Dones de Dios
El fundamento de su relación con nosotros
La mayoría de las relaciones están basadas en promesas reales o percibidas como tal, compromisos y expectativas. Por ejemplo, el pacto matrimonial está fundado en las promesas de amar, de compromiso, de honrar y respetar. Una amistad se basa en expectativas de entendimiento, confianza, honestidad e intereses en común.
La base fundamental de la relación entre Dios y nosotros es sencilla: amor. Las Escrituras nos dicen que la naturaleza de Dios, la principal motivación de todo lo que hace, es amor: un interés altruista por toda la humanidad. El apóstol Juan lo expresa así: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16). Más adelante agrega: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (v. 19).
Con frecuencia el amor se expresa por medio del dar. Jesús advirtió: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38). Pablo también afirmó: “Porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
Los dones pueden realzar una relación, y Dios es el dador por excelencia (Santiago 1:17). Pablo dijo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).
Estudiemos algunos dones importantes de Dios. Con ellos, él quiere hacer posible que nosotros recibamos, como regalo suyo, vida eterna.
¿Cuál es el don que mejor demuestra el amor de Dios por nosotros?
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
El don más sublime del amor de Dios es el sacrificio redentor de su Hijo unigénito, Jesucristo, para pagar la pena de nuestros pecados. Por medio de Cristo y de su sacrificio, podemos tener acceso directo a Dios y al don de la salvación.
¿Cuál otro don especial nos ofrece Dios?
“Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65).
El llamamiento de Dios es un don especial que aún no se lo ha ofrecido a todos. Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron por qué le hablaba a la gente en parábolas, les dijo: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:10-11).
Aquellos que en esta época están siendo llamados a la vida eterna son “primicias” (Santiago 1:18; Romanos 8:22-23; Hebreos 12:22-23). Este término, comúnmente usado en las Escrituras, se aplica a la primera parte de la cosecha, la porción apartada para Dios. Las primicias de Dios son pocas en número (Lucas 12:32). Han recibido la invitación a la vida eterna ahora. Sin embargo, algo maravilloso del plan de Dios es que cuando Jesucristo regrese, el llamado de Dios —su invitación a establecer una relación personal con él— va a extenderse a toda la humanidad. Muchísimos más serán parte de la gran cosecha de Dios.
Cuando nos ofrece el don de su llamamiento, también nos ofrece algo más para que podamos responderle correctamente en esta relación.
¿Qué nos ofrece Dios conjuntamente con su llamado?
“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Timoteo 2:24-25).
El arrepentimiento es un don que Dios les concede a aquellos que voluntariamente responden a su invitación o llamamiento. Al ofrecernos arrepentimiento, Dios nos da la capacidad de vernos como él nos ve, en lugar de percibirnos como nos percibimos normalmente. Sin esta percepción espiritual, quedamos ciegos espiritualmente y no podemos responder al llamado de Dios.
Sólo podemos arrepentirnos de verdad, genuinamente, cuando, al compararnos con Dios a la luz de la Biblia, podemos reconocer y confesar nuestras flaquezas, debilidades e insignificancia. “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice el Eterno; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
Cuando vemos de una manera real nuestra insignificancia y debilidad al compararnos con la grandeza y el poder de Dios, nos sentimos humillados. Esta humillación nos lleva a querer cambiar, a arrepentirnos.
Cuando nos arrepentimos, Dios nos perdona y cubre nuestros pecados con el don del perdón. Veamos la forma en que Juan lo explica: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).
Es importante que tengamos en cuenta esta pequeña palabra: si. Algunas de las cosas que Dios hace por nosotros son condicionales, de acuerdo con nuestro comportamiento. Espera que le respondamos positivamente a medida que progresa nuestra relación con él. Tal como ocurre con las relaciones humanas, mientras más positivamente le respondamos a él, con más gracia nos responderá a nosotros. Así, nuestra relación con él crecerá y se hará más profunda.
Por ejemplo, cuando Dios nos perdona, olvida nuestros pecados pasados. “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Hebreos 8:12; comparar con Salmos 103:11-13).
¿Qué otro don sigue después del arrepentimiento y el perdón?
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Poco antes de su crucifixión Jesús prometió el don del Espíritu Santo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26; ver también Hechos 10:45). A los verdaderos discípulos de Cristo, Dios los provee con el don de su ayuda y consuelo (Juan 14:16-17).
Dios nos dará su Espíritu si respondemos positivamente a su llamado y nos arrepentimos. También nos instruye a que seamos bautizados para que podamos recibir este don.
Esto ilustra algo que leímos anteriormente. En toda relación existen expectativas, y Dios espera que le respondamos al don del arrepentimiento, comprometiéndonos con él por medio del bautismo en agua.
La Biblia nos muestra que, después del bautismo, Dios da su Espíritu por medio de la imposición de manos (Hechos 8:14-19). Pablo exhortó a Timoteo diciendo: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1:6-7). Esta imposición de manos normalmente debe ocurrir inmediatamente después del bautismo en agua.
Dios dijo que por el bautismo entramos a formar parte del Cuerpo de Cristo, su iglesia. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13).
Dios simplemente no da su Espíritu a quienes no se arrepienten. Jesús describe el Espíritu de Dios como algo “que el mundo no puede recibir” (Juan 14:17). Dios lo da solamente a aquellos que él llama y escoge. Los que no están siendo llamados por Dios ahora, tendrán esta oportunidad más tarde. (Si desea profundizar más en los temas del arrepentimiento, el bautismo, el llamado de Dios y la elección de sus siervos, no vacile en solicitar nuestro folleto gratuito El camino hacia la vida eterna. O si desea, puede descargarlo de nuestro portal en Internet.)
¿Qué otra condición tiene Dios para darnos su Espíritu?
“Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).
Nuevamente nos damos cuenta de las responsabilidades de aquellos que quieren tener una relación especial con Dios. Él espera que hagan todo el esfuerzo que les sea posible para obedecerle.
La obediencia al camino de Dios nos conduce a un compañerismo positivo con él (1 Juan 1:3, 7). Tener el Espíritu Santo nos ayuda a buscar la voluntad de Dios y seguir sus caminos, desarrollando su naturaleza y carácter en nosotros. Jesús prometió que el Padre enviaría otro Consolador (el Espíritu Santo), que acompañaría a sus discípulos y les ayudaría a discernir entre el pecado y la justicia, y los conduciría a la verdad (Juan 14:16, 26; 15:26; 16:7).
¿Qué don importante nos promete Dios si nos arrepentimos genuinamente y nos convertimos?
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Pablo nos dice que Dios nos imparte vida eterna como un don. Él desea compartir este don porque ha planeado dárselo a la humanidad “desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). La vida eterna en la familia de Dios es la esperanza de todos aquellos que lo sigan (1 Juan 3:1-3; Tito 1:2).
Dios tiene muchas dádivas para nosotros. Abarcan desde su llamamiento hasta el inigualable don de la vida eterna. Sus dádivas están entrelazadas naturalmente y nos son dadas a medida que empezamos a responderle y nuestra relación con él avanza y crece (Romanos 8:30).
Dos elementos fundamentales en cualquier relación positiva y edificante son el compromiso y las promesas. ¿Qué compromiso y qué promesas nos ofrece Dios?