Las dos mujeres del Apocalipsis
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Las dos mujeres del Apocalipsis
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Los acontecimientos descritos en la segunda parte del Apocalipsis están directamente relacionados con el pasado y el futuro de dos mujeres simbólicas, totalmente diferentes. La primera (Apocalipsis 12) representa a todos aquellos que han hecho pacto con Dios, la “Iglesia de Dios”, tanto el Israel del Antiguo Testamento como los siervos escogidos de Cristo en el Nuevo Testamento. La identidad específica de esta mujer (la nación de Israel o la iglesia del Nuevo Testamento) en las profecías del Apocalipsis se puede determinar por el contexto y por otros pasajes de las Escrituras. Jerusalén, la ciudad santa, es descrita como su hogar espiritual (Apocalipsis 11:2).
En el futuro, los fieles seguidores de Jesucristo vendrán a ser la comunidad eternamente justa de los redimidos en la nueva Jerusalén. Serán aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17; comparar con Apocalipsis 14:12; Apocalipsis 22:14).
En este mundo serán despreciados, rechazados y perseguidos; sin embargo, esta mujer, la verdadera Iglesia de Dios, será cuidada por Cristo. Se habrá preparado durante mucho tiempo para ser su novia (Efesios 5:27, Efesios 5:29; Apocalipsis 19:7-9). Ella se sentará en el trono con él para reinar sobre todos aquellos que en esta época la hayan rechazado y despreciado (Apocalipsis 3:21). Ella va a ayudarle a Cristo en su labor de enseñar a todas las naciones los caminos de Dios (Apocalipsis 20:6; Miqueas 4:2).
La segunda mujer, representada como una ramera desvergonzada, es una gran ciudad. “En su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús. . .” (Apocalipsis 17:5-6).
¿Qué simboliza? “La mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra”(v. 18). Ella será el orgullo del mundo, pero también será la perseguidora implacable de los verdaderos cristianos. Dios la acusa de estar “ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús” (v. 6).
Su gran influencia llegará a los más altos círculos políticos y sociales: “. . . los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites . . . sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades” (Apocalipsis 18:3, Apocalipsis 18:5).
Simbólicamente, Dios llama a esta perversa ciudad —con su intrincada red de corruptas relaciones internacionales— Babilonia la grande. Sus raíces culturales y religiosas se remontan a la antigua Babilonia, la ciudad en donde la humanidad se rebeló contra Dios poco después del gran diluvio en el tiempo de Noé (Génesis 11:4, 9). Satanás restableció su control de la humanidad durante “el presente siglo malo” (Gálatas 1:4), la época posterior a los días de Noé, por medio de la antigua Babilonia.
La Encyclopædia Britannicanos describe la antigua Babilonia como “una región cultural que ocupaba el sudeste de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates (la parte sur de la moderna Iraq, desde Bagdad hasta el golfo Pérsico). Debido a que la ciudad de Babilonia fue la capital de toda esta región durante muchos siglos, el término Babilonia fue utilizado para referirse a toda la cultura que se desarrolló en esta región desde que fue colonizada, más o menos a partir del año 4000 a.C.” (edición de 1999).
Al igual que su antecesora, una moderna ciudad llamada Babilonia volverá a dictar los parámetros culturales y religiosos del imperio político-religioso de la bestia del Apocalipsis.
En The Interpreter’s Dictionary of the Bible (“Diccionario bíblico del intérprete”) se explican las implicaciones de esta herencia babilónica: “Siendo el reino del diablo . . . Babilonia . . . se utiliza para designar la cabeza simbólica de toda oposición mundana a Dios. Babilonia es una realidad perenne que incluye reinos tan diversos como Sodoma, Gomorra, Egipto, Tiro, Nínive y Roma . . . Babilonia, la madre de todas las rameras, es la gran fuente y depósito de la enemistad contra Dios, así como el producto del resultante ‘mismo propósito’ [Apocalipsis 17:13, Apocalipsis 17:17] que les da poder y autoridad a los dioses falsos. Como tal, es la antítesis de la novia virgen de Cristo, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, el Reino de Dios” (1962, 1:338).
Los negocios más importantes de la antigua Babilonia eran manejados por una jerarquía de sacerdotes quienes, de una manera muy astuta, combinaban prácticas sexuales ilícitas con su sistema idolátrico religioso. Sus huellas todavía están presentes en nuestras religiones modernas. En el tiempo del fin muchos conceptos idolátricos antiguos volverán a cobrar fuerza a escala internacional por los esfuerzos de una ciudad moderna que habrá de conservar muchos de los antiguos elementos babilónicos.
¿Cuánta influencia va a ejercer esta gran ciudad apóstata? “Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación” (Apocalipsis 17:1-2). Un ángel le explica a Juan: “Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas”(v. 15).
Ciudadanos de todas partes, hablando toda clase de lenguas, adoptarán de una forma muy entusiasta su perspectiva satánica de las relaciones espirituales e interpersonales; a saber, su adulterio espiritual. Con admiración y entusiasmo admitirán el poder y la influencia que ella ejerce sobre ellos. Ella se jactará: “Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto” (Apocalipsis 18:7). Dios, sin embargo, la llama la madre de las rameras, una ciudad llena de abominaciones; él condenará sus prácticas y la destruirá conjuntamente con todas las corruptas tradiciones que haya conservado.
En cambio, la primera mujer, “la iglesia del Dios viviente” (1 Timoteo 3:15), se convertirá en la novia de Jesucristo (Apocalipsis 19:7-9). El Apocalipsis termina cuando el pueblo de Dios, después de recibir la vida eterna, mora con Cristo y con Dios el Padre para siempre. “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal” (Apocalipsis 21:9-11). Esta es la ciudad de donde irradiará para siempre la luz y la verdad de Dios.
Veamos la advertencia que Dios hace al final del Apocalipsis: “Si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:19).