pedro a escribir: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21). Debemos analizar las palabras de Jesús, de los profetas y de los apóstoles, tal como están consignadas en las Sagradas Escrituras, si es que queremos entender la verdad acerca de la doctrina de la inmortalidad del alma o de cualquier otra enseñanza religiosa.

Investiguemos en las Escrituras para ver realmente lo que la Biblia nos dice acerca del alma.

El alma en las Escrituras hebreas

El Antiguo Testamento nos enseña que el alma muere. En Génesis 2:7 leemos acerca de la creación de Adán. Cuando Dios le dio vida, éste fue “un ser viviente”. En otros pasajes de la Escritura se utiliza la misma expresión, “ser viviente”, aun cuando se hace referencia exclusivamente a los animales y no a los seres humanos (Génesis 9:12; Levítico 11:46).

Dios le dijo a Adán y a Eva que si le desobedecían, ciertamente morirían (Génesis 2:17; 3:2-3). Dios también le dijo a Adán que él había sido tomado del polvo de la tierra y que volvería a ella (Génesis 3:19).

En el Antiguo Testamento, la voz hebrea nefesh se utiliza para referirse al hombre en más de 130 ocasiones. También se usa para referirse a las criaturas del mar (Génesis 1:20-21), a las aves (v. 30) y a los animales en general, incluido el ganado y los que se arrastran, como los reptiles (v. 24).

Por lo tanto, si decimos que el hombre es un alma inmortal que habita temporalmente un cuerpo físico, tendremos que decir lo mismo acerca de los animales, porque en la Biblia se utiliza el mismo término para referirse tanto al uno como a los otros. Sin embargo, ningún erudito serio haría semejante pronunciamiento acerca de los animales. La verdad es que el término nefesh, que en algunos pasajes se traduce por “alma”, se aplica a cualquier ser viviente (ya sea hombre o animal), y no a alguna esencia viva e independiente que habita el cuerpo.

Una de las afirmaciones categóricas que hace la Biblia acerca del “alma” es que ésta puede morir. En Ezequiel 18:4 y 18:20 podemos leer claramente que “el alma que pecare, esa morirá”. El contexto de estos versículos nos muestra que el alma se identifica con el ser humano mismo, no con una entidad separada que existe independientemente del huésped físico.

Las Escrituras nos dicen que los muertos no tienen conciencia: “Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben . . .” (Eclesiastés 9:5). No siguen conscientes en otro estado u otro lugar.

La enseñanza del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento contiene varias afirmaciones que confirman que los impíos incorregibles van a morir en forma definitiva y permanente.

En Mateo 7:13-14 Jesús exhorta a sus discípulos para que escojan el camino que conduce a la vida: “Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella” (Nueva Versión Internacional). Luego, hablando del camino de la justicia, dice: “Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran”. En estos versículos se establece un contraste directo entre dos conceptos opuestos: la destrucción y la vida.

Jesús dejó muy claro cuál era el propósito de su vida: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Aunque la obediencia a Jesús y a Dios ciertamente trae bendiciones ahora, es innegable que el aspecto principal de la misión de Jesús era preparar el camino para que los seres humanos puedan heredar la vida eterna, la vida inmortal en el Reino de Dios. Jesús se identificó a sí mismo como “el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera” (Juan 6:50). Si el hombre ya tuviera inherente la vida eterna por el hecho de poseer un “alma inmortal”, ¿qué sentido tendría que Jesús se ofreciera para que el hombre no muriera?

El apóstol Pablo también declaró que los inicuos morirán: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? . . . Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte” (Romanos 6:16, Romanos 6:20-21). Aquellos que sean esclavos del pecado, aquellos que se nieguen a arrepentirse de su desobediencia a Dios, perecerán.

Romanos 6:23 es uno de los versículos que más claramente destaca la realidad del tema que nos ocupa. Sin embargo, muchas personas o hacen caso omiso de lo que dice o lo interpretan de una manera que le cambia totalmente el sentido. Pablo escribió: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

En este versículo encontramos dos verdades fundamentales pero no siempre comprendidas. Primero, que el castigo de los impíos es la muerte —la cesación de la vida— no una vida eterna de sufrimiento en algún otro lugar. Y segundo, que nosotros no poseemos vida inmortal, pues ésta es algo que Dios tiene que darnos. De este versículo aprendemos que no poseemos nada de inmortalidad; antes bien, tenemos que recibirla como don de Dios por medio de nuestro Salvador Jesucristo.

El apóstol Pablo dice algo parecido en Gálatas 6:8: “El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. Esto nos muestra que la vida eterna es algo que podemos recibir en el futuro, pero no es algo que ya poseemos.

Y en Filipenses 3:18 Pablo habla acerca de aquellos que son “enemigos de la cruz de Cristo”. El versículo 19 nos dice que su fin es la perdición, no el tormento eterno en otra vida después de la muerte.

La verdad acerca de la mortalidad del hombre está implícita en estas palabras de Jesús: “El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte” (Apocalipsis 2:11). La segunda muerte es la que sobrevendrá como resultado de ser lanzado “en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21:8; ver también 20:6, 11-15). La segunda muerte es definitiva e irrevocable, pues de ella no habrá resurrección.

¿Tiene entonces el hombre un alma inmortal, o es el hombre un alma inmortal? La Biblia afirma categóricamente que el hombre es temporal, del polvo de la tierra. Los seres humanos no tenemos inmortalidad inherente.

En las Escrituras se nos revela que los que se salven se vestirán de inmortalidad (1 Corintios 15:53-54); recibirán la vida eterna como dádiva de Dios por medio de la resurrección. Esto ocurrirá en el momento del retorno de Jesucristo, al sonar la última trompeta (vv. 50-52), y no en el momento en que finaliza la vida física. Hasta ese momento, la vida del hombre no es más permanente que la de los animales.