Una prueba de fe: Mi viaje a la Fiesta en medio de una catástrofe natural

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Una prueba de fe

Mi viaje a la Fiesta en medio de una catástrofe natural

En medio de esta pandemia, ahora que me mudé a otro lugar de Estados Unidos y tengo un nuevo trabajo de profesora, a veces he sentido que estaba perdiendo toda la fe en Dios, aquella que brinda paz y consuelo. El miedo es un enemigo de la fe; en mi caso, sentía miedo de contraer un virus mortal, de no volver a ver a mis alumnos o a mi familia. Cuando el mundo se paralizó y los gobernantes nos ordenaron encerrarnos en nuestros hogares, me di cuenta de que incluso en la zona de confort de mi propia casa el miedo y la ansiedad parecían haberse apoderado de mí, pero con una intensidad que nunca antes había experimentado.

El miedo que sentía era tan profundo, que ciertas mañanas casi no podía salir de la cama, y pensaba: “Debería poder controlar mi vida, a dónde voy, qué hago y a quién veo”. Se suponía que mis padres y mi hermana vendrían a visitarme en marzo, durante mis vacaciones de primavera, justo en el momento en que el mundo entero comenzó a cerrarse. En ese momento, mi empleador nos dijo a los profesores que temporalmente no volviéramos, y finalmente canceló las clases por el resto del año para mis pequeños alumnos preescolares.

Sin embargo, me di cuenta de que había momentos en los que podía estar en peligro, cuando no tenía ningún control sobre mis circunstancias. Pero tenía paz. Tenía paz sabiendo que Dios estaba al timón y que me protegería. Tuve que respirar profundamente y recordar algunos momentos en que él me confortó.

Para la Fiesta de los Tabernáculos 2011, mi amiga Ángela y yo decidimos viajar a Guatemala. Ella quería salir del país y practicar su español. Yo había ido a Guatemala unos años antes para la Fiesta, y Ángela pensó que yo sería una buena compañera de viaje ya que en este sentido tenía un poco más de experiencia que ella.

Para que te hagas una breve idea de lo que fue mi primera experiencia en Guatemala, esa fue la primera vez que salí del país y tuve la suerte de viajar con otras once personas de los Estados Unidos que ya tenían a su haber varios viajes internacionales. Así, todo lo que tuve que hacer fue dejarme llevar por la corriente, sin siquiera preocuparme o planificar mucho. Esta segunda vez, sin embargo, solamente éramos nosotras, dos jóvenes adultas de veinte años que irían solas y carecían casi en absoluto de experiencia en viajes internacionales.

Ángela logró ponerse en contacto con el Sr. Robledo (el ministro en Guatemala) y una familia que había conocido en una Fiesta anterior y que también vivía en Guatemala. El primer día, después de arribar en el país, nos sentimos seguras y bien atendidas. Pasamos una noche en Ciudad de Guatemala, antes de salir por la mañana en dos camionetas con varios de los hermanos de Guatemala y El Salvador. Luego emprendimos nuestro viaje de tres horas desde la ciudad de Guatemala a Panajachel, pero durante el recorrido nos encontramos con muchos obstáculos. Nos hallábamos en plena temporada de lluvias, y un huracán que recientemente había afectado a México había hecho que la temporada de lluvias fuera peor de lo normal. La abundante lluvia había causado deslizamientos de lodo y tierra que bloquearon muchos de los caminos de nuestra ruta. Así, un viaje que debería haber tomado tres horas, tomó veinticuatro. Las carreteras estaban completamente bloqueadas, y nos advirtieron que tal vez tendríamos que atravesar el barro con nuestras maletas. Al oír esto me preocupé, pero parte de mi preocupación era tonta: ¡me angustiaba la idea de arruinar mis nuevas zapatillas de tenis!

No obstante, rápidamente superé mi preocupación y sentí que me invadía la calma. Al final no hubo necesidad de que nos metiéramos al barro, pero terminamos en una ciudad llamada Sololá, donde decidimos pasar la noche con los hermanos que viajaban con nosotros. Esto significaba que no llegaríamos al lugar de la Fiesta a tiempo para el primer día santo.

Uno de los hombres se acercó a nosotros y nos preguntó si teníamos dinero en efectivo que pudiera pedir prestado. Había encontrado un lugar para quedarnos, pero muchos de los hermanos no tenían dinero extra a mano para esto. Dijo que nos devolvería todo el dinero, pero que necesitaba lo suficiente para pagar por todos. Entregué casi todos los quetzales (la moneda de Guatemala) que llevaba conmigo, pero tenía fe en que estaría bien el resto de la Fiesta, que me lo devolvería, y que contaría con dinero. Habían encontrado un bonito retiro religioso que tenía habitaciones para dormir, comida para todos y un salón de reuniones donde podíamos llevar a cabo el primer servicio de día santo.

Muchas de las mujeres durmieron en un cuarto parecido a un dormitorio, lleno de literas, y ahí dormimos también mi amiga y yo. Por la mañana desayunamos y tuvimos un servicio de día santo a cargo del ministro y coordinador de la Fiesta, que también viajaba con nosotros. Durante el sermón disfrutamos una vista espectacular, ya que estábamos en una montaña. Después de los servicios almorzamos, nos cambiamos de ropa y continuamos nuestro viaje hacia el lugar de la Fiesta. Sin embargo, poco después de volver a la carretera nos encontramos con otro obstáculo: el camino se curvaba en torno a una pequeña montaña y allí un derrumbe había destruido el pavimento.

La zona estaba siendo supervisada por trabajadores de la construcción, y bomberos voluntarios se aseguraban de que los civiles estuvieran a salvo. Los conductores contratados para transportar a nuestro grupo se negaron a conducir sus furgonetas por la carretera rota, así que al final decidimos ir a pie y cruzar el puente colgante de una ladera de la montaña a la otra. Teníamos que llevar todo el equipaje, pero afortunadamente los hombres se encargaron de la mayor parte del equipaje de las mujeres, así que yo solo tuve que cargar mi mochila a través del largo puente.

Cruzar aquel puente fue todo un caos, porque había mucho tráfico peatonal. Una de las mujeres que viajaba con nosotros estaba tan aterrada por las alturas, que su marido y otro miembro prácticamente tuvieron que arrastrarla mientras lloraba y gritaba. Pasamos a mucha gente y el puente se cimbraba mientras cruzábamos. En cierto momento, un hombre se paró muy cerca de mí y me hizo sentir muy incómoda. Creo que intentaba agredirme o abrir mi mochila para robarme. Un adolescente, perteneciente a la Iglesia, se dio cuenta y me empujó. No hablaba inglés, pero yo sabía que estaba tratando de protegerme del peligro ya que al parecer yo estaba tan abrumada que solo me percaté de la presencia de este hombre en el momento que el muchacho me apremió. Rápidamente avancé y llegué al otro lado a salvo con todos los demás, e incluso la mujer que estaba aterrorizada logró cruzar a salvo.

Una vez en el otro lado, todavía no teníamos vehículos y había demasiada gente viajando junta. Una o dos familias que viajaban en caravana con nosotros en sus propios vehículos decidieron conducir sobre la carretera destrozada y permitieron que algunos de los hermanos se subieran. Al resto nos dijeron que nos apretujáramos en los vehículos de los bomberos voluntarios, quienes se habían ofrecido a llevarnos durante el resto del camino al hotel. Un miembro de la Iglesia nos dijo a Ángela y a mí que subiéramos a un vehículo que nos señalaron y que se dirigía al hotel. No tenía ni idea de dónde estaba mi equipaje en ese momento, pero nos aseguraron que también llegaría a destino. Entonces Ángela, otra mujer con un bebé y yo nos metimos en el auto con un bombero voluntario y él nos llevó el resto del camino. Cuando llegamos al hotel, ¡todo el equipaje ya estaba esperándonos!

El resto de la travesía transcurrió sin incidentes comparado con esta loca experiencia de viaje. Y a pesar de los desafíos, aquella experiencia fue una de las más conmovedoras y sorprendentes que he tenido en mi vida. Los hermanos guatemaltecos nos abrieron los brazos a Ángela y a mí. Nos cuidaron, nos quisieron como si fuéramos parte de la familia y nos hicieron sentir bienvenidas. Participamos en casi todas las actividades de la Iglesia e hicimos muchos amigos nuevos. Y a pesar de la barrera del idioma, me sentí como en casa durante la Fiesta. Además, el espectacular paisaje y todo lo sucedido parecían darnos un pequeño atisbo de cómo será el Reino de Dios, una muestra de lo que es la fe plena en Dios. Es decir, saber que sin importar lo que uno enfrente en esta vida, Dios guiará nuestros pasos y proveerá lo necesario.

En aquella Fiesta aprendí a apoyarme más en Dios y tener fe en que él estaba conmigo a cada paso del camino. También aprendí a conectarme más estrechamente con él. Así, mientras paso por otro momento en mi vida en el que las cosas parecen sombrías e inciertas, recuerdo esa experiencia de la Fiesta, cuando no sabía qué pasaría después.

Dios me ha permitido acercarme más a él con el tiempo extra que tengo en mis manos durante esta pandemia, y también estar disponible para las familias de algunos de mis estudiantes mientras lidian con una crisis mundial que literalmente nos está afectando a todos. Dios proveerá y nos guiará hasta el final . ..

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).

Tal como Pablo nos exhorta, “Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración (Romanos 12:12, Nueva Versión Internacional).