Mantengamos el rumbo

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“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19).

El bautismo y los demás pasos que debemos dar sólo marcan el comienzo de nuestro viaje hacia la vida eterna. Antes de llegar a nuestro destino, habrá que recorrer, por así decirlo, miles de kilómetros. En este capítulo examinaremos algunos de los aspectos de ese viaje que nos revela nuestro mapa, la Biblia. Recordemos que el camino que estamos recorriendo es angosto (Mateo 7:14). Un sentido claro de la dirección y del propósito nos puede ayudar a mantener el rumbo.

Cuando respondemos al llamamiento de Dios mediante el arrepentimiento y el bautismo, nos esperan muchas bendiciones y oportunidades. Nuestra forma de pensar empieza a cambiar, y van aumentando la sabiduría, el conocimiento, la prudencia y el entendimiento (Proverbios 2:1-11). Con el tiempo, iremos aprendiendo a pensar y actuar como lo hace Dios.

Vendrán pruebas y tendremos que hacer sacrificios (Mateo 10:35-39). Estas pruebas contribuyen a la formación de nuestro carácter. El apóstol Santiago, medio hermano de Jesús, escribió: “Ténganse por muy dichosos, hermanos míos, cuando se vean asediados por pruebas de todo género, sabiendo que esa piedra de toque de su fe engendra constancia. Que la constancia acabe su obra, para que sean hombres completos y auténticos, sin deficiencia alguna” (Santiago 1:2-4, Nueva Biblia Española).

Jesucristo nos advierte que calculemos el costo de emprender este camino: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar” (Lucas 14:28-30). Al hablar con uno que quería imponer condiciones antes de comprometerse como discípulo, Jesús le dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). Jesús espera que sus seguidores mantengan el rumbo hasta llegar al destino.

Así como los niños tambalean cuando están aprendiendo a caminar, nosotros también tambaleamos al emprender este viaje por el angosto camino que lleva hacia el Reino de Dios. Las tentaciones y las pruebas que afrontamos a veces nos hacen vacilar y caer, pero recordemos que Dios y Jesucristo están presentes para consolarnos y ayudarnos a cada paso. Nuestra tarea es seguir adelante y convertirnos en cristianos maduros. El apóstol Pablo dijo: “Todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los quepor el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”(Hebreos 5:13-14).

Vivir conforme al camino de Dios debe ser siempre lo más importante en nuestra vida. Debemos buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). La clave para mantenernos bien encarrilados en el camino de Dios es la oración constante y el estudio de su Palabra inspirada. Como mencionamos anteriormente, el contacto con otros creyentes puede ser de gran estímulo en nuestra nueva vida dedicada a Dios. En Mateo 7:21 Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Como seres con libre albedrío, decidimos lo que vamos a hacer, pero Jesucristo espera que hagamos nuestra parte manteniéndonos fieles a él. Como ya lo explicamos, debemos producir fruto en nuestra vida que sea agradable a Dios.

El final del camino es el Reino de Dios

Ahora notemos algunas cosas acerca del Reino de Dios y la vida eterna, el final de nuestro viaje espiritual. Debemos tener en cuenta que el Reino de Dios constituye el tema central del evangelio que enseñó Jesucristo. En Marcos 1:14-15 se nos dice que “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Después de su resurrección, Jesús siguió hablando a sus discípulos acerca del Reino de Dios (Hechos 1:3).

Jesucristo regresará nuevamente a la tierra y establecerá el Reino de Dios: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). El Reino de Dios gobernará literalmente sobre toda la tierra, reemplazando a todos los gobiernos y autoridades humanas: “El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

Los primeros cristianos tenían los ojos puestos fijamente en el futuro Reino de Dios. El apóstol Pablo declaró: “El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). Y en Hechos 8:12 se explica que esta era una de las principales razones por las cuales la gente creía a Dios y se bautizaba: “Cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres”. Hoy, nosotros también debemos creer el evangelio (Marcos 1:15).

Heredaremos todas las cosas

Si permanecemos fieles a Dios durante toda la vida, compartiremos con Cristo el papel de reyes y sacerdotes en su reino venidero (Apocalipsis 1:6). Tenemos la magnífica esperanza de ser transformados en espíritu y de recibir la vida eterna (1 Tesalonicenses 4:14-17; 1 Corintios 15:50-54). Como hijos de Dios ya transformados en espíritu, heredaremos “todas las cosas” —el universo entero— junto con Jesucristo (Hebreos 2:6-8; Romanos 8:17; Mateo 5:5; Apocalipsis 21:1-7).

Aunque en esta vida siempre será posible negar a Dios y perder la salvación, Dios habla acerca de nuestra salvación como un hecho. A los que estén dispuestos a dedicarle su vida, Dios les ofrece una maravillosa perspectiva: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).

Mientras busquemos activamente la voluntad de Dios y permitamos que el Espíritu Santo obre en nuestra vida, nuestra salvación fu­tura está garantizada. Sí, Dios promete ayudarnos en cada paso del camino si nos arrepentimos y tenemos fe en que él perdonará nuestros pecados, si nos bautizamos y esperamos en él, y si buscamos primeramente su reino venidero.

Y ahora ¿qué?

Ahora que usted sabe qué hacer, ¿va a actuar, o desatenderá este precioso don que Dios le ofrece? Dios nos hace una invitación y una promesa por medio del profeta Isaías: “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:6-7).

En 2 Tesalonicenses 2:13-15, Pablo escribió: “Nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Diosos haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra”.

Si Dios le está llamando, ¿responderá usted?

El apóstol Pedro también escribió: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:10-11).

¡Este es el único camino a la vida eterna!