Los papeles complementarios de la gracia, las obras y la obediencia
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Los papeles complementarios de la gracia, las obras y la obediencia
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Al igual que Juan el Bautista, Jesús dijo que debemos producir fruto: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto . . . En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:5-8).
Algunos se confunden al darse cuenta de que Jesús espera que demos fruto; tales personas suponen que, de algún modo, debemos ganar nuestra salvación. Pero por supuesto, es imposible que nos la ganemos. La salvación es un don gratuito de Dios que no merecemos; jamás podríamos hacernos acreedores a la salvación, ni en cien vidas llenas de buenas obras.
No podemos ser salvos por nuestras obras. Sólo el sacrificio de la sangre derramada de Jesucristo puede lavar nuestros pecados. No podemos lograrlo ni con nuestros pensamientos ni con nuestras acciones. Debido a que Cristo vive y está activamente ocupado en nuestra conversión, seremos salvos por su vida. El apóstol Pablo lo dijo claramente: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:8-10). Al vivir Cristo en nosotros, nos capacita para hacer buenas obras (Gálatas 2:20).
Gracia, obras y obediencia son términos complementarios, no contradictorios. La palabra gracia significa “don” o “favor”. La salvación, o vida eterna, es un don que recibimos por gracia (Romanos 6:23; Efesios 2:8-9). Ninguna obra ni esfuerzo de nuestra parte podrá ganarnos jamás la vida eterna. Sin embargo, la vida eterna no es gratuita: Cristo pagó por ella con su vida para que pudiéramos recibir el don de la salvación (Hechos 20:28).
Hay condiciones para obtener la vida eterna
Dios impone ciertas condiciones para recibir el don de la vida eterna. La primera es el arrepentimiento. El arrepentimiento no nos hace ganar nada; no merecemos favor alguno por habernos arrepentido. No obstante, es un requisito. ¿Por qué? Porque si no nos arrepentimos, no podemos ser perdonados (Hechos 2:38). Dios no perdonará a quienes se empeñen en seguir pecando. Pablo escribió: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2).
Debemos cambiar el rumbo de nuestra vida como requisito para recibir el don de la salvación. Eso es lo que enseñaron tanto Jesús como los apóstoles. A Pablo se le ordenó que predicara a judíos y a gentiles para que “se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20). Las obras demuestran nuestro arrepentimiento hacia Dios, pero jamás nos darán el derecho de exigirle nada de modo que podamos ufanarnos de merecer la vida eterna. Eso jamás podrá ser.
Dios espera que tengamos buenas obras en nuestra vida para demostrarle nuestro arrepentimiento y el amor y la fe que le tenemos. Santiago afirma explícitamente que “la fe sin obras es muerta” (Santiago 2:20, Santiago 2:26), y Pablo dice que Dios nos salva por gracia mediante la fe a fin de que tengamos buenas obras, aunque éstas no nos hacen merecedores de la salvación: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”(Efesios 2:8-10). ¿Por qué es tan difícil entender y aceptar este concepto? Simplemente se trata de seguir las pisadas de Jesucristo imitando su ejemplo (1 Juan 2:6).
El propósito de las buenas obras
¿Cuál es el propósito de las buenas obras? Jesús dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Aunque nuestras obras no nos hacen acreedores a la vida eterna, sí glorifican o dan honra a Dios; y Dios exige que le honremos con nuestra manera de vivir. Quienes se niegan a hacer buenas obras —vivir en armonía con la ley de Dios— están deshonrando a Dios aunque no se den cuenta. “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16).
¿Pueden las obras hacernos merecedores de algo? Apocalipsis 20:12 dice que los muertos serán juzgados “según sus obras”. En Juan 14:2-3, Jesús dijo que iba “a preparar lugar” para sus seguidores. En el Reino de Dios habrá muchas posiciones de autoridad y gobierno, y Dios las concederá a quienes sean vencedores (Apocalipsis 2:26; Apocalipsis 3:21). Los santos resucitados reinarán con Jesucristo (Apocalipsis 20:4-6). Si nos sometemos a Dios y seguimos la guía de su Espíritu, podremos hacer buenas obras e ir desarrollando el carácter justo y recto que nos permitirá reinar con Jesucristo.
Aunque nuestras obras no nos proporcionan la salvación, sí determinan nuestra recompensa en el Reino de Dios. Jesús lo explicó en la parábola de los talentos (Mateo 25:20-29). Nuestro Señor también lo dijo claramente en Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Y en el versículo 14 agrega: “¡Dichosos los que guardan sus Mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida, y entren por las puertas en la ciudad!” (Nueva Reina-Valera).
Por la gracia de Dios, se les dará la vida eterna a quienes le demuestren su fe y su obediencia.