Simbiosis y la evolución: ¿Colaboración o competencia?

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Simbiosis y la evolución

¿Colaboración o competencia?

Según la teoría de la evolución, toda la vida animal de la tierra ha evolucionado de un ancestro común. Se supone que este desarrollo ha ocurrido a lo largo de eones y ha progresado, paso a paso, desde formas primitivas hasta formas complejas. Esto implica que primero se desarrolló y apareció la forma de vida vegetal y mucho más tarde siguió la vida animal.

Esta idea es refutada por el testimonio de los fósiles, que muestra que tanto la vida compleja vegetal como la vida animal aparecieron juntas en la columna geológica durante el período cámbrico.

Otro obstáculo para esta teoría es la interdependencia en las relaciones entre algunos seres vivos, llamada simbiosis, en la que formas de vida completamente diferentes dependen una de otra para existir.

La teoría de Darwin postulaba que el cambio biológico estaba basado en la competencia, o la supervivencia del más apto, entre los individuos de la misma especie. Él reconoció: “Si se pudiera probar que cualquier parte de la estructura de cualquier especie se formó exclusivamente por el bien de otra especie, esto aniquilaría completamente mi teoría, porque esto no se podría dar mediante la selección natural” (Origin of Species [“El origen de las especies”], p. 164).

Las relaciones simbióticas plantean un reto inmenso para la teoría de Darwin, ya que en ellas hay animales y plantas de diferentes especies que colaboran para el beneficio mutuo. Por ejemplo, el pájaro dodo se alimentaba de las semillas y las hojas de una planta llamada calvaria mayor. El ave se beneficiaba de la planta porque se alimentaba de ella, pero la planta también sacaba provecho porque sus semillas eran arañadas al pasar por la molleja del ave. Cuando el dodo se extinguió, esta planta casi desapareció también, porque las semillas necesitaban ser arañadas para poder germinar.

Esta clase de relación se encuentra en las plantas y en los animales. Los evolucionistas lo llaman co-adaptación, pero todavía no han dado una explicación aceptable de cómo esta clase de relaciones pudo haber evolucionado en etapas.

¿Cómo fue posible que plantas que necesitaban ciertos animales para sobrevivir, hubieran existido antes de que aparecieran aquellos animales? Y ¿cómo fue posible que ciertos animales que necesitaban otros animales para sobrevivir, hubieran llegado sin que las otras criaturas existieran ya?

Simbiosis entre los seres vivos más simples

Un ejemplo de la simbiosis benéfica (llamada mutualismo), es lo que existe entre el alga y el hongo de los líquenes. El hongo le provee protección y humedad al alga, en tanto que el alga alimenta al hongo con productos de la fotosíntesis que lo mantienen vivo. Un texto de biología lo expresa así: “Ninguna de las dos poblaciones podría vivir sin la otra, y así, el tamaño de cada una es determinado por el de la otra” (Mary Clark, Contemporary Biology [“Biología contemporánea”], 1973, p. 519).

Entonces, ¿cuál vino primero, el alga o el hongo? Ya que ninguno de los dos podría existir sin el otro, para que ambos pudieran sobrevivir tendrían que evolucionar independientemente y aparecer exactamente en el mismo momento y precisamente con las funciones correctas. Pero ¿cómo pudieron dos especies completamente diferentes evolucionar independientemente, de ancestros distintos, y sin embargo depender la una de la otra para existir? Francamente, la idea de que esta relación evolucionó es absolutamente incomprensible.

Plantas y animales

Otro ejemplo sobresaliente de la simbiosis es la relación entre las abejas y las plantas. Cuando las abejas recogen el precioso néctar que les sirve de alimento, también polinizan decenas de especies de flores y cultivos agrícolas. Sin esta polinización, los huertos darían muy poco o ningún fruto y los árboles frutales no sobrevivirían mucho tiempo. ¿Cómo podrían existir estas plantas sin la polinización de las abejas? Por otra parte, ¿cómo podrían las abejas sobrevivir sin el néctar necesario como alimento? Claramente, ambas formas de vida dependen entre sí para su existencia.

Es más, la abeja tiene que llevar a cabo la polinización de una manera específica para que pueda funcionar. Si la abeja visita diferentes especies de flores al azar, la polinización no puede ocurrir, porque el polen de cierta especie de flor no fertiliza a otra clase diferente. De alguna forma, la abeja tiene que saber que sólo puede visitar una clase de plantas en el momento y la estación correctos.

Todo en esta relación simbiótica tiene que ocurrir en el momento oportuno y de la forma correcta para que pueda funcionar, y debemos estar agradecidos de que así suceda. Podemos disfrutar frutas deliciosas en parte por el incansable trabajo de estas diminutas criaturas que, sin saberlo, llevan a cabo la labor vital de la polinización.

Uno de los ejemplos más sorprendentes de la simbiosis se da entre la planta de la yuca y la polilla de la yuca. Ambas dependen de la otra para poder sobrevivir. La planta de la yuca es físicamente incapaz de polinizarse a sí misma y producir semillas para perpetuarse. La polilla de la yuca (Pronuba), poliniza la planta de la yuca cuando deposita sus huevos en ella.

Esto se lleva a cabo en tres etapas. Primero, la polilla aterriza en los estambres (la parte masculina de la flor, que es la que produce el polen) de una de las flores de la yuca. Luego hace una bola pegajosa de polen y la transporta en un apéndice situado bajo su cuello, exclusivo de esta clase de polillas.

Segundo, la polilla vuela hacia otra flor de la yuca, aterriza en el pistilo (la parte femenina de la flor, la cual produce la fruta y la semilla) y deposita uno de sus huevos en la base del pistilo, que es el ovario de la flor.

Tercero, la polilla escala el pistilo y cuidadosamente pone la bola de polen dentro del tubo del estigma, en la parte superior. La polilla repite esto en una flor hasta que cada óvulo tenga un huevo de polilla y cada estigma tenga el polen adentro.

Después de la incubación, las larvas de la polilla se alimentan de las semillas de la yuca. Sorprendentemente, la polilla calcula el número de sus larvas que crecen dentro de cada flor, de tal forma que las larvas no consuman todas las semillas de la yuca, porque si se comieran todas las semillas de la planta de la yuca, ¡ésta no podría seguirse reproduciendo y finalmente esto acabaría con las polillas también!

Al polinizar la planta, la polilla ayuda a producir comida (las semillas de yuca) para sus larvas y a la vez está asegurando que la planta pueda continuar reproduciéndose.

Pero eso no es todo. El ciclo de vida de la polilla de la yuca está regulado para que las polillas adultas aparezcan a principios del verano, justo el momento en que florece la planta de la yuca.

¿Cómo puede semejante relación simbiótica entre la polilla y la planta haberse desarrollado por etapas graduales en un proceso evolutivo que se llevó a cabo como un juego de azar? ¿Qué secuencia concebible de cambios pequeños a lo largo de miles de millones de años pudo haber producido un arreglo perfecto, mutuamente benéfico, entre diferentes especies de plantas y animales?

El darvinismo no ofrece respuestas. Es obvio que estas relaciones tan ostensibles aparecieron abruptamente o nunca se habrían podido desarrollar de ninguna forma.

Simbiosis entre animales

Todo animal posee alguna forma de instinto de supervivencia; cada uno conoce la clase de alimento que necesita y la forma de evitar o defenderse de los depredadores. Sin embargo, debido a las relaciones simbióticas, algunas criaturas les permiten a otras especies, que normalmente les servirían de comida, que lleven a cabo tareas de limpieza y de higiene sin que haya amenaza o daño. Los científicos llaman este fenómeno “simbiosis de limpieza”.

Es común que ciertos peces grandes, tales como los tiburones, después de consumir peces pequeños queden con parásitos y restos de comida entre sus dientes. Con el tiempo, estas partículas pueden producirles enfermedades o acumular un sarro peligroso que puede dificultarles más adelante la alimentación. Pero existen ciertas clases de peces pequeños que están diseñados para funcionar como cepillos de dientes biológicos y pueden limpiar, sin temor, los dientes de los depredadores más grandes.

El pez que realiza la limpieza nada tranquilamente dentro de la boca abierta del pez más grande y cuidadosamente come los residuos y los parásitos de los dientes. ¿Cómo puede el pez depredador contener sus instintos de tener una comida gratis con sólo cerrar la boca, o perder la compostura ante la irritación del proceso de limpieza? Estas acciones van directamente en contra del instinto de conservación de ambos animales; sin embargo, metódicamente se lleva a cabo la limpieza. Algunas especies parecen tener “estaciones de limpieza”, y los peces grandes esperan con paciencia su turno mientras les limpian la boca a los que están delante de ellos.

Esta clase de simbiosis de limpieza también se encuentra entre ciertas especies de aves y reptiles. En Egipto, el chorlito egipcio vuela dentro de la boca abierta del cocodrilo del Nilo, con el fin de quitarle los parásitos. Cuando la tarea está terminada, no importa si el cocodrilo tiene hambre o no, el pajarito siempre escapa sin perder ni una pluma.

¿Cómo pueden animales tan diversos, que normalmente tienen una relación de depredador-víctima, volverse camaradas en una operación de limpieza? Si estos procedimientos evolucionaron, como afirman los evolucionistas, ¿cuántos pájaros habrían sido devorados antes de que el cocodrilo decidiera que lo que más le convenía era que su boca estuviera limpia, y dejara que el ave se escapara? En contraste, ¿cuántos pájaros habrían continuado limpiando los dientes del cocodrilo después de haber visto que sus parientes cercanos habían perecido en las fauces de esos temibles reptiles? Con certeza, estas aves saben instintivamente que hay formas más seguras y saludables de obtener su comida.

Tales extraordinarias relaciones entre diversas criaturas muestran implícitamente que son producto de un diseño inteligente y deliberado. Las relaciones simbióticas son un gran desafío para el darvinismo y una prueba clara de que existe un gran Diseñador y Creador.

Miles de años atrás, al contemplar las maravillas de la naturaleza, el rey y profeta David exclamó algo que era tan cierto entonces como lo es ahora: “¡Cuán innumerables son tus obras, oh Eterno! Hiciste todas ellas con sabiduría. La tierra está llena de tus beneficios” (Salmos 104:24).