Ayuda para los que sufren

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Ayuda para los que sufren


¿Tienen Dios y Jesucristo compasión por los que sufren?

“Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11).

“Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

“Saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14).


¿Por qué no interviene Dios para aliviar el sufrimiento de la humanidad?

“[Jesús] no pudo hacer allí [en Nazaret] ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos” (Marcos 6:5-6).

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37).

El hombre no quiere creer y obedecer a Dios, y esta es la verdadera causa del sufrimiento en el mundo. Pero después del retorno de Jesucristo, cuando la humanidad se arrepienta de verdad, el mundo finalmente comprenderá la relación existente entre la fe y la misericordia. Dios está deseoso de derramar su misericordia, comprensión y bondad sobre todos los seres humanos, pero es necesario que primero se arrepientan y tengan una actitud de verdadera humildad.

Lamentablemente, la mayoría de las personas tendrán que esperar hasta que Jesucristo vuelva y cambie las actitudes y el comportamiento de todo el mundo. En nuestra época la gente simplemente no quiere someterse a la voluntad de Dios. Como lo explicó Jesús: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).

¿Qué es lo que ha hecho Jesucristo para aliviar el sufrimiento?

“Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17).

La muerte de Jesús pagó por nuestros pecados, a fin de reconciliarnos con Dios (Colosenses 1:21-22). Entonces, ¿por qué la gente continúa sufriendo? Aunque Jesús tomó sobre sí mismo la pena de muerte que nos merecemos por nuestros pecados (Romanos 6:23), eso no significa que se eliminen todas las consecuencias inmediatas del pecado. El pecado acarrea gran sufrimiento corporal y mental (y ciertamente, ambos están interrelacionados). Una actitud o un estado emocional negativo pueden dar origen a diversas enfermedades.

Uno de los propósitos de la vida de Jesucristo fue proveer una solución para nuestras aflicciones físicas y mentales. El sufrimiento personal de Jesús es lo que hace posible nuestra sanidad física y mental. Antes de que fuera crucificado, fue cruelmente azotado al punto de ser casi irreconocible. Jesús tomó sobre sí mismo aun las consecuencias físicas de nuestros pecados para que, por medio de él, podamos ser sanados (1 Pedro 2:24). También, debido a su sacrificio vendrá el tiempo en que todo sufrimiento será eliminado para siempre (Apocalipsis 21:4).


Al comienzo de su ministerio, ¿cómo definió Jesús su misión?

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19, citado de Isaías 61:1-2).

El Padre envió a Jesucristo en cumplimiento de esta profecía (Lucas 4:20-21), escrita cientos de años antes por el profeta Isaías. Esto fue además de su misión primordial de ofrecer su vida por los pecados de la humanidad. Los cuatro evangelios atestiguan la vida ejemplar de Jesús al tratar de aliviar el sufrimiento de sus contemporáneos.


¿Cómo cumplió Jesús esta misión profetizada en las Escrituras?

“Recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó” (Mateo 4:23-24).


¿Les dio Jesús a sus discípulos la facultad de sanar?

“Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos” (Lucas 9:12; Marcos 6:13; Lucas 10:1-2, 9).

La curación milagrosa de enfermedades ha sido siempre una de las bendiciones de Dios para la humanidad. Sin embargo, son pocos los que confían en esta maravillosa verdad bíblica. Cuando nos enfermamos, se nos instruye llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por nosotros y nos unjan con aceite en el nombre del Señor (Santiago 5:14). Se nos dice que “la oración de fe salvará al enfermo” (v. 15). El aceite que se usa para ungir simboliza el poder sanador del santo Espíritu de Dios.

Además, tanto Jesús como Pablo instruyeron a los cristianos a celebrar la Pascua del Nuevo Testamento y participar de sus símbolos (Lucas 22:19-20; 1 Corintios 11:23-25). El vino que usamos en el servicio representa la sangre de Jesús derramada por nuestros pecados, y el pan representa su cuerpo, el cual fue quebrantado por nosotros. Tomó sobre sí nuestro sufrimiento físico, mental y emocional; es el “siervo” profetizado en Isaías 52-53 quien sufrió por nosotros. Conviene leer cuidadosamente estos capítulos para entender el sufrimiento que Jesús padeció en nuestro lugar, y luego compararlos con el relato de los testigos oculares de su aflicción en Mateo 26-28.


¿Qué otro beneficio especial nos trae el sufrimiento de Jesucristo?

“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).

Únicamente Jesucristo nos ha dado el ejemplo perfecto de una vida sin pecado. Durante su vida en la tierra, constantemente resistió la tentación; nunca cedió al pecado (1 Pedro 2:22). Jesús permaneció cerca de su Padre y oró con fervor en casos de necesidad (Marcos 1:35; Juan 11:41-42). Incluso tuvo que orar a su Padre “ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas” (Hebreos 5:7).

Cuando nos acercamos a nuestro Padre celestial en oración para recibir el oportuno socorro, podemos hacerlo con la seguridad de que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, entiende la lucha que tenemos con nuestras debilidades físicas y humanas (Hebreos 4:15).

Puesto que el pecado es una amenaza para todos, debemos buscar ayuda para vencerlo. El apóstol Pablo lo explica de esta manera: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). Mas el apóstol sabía muy bien adónde podía acudir para recibir la ayuda necesaria a fin de vencer el pecado: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (vv. 24-25).

Una y otra vez en los cuatro evangelios vemos a Jesús de Nazaret haciendo frente al sufrimiento humano y tomando medidas para aliviar a otros. Jesús estuvo lleno de compasión y nos dio un ejemplo perfecto. Nuestro Salvador conoce, por experiencia propia, lo que significa resistir los impulsos de la carne y cómo vencerlos. Sabe exactamente cómo y cuándo ayudarnos para vencer el pecado, y desea que nos acerquemos confiadamente a él “para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:14-16).

¿De qué otra manera alivió Jesús el sufrimiento?

“Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6:34).

Este afligido mundo necesita una educación apropiada, basada en los principios bíblicos, sobre cómo vivir. El profeta Oseas se lamentaba: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6).

El principio de causa y efecto nunca ha dejado de funcionar. En muchas ocasiones el sufrimiento es el efecto causado por la ignorancia y el pecado. Para poder hacer frente a la aflicción de manera efectiva, es necesario que vivamos en armonía con las leyes y principios bíblicos. De otra manera, nos podemos acarrear sufrimientos innecesarios (ver “Causa y efecto: Un principio que suele pasarse por alto”, p. 10).