Claves para una vida larga y saludable
Los avances logrados por la civilización occidental moderna en el área de la salud son simplemente espectaculares. En 1870, la expectativa de vida del ser humano era de 40 años, y hoy día alcanza a los 80. En las naciones occidentales, la persona promedio puede aspirar a vivir casi el doble de lo que hubiese vivido hace 130 años
Podemos darle el crédito a los sofisticados tratamientos médicos que han hecho mucho por extender la vida y mejorar la salud. Las cirugías a menudo otorgan a los enfermos una nueva oportunidad, corrigiendo condiciones que amenazan la vida o mejorando dramáticamente su calidad. En algunos casos es posible reemplazar ciertas partes del cuerpo, y constantemente aparecen nuevos medicamentos que por lo general ayudan a combatir las infecciones.
La mayor parte del presupuesto de salud en los distintos países del mundo se gasta en intentar curar enfermedades que ya existen. Si queremos vivir vidas más saludables y más largas, debemos enfocarnos más en la prevención. De otra forma, la edad avanzada significará más tiempo para padecer enfermedades debido al deterioro general del sistema inmune a medida que envejecemos. Podemos contrarrestar este deterioro poniendo en práctica principios de salud fundamentales en aspectos tales como la dieta, el ejercicio y la forma de manejar nuestras preocupaciones.
Hay evidencia concreta de cuán efectivas son las prácticas básicas de salud para alargar y mejorar la calidad de vida. Nótese cómo los cambios de comportamiento han disminuido las fatalidades ocasionadas por las enfermedades cardiacas: “Un importante estudio que muestra que la tasa de mortalidad de las enfermedades cardiacas ha estado bajando desde 1963, también encontró que los cambios de estilo de vida con respecto a la dieta y al hábito de fumar —más que los nuevos tratamientos médicos— eran responsables de más de la mitad de tal baja” (The Wellness Encyclopedia [Enciclopedia de la buena salud], 1991, p. 1).
Examinaremos a continuación siete importantes principios de la salud. El ponerlos en práctica le ayudará a tener una vida más larga y saludable. Estos principios están respaldados por extensas investigaciones en el área de la salud y también por la Biblia. A medida que vayamos repasando estos principios, recuerde que Dios quiere que tengamos vidas productivas, saludables y útiles (Juan 10:10; 1 Timoteo 4:8).
Usted es lo que come
Comer es una de nuestras actividades más placenteras, y Dios quiso que así fuera. Su creación está repleta de una maravillosa variedad de alimentos sabrosos, nutritivos y saludables. Sin embargo, los mismos apetitos que pueden añadir placer a la vida pueden causar que nos enfermemos si son mal utilizados. Benjamín Franklin observó que nosotros “debemos comer para vivir, y no vivir para comer”. De todas las prácticas y hábitos de salud, la dieta es el área en la que más podemos ayudarnos a nosotros mismos.
A lo largo de la historia, los problemas dietéticos de la humanidad se han manifestado con frecuencia en una forma generalizada de malnutrición debido a la pobreza. En el mundo occidental moderno, sin embargo, estos problemas han sido reemplazados por el elevado consumo de comida chatarra como parte regular de nuestra dieta. Este es el resultado de salir a comer más seguido y de servir en el hogar comidas preparadas y envasadas comercialmente. En los Estados Unidos, “casi la mitad del presupuesto alimentario de una familia se gasta en comida que se come afuera; y 45% de las cenas que se consumen en el hogar no incluyen ni un solo elemento preparado en casa” (The Economist, [El economista], diciembre 20, 1997).
Siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos, muchas otras naciones están engullendo este tipo de comida. El consumo de comidas preparadas nos da menor control de lo que comemos, y muchas de ellas están repletas de grasa y sal. Los hábitos alimenticios basados en estas comidas “pueden acarrear problemas al corazón, derrames cerebrales y cáncer, las así llamadas ‘enfermedades de la afluencia’ que acompañan la adopción del ‘estilo de vida occidental’, abundante en grasas y escaso en ejercicio” (Newsweek, junio 1, 1998).
Tales costumbres dietéticas también causan problemas de peso. “Las cifras oficiales más recientes del Centro Nacional de Estadísticas de Salud [de los Estados Unidos] muestran que más de la mitad de los estadounidenses sufren de sobrepeso . . . [y] la mayoría de los países está siguiendo su ejemplo. La tasa de obesidad en Gran Bretaña ha subido más del doble desde 1980” (The Economist, diciembre 20, 1997). Una encuesta realizada en Gran Bretaña “mostró que un tercio de las personas de entre 16 y 24 años sufrían de sobrepeso o eran obesos” (The Independent [El independiente], diciembre 15, 1998).
El sobrepeso contribuye de manera indiscutible a las enfermedades graves de salud. “Cierto estudio, que abarcó 16 años y que siguió los casos de 115.000 enfermeras, publicado en la edición del 15 de septiembre de 1995 de The New England Journal of Medicine (Revista médica de Nueva Inglaterra), concluyó que incluso una subida de peso moderada — de apenas 9 kilos—aumenta el riesgo de tener problemas al corazón y de sufrir muerte por paros cardíacos y cáncer en mujeres que de otra manera serían saludables (Dr. Steven Jonas y Linda Konner, “Just the Weight You Are” [Eres lo que pesas], 1997, p. 18).
Los hombres con sobrepeso también están en riesgo. “Los hombres con un 30% de sobrepeso tienen un riesgo 70% más alto de desarrollar enfermedades coronarias que aquellos que se mantienen en su nivel de peso recomendado” (The Wellness Encyclopedia, p. 23). Las personas con sobrepeso son mucho más propensas a sufrir de hipertensión (alta presión sanguínea).
La dieta y el cáncer
De acuerdo a la Sociedad del Cáncer de los Estados Unidos, cerca de un tercio de las 500.000 muertes anuales relacionadas con el cáncer en dicha nación se debe a factores dietéticos. Las dietas altas en grasa han sido vinculadas al aumento del cáncer de colon, recto, próstata, endometrio e incluso de pulmón. El consumo elevado de carnes rojas puede traer consigo la susceptibilidad al cáncer de colon. “Esta enfermedad es unas diez veces más común en las sociedades industrializadas consumidoras de carne, que entre aquellas de menos recursos y que dependen de plantas altas en fibra para su sustento” (Sherwin Nuland, “How We Live” [Cómo vivimos], 1997, p. 132).
El consumo de una dieta rica en frutas, vegetales, granos y legumbres, puede reducir el riesgo de cáncer. Todos estos alimentos son ricos en fibra y bajos en grasa. Además, contienen muchas vitaminas y minerales beneficiosos.
Hace algunos años, el Instituto Nacional del Cáncer (INC) de los Estados Unidos instituyó un “programa de cinco al día”. La idea era exhortar a todos a comer diariamente una combinación de al menos cinco porciones de frutas y verduras. El INC cree que si la gente hiciera este simple cambio en sus hábitos dietéticos, el número de nuevos casos de cáncer se reduciría dramáticamente.
La evidencia de los beneficios de comer una gran cantidad de frutas y verduras es abrumadora. “Los científicos discrepan acerca de muchas cosas, pero todos están de acuerdo en que el aumentar el consumo de frutas y vegetales puede ayudar a prevenir los problemas al corazón, el cáncer y otras enfermedades crónicas” (University of California Berkeley Wellness Letter [Boletín de la buena salud de la Universidad de Berkeley en California], febrero de 1995).
Una dieta sana no tiene que ser insípida. Tome nota de la siguiente descripción de una dieta sana y balanceada: “Las verduras, frutas, granos y legumbres son alimentos óptimos, ya que son típicamente bajos en grasas y ricos en carbohidratos complejos, fibra, vitaminas, y minerales. Pero las carnes, el pollo, el pescado y los productos lácteos también poseen muchos nutrientes. Algunos de estos alimentos son altos en grasa, por lo que deben ser consumidos en moderación. Pero no hay razón para eliminarlos completamente de la dieta” (Sheldon Margen, “The Wellness Encyclopedia of Food and Nutrition” [Enciclopedia de la buena salud, alimentos y nutrición], 1992, p. 9).
Las costumbres dietéticas reflejadas en la Biblia tienen mucho en común con esta recomendación. “El alimento ordinario de la mayoría de los hebreos de los tiempos bíblicos, era pan, aceitunas, aceite, suero de manteca, y quesos de sus ganados, frutas y verduras de sus huertos y jardines, y carne en raras ocasiones” (Fred Wight, “Usos y costumbres de las tierras bíblicas”, capítulo 4, 1981).
The Bible Almanaque (Almanaque de la Biblia) hace una observación similar: “Los productos vegetales solían componer una gran parte de la dieta…Cuando se usaba la carne, por lo general se hacía con el propósito de servir a extranjeros o huéspedes honorables. El grano era una parte importante de la dieta . . . Las frutas y el pescado eran una parte favorita de la dieta” (Packer, Tenney y White, editores, 1980, p. 465).
La dieta de los tiempos bíblicos era probablemente un factor contribuyente a la longevidad. En los tiempos de David, parecía ser muy común que los adultos llegaran a los 70 años de edad (Salmo 90:10) y muchos vivían mucho más que eso. La expectativa de vida en la era moderna no llegó a los 70 años hasta 1955, aproximadamente.
La Biblia también entrega listas detalladas de qué animales, aves y peces son adecuados o inadecuados para el consumo humano (Levítico 11:1-30; Deuteronomio 14:3-20). Hay estudios que han vinculado varios problemas de salud al consumo de algunos alimentos prohibidos. Evitar el consumo de algunas criaturas en la lista mencionada es claramente una cuestión de sentido común. (Para aprender más, asegúrese de solicitar su copia gratuita de nuestro folleto ¿Es toda carne propia para alimento?).
Ejercicio y salud
“El ejercicio físico trae algún provecho” (1 Timoteo 4:8, NVI). El apóstol Pablo escribió estas palabras hace casi 2.000 años. Su observación es consistentemente respaldada por la investigación médica y la experiencia moderna. The Journal of the American Medical Association (Revista de la Asociación Médica de Estados Unidos) publicó los resultados de un estudio realizado a 10.000 hombres y 3.000 mujeres. Dicho estudio afirmó: “Hay evidencia concreta de que la gente físicamente activa vive más tiempo . . . El buen estado físico ayudó a superar todas las causas de mortalidad, incluyendo la diabetes, el cáncer, y las enfermedades al corazón” (Dr. Kenneth Cooper, “It’s Better to Believe” [Es mejor creer], 1995, p. 211).
El jefe del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos publicó un informe que afirma: “La actividad física regular reduce el riesgo de desarrollar o morir de enfermedades coronarias, de diabetes no dependiente de insulina, de hipertensión y de cáncer al colon; reduce los síntomas de ansiedad y depresión; contribuye al desarrollo y la mantención de huesos, músculos y articulaciones más sanos y ayuda a controlar el peso” (“Morbidity and Mortality Weekly Report” [Informe semanal de morbilidad y mortalidad], julio 12, 1996, p. 591).
El ejercicio no tiene que ser extremadamente intenso para ser beneficioso. Incluso el ejercicio moderado, como trabajar en el patio o el jardín, promueve la salud y el buen estado físico.
Hasta el comienzo de la era moderna, la gente hacía ejercicio como parte de su rutina normal. La mayoría de las ocupaciones comprendían una considerable cantidad de actividad física. Las familias frecuentemente cultivaban la mayor parte de sus alimentos. En comparación, la mayoría de los trabajos de hoy en día son sedentarios, y compramos la mayor parte de nuestros alimentos en el supermercado.
Entre 1985 y 1990, en los Estados Unidos se vio una disminución de 15% en el ejercicio de las personas veinteañeras. La disminución en otros grupos de edad fue como de siete por ciento (“Wellness Letter” [Carta del bienestar], julio 1995). “Uno de cada cuatro estadounidenses admite ser completamente sedentario, y otro 40% rara vez hace ejercicio” (The Economist, dic. 20, 1997).
Debido al ritmo frenético y la estructura de la vida moderna, es difícil hacer suficiente ejercicio sin ajustarse a un programa regular. Mientras más joven sea uno al comenzar un programa de ejercicio regular, mejor, pero nunca es demasiado tarde. Un estudio reciente confirma que “gran parte de las pérdidas funcionales que comienzan entre los 30 y los 70 años son . . . atribuibles a la falta de ejercicio” (“Wellness Letter”, mayo 1995). Una de las formas en que nos deterioramos según envejecemos se manifiesta en la disminución de la eficiencia del corazón y los pulmones. El comenzar con un programa de ejercicio, aunque sea moderado, le ayudará a frenar, e incluso a revertir, este deterioro.
El ejercicio saludable tiene muchas variantes. Correr, andar en bicicleta, nadar y ejercitarse en gimnasios o en máquinas de ejercicio en nuestro hogar, son todas formas bastante populares de hacerlo. Y aunque puede haber ciertos costos asociados con algunas de éstas, el ejercicio no tiene que ser caro.
Barato y conveniente
Probablemente la forma menos costosa y más conveniente de hacer ejercicio para muchas personas sea el caminar. Lo más caro que se necesita para ello es un par de zapatos apropiados. Caminar a paso acelerado induce la función cardiovascular, aumenta la flexibilidad y conlleva a una vida más larga. “Un estudio a largo plazo de miles de graduados de Harvard sugiere que un régimen de caminata (un promedio de catorce kilómetros por semana) puede prolongar la vida significativamente” (“The Wellness Encyclopedia”, p. 252).
Para las personas mayores y aquellos que sufren de enfermedades parcialmente debilitantes, incluso el caminar a paso lento tiene beneficios. Hay también algunas indicaciones de que, debido a que el caminar es un ejercicio de resistencia a la gravedad, puede ayudar a prevenir la osteoporosis durante la postmenopausia de las mujeres.
Un beneficio adicional del ejercicio, especialmente si se combina con una mejor nutrición, es la pérdida de peso. Pero aunque usted no pierda peso significativamente, no deje de hacer ejercicio. Puede que usted esté reemplazando la grasa por músculo, el que pesa más que la grasa. Y en algunos casos, la tendencia a pesar más de lo que se considera normal se debe en parte a una función de la genética. Estas personas también se benefician de un programa de ejercicio.
“Investigaciones recientes respaldan la noción de que, aunque uno se mantenga con sobrepeso, el hacer ejercicio y tener un buen estado físico puede ayudarnos a vivir más. En un estudio hecho en el Instituto Cooper para la Investigación Aeróbica, en Dallas, Estados Unidos, más de 25.000 hombres obesos fueron sometidos a un examen físico que incluyó una prueba en trotadora y una evaluación de grasa corporal. Ocho años después fueron reexaminados, y los hombres que habían mantenido un estado físico moderadamente bueno o muy bueno tenían una tasa de mortalidad 70% más baja que aquellos en mal estado físico . . . Las tasas de mortalidad, se concluyó, son más influenciadas por los niveles del estado físico de los hombres que por su peso” (Jonas y Konner, p. 41).
Tiempo para reponerse
Dormir lo suficiente es esencial para la buena salud. La falta prolongada de sueño puede traer muchos problemas. Experimentos de laboratorio en ratas y perros han demostrado que los animales mueren si se les priva de sueño por demasiado tiempo. A pesar de que podemos aguantar la falta de sueño a corto plazo sin efectos secundarios serios, la falta de sueño extensa o prolongada conlleva a problemas mentales y psicológicos.
La falta de sueño ampliamente generalizada es un fenómeno relativamente reciente. A fines del siglo 19, Thomas Edison inventó la bombilla de luz eléctrica, permitiéndonos convertir virtualmente la noche en día y aumentando nuestro potencial de horas productivas. Sin embargo, esta maravillosa invención trajo consecuencias tanto positivas como negativas. Mucha gente considera el dormir como un tiempo de descanso improductivo. “Según algunos cálculos, estamos durmiendo como una hora y media menos por noche que a comienzos de este siglo” (Newsweek, enero 12, 1998).
Un indicador de que muchos tienen problemas para dormir, es que en 1977 había tres clínicas de trastornos del sueño certificadas en los Estados Unidos, y ya en 1997 el número había aumentado a 337. La falta de sueño puede ser desastrosa. Tanto el derrame de petróleo del Exxon Valdez como la explosión de Chernóbil, el accidente de la central nuclear de Three Mile Island y el desastre del transbordador espacial Challenger, han sido atribuidos en parte a un personal somnoliento. El Departamento de Transporte de los Estados Unidos estima que más de 100.000 accidentes anuales son causados por conductores adormilados, lo que provoca al menos 1.500 fatalidades. Un conductor somnoliento comete errores de juicio, y si se queda dormido al volante se convierte en una amenaza tanto para sí mismo como para todos los que lo rodean.
La falta de sueño crónica disminuye la resistencia del organismo a la infección. Ciertos estudios han demostrado que, en general, cuando las personas sanas pierden sueño, sus cuerpos producen menos células para enfrentar las infecciones. “Algunos experimentos realizados en voluntarios han comprobado que dos o tres días de privación de sueño producen disminuciones significativas en varios aspectos de la función inmunológica” (Dr. Paul Martin, The Healing Mind [La mente sanadora], 1997, p. 70).
La dificultad para quedarse dormido o para permanecer dormido se llama insomnio. En los Estados Unidos, “de acuerdo a varias encuestas nacionales, entre 15 y 25 por ciento de la población adulta se queja de insomnio” (The Wellness Encyclopedia, p. 421).
Hay varias prácticas simples y accesibles mediante las cuales podemos mejorar nuestra habilidad de obtener un sueño profundo y reparador. El ejercicio físico regular es una de ellas. Muchas ocupaciones producen gran estrés mental. El ejercicio físico ayuda a liberar esta tensión acumulada, produciendo una fatiga natural que prepara nuestro cuerpo para dormir.
No obstante, es mejor abstenerse del ejercicio extenuante cerca de la hora de acostarse. Limitar la ingesta de estimulantes también ayuda a tener un mejor dormir. Esto incluye la reducción de cafeína y la abstención total de su consumo en la parte final del día. El tabaco es también un problema, porque la nicotina es un estimulante que acelera el proceso metabólico. Los fumadores empedernidos tienen un sueño más liviano y menos reparador.
Si usted trabaja hasta tarde en la noche y luego se va a acostar esperando dormir, puede que no lo logre y se frustre. Intente cesar su labor o su actividad mental intensa aproximadamente una hora antes de acostarse y haga algo relajante. Otros hábitos útiles incluyen el mantener horarios regulares para acostarse y levantarse. Un baño caliente antes de acostarse también puede ayudar a inducir el sueño.
Los científicos aún no entienden con exactitud por qué el sueño es tan necesario, pero saben que lo es. Cuando dormimos, nuestros cuerpos liberan una hormona de crecimiento que, según creen algunos investigadores, es utilizada para renovar tejidos desgastados.
El sueño ayuda a restaurar nuestros cuerpos y mentes. Para sentirnos bien y funcionar eficazmente, debemos dormir lo suficiente. Al no hacerlo, perdemos nuestra habilidad de concentrarnos y tomar decisiones complejas. No prive a su cuerpo y mente del descanso que tanto necesitan.
Cuidarse para evitar lesiones
La mayoría de los peligros para la salud tienen un efecto gradual sobre nosotros. Los accidentes son una excepción. Usted puede ser diligente y meticuloso con el cuidado de su cuerpo, pero si se equivoca en un momento de descuido, un solo accidente trágico puede hacer que su salud se vea afectada irreparablemente en una fracción de segundo.
Manejar un automóvil o viajar en uno como pasajero puede ser lo más peligroso que la mayoría de la gente hace. Cada año, millones de personas terminan lesionadas y decenas de miles mueren a causa de accidentes de tráfico. En el año 2005, de acuerdo a la Administración Nacional de Seguridad de Tráfico en Carreteras de los Estados Unidos, 43.443 personas murieron y 2.7 millones sufrieron lesiones, solamente en ese país.
La mayoría de los accidentes pueden ser prevenidos con hábitos de cautela y conducción segura. “Si usted es generalmente un conductor de bajo riesgo, las probabilidades de que muera en un accidente automovilístico son más de 1.000 veces menores que las de un conductor de alto riesgo” (Wellness Letter, abril 1990).
Los cinturones de seguridad y los sistemas de bolsas de aire (airbags) salvan a muchas personas de lesiones severas y de perder la vida. Pero salvarían a más si todos los utilizaran. En los Estados Unidos, “69% de los adultos que van en los asientos de adelante se ponen el cinturón de seguridad, una de las tasas más bajas entre los países desarrollados. En Australia, Canadá y la mayor parte de los países europeos, el uso del cinturón de seguridad alcanza a más del 90%” (Portland Oregonian, noviembre 19, 1998).
En Estados Unidos “los conductores que menos utilizan el cinturón de seguridad son en realidad quienes más lo necesitan; tienden a ser hombres menores de 35 años . . . y cuyo historial registra más accidentes y violaciones de tráfico” (Wellness Letter, agosto 1995).
Cuando los adultos no utilizan el cinturón de seguridad, ponen además en peligro a sus hijos. Muchos adultos negligentes no verifican que los menores bajo su cuidado estén correctamente asegurados. Los niños, siguiendo el ejemplo de sus padres, tampoco utilizan el cinturón de seguridad. Como resultado, de los 2.087 niños que murieron en accidentes automovilísticos en 1997 en los Estados Unidos, “seis de cada diez no estaban asegurados correctamente con cinturones de seguridad o en asientos de auto especiales para menores. Lo mismo se puede decir de los más de 100.000 niños que sufrieron lesiones que requirieron atención médica” (Portland Oregonian, noviembre 19, 1998).
Y aunque los accidentes caseros por lo general no son muy graves, más personas se lesionan en el hogar que en accidentes de tráfico. En Estados Unidos, “los accidentes en el hogar lesionan a más personas cada año que los accidentes automovilísticos y laborales combinados” (Parade, febrero 15, 1998). Se estima que 90% de estos accidentes pudieron haber sido prevenidos. La mayoría de los accidentes hogareños se debe al mal uso de podadoras de pasto eléctricas y a las caídas, especialmente de escaleras.
Los niños están particularmente predispuestos a tener accidentes. Algunas causas comunes de lesiones durante la niñez en el hogar son los envenenamientos, ahogos, caídas, disparos accidentales, incendios y quemaduras. Los padres deben tomar en cuenta que las principales causas de ahogo de niños menores de un año son los baldes, las tinas de baño y los inodoros.
Los accidentes con juguetes son comunes. Cada año, muchos niños terminan en la sala de emergencias después de haber sido golpeados con bates de béisbol. Los niños pequeños, que aún no han desarrollado su psicomotricidad fina, son susceptibles de lesionarse por caídas en bicicleta, especialmente si no utilizan un casco. La mayoría de las lesiones de los ciclistas afectan la cabeza, y tres de cada cuatro ciclistas que fallecen en accidentes mueren debido a traumas encefálicos (Wellness Encyclopedia, p. 124).
Los niños pequeños deben estar bajo supervisión constante para prevenir accidentes, pero es imposible vigilarlos a cada minuto. La mejor protección que se puede dar a los niños en el largo plazo consiste en inculcarles hábitos de seguridad a medida que maduran.
Un buen programa de salud personal incluye la prevención de lesiones accidentales. La gente precavida se adelanta a los peligros, mientras que los imprudentes tropiezan con los problemas. “El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” (Proverbios 22:3, NVI).
Substancias peligrosas
No es la intención de esta publicación discutir en detalle el uso de drogas ilegales. Generalmente, las substancias ilegales son declaradas como tales debido a sus obvios efectos destructivos en la sociedad. Cualquiera que esté usando una substancia ilegal debe descontinuar su uso de inmediato, y si es necesario, comenzar un programa de rehabilitación.
A pesar de ser legal, y una de las cosechas más lucrativas, el tabaco probablemente causa más daño a la salud de sus usuarios que cualquier otra substancia. “La proliferación global de cigarrillos conduce aproximadamente a unos tres millones de muertes al año . . . Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud, esta cifra se elevará a 10 millones anuales para el 2020” (Carl Sagan, Billions and Billions [Miles y miles de millones], 1997, p. 205).
La cifra de muertes prematuras por el uso de tabaco es astronómica en comparación con otras causas de muerte precoz. “Tome una muestra al azar de mil hombres jóvenes que fuman; en base a la información disponible, se puede predecir con certeza que uno de esos jóvenes será eventualmente asesinado, seis morirán en las carreteras y doscientos cincuenta morirán prematuramente por los efectos del cigarrillo” (Martin, p. 59).
El tabaco es una substancia letal. Su humo “contiene más de 4.000 elementos químicos, incluyendo pequeñas cantidades de venenos conocidos, tales como el cianuro, el arsénico y el formaldehído. Hay 43 químicos causantes de cáncer (carcinógenos) en el humo del tabaco” (Mayo Clinic Family Health Book [Libro de salud familiar de la Clínica Mayo], 1996, p. 317).
Los fumadores de tabaco aumentan su propensión a muchas enfermedades, incluyendo una variedad de cánceres, problemas cardiovasculares, disfunción sexual y enfermedades al pulmón, como el enfisema. “Cada año el fumar mata a más de 400.000 estadounidenses, cifra muy superior a la de quienes murieron en la Segunda Guerra Mundial y la de Vietnam combinadas” (ídem, p. 136).
El fumar no solo acorta la vida, sino que sus efectos perjudiciales frecuentemente privan a los fumadores de la oportunidad de vivir una vida activa y plena. Esto es irónico, porque la publicidad de cigarrillos casi siempre asocia el fumar con actividades vigorosas al aire libre. Se muestra a los fumadores esquiando, en caminatas, nadando, jugando a la pelota y haciendo cosas por el estilo. La realidad es que el uso continuo de tabaco causa daño al corazón y a los pulmones, disminuyendo eventualmente las actividades del fumador y provocando una vejez prematura.
Además, el cuerpo del fumador aparenta una edad más avanzada, especialmente el rostro. “Comparados con los no-fumadores, es mucho más probable que los fumadores aparenten tener al menos cinco años más que su edad real” (Wellness Letter, abril 1994). El término “cara de fumador” fue acuñado unos años atrás para referirse a ciertos rasgos físicos que acompañan el fumar. Éstos incluyen un aumento de las arrugas, decoloración facial, manchas en los dientes y tendencia a la delgadez. Todas estas características hacen que los fumadores se vean mayores de lo que realmente son.
El cáncer al pulmón fue por un tiempo una enfermedad casi exclusiva de los hombres, debido a la mayor proporción de hombres fumadores en comparación con las mujeres. El porcentaje de hombres estadounidenses adultos que fuman ha disminuido, de un 50% en 1965, a menos de un tercio en la actualidad (Mayo Clinic Family Health Book, p. 316). A pesar de que estas son buenas noticias, son contrarrestadas por el hecho de que ahora hay casi tantas mujeres que fuman, como hombres. Como resultado, más mujeres estadounidenses mueren de cáncer al pulmón que de cáncer a las mamas. Los fumadores de cigarrillos son 10 veces más propensos a morir de cáncer al pulmón que los no-fumadores (ídem, p. 318).
Una tendencia similar se ha desarrollado en Gran Bretaña. “El cáncer al pulmón disminuirá drásticamente en los hombres en las próximas dos décadas, pero se duplicará entre las mujeres. Esto puede deberse a que las mujeres comenzaron a fumar a gran escala unos 20 a 30 años después que los hombres, los cuales están dejando de hacerlo a un ritmo más rápido” (Daily Mail [El correo diario], junio 25, 1997).
El fumar incrementa enormemente el factor de riesgo de numerosos cánceres, incluyendo el de riñón y vejiga. El profesor Richard Peto, de Oxford, Inglaterra, quien ha pasado su vida investigando las causas del cáncer, dice: “Los fumadores inhalan agentes cancerígenos, los que se diseminan por su cuerpo. Todo su organismo está impregnado de solventes carcinógenos –hasta tienen orina carcinógena. Esto afecta al riñón y a la vejiga” (Sunday Times Magazine [Revista del Sunday Times], junio 1, 1997).
La reducción o eliminación del uso del tabaco es la única forma comprobada de reducir los daños a la salud producidos por el fumar. Si usted es fumador, debe dejar de serlo. Aquellos que no fuman, nunca deben comenzar a hacerlo. El fumar es con toda seguridad una apuesta perdida, y usted no es el único que sufrirá por este hábito. El humo de segunda mano pone a otros en riesgo y aumenta la probabilidad de sufrir enfermedades respiratorias en los niños expuestos a él.
Algunos piensan que es mejor cambiar los cigarrillos por puros, pipas o tabaco sin humo. Sin embargo, aunque estos productos pueden disminuir la cantidad de toxinas y agentes carcinógenos que entran al cuerpo mediante el consumo de tabaco, no eliminan los riesgos para la salud. Cualquier forma o cantidad de tabaco que se consuma es dañina para nuestros cuerpos.
Un aspecto positivo en cuanto al tabaco es que, al dejarlo, nuestro cuerpo comienza a recuperarse. Por ejemplo, incluso los fumadores ávidos pueden reducir su riesgo de sufrir derrames cerebrales al mismo nivel de los no-fumadores en los primeros cinco años de abstinencia (Wellness Letter, septiembre 1988). Al cabo de cinco años, su riesgo de sufrir un infarto al corazón será comparable al de quienes nunca han fumado. Después de algunos años, el riesgo de varios tipos de cánceres disminuye significativamente a medida que el cuerpo comienza a reparar lentamente el daño causado por el tabaco (Mayo Clinic Family Health Book, p. 324).
Desde un punto de vista bíblico, fumar no es correcto porque Dios nos dice que no debemos infligir daño al cuerpo que él nos dio. Se nos dice: “Fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Corintios 6:20, NVI). Cuando maltratamos nuestros cuerpos sometiéndolos a los efectos dañinos del tabaco, violamos este mandamiento.
Dios también nos dice, en el primero de los Diez Mandamientos, que no debemos tener otros dioses ante él (Éxodo 20:3). Debemos evitar cualquier cosa que se interponga en nuestra relación con él y la afecte negativamente. Cuando nos convertimos en adictos al tabaco (o a cualquier otra substancia), nos volvemos esclavos (Romanos 6:16) de un hábito dañino, derrochador y destructivo que nos impide servir a Dios de todo corazón (Mateo 4:10).
El uso y abuso del alcohol
El alcohol, al contrario del tabaco, no presenta un peligro para la salud si se consume en moderación. Hay estudios que incluso han demostrado que el consumo moderado de alcohol puede ser beneficioso, especialmente en lo que se refiere a las arterias coronarias. Sin embargo, beber excesivamente daña la pared muscular del corazón. Algunos investigadores, quizás por la tendencia de tanta gente a tomar demasiado, se cuestionan si los beneficios del consumo de alcohol, por moderado que sea, son mayores que los riesgos.
Algunas personas no deben tomar en lo absoluto. La mayoría de los programas de tratamiento de alcoholismo recomiendan que quienes se han vuelto adictos, practiquen la abstinencia absoluta. El Departamento de Salud Pública de los Estados Unidos también ha recomendado la abstinencia a todas las mujeres embarazadas, o que planean embarazarse.
En 1998, una encuesta de Gallup en Estados Unidos reveló que 77% de los encuestados consumía algo de alcohol. Lamentablemente, muchos terminan abusando de él. “El alcohol es la tercera causa principal de muerte en Estados Unidos, después de la cardiopatía y el cáncer. Si las fatalidades automovilísticas y los diagnósticos ligados al consumo de alcohol que aparecen en los certificados de defunción fuesen incluidos en las estadísticas, el alcoholismo sería reconocido como la causa principal de muerte en nuestro país” (p. 326).
Gran Bretaña tiene un problema creciente con el abuso del alcohol. “Comparado con 1950 . . . el consumo anual promedio de alcohol ha aumentado más del doble, así como también el alcoholismo en su totalidad. El consumo excesivo es ahora la norma, no la excepción” (The Express [El expreso], julio 13, 1998). “Se ha estimado que una de cada 20 personas es alcohólica” (ídem, marzo 21, 1997).
El abuso del alcohol puede dañar el cerebro, los nervios, el hígado, el páncreas y el sistema cardiovascular. El consumo excesivo de alcohol también se asocia con el cáncer. “Después de los problemas coronarios, el cáncer es la segunda causa principal de muerte entre los alcohólicos” (Mayo Clinic Family Health Book, p. 329).
La Biblia no prohíbe el uso de bebidas alcohólicas. Por el contrario, ella se refiere al vino como una fuente de placer (Salmo 104:15; Eclesiastés 9:7) y habla de sus beneficios cuando se usa apropiadamente (1 Timoteo 5:23). En la cultura bíblica el vino era servido comúnmente en bodas, y cuando Jesús estuvo presente en una de ellas, milagrosamente reabasteció los barriles de vino cuando éste se había acabado (Juan 2:1-10).
Sin embargo, la Biblia da fuertes advertencias respecto al abuso del alcohol (Proverbios 20:1; Proverbios 23:1; Efesios 5:18). Ningún borracho será admitido en el Reino de Dios (1 Corintios 6:10). El abuso del alcohol es una amenaza para nuestra salud espiritual y física.
Las ventajas de tener una actitud positiva
La idea de que los pensamientos y las emociones positivas ayudan a promover el bienestar físico y que los de naturaleza negativa lo destruyen, ha sido un principio legendario de sabiduría popular. Sin embargo, este concepto perdió apoyo después de experimentos científicos que se llevaron a cabo en el siglo 19, los que establecieron una clara conexión entre los agentes microbianos y las enfermedades infecciosas. La idea de que el estado mental de uno podía afectar la salud corporal fue prácticamente desechada. No obstante, en las últimas décadas algunos miembros de la comunidad médica han estudiado el tema más de cerca y han resucitado esta sabiduría de antaño.
En la década de 1950, un grupo de investigadores se dio cuenta de que muchos pacientes cardiacos tenían personalidades con ciertas características en común. En particular, tendían a ser competitivos, impacientes y a estar siempre apurados. A partir de tales observaciones, los investigadores inventaron el término “personalidad tipo A”.
Se concluyó que quienes poseían este tipo de personalidad estaban más predispuestos a sufrir problemas cardiacos. Investigaciones posteriores lograron refinar la teoría de la personalidad tipo A. “Estudios actuales . . . sugieren que ciertos componentes tóxicos de la personalidad tipo A, tales como la hostilidad y el sarcasmo, son los verdaderos factores de riesgo que ocasionan enfermedades cardiovasculares, y no las conductas más generales de este tipo de personalidad, como la competitividad y preocupación por hacer todo rápido” (Newsweek, febrero 17, 1997).
Estudios posteriores han entregado evidencia de que, en general, las emociones negativas suelen afectar no solo el corazón sino también muchos otros aspectos de la salud física. El estrés y las emociones negativas, tales como la ansiedad y la depresión, pueden influir en nuestra salud aumentando la susceptibilidad ante otras aflicciones, que pueden ser tan insignificantes como un resfrío o tan graves como un cáncer.
Dice el Harvard’s Men’s Health Watch [Noticias de salud masculina de Harvard]: “Más de una docena de investigaciones han indagado si el estrés aumenta la propensión al resfriado común; todas han concluido que sí” (enero 1999).
Hay evidencia sólida que determina los factores emocionales que influyen en la vulnerabilidad frente al cáncer y a la habilidad de recuperarse de él. Algunos investigadores han identificado lo que ellos creen es una personalidad susceptible al cáncer, o “tipo C”. “Hay . . . un consenso razonable de que existen ciertas características claves que son comunes al tipo C” (Martin, p. 223).
Los componentes identificados incluyen el acumular y guardar emociones —especialmente el enojo, la incapacidad para perdonar y una perspectiva desesperanzada de la vida. Dios creó nuestros cuerpos con un sistema inmune maravilloso, que constantemente está combatiendo la invasión de agentes bacterianos o virales, como también ciertas células cancerígenas producidas en nuestros cuerpos. El estrés y las emociones negativas parecen suprimir la habilidad del sistema inmune de nuestro organismo para responder a estas amenazas, haciéndonos más vulnerables a las enfermedades.
Las emociones positivas estimulan la salud
Si las emociones negativas perjudican la inmunidad del cuerpo, ¿podemos entonces pensar que las emociones positivas la estimulan? ¡Por supuesto que sí! Alrededor de 3.000 años atrás, Dios inspiró esta observación a fin de que quedase registrada para nosotros: “El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos” (Proverbios 17:22).
La verdad de estas palabras ha sido confirmada por muchos estudios científicos. Las emociones positivas ayudan en la prevención de enfermedades y, si uno se enferma, pueden facilitar la recuperación. “Los científicos que han estudiado este tema han encontrado evidencia convincente, que sugiere que el ambiente social y la actitud mental pueden modificar nuestras posibilidades de sobrevivir al cáncer” (Martin, p. 230).
Investigadores de un estudio realizado por la Universidad de Londres evaluaron la respuesta psicológica de las mujeres al cáncer de mamas. Un estudio subsecuente, después de cinco años, mostró que aquellas que demostraron tener una respuesta inicial combativa tenían más posibilidades de sobrevivir. Una encuesta a las mismas mujeres, llevada a cabo 15 años más tarde, reveló que “aquellas que originalmente demostraron un espíritu de lucha o de abnegación les fue mejor; 45% de ellas aún estaban vivas, y libres de cáncer, contra 17% de las mujeres que habían demostrado una completa resignación, impotencia o preocupación angustiosa” (ídem).
El efecto del estrés mental sobre la salud parece reflejarse en lo sucedido en la ex Unión Soviética años atrás. “Entre 1990 y 1994 . . . la expectativa de vida tanto de mujeres como hombres rusos disminuyó dramáticamente, de 63.8 y 74.4 años a 57.7 y 71.2 años, respectivamente”. Las autoridades citan muchos factores, “incluyendo la inestabilidad económica y social, las altas tasas de consumo de tabaco y alcohol, la mala nutrición [y] la depresión” (The Journal of the American Medical Association [Revista de la Asociación Médica de Estados Unidos], marzo 11, 1998).
Con frecuencia nos referimos a la respuesta de lucha en contra de las enfermedades como “el deseo de vivir”. Éste puede ser fortalecido mediante un número de factores. Una de las claves es el creer en una causa en la vida y comprometerse con ella. “Una gran cantidad de estudios científicos recientes ha establecido que el tener convicciones y valores personales profundos hace maravillas en casi todos los aspectos de nuestro bienestar físico y mental” (Cooper, pp. 3-4). La fe en el Dios Creador y el conocimiento de su propósito nos dan una fuerte razón para vivir y son como una chispa para nuestra salud mental y física.
La habilidad de manejar el estrés y mantener una perspectiva mental saludable constituyen elementos esenciales para la buena salud. Como nos dice Proverbios 18:14: “El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?”
Personas que necesitan a otras personas
Varios miles de años atrás, Dios inspiró una escritura que dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18).
La experiencia prueba que esto es verdad. Somos seres sociales y necesitamos conectarnos con otros. La mayoría estaría de acuerdo con el hecho de que necesitamos a otra gente para recibir apoyo psicológico y social, pero investigaciones recientes han comprobado que el tener buenas relaciones con los demás es también importante para nuestro bienestar físico. “Más de veinte años de investigación científica han producido una enorme cantidad de evidencia que demuestra cuán bueno es para nuestra salud mental y física el tener relaciones sólidas y de apoyo” (Martin, p. 151).
Por otro lado, el aislamiento social puede ser un importante factor de riesgo para la mala salud. “Su impacto en la salud y la mortalidad es comparable al de la alta presión, la obesidad y la falta de ejercicio. La investigación sugiere que los factores sociales pueden tener tanto impacto en la salud como el fumar . . . Un estudio de seis años realizado a 17.433 hombres y mujeres suecos concluyó que quienes tenían la menor cantidad de interacciones y relaciones sociales registraban una tasa de mortalidad 50% más alta que quienes tenían vidas sociales enriquecedoras” (ídem, pp. 158-159).
Lamentablemente, ciertas fuerzas de la sociedad frecuentemente separan a las personas en vez de acercarlas. Se le presta muy poca atención a las relaciones –o a lo que la Biblia llama amor– en la búsqueda de la buena salud. Muchos padres que han cuidado cariñosamente a un hijo enfermo, creen que hay una indiscutible conexión entre la salud y el amor.
Hay muchas formas en que podemos aplicar el principio de la salud. Una de ellas es enriqueciendo nuestras relaciones personales, aprendiendo a amar más profundamente en el matrimonio, criando hijos y sembrando amistades. El ofrecer nuestro servicio voluntario y ayudar a otros es una manera comprobada de beneficiarse personalmente, como también a aquellos que servimos.
El servicio a Dios mediante nuestra participación en la iglesia puede aportar grandes beneficios a nuestra salud. Un estudio en la escuela médica de la Universidad de Texas examinó la relación entre la mortalidad y la participación en actividades religiosas o sociales en varios pacientes operados del corazón. “Aquellos que no tenían participación regular en un grupo, ni tampoco recibían fuerzas y apoyo de su religión, tenían 7 veces más posibilidades de morir seis meses después de la operación” (Dr. Dean Ornish, Love & Survival [Amor y supervivencia], 1997, p. 51). El nutrir las relaciones, tanto con Dios como con nuestro prójimo, es un principio de salud comprobado.
Hágase responsable de su salud
Las personas saludables disfrutan una de las grandes bendiciones de esta vida. Aquellos que han disfrutado de buena salud y la han perdido saben, mediante su dolorosa experiencia personal, que se están perdiendo uno de los grandes tesoros de esta vida. Sin embargo, quienes han experimentado un deterioro de su salud frecuentemente pueden restablecer su bienestar de manera significativa al aplicar los principios descritos en este capítulo.
Para maximizar nuestro potencial de vivir por mucho tiempo y de manera saludable, necesitamos hacernos un hábito de vivir según ciertos principios de salud comprobados. Esta es la voluntad de Dios: “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud” (3 Juan 2, NVI).