El Apocalipsis habla con autoridad divina

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El Apocalipsis habla con autoridad divina

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Durante muchos años los eruditos han puesto en tela de juicio la inspiración del Apocalipsis porque su estilo literario se asemeja al de los escritos conocidos como “literatura apocalíptica”. Esta clase de escritos fue relativamente común entre los años 200 a.C. y 100 d.C., período que abarca la era apostólica. Autores bien intencionados se preocuparon por las condiciones que imperaban en aquella época, y con frecuencia emplearon un estilo dramático para expresar sus opiniones acerca de cómo se resolvería el conflicto inmemorial entre el bien y el mal.

Los escritores apocalípticos empleaban con frecuencia los símbolos e imágenes de los profetas del Antiguo Testamento, pero muchas veces se valieron del material bíblico simplemente para respaldar sus propias fantasías exageradas. Con el deseo de que sus teorías tuvieran el respaldo de una autoridad más importante, atribuían falsamente sus escritos a los profetas sobresalientes u otras personas importantes del pasado. Al utilizar seudónimos engañosos, sus obras parecían haber sido escritas por profetas muy conocidos de épocas remotas y ocultaban la verdadera identidad del escritor.

Como resultado de esto, los escritos que pertenecen a este género literario generalmente se consideran inciertos, faltos de credibilidad y sin derecho de invocar la autoridad divina. Desgraciadamente, no son pocos los eruditos que consideran que el libro bíblico del Apocalipsis también forma parte de esta corriente literaria.

Ellos no creen que el Apocalipsis bíblico sea realmente de origen divino, pero sus dramáticos símbolos provienen del divino autor de todos los libros de la Biblia, no de la imaginación del hombre mortal que lo puso por escrito. El apóstol Juan escribió simplemente lo que Jesucristo le reveló.

Los escritos de Juan pertenecen al mismo género de las profecías del Antiguo Testamento. Él mismo era un fiel discípulo de Jesucristo, y claramente dice que recibió esas visiones proféticas directamente de Cristo, lo que lo convertía en profeta. Contrario a lo que hacían los escritores apocalípticos de su época, quienes se escudaban tras seudónimos, Juan se identifica claramente y explica con lujo de detalles cómo recibió las visiones y mensajes incluidos en el Apocalipsis.

La visión del trono de Dios

En los capítulos 4 y 5, Juan describe cómo fue transportado en visión hasta el trono mismo de Dios en los cielos. En la visión, él ve cómo Dios el Padre tiene en la mano un rollo sellado que contiene el mensaje profético que quiere revelar a su pueblo, la Iglesia de Dios.

A Juan se le invita a estar en la presencia de Dios cuando una voz le dice: “Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas” (Apocalipsis 4:1). En los capítulos 1-3, él registra principalmente las revelaciones que se refieren a las cosas “que son” (Apocalipsis 1:19), es decir, las condiciones que amenazaban a la iglesia en esa época y que la seguirían amenazando. Pero ahora el apóstol estaba recibiendo las visiones de “las cosas que sucederán después de estas” (Apocalipsis 4:1), a saber, profecías relativas al futuro.

Pero antes de relatar las profecías, Juan identifica la fuente y autenticidad de sus visiones: “Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (v. 2). Luego cuenta cómo fue llevado en visión hasta el trono de Dios para presenciar una ceremonia muy especial.

Los profetas Isaías, Ezequiel y Daniel habían tenido experiencias similares; habían tenido visiones de Dios, a quien veían en su trono. Isaías escribió: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Isaías 6:1). Veamos la reacción del profeta: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Eterno de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo. . .” (vv. 5-9; comparar con Ezequiel 1:26-28; Ezequiel 2:1-5; Ezequiel 10:1, Ezequiel 10:4; Daniel 7:9-10, Daniel 7:13-14).

Aquí Dios se identifica como el autor de las profecías registradas por estos hombres. Las visiones provenían directamente de su trono y ¡tenían su autoridad divina!

El origen de las visiones de Juan

El Apocalipsis tiene esta misma autoridad. Dios también fue muy específico al revelarle a Juan cuál era la fuente de sus visiones proféticas. Dios quería que su apóstol entendiera que él, el gobernante supremo del universo, le había revelado personalmente el contenido del Apocalipsis. También quiere que nosotros lo entendamos.

Juan ve que el trono de Dios está rodeado por testigos celestiales. En la ceremonia que ocurre a continuación, los ancianos se postran para adorar al Dios viviente y creador, y cantan estas palabras: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).

En seguida Juan describe lo que vio: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro [en forma de rollo] escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos” (Apocalipsis 5:1). Este es el verdadero autor del Apocalipsis, el gobernante supremo del universo. Tenía en la mano las profecías del libro, selladas de manera que nadie las podía leer.

Finalmente, Cristo es autorizado para abrir los sellos y revelar el contenido del rollo. Juan escribió: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (v. 5). Después, los versículos 6-7 describen cómo Jesús, el Cordero sacrificado por nuestros pecados, toma el rollo de las manos de su Padre. Todos los presentes se arrodillan entonces delante de Cristo, con copas simbólicas “llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (v. 8).

El mensaje es obvio. El rollo, ahora en las manos de Jesús, contiene la respuesta a las continuas oraciones del pueblo de Dios, que clama por justicia y liberación, y por que el Reino de Dios sea establecido muy pronto sobre la tierra (Mateo 6:33).

Veamos la reacción de los seres espirituales que estaban presentes: “Cantaban este canto nuevo: ‘Tú eres digno de tomar el rollo y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado; y derramando tu sangre compraste para Dios gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino, hiciste sacerdotes para nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra’” (Apocalipsis 5:9-10, Versión Popular).

Aquí está el meollo de las profecías del Apocalipsis. En ellas se nos explica (en términos generales) cómo y cuándo nuestro fiel Dios va a tomar venganza de los enemigos de sus siervos llamados, escogidos y fieles. Nos muestran cómo se llevarán a cabo sus juicios sobre los que hacen maldad y cómo va a lograr la victoria sobre ellos. También nos describen la recompensa que Jesucristo, el Hijo de Dios, va a traer a sus santos fieles.

Analicemos ahora el contenido de estas profecías.