El milagro del ojo humano

El milagro del ojo humano

Carlos Darwin reconoció que el ojo era uno de los grandes desafíos a su teoría. ¿Cómo podía explicar algo que era totalmente incompatible con la evolución? Él mismo escribió: “Suponer que el ojo con todas sus inigualables características . . . haya podido surgir por medio de la selección natural, francamente lo confieso, parece absurdo en grado sumo” (Origin of Species [“El origen de las especies”], p. 146).

Jesús dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo” (Mateo 6:22). Jacob Bronowski escribió que “si comparamos un ser humano con el simio de mejor visión, como por ejemplo un chimpancé, nuestra visión es increíblemente superior . . . La habilidad de los simios para discriminar detalles finos (que se puede comprobar por medio de una prueba sencilla) no se puede comparar con la de los seres humanos” (The Origins of Knowledge and Imagination [“Los orígenes del conocimiento y la imaginación”], 1978, pp. 12-13).

El ojo humano posee cerca de 130 millones de conos y bastoncillos que le permiten transformar la luz en impulsos electroquímicos. Estas señales se desplazan hasta el cerebro a un ritmo de mil millones por segundo.

La dificultad básica de los darvinistas es explicar cómo pudieron evolucionar independientemente cada uno de estos complejos elementos, y cómo llegaron a trabajar juntos en perfecta armonía, teniendo en cuenta que si uno solo de estos componentes llegara a fallar, la visión no funcionaría.

Reflexionemos. Estructuras o sistemas parciales de transición no contribuyen a la supervivencia de una criatura; de hecho, pueden ser perjudiciales. De ser perjudiciales no seguirían desarrollándose porque, según los postulados de la evolución, la criatura que los tuviera sería menos apta para sobrevivir que las demás criaturas. Al fin y al cabo, ¿de qué serviría media ala o un ojo sin retina? Por lo tanto, estructuras tales como alas completas, con sus plumas, o surgieron repentinamente gracias a unas mutaciones fantásticas y absolutamente inverosímiles, o fueron creadas.

Según el científico Francis Hitching, “es muy evidente que si cualquier cosa no funciona como debe —si la córnea está empañada, si la pupila no se dilata, si el lente se opaca o si el enfoque es incorrecto— no se forma ninguna imagen reconocible. O el ojo funciona correctamente como un todo, o no funciona en absoluto.

“¿Cómo pudo entonces haber evolucionado lenta y gradualmente, por medio de los infinitesimales cambios propuestos por Darwin? ¿Es realmente posible que miles y miles de mutaciones necesarias hayan ocurrido simultáneamente de tal forma que, por ejemplo, el lente y la retina, que se necesitan mutuamente para poder funcionar, hayan evolucionado al mismo tiempo? ¿Qué utilidad tiene para la supervivencia un ojo que no ve?

“Con razón esto le preocupaba a Darwin. En febrero de 1860 escribió a su amigo el botánico Asa Gray: ‘Hasta el día de hoy siento escalofríos cada vez que pienso en el ojo’” (The Neck of the Giraffe [“El cuello de la jirafa”], 1982, p. 86).

Por increíble que sea el ojo, reflexionemos acerca del hecho de que tenemos dos ojos, no sólo uno. Este par de órganos tan especializados, junto con la capacidad interpretativa del cerebro, nos permite determinar a cuánta distancia se encuentran los objetos que vemos. Nuestros ojos tienen también la capacidad de alargarse o comprimirse para poder enfocar. Además, estos delicados órganos están protegidos por el hueso de la frente y los párpados.

Darwin debía haber analizado dos pasajes de la Biblia. En Proverbios 20:12 el rey Salomón escribió: “El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho el Eterno”. Y en Salmos 94:9 leemos: “El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?”

Podemos decir lo mismo acerca del cerebro, el olfato, el gusto y los órganos y sistemas sumamente complejos en el ser humano y en los animales. Creer que todo esto ha sido producido por la evolución requiere que tengamos una fe verdaderamente asombrosa. Sin embargo, es algo que se enseña y se acepta casi universalmente.

El profesor H.S. Lipson, miembro del Instituto Británico de Física, después de analizar la improbabilidad de que estos órganos pudieran haber surgido mediante un proceso evolutivo, escribió: “. . . Debemos dar un paso más y reconocer que la única alternativa aceptable es la creación. Sé que esto es anatema para los físicos, y también para mí, pero no debemos rechazar una teoría que no nos gusta si las pruebas experimentales la respaldan” (Physics Bulletin [“Boletín de física”], 1980, 30:140)