Cómo tener un matrimonio duradero

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Cómo tener un matrimonio duradero

Asistir a una boda es una de las experiencias más emocionantes, alentadoras y alegres para cualquier persona. Cuando recibimos la invitación comenzamos a planear qué regalo le podemos obsequiar a la pareja, manifestamos nuestra opinión sobre el novio y la novia y les deseamos lo mejor del mundo.

Una boda representa la confirmación del gozo que conlleva la unión conyugal. ¿Quién no desea algo así para todas las parejas que se casan? ¿No sería maravilloso que todas las novias y novios tuvieran matrimonios productivos y felices por el resto de sus vidas? Todos deseamos esto pero, lamentablemente, rara vez sucede.

“Ciertos investigadores afirman que aproximadamente 50% de los matrimonios en primeras nupcias, 76% de los matrimonios en segundas nupcias, y 84% de los matrimonios en terceras nupcias (y también los subsecuentes) fracasan” (Larry Russell, “Why Marriages fail and What to do About it” [Por qué fracasan los matrimonios y qué hacer al respecto, FocusontheFamily.ca]). Muchas personas inician sus matrimonios sin ninguna preparación. Algunas parejas buscan consejería antes de casarse, pero incluso en estos casos no hay garantía de que su matrimonio vaya a prosperar y convertirse en una unión duradera.

¿Acaso la institución matrimonial es solamente para esta vida, o fue diseñada con el propósito de que dure para siempre? ¿Podría la institución matrimonial representar algo más sublime que lo que conocemos, algo perfecto y divino? Eso, queridos lectores, ¡sería una bendición celestial!

Perseverar después de la luna de miel

Tomemos como ejemplo la historia de Daniel y Aurora, una pareja que disfrutó maravillosamente los primeros seis meses de su matrimonio. Después de unos pocos meses, ¡pensaban que su felicidad duraría toda una vida! Se habían conocido en una cancha de vóleibol, casi por accidente. Cuando Daniel vio a Aurora, de repente comenzó a tener problemas para concentrarse en el partido que su equipo estaba ganando.

Aurora, por otro lado, se veía muy segura de sí misma y saludaba a todos en la cancha. Pasó el tiempo, y Daniel finalmente reunió el valor para pedirle una cita. Salieron a bailar, se enamoraron, y más o menos al año se casaron.

Durante los primeros seis meses de su matrimonio, Daniel y Aurora hicieron todo lo posible para ayudarse mutuamente. Ni siquiera hubo una palabra negativa entre ellos; por el contrario, se daban cumplidos, y con mucha frecuencia. Este era un matrimonio concertado en el cielo — o por lo menos eso creían.

Un día, Daniel le sugirió a Aurora hacer algo en la casa de diferente manera. Ella se desanimó y empezó a llorar. Daniel se sintió terriblemente mal y trató de consolarla, pero su etapa de luna de miel comenzó lentamente a desvanecerse. Se dieron cuenta de que el matrimonio es más que la luna de miel, y comenzaron a ver cosas en el otro que no habían visto antes.

A partir de ese momento, sin embargo, se propusieron enfocarse en las fortalezas que tenían y minimizar cualquier debilidad aparente. Con el tiempo se convirtieron en felices padres, y aún más felices abuelos. ¿Se parece esta historia a la suya? Quizás no le ha ido tan bien en su matrimonio — o todavía no se ha casado.

Sepa que los matrimonios pueden sin ninguna duda ser felices y saludables, pero para ello se necesita que los cónyuges manifiesten mutuamente su amor y preocupación. Los matrimonios exitosos se construyen sobre el sacrificio y servicio mutuos. Esto es difícil, porque por lo general damos más importancia a nuestras propias necesidades que a las de los otros. No obstante, Dios no tenía en mente que esto fuera tan complicado como nosotros lo hacemos. Él desea que, con su ayuda, el matrimonio sea una unión de gran preocupación, cuidado y cariño.

El matrimonio fue establecido por Dios

El primer matrimonio se encuentra en la Biblia, en el libro de Génesis. Este es el relato de cómo se unieron el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva:

“Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces el Eterno Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que el Eterno Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:20-24).

Convertirse en “una sola carne” es la frase clave aquí, porque describe el propósito y meta de la institución matrimonial. ¡Recuerde esto!

Dios, y no el hombre, fue quien estableció el matrimonio al momento de la creación. Para Dios el matrimonio existe, y no solo ahora sino para siempre. La expresión para siempre se usa deliberadamente. Cuando logramos entender que la unión matrimonial tipifica la unidad entre Dios el Padre y Jesucristo y los seres humanos, el concepto del matrimonio adquiere un significado mucho más profundo (compare con Juan 17:11).

Comprometerse a amar más allá del enamoramiento

Un hombre y una mujer a menudo suponen que la felicidad que sienten antes de su matrimonio durará por toda la vida. No se dan cuenta de que Dios nos creó para que inicialmente nos sintamos atraídos hacia una potencial pareja. Nos referimos a esto como “química”, y eso es precisamente.

La Dra. Patricia Love ha escrito: “La maravillosa experiencia del enamoramiento o encaprichamiento nos hace inclinarnos peligrosamente a tomar decisiones de las que más tarde podemos arrepentirnos . . . Sin embargo, es importante darnos cuenta de que el enamoramiento es simplemente la primera etapa del amor. Pero no confundamos este poderoso sentimiento pasajero con una condición permanente, ni con el verdadero amor” (The Truth About Love [La verdad acerca del amor], 2001, p. 31).

En cualquier caso, como ya hemos visto, el periodo de la luna de miel inevitablemente llega a su fin. Cuando Dios nos creó, determinó que este proceso fuera parte del matrimonio, y por una buena razón. Él tiene un gran propósito para los seres humanos: que aprendamos y desarrollemos un carácter divino a fin de compartir la eternidad con él en su familia para siempre.

Cuando la luna de miel desaparece, una pareja joven súbitamente comienza a enfrentarse a la verdad en cuanto al amor y lo que este significa: respetar, amar y servir al cónyuge. En este punto los recién casados pueden empezar a trabajar en su matrimonio para que funcione. La unión matrimonial puede ser cultivada y profundizada. Dios puede ayudarlo con esto, y lo hará.

También puede servir de ayuda buscar buen consejo. Desde luego, existen muchas publicaciones respecto a este tema. Usted, por ejemplo, puede leer el libro del Dr. John Gottman Los siete principios para hacer que el matrimonio funcione.

¿Y qué se puede decir de la cohabitación o “vivir juntos”?

Antes de seguir adelante, debemos considerar el hecho de que muchos hoy en día piensan que la manera de evitar problemas maritales pasa por cohabitar o vivir un tiempo juntos antes del matrimonio, aunque a veces mantienen este estilo de vida y nunca se casan.

La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos informa: “No es un secreto que muchas parejas cohabitan, es decir, viven juntos y mantienen relaciones sexuales sin casarse. Actualmente, 60% de todos los matrimonios son precedidos de un periodo de cohabitación, pero menos de la mitad de las parejas que cohabitan terminan casándose.

“Muchas parejas creen, erróneamente, que el hecho de cohabitar puede disminuir el riesgo de que se divorcien. Este es un concepto entendible, ya que muchos son hijos de padres divorciados o tienen otros parientes o amigos que se han divorciado. Otras razones para vivir juntos incluyen la conveniencia, ahorro financiero, compañerismo y seguridad, y un deseo de mudarse de la casa de los padres” (“Cohabitation” [Cohabitación], ForYour Marriage.org).

De acuerdo a un artículo publicado por la organización independiente Centro de Investigación Pew, “Los cambios en el matrimonio y la crianza de los niños han reconfigurado la familia estadounidense en el último medio siglo. Los adultos se están casando más tarde en la vida, y una creciente mayoría simplemente está absteniéndose del matrimonio. Al mismo tiempo, el incremento de gente no casada ha contribuido al aumento de los nacimientos fuera del matrimonio y de niños que viven con uno de sus padres soltero” (Gretchen Livingstone, “Family Life is Changing in Different Ways Across Urban, Suburban and Rural Communities” in the U.S” [La vida familiar está cambiando de varias maneras en las comunidades urbanas, suburbanas y rurales de los EE. UU.], 10 de junio de 2018, énfasis nuestro).

Santiago, un profesor universitario, se sorprendió cuando algunos de sus estudiantes hablaban apasionadamente a favor de la cohabitación como si fuera un estilo de vida nuevo y sabio. Desde luego, la gente ha vivido en relaciones semejantes a través de toda la historia, pero no al grado que vemos actualmente, en que se les considera algo muy común y hasta un paso esperable en cualquier relación amorosa.

¿Considera Dios acaso que esto es algo sabio? Su Palabra nos dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25). En efecto, Dios declara que toda relación sexual fuera del matrimonio es pecado.

¿Por qué es tan importante el matrimonio?

No obstante, muchos preguntan: ¿Por qué casarse con su pareja si uno puede cohabitar con ella? Si uno toma en cuenta las variadas circunstancias, las diferentes perspectivas, y el deseo de mantener o mejorar la situación económica de uno, ¿acaso no tiene sentido dicho argumento?

Sin embargo, Dios estableció el matrimonio porque este encarna un pacto de compromiso que hace posible la unidad. El apóstol Pablo explicó por qué el matrimonio humano es el reflejo de una relación superior y a un nivel divino:

“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.

“Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Efesios 5:22-31).

Pablo agrega: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (vv. 32-33). Si bien la relación matrimonial terrenal es solo para esta vida física, representa un matrimonio espiritual superior entre Cristo y su pueblo que nunca tendrá fin. (Lea el recuadro “Un propósito más sublime para el matrimonio” en esta página).

Obviamente, el matrimonio humano es mucho más que un “cóctel de amor”, es decir, la química que atrae a hombres y mujeres. Sin embargo, este es un paso importante que Dios ha provisto para que una mujer y un hombre se unan, y los insta a ser fructíferos y multiplicarse (Génesis 1:28). “¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios” (Malaquías 2:15).

Dios diseñó el matrimonio y la familia para facilitar la crianza moral basada en sus caminos (Deuteronomio 6:6-7), con la meta suprema de llevar a miles de millones a su familia divina (Hebreos 2:10).

Enamoramiento

Por supuesto, Dios fue quien diseñó el proceso de formar parejas. Este comienza con una atracción emocional, como bien reconoce incluso la ciencia médica.

La Dra. Pat Love escribe: “El cerebro es una creación increíble; comienza a funcionar mucho antes del nacimiento y no se detiene hasta que uno se enamora. El síndrome del enamoramiento es verdaderamente uno de los mejores ejemplos de la Madre Naturaleza [o, según entendemos, de la obra del Dios Creador]. Todas las conductas predecibles que acompañan la experiencia de enamorarse se producen por un cambio drástico y orquestado en la química cerebral . . . Nuestro cerebro se satura de un cóctel amoroso compuesto de FEA [feniletilamina] y varios otros neurotransmisores excitatorios, incluyendo la dopamina y la norepinefrina . . . El enamoramiento es la forma en que la naturaleza se las arregla para que uno se conozca, se case, procree y tenga hijos saludables” (pp. 28-31).

Esto representa lo que llamamos “enamorarse”. Repican las campanas. Ululan las sirenas. ¡Súbitamente, dos personas se han enamorado! Disminuye el apetito por la comida y la bebida, y también se disipan otros deseos materiales. ¿Recuerda que las instrucciones de Dios al hombre y la mujer fueron que se multiplicaran y poblaran la Tierra? Así es como comienza todo; Dios ha inculcado en nosotros el deseo de casarnos y tener hijos. Pero al dejarnos llevar por esta arrobadora sensación, arrojamos la lógica al viento; la sabiduría puede esperar, ¿verdad?

Este sentimiento inicial a menudo se malentiende como la forma en que el matrimonio continuará “hasta que la muerte nos separe”. Y cuando eso no sucede, algunos abandonan la nave y en ocasiones caen en “aguas infestadas de tiburones”, ¡una decisión nada buena!

El enamoramiento es solo el primer paso hacia una relación amorosa genuina y duradera. Cuando la luna de miel se acaba, comienza el verdadero amor.

El verdadero amor exige trabajo, dedicación, y un esfuerzo consciente para cuidar a nuestro cónyuge. Esto no siempre es fácil; si lo fuera, todo el mundo lo haría y no habría divorcios.

¿Por qué no es fácil? Porque la carne humana es débil (Mateo 26:41; 2 Corintios 12:9), y la naturaleza corrupta mediante la influencia de Satanás nos debilita aún más y nos hace resistir lo que es bueno (Jeremías 17:9; Romanos 8:7; Efesios 2:2). Estas cosas son difíciles de aceptar, sin embargo, son ciertas.

Entonces, ¿cómo podemos trascender la etapa de la luna de miel y mantener nuestros matrimonios felices y saludables? A continuación presentamos ciertas medidas que pueden parecer insignificantes, pero Dios dijo que si somos fieles en lo poco, él nos dará grandes cosas.

Cinco maneras de cultivar un buen matrimonio

Consideremos algunas maneras prácticas de disfrutar las bendiciones de un matrimonio bueno y funcional. Los cinco puntos presentados a continuación son un buen punto de inicio. Con más meditación y estudio, usted puede hacer su propia lista e incluir muchos más.

1. Sea el mejor amigo de su cónyuge.

¿Es su cónyuge su mejor amigo? Si ese es el caso, tal vez usted ya esté haciendo lo que sigue a continuación.

Sea creativo a la hora de apartar tiempo para su pareja. Pasen tiempo juntos en casa y en otros lugares cada vez que puedan. Si tienen hijos pequeños puede ser muy difícil salir solos, pero traten de encontrar tiempo para ello, ya sea almorzando o cenando juntos, y pidiendo a sus amigos o parientes que cuiden a los niños. Durante estas ocasiones, deje los problemas atrás y enfóquese en lo que a usted le fascina o le gusta más de su cónyuge. Este no es el momento de argüir o competir. Pregúntele a su pareja cuáles son sus metas y cómo puede usted ser un mejor compañero. Esto es muy efectivo.

El matrimonio no es un contrato de 50/50. Dios espera que demos 100% a nuestro cónyuge, quien, de todas las personas, es la más cercana a usted y la que lo protege en todo momento. Muestre gentileza, sensibilidad y generosidad en cosas pequeñas. Dele a su pareja su atención, consideración y amor. Haga que, después de Dios, su cónyuge sea el centro de su mundo, ¡su mejor amigo!

2. Ayude y provea lo necesario

Una de las formas de profundizar la amistad conyugal consiste en ayudar a satisfacer las necesidades y deseos de la otra persona.

Esposos, si sus esposas les manifiestan o dejan entrever algunas necesidades en cuanto a los hijos, la casa u otras áreas donde requieran de su apoyo, propónganse hacer tales cosas.

Esposas, si sus maridos sugieren algo que podría mejorarse en la vida familiar y ustedes pueden acomodar su petición, traten de hacerlo.

Debido a las enormes exigencias de nuestra sociedad y nuestras obligaciones laborales, es fácil trabajar ocho horas, desplomarnos tan pronto llegamos a casa y pedirle a nuestra esposa que nos traiga una bebida fría y nos sirva la cena enfrente del televisor.

Encuentre maneras de satisfacer las necesidades y deseos de su cónyuge. Él probablemente ya las ha mencionado vagamente. Mostrar el cariño de esta manera ayuda a mantener vivos los sentimientos amorosos. Dios nos dice: “La esperanza que se demora es tormento del corazón; Pero árbol de vida es el deseo cumplido” (Proverbios 13:12).

3. Consuélense uno al otro

En ocasiones uno de los esposos, o ambos, pueden sentirse abatidos por alguna circunstancia. Puede tratarse de algo profundamente traumático, tal como la pérdida de un miembro de la familia o de un amigo. Los esposos, en su condición de mejores amigos, siempre deben ayudarse y consolarse mutuamente, especialmente durante los momentos difíciles.

Desde luego, nuestro mayor apoyo en todas las cosas es Dios, y debemos acudir a él en busca de ayuda y dirección. Ambos esposos deben orar a Dios uno por el otro, y también como pareja. Es recomendable solicitar ideas a amigos o buenos consejeros sobre cómo ayudar a nuestro cónyuge a superar las dificultades.

No deje pasar la oportunidad de confortar a su pareja en tiempos de estrés o congoja. Pídale a Dios que le ayude a brindarle el consuelo que ella necesita durante los tiempos difíciles.

4. Diviértanse juntos

Por supuesto, el matrimonio no comprende solamente compartir los momentos complicados, sino también disfrutar juntos los buenos tiempos.

Una manera importante de profundizar las relaciones amorosas con su cónyuge es darse tiempo para divertirse juntos. Esto es como un regalo que produce incontables beneficios. A la gente le encanta reír, una maravillosa actividad que es muy saludable para nuestros matrimonios.

Un esposo mencionó que su esposa siempre parece reírse de él, no con él; pero se lo tomó con filosofía: “No hay cobro adicional por reírse de mí”, le dijo. Agregó que de haber sabido cuán divertido era, se hubiera convertido en comediante. ¡Y ella le respondió que ya lo era! Agradezca los pequeños dones que Dios le ha dado, y no se tome demasiado en serio.

Descubra cosas que puedan hacer juntos, ya sea solo entre ustedes dos o con familiares y amigos. Puede ser jugar a las cartas, al boliche, ir a bailar, comer afuera, practicar deportes, ir de compras, armar rompecabezas, salir a caminar, invitar a otros a su casa, jugar videojuegos y visitar parques de entretenimiento, entre otras cosas.

Incluso pueden pasarlo bien solo entre ustedes dos, sentados a la mesa y haciendo una lista de las actividades que disfrutan juntos. Deléitense en su mutua compañía y creen buenos recuerdos.

5. Sean amorosos uno con el otro

Algo que la mayoría de las esposas quieren es que sus esposos sean cariñosos con ellas. “Amoroso” puede sonar como algo femenino a muchos hombres, pero solo significa tratar a alguien con cariño, sensibilidad y amabilidad. Háblele a su cónyuge de manera considerada y afectuosa. Eso es ser amoroso.

¿Puede un hombre ser amoroso? En un libro de la Biblia dedicado al amor entre un hombre y una mujer, vemos que él le dice a ella: “Mi amado me habló y me dijo: Levántate, amada mía; ¡ven conmigo, mujer hermosa!” (Cantares de Salomón 2:10, Nueva Versión Internacional). Y él además le da muchas otras alabanzas, que ella corresponde de igual manera.

Los esposos y esposas deben llamarse unos a otros con términos igualmente afectuosos y hacerle saber a su pareja cuánto la aprecian con cumplidos y palabras de amor. Esto no significa que debemos susurrar palabras empalagosas en el oído de nuestro cónyuge para conseguir lo que queremos, sino decirle cosas agradables para honrarle, con toda sinceridad.

Un esposo comentó que su esposa quería escucharlo decir algo cariñoso más a menudo, incluso una vez al día. Esto no es pedir demasiado: los matrimonios exitosos se construyen principalmente con las palabras dulces y amables que se dicen mutuamente los esposos.

No se olviden, entonces, de ser el mejor amigo de su cónyuge, de ayudarse uno al otro incluso con las cosas más pequeñas, satisfacer mutuamente sus necesidades, divertirse juntos y tratarse con gentileza. Estos son los ingredientes vitales para que su matrimonio sea más feliz y saludable y dure durante toda esta vida física y para que, mediante el cumplimiento de este compromiso nupcial, se preparen para la relación espiritual suprema con Cristo que durará para siempre. BN