Una lección de sabiduría
La tradición judía dicta que el libro del Eclesiastés debe leerse durante la Fiesta de los Tabernáculos. Entre las explicaciones del origen de esta costumbre, la más sencilla es que el deseo de leer los cinco rollos de las Escrituras en público los hizo dosificar las lecturas y que el libro de Eclesiastés fue una adición tardía.
Ciertos rabinos han propuesto explicaciones más creativas y profundas. Por ejemplo, que la lectura del Eclesiastés promueve la temperancia en una época de regocijo, como lo es la fiesta de los Tabernáculos, recordándoles que el gozo no solo debe centrarse en lo sensorial, sino también en lo espiritual.
En la Iglesia de Dios Unida, una Asociación Internacional, celebramos la Fiesta de los Tabernáculos con un significado dual. El que se cita con más frecuencia es que la celebración representa el reinado milenial de Jesucristo sobre la Tierra, un tiempo de paz en el que “no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4) y en el que “se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miqueas 4:4); un tiempo en el que se cumplirá la profecía que dice: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
El segundo significado señala la razón por la que durante esta celebración habitamos en “moradas temporales” y tiene que ver con la temporalidad de la vida física. Las referencias a nuestro cuerpo como un tabernáculo se encuentran en una de las cartas del apóstol Pedro y Pablo, y en la primera venida de nuestro señor Jesucristo, quien “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). La expresión “habitó entre nosotros” literalmente significa “plantó su tienda [o su tabernáculo] entre nosotros”.
Estos conceptos coinciden muy bien con el libro del Eclesiastés cuyas reflexiones giran en torno a la vanidad de la vida y cómo navegar en ella con sabiduría.
Acercándose la época de la fiesta de los Tabernáculos quiero invitarnos a reflexionar en uno de los muchos consejos de este libro.
Salomón —a quien se le atribuye la autoría de este libro— escribe en el capítulo 7 y versículos 16-17 algo, en apariencia, muy paradójico:
“No seas demasiado justo ni seas sabio en exceso. ¿Por qué habrás de destruirte? No seas demasiado malo ni seas insensato. ¿Por qué morirás antes de tu tiempo?”
¿Acaso nos está diciendo Dios que un poco de pecado es aconsejable?, pues, a primera vista, así podríamos evitar ser “demasiado justos”. Aunque la Biblia nos insta a ser sabios y prudentes, ¿se puede ser “demasiado” sabio? Aparentemente, tener mucha sabiduría y mucha justicia nos llevaría a la destrucción.
Lo paradójico se acentúa si consideramos las palabras de Jesucristo en el sermón del monte: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¿Y no dijo también Jesucristo que nuestra justicia debía exceder la de los escribas y fariseos si queríamos entrar al Reino (Mateo 5:20)? Estas sectas del judaísmo en el primer siglo eran la esencia misma de la justicia llevada al extremo, ¿y Jesús les dice a sus discípulos que deben ser aún más justos?
La realidad es que el contexto de lo que dijo Jesucristo con relación a la perfección y la justicia nada tiene de contradictorio; de hecho, entenderlo despeja el pasaje del libro del Eclesiastés. El contexto, como ya se señaló, es el sermón del monte; en él Jesucristo está indicando que el cristiano debe ir más allá de la letra de la ley. Homicidio ya no es solamente quitarle la vida a alguien con premeditación; odiar al prójimo es el mismo pecado. No solo quienes sostienen una relación extramatrimonial infringen el séptimo mandamiento; también lo hacen quienes ven a una persona para codiciarla. A eso se refiere Jesucristo al decir que la justicia del cristiano debe ser mayor que la de los escribas y fariseos.
En cuanto a la paradoja del Eclesiastés, recordemos que Jesucristo condenó a los escribas y fariseos por su legalismo y auto justicia. Habían llegado a tal extremo que arrancar unas cuantas espigas en un campo de trigo era, para ellos, el equivalente de estar segando el campo y, por ende, trabajando en el día de reposo. A esos extremos de “justicia” es a los que se refiere Salomón en Eclesiastés 7:16-17. Esta forma de vivir no es equilibrada y conduce a la destrucción.
El cristiano, pues, debe vivir una vida balanceada esforzándose por alejarse del legalismo que caracterizó a los fariseos en el primer siglo. Por el contrario, debe meditar en la ley de Dios noche y día para buscar aplicaciones espirituales en su día a día y llegar a lo que Salomón escribió al final del Eclesiastés: “La conclusión de todo el discurso oído es esta: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, pues esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).