¿Por qué necesitamos un redentor?

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¿Por qué necesitamos un redentor?

Nuestros pecados nos han separado de Dios. El profeta Isaías escribió: “pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2).

Cuando Jesús vino para que Juan el Bautista lo bautizara, éste dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, 36). Juan reconoció que Jesús de Nazaret era el Mesías profetizado que redimiría a la humanidad al pagar la pena por nuestros pecados.

“El término redención significa ‘liberado, devuelto mediante el pago de un rescate’” (Nuevo diccionario bíblico ilustrado, Libros CLIE, 1985, p. 994). Pedro explica que “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). Pablo dice que la sangre de Cristo “ganó” la iglesia del Señor (Hechos 20:28).

Desde el principio del mundo Dios planeó este maravilloso don de la redención. El apóstol Juan habla del “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Jesucristo, el Cordero de Dios, voluntariamente “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad” (Tito 2:14).

¿Tenemos que ser redimidos todos? La respuesta es un rotundo sí. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), y “porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). En otras palabras, por nuestros pecados merecemos la muerte eterna, no el don de la vida eterna.

Entonces, ¿cómo puede resolverse este problema para que podamos relacionarnos con Dios como sus hijos?

Dios dio a su Hijo, Jesucristo, para que pagara la pena por nuestros pecados de tal forma que podamos ser salvos de la pena de la muerte eterna (Juan 3:16). Hebreos 2:9 nos explica el propósito de ese sacrificio: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”. Jesús fue el cordero que Dios ofreció por los pecados de la humanidad.

El concepto de redención se le dio a conocer a Israel por medio del sistema de sacrificios del antiguo pacto. En Hebreos 9:22 leemos: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (o redención). El pensamiento continúa en el versículo 28: “así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”. El apóstol Juan agrega que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

La redención se define como “una liberación, particularmente la que se produce por el pago de un precio . . . se refiere principalmente a la intervención especial de Dios para salvar a la humanidad” (Unger’s Bible Dictionary [“Diccionario bíblico de Unger”], 1972). En otras palabras, la redención es un acto de Dios que nos libera de la pena en que hemos incurrido por nuestros pecados, sustituyendo con la muerte de Cristo la pena que nos merecemos.

Pero Dios ofrece la redención tan sólo a aquellos que se arrepientan verdaderamente. Por esto, el arrepentimiento es nuestro punto de partida para recibir la redención y establecer una relación duradera con nuestro Creador. Aquellos que se arrepientan genuinamente de la práctica habitual del pecado, serán perdonados y se convertirán en siervos redimidos de Dios.