Introducción
Las ruinas del antiguo foro romano yacen en silencio, en una escena de decadencia donde alguna vez los emperadores gobernaron un poderoso imperio. Los templos paganos de Júpiter y Venus son vestigios de una gloria pasada. Los visitantes miran las ruinas y se maravillan al imaginarse cómo deben haber sido en su esplendor.
Sobre este escenario se proyectan las sombras de las cruces de las numerosas iglesias que rodean la ciudad. Para algunos, las cruces son un símbolo apropiado del triunfo de la iglesia sobre el imperio que de manera oficial persiguió a los creyentes e intentó erradicar el cristianismo.
¿Es la obra de la religión organizada lo que constituye el Reino de Dios sobre la tierra hoy en día? Esta es la idea central que representa el punto de vista de gran parte del mundo religioso. Pero ¿es este el mismo Reino de Dios que se menciona en la Biblia?
¿Ha traído el cristianismo al mundo y a sus habitantes la paz duradera que fue predicha por los profetas bíblicos? ¿Está presente el Reino de Dios en una iglesia organizada o en centenares de pequeñas sectas divididas? O, como algunos creen, ¿es el Reino de Dios simplemente la presencia interna del Espíritu de Dios en el corazón de uno?
Tales creencias han tenido una influencia profunda en el punto de vista religioso del mundo en lo que se refiere al evangelio que Jesucristo enseñó.
Cuando Jesús habló del Reino de Dios, ¿qué quiso decir? ¿Se estaba refiriendo a la iglesia que edificó por medio de sus discípulos? O ¿estaba hablando acerca de algo enteramente distinto?
Estas son preguntas fundamentales. Muchos han reinterpretado el lenguaje claro e inequívoco que Jesús usó cuando enseñó a sus discípulos acerca del venidero Reino de Dios. Pero a lo largo de los siglos en el mundo cristiano, Jesús mismo ha dejado de ser el mensajero, para convertirse en la totalidad del mensaje. Si deseamos entender el mensaje que trajo Jesucristo —“el evangelio del Reino de Dios” (Marcos 1:14)— necesitamos encontrar las respuestas bíblicas a estas preguntas.