¿Qué es el arrepentimiento?
¿Qué es lo que a los ojos de Dios demuestra que nuestro arrepentimiento es genuino?
“Y [Juan el Bautista] decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento . . . todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Lucas 3:7-9).
“Sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20).
El arrepentimiento genuino produce un cambio en nuestra forma de vida, aun la forma en que pensamos. Aquellos que dicen que se arrepienten, pero no producen “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8), se engañan a sí mismos. “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan . . .” (Tito 1:16). “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:23-25).
¿Cuál es la actitud de una persona que se ha arrepentido verdaderamente?
“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).
“De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).
El verdadero arrepentimiento es algo más que sólo reconocer que hemos estado errados. Aun el deseode obrar mal debe volverse algo repugnante para nosotros. Dios quiere que aborrezcamos el mal (Proverbios 8:13), especialmente el mal que hemos llegado a reconocer en nosotros.
Debemos desear con todas las fuerzas que Dios cambie nuestros corazones. Al igual que el antiguo rey David, debemos pedirle a Dios que cree en nosotros un corazón limpio y un espíritu recto (Salmos 51:10). Debemos vernos como pecadores y sentir genuino remordimiento. Debemos reconocer que nuestros pecados se originan en los pensamientos, con frecuencia motivados por orgullo y egoísmo, ira y celos, o lujuria y codicia, es decir, por nuestra naturaleza humana.
¿Confirmó Jesús que el pecado comienza en el corazón?
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23).
Algunas de estas características propias de la naturaleza humana pueden resaltar más que otras. Sin embargo, si le pedimos a Dios sinceramente que abra nuestros ojos para vernos como somos, podremos reconocer en nosotros muchas actitudes y comportamientos que las Escrituras definen como pecaminosos. Luego, debemos ir a Dios en oración, pidiéndole el poder que necesitamos para volvernos de esos caminos y reemplazarlos con su naturaleza y su carácter tal como están definidos en las Sagradas Escrituras.
¿Incluye el arrepentimiento un cambio en nuestra actitud hacia los pecados que otros cometen en contra nuestra?
“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11:25-26).
“Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lucas 17:3-4).
Debido a que las leyes de Dios están basadas en amarlo a él y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos (Marcos 12:30-31), el perdonar a otros es una parte importante de nuestro arrepentimiento. Jesús enseñó: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lucas 6:27-28).