La crianza de los hijos
Cimentando la base correcta
Muchos libros se han escrito acerca de la crianza de los hijos. Algunos planteamientos sobre este tema son totalmente opuestos entre sí y dan consejos contradictorios y conflictivos. ¿Dónde podemos encontrar información confiable que nos ayude con esta responsabilidad crucial?
La Biblia tiene mucho que decir acerca de este importante tema, y los padres deberían buscar consejo en sus páginas. ¿Cuál debería ser nuestro enfoque fundamental?
La actitud que tenemos hacia nuestros hijos es, sin ninguna duda, la consideración más importante respecto a su crianza. ¿Amamos realmente a nuestros hijos? ¿Les demostramos ese amor con palabras y acciones? ¿Nos sacrificamos por ellos? ¿Nos damos tiempo para demostrarles nuestra preocupación por su bienestar?
Nada puede reemplazar el tiempo que le dedicamos a nuestros hijos. Nuestro tiempo es nuestra vida. Para nuestros hijos, el tiempo que pasamos con ellos es toda su vida. Los padres que dan a sus hijos gran cantidad de bienes materiales pero les dedican poco tiempo, están olvidando algo fundamental. Los niños no entienden que los padres deben trabajar para poder sustentar a la familia y que hacen esto por el gran amor que le tienen. Por el contrario, piensan que a los padres no les gusta pasar tiempo con ellos. Nuestro tiempo es el regalo más valioso que le podemos dar a nuestros hijos, especialmente si es tiempo de calidad, interactuando y conversando con ellos.
Si nuestros cimientos familiares no se basan en el amor, poco de lo que hagamos en la crianza de nuestros hijos producirá los resultados favorables que queremos ver: jovencitos y jovencitas maduros, responsables, humanitarios y generosos.
Palabras y acciones que dejan impresiones indelebles
Todos los padres en algún momento se sienten frustrados con el comportamiento de sus hijos. Los adultos fácilmente pueden dar la impresión de que no aman a sus hijos. De hecho, a través del enojo, las reacciones y comentarios frustrados, pueden hacen sentir a los niños que no son valorados ni apreciados.
Los progenitores deben estar conscientes de la huella que sus palabras y acciones dejan en sus hijos. Puede que ellos estén molestos solo con un aspecto o rasgo negativo del niño, pero éste se siente como una persona mala. Es esencial que los padres controlen su rabia cuando corrigen a sus hijos, de manera que éstos entiendan claramente que están siendo castigados por un comportamiento, acción o actitud específica.
El apóstol Pablo ofrece esta instrucción a los padres: “Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4, NVI).
En otras palabras, los padres deben asegurarse de que sus hijos sepan y entiendan que son amados incluso cuando son disciplinados y corregidos. Esto no quiere decir que los padres nunca deban mostrar su enojo, sino que éste debe estar dirigido específicamente al mal comportamiento del niño. Este enojo debe ser breve y controlado. Dios también se enoja a veces, pero él no pierde el control y siempre tiene un propósito justo para su indignación y consecuentes acciones.
Cuando los niños ven que sus padres se preocupan profundamente por ellos, entienden que la corrección que reciben es el producto del amor y la preocupación. La corrección no les causará enojo ni rebeldía.
Por otro lado, los comentarios que el niño percibe como una crítica destructiva a su carácter y actitud pueden hacerle sentir rechazado y llevarlo con el tiempo a comportarse de manera rebelde, a hacer cosas dañinas e incluso a huir de su hogar.
Si un padre le dice a su hijo que es malo, el niño pronto comenzará a creerlo y vivirá de acuerdo a esa reputación. Para demostrar a nuestros hijos un amor activo en vez de pasivo, debemos darles cumplidos genuinos y alabarlos cuando sea necesario. Esto reafirmará en nuestros niños la certeza de ser amados y valorados.
Los padres tienen la responsabilidad de enseñar
La enseñanza de valores y conductas es otro ingrediente esencial en la crianza de los hijos. Dios enfatiza esta responsabilidad que recae sobre los padres: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6-7).
Esto no se refiere únicamente a la enseñanza de tipo formal, como la impartida por los colegios, aunque tal tipo de instrucción es apropiada. La instrucción de Dios se refiere al aprendizaje y aplicaciones prácticas del camino de Dios mientras disfrutamos de las actividades de la vida diaria.
El tipo de enseñanza que Dios ordena requiere mucho más que la asistencia semanal a los servicios religiosos. Debe practicarse de manera diaria y regular. Estas instrucciones deben convertirse en una forma de vida.
Los niños rápidamente perciben si sus padres practican o no lo que enseñan. Por esta razón, el ejemplo de los padres es el mejor maestro de todos. Los padres deben practicar lo que enseñan. Nada puede ser menos efectivo que un padre que corrige a su hijo por usar un lenguaje soez cuando él también lo usa. ¿Cómo puede un padre enseñar responsabilidad si sus propias acciones son irresponsables y causan malos ratos a la familia?
Nuestro ejemplo influye de gran manera en nuestros hijos. Ellos captan rápidamente nuestras inconsistencias. Evalúan cuán justos podemos ser, la cantidad de información que buscamos antes de tomar una decisión, la forma en que tratamos a sus amigos, lo respetuosos o corteses que somos con otros. Observan con mucha atención si vivimos de acuerdo a lo que decimos, especialmente si criticamos a otros respecto a esos mismos temas.
La necesidad de la disciplina
Una parte muy importante de la enseñanza es la disciplina, que en algunos casos puede incluir castigo. Este tema es muy controversial en muchas sociedades, y hay fuertes opiniones respecto a los muchos enfoques que suscita. Algunos padres creen en el castigo corporal; otros se oponen absolutamente a él. Los gobiernos también se ven obligados a entrar en escena, e incluso algunos han llegado a legislar contra las palmadas o golpes con algún tipo de paleta. El sistema educativo es un factor adicional de gran importancia en este debate sin fin, y el castigo corporal prácticamente ha desaparecido de muchas escuelas.
Sin embargo, hay diferentes maneras de castigar o administrar disciplina. La corrección verbal, la suspensión de privilegios, la restricción de libertades y la asignación de tareas adicionales son una muestra. A veces tales métodos funcionan bien, y son más efectivos en ciertos niños que en otros. Algunos chicos son más sensibles y responden a los regaños; otros requieren de métodos más drásticos para aprender las lecciones. Lo importante es el resultado. Un principio cristiano es el de usar únicamente el castigo necesario para lograr el resultado deseado.
No obstante, a veces ninguno de estos métodos funciona. Entonces ¿debemos aplicar algún castigo físico?
La Biblia enseña que el castigo físico, sabiamente aplicado, es apropiado cuando se disciplina a los hijos: “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Proverbios 23:13-14); ver también Proverbios 13:24; Proverbios 22:15; Proverbios 29:15).
La palabra vara no debe interpretarse como la descripción de algo capaz de dañar a un niño. Solamente se refiere a algo pequeño y liviano que, de aplicarse, produciría muy poco dolor, pero sin lastimar. Su tamaño variará de acuerdo a la edad y estatura del niño.
Un castigo apropiado comprende infligir un leve dolor con el objetivo de prevenir un futuro comportamiento inapropiado, que podría tener consecuencias graves y a largo plazo. Este dolor, mínimo y de poca duración, en nada se compara con el sufrimiento que más tarde vendría si el niño adopta permanentemente un comportamiento destructivo. Sin embargo, los padres deben administrar este tipo de disciplina con sabiduría. Solamente debe ser aplicada para el beneficio del niño, nunca para liberar la rabia descontrolada del padre.
El Dr. James Dobson, experto en temas de la familia y crianza de los hijos, describe un enfoque adecuado para administrar el castigo: “Es posible . . . crear un niño violento y agresivo, si éste ha observado tal tipo de comportamiento en casa. Si es golpeado con frecuencia por un padre hostil y volátil, si es testigo de violencia física entre adultos enojados, o si no se siente querido y apreciado por su familia, el niño adquirirá estos patrones de conducta . . . Cuando uno es padre, no tiene derecho a golpear e intimidar a un niño solo porque tuvo un mal día o anda de pésimo ánimo. Este tipo de disciplina injusta es la razón por la que ciertas autoridades bien intencionadas rechazan todo tipo de castigo corporal.
“Sin embargo, el solo hecho de que una técnica se use incorrectamente no es razón para rechazarla por completo. Hay muchos niños que necesitan desesperadamente esta clase de resolución a su desobediencia. En aquellas situaciones en que el niño comprende a cabalidad lo que se le está pidiendo que haga o no haga, pero se niega a ceder al liderazgo del adulto, unas buenas nalgadas son el camino más corto y más eficaz para llegar a un ajuste de actitudes. Cuando él baja la cabeza, aprieta los puños y deja ver que se está armando para el pleito, la justicia debe hablar pronta y elocuentemente. Esa reacción no solamente elimina la agresividad en el niño, sino que le ayuda a dominar sus impulsos y a vivir en armonía con diversas formas de autoridad benevolente, a lo largo de la vida” (Atrévete a disciplinar, nueva edición], 1993, p. 68).
Dar una palmada a nuestros hijos debe ser un plan de contingencia y no la forma frecuente o exclusiva de castigarlos. Solo deberíamos usar este recurso cuando otros mecanismos no funcionan o cuando el niño está fuera de control y no se somete o muestra un espíritu rebelde. No podemos pegarle porque derramó accidentalmente la leche o porque se sacó una mala nota, ni tampoco debemos permitir que este método de corrección se convierta en algo habitual en la crianza de nuestros hijos.
El Dr. Dobson dice: “A mi modo de ver, las nalgadas . . . deben reservarse para el momento en que un niño (entre la edad de un año y medio hasta diez años) expresa a sus padres en forma desafiante: ‘¡No lo voy a hacer!’ o ‘¡Cállense la boca!’ Cuando los pequeños transmiten esa clase de rebeldía pertinaz, uno debe estar dispuesto a responder inmediatamente al desafío” (Dobson, p. 24).
Dejémonos guiar por el ejemplo disciplinario de Dios
Note que Dios reprende a los cristianos por el amor que les tiene. Leamos lo que nos dice al respecto Hebreos 12:5-11: “Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: ‘Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo’.
“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?
“Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.
Este pasaje de Hebreos cita Proverbios 3:11-12, y compara la forma en que Dios nos corrige a nosotros, sus hijos espirituales, con la de los padres humanos que disciplinan a sus hijos con amor y preocupación.
Estos versículos que aluden a la disciplina nos enseñan varios principios vitales. De ellos aprendemos que (1) Dios disciplina con amor, (2) la disciplina no es un rechazo, sino una parte del proceso de madurez y crecimiento, (3) la disciplina produce respeto, y (4) la disciplina produce justicia y buenos frutos.
La palabra griega “disciplina” en el pasaje que acabamos de leer incluye los conceptos de educación y preparación, guía apropiada y castigo correctivo. Una buena crianza comprende estos tres elementos de preparación.
En el libro de Romanos, el apóstol Pablo nos expresa otro principio bíblico que los padres debieran considerar cuando están evaluando qué tipo de disciplina usar con sus hijos: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:1-2).
Los padres deben tener presente que algunas prácticas disciplinarias recomendadas en las Escrituras pueden estar restringidas por las leyes locales, estatales o nacionales.
Una bendición y una responsabilidad
La Palabra de Dios nos dice que los niños son una bendición de parte de él. Ser padres tal vez sea una de las más grandes responsabilidades que podamos tener en esta vida, pero puede traernos las más grandes recompensas.
Podemos enseñar a nuestros hijos e hijas muchas cosas, pero al mismo tiempo podemos aprender mucho de ellos respecto a la vida y las relaciones personales. Si somos padres eficaces, nuestros hijos pueden superarnos y lograr muchas más cosas que nosotros. Este es un verdadero honor para cualquier padre o madre, y una meta muy valiosa.