Introducción: El camino hacia la vida eterna

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Introducción

El camino hacia la vida eterna

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Introducción: El camino hacia la vida eterna

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Ante la dura realidad de la vida diaria, la mayoría de las personas se preocupan más por la supervivencia que por la vida eterna. Para muchos, la idea de vivir eternamente es algo tan etéreo que no le dan mucha importancia. ¿Para qué molestarse? ¿Acaso no es lo mismo que la búsqueda de la Atlántida o del Santo Grial?

No obstante, en algún momento de la vida casi todos se detienen a preguntar si nuestra existencia realmente tiene sentido. Nacer, morir, reír, llorar, herir, vendar, sufrir, gozar, odiar, amar. Es una existencia que generalmente dura unos 70 u 80 años . . . si las cosas no van demasiado mal. Tal parece que tienen razón los que dicen: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”.

Pero ¿es esta vida todo lo que hay? ¿Tiene algún propósito nuestra existencia, un significado que nunca hemos sospechado? Tomando en cuenta las condiciones en que se encuentra el mundo (para muchos, nada satisfactorias), ¡necesitamos hallar respuestas a estos interrogantes!

La tecnología, la medicina y otras ramas de la ciencia avanzan a pasos agigantados, pero ¿acaso nos ofrecen alguna esperanza de que los problemas de este mundo puedan ser resueltos? ¿En qué terminará todo? ¿Es la muerte el final absoluto? Estas son preguntas muy importantes, y las respuestas que les damos constituyen la base de nuestra filosofía personal: la forma en que consideramos nuestra existencia y el significado de nuestra vida.

Las filosofías de la vida o del mundo han cambiado sociedades enteras. Recordemos los efectos del comunismo y los resultados de un pensamiento puramente capitalista que ha sido absorbido por muchos países. De la misma manera, el tema de la vida eterna —y nuestra búsqueda de la misma— puede transformar nuestra vida.

Pero con todo lo que nos preocupa hoy, ¿quién tiene tiempo para preocuparse por el mañana? Aun los que las buscan no suelen encontrar respuestas realmente satisfactorias a las grandes incógnitas de la vida. Por lo tanto, la mayoría se despreocupa de este asunto. Pero la Biblia —la inspirada Palabra de Dios— da claras y abundantes respuestas a estos asuntos tan importantes.

Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Pero también dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Para hallar algo, uno tiene que buscarlo. La lectura de este folleto puede ser el primer paso.

Existen respuestas claras, directas e irrefutables sobre la vida eterna y cómo podemos obtenerla; sólo tenemos que buscarlas en el lugar correcto y con la actitud apropiada. ¿Por qué es que la mayoría de los grupos religiosos, aunque dicen apoyarse en la misma base, la Biblia, tienen tan fuertes discrepancias? En muchos casos es porque no tienen en cuenta todo el libro. Un grupo hace hincapié en determinada parte, otro grupo lo hace en otra parte. Sin embargo, en Mateo 4:4 encontramos que Jesús, refiriéndose desde luego a las Sagradas Escrituras, dijo que debiéramos vivir por toda palabra que sale de la boca de Dios.

En el tiempo de Jesús, la Palabra escrita de Dios era lo que ahora conocemos como el Antiguo Testamento, que muchos consideran obsoleto. En 2 Timoteo 3:16 el apóstol Pablo confirma las palabras de Jesús: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Si queremos entender el mensaje de la Biblia, debemos tener en cuenta todo lo que Dios dice en su Palabra escrita, no sólo las cosas que parecen apoyar nuestra propia opinión o lo que desde niños nos enseñaron.

Por ejemplo, ¿cómo cree usted que recibiremos la salvación? ¿Cree que hay muchos caminos que llevan al Reino de Dios?

Aunque la mayoría de las iglesias tienen procedimientos formales para aceptar a los creyentes en su medio, sus costumbres y sus enseñanzas difieren mucho entre sí. Cada una parece utilizar un método distinto. Hasta sus ceremonias de bautismo son diferentes. En algunas, el agua se rocía o se vierte; en otras, los creyentes son sumergidos completamente en un río o lago. Algunos grupos bautizan a los niños; otros no. Más aún, otros ni siquiera creen que el bautismo sea necesario. La mayoría sostiene que su autoridad proviene de la Biblia, pero en la práctica sus doctrinas son muy variadas.

¿Autoriza la Biblia tal variedad de creencias y costumbres? ¿Es eso algo que debe preocuparnos a nosotros? Más importante aún, ¿qué opina Dios al respecto?

¿Qué acude a nuestra mente cuando pensamos en establecer una relación con Dios? ¿Nos imaginamos asistiendo a las reuniones de alguna campaña evangelística, siguiendo a tal o cual televangelista o participando en grupos de oración y estudio de la Biblia? Quizá nuestro único contacto con la religión hayan sido los predicadores callejeros o el agresivo evangelismo de los que van de puerta en puerta.

Con tal variedad de filosofías contradictorias, no es de extrañar que muchos se vuelvan cínicos con respecto a la religión. Algunos seguramente creen que la idea de vivir eternamente es sólo un sueño ilusorio. Para el cínico empedernido, el bautismo quizá no sea más que una costumbre curiosa, un rito absurdo; y la sola sugerencia de que es un paso necesario para alcanzar la vida eterna puede parecerle ridícula. Otros sencillamente no saben qué pensar al respecto.

Y usted, apreciado lector, ¿sabe lo que la Biblia enseña acerca de este tema tan importante?

Notemos lo que dijo Jesucristo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44).

Vemos, entonces, que venir a Dios es algo iniciado por él, y a nosotros nos corresponde aceptar o rechazar la relación que Dios nos ofrece. Si la aceptamos, hay un procedimiento ya establecido que debemos seguir. El apóstol Pedro declaró a quienes estaban reunidos el día de Pentecostés que debían arrepentirse y hacerse bautizar para el perdón de sus pecados (Hechos 2:38). Entonces Dios les dio su santo Espíritu, el cual también nos dará a nosotros si seguimos esos mismos pasos. Esto permitirá que vivamos una vida nueva, a la cual hemos sido llamados.

El bautismo representa el compromiso más importante que puede contraer un ser humano. Aunque la ceremonia es sencilla, mediante la misma reconocemos un cambio profundo que se ha operado en nuestra mente y nuestro corazón. Este acto simboliza nuestro total sometimiento a Jesucristo como nuestro Amo y Señor, y como nuestro Salvador.

Dios desea fervientemente que emprendamos el viaje hacia la vida eterna. El apóstol Pedro nos dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Si aceptamos su ofrecimiento, podemos convertirnos en sus hijos. En Juan 1:12 leemos: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

El bautismo, tal como lo presenta la Biblia, es mucho más que una simple ceremonia religiosa para los niños o un rito que nos permite unirnos a una iglesia. Es el resultado de una decisión sumamente seria que sólo debe ser tomada por una persona madura; es un paso que no debe darse sin profunda reflexión. Jesús advirtió a cualquiera que quisiera seguirle, que calculara el costo antes de comprometerse (ver Lucas 14:27-33). El bautismo es un acto que simboliza la magnitud de ese compromiso, y es un gran paso por el camino angosto que nos lleva a la vida eterna.