¿Qué lugar en la creación ocupa el hombre?

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¿Qué lugar en la creación ocupa el hombre?

Todos los lectores de “Las Buenas noticias” sabemos que Dios creó la vida sobre este planeta. En Génesis 1:21 leemos: "Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno” Génesis 1:24 “Luego dijo Dios: produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así”.

Este relato incluye a todo ser viviente, pero cabe preguntarnos: ¿creó Dios los seres microscópicos? Recordemos que cuando la Biblia fue escrita, el hombre no tenía forma de observar estas pequeñas formas de vida. Tuvieron que transcurrir miles de años para que el hombre pudiera descubrirlas y observarlas.

Más allá de lo que ven los ojos

El primer hombre que observó los microorganismos, bacterias, protozoos y levaduras fue el holandés Antonie Van Leeuwenhoek. A los 16 años, su madre lo envió a Ámsterdam como aprendiz de un comerciante de telas y, de regreso a la ciudad de Delft, el joven estableció su propio negocio. En esa época, la calidad de los tejidos se examinaba por medio de lupas. Leeuwenhoek desarrolló gran afición y destreza en la fabricación de lentes, logrando obtener hasta 200 aumentos, con los que exploró más que fibras de algodón y lino.

Aunque no era un hombre de ciencia, poseía características de un científico: curiosidad insaciable, meticuloso y una obsesión por describir y dibujar todo lo que observaba a través de sus lentes. Así, empezó a descubrir la vida microscópica contenida en una gota de agua estancada, en tejidos de plantas, sangre, heces y esperma. Entonces, se maravilló de los diminutos animales que se movían usando diversas formas de locomoción, a los que llamó “animálculos”.

El microbioma humano

Todos los seres vivos están formados de células. Mientras más complejo es el organismo, contiene más de estas estructuras. Los seres humanos tenemos millones de células que forman los músculos, los nervios, la piel, los huesos etc. Según la Academia Nacional de Ciencias, se estima que el ser humano tiene cerca de 37 billones de células y unos 48 billones de bacterias. Esto sin contar los hongos, los ácaros y los virus, que se cuentan por millones.

Hasta hace unas décadas se descubrió que el cuerpo contiene otras células que no son humanas, sino de microrganismos, en su mayoría bacterias. Este grupo forma el microbioma humano. Y, aunque parezca asombroso, nuestros cuerpos contienen más de estas células ajenas que las propias. Estas criaturas diminutas que nos habitan son imprescindibles para nuestra existencia. Se encuentran en la piel, la boca, las fosas nasales, los intestinos etc.

Gracias a estos microorganismos, podemos desdoblar y digerir los alimentos; obtener vitaminas y substancias antinflamatorias naturales que nuestro cuerpo no puede producir. Además, evitan que las bacterias nocivas se alojen, fortaleciendo nuestro sistema inmunológico.

Luego de estar resguardados en el seno materno, cuando nacemos, entramos en contacto con este mundo microscópico, formando nuestro propio sistema de defensa. Según la Organización Mundial de Gastroenterología (WGO, por sus siglas en inglés) una correcta digestión requiere, además de fibra y agua, de probióticos, del grupo de bacterias de Lactobacillus, sin las cuales los recién nacidos no podrían digerir la leche. Estas bacterias se encuentran en el yogurt y otros alimentos fermentados.

Nuestro sistema de defensa

Nuestro sistema inmunológico está muy relacionado con el ambiente donde crecemos, con nuestros hábitos alimenticios y, en un menor porcentaje, con la herencia de nuestros padres. Sin un microbioma abundante, somos más susceptibles a las enfermedades.

Por otro lado, en condiciones higiénicas muy estrictas, no desarrollamos un microbioma fuerte, lo cual nos expone ante una gama de microorganismos que causan enfermedades. En un medio así, es más común la ocurrencia de alergias y otras enfermedades, mientras que en un ambiente natural desarrollamos un microbioma más variado. 

Aunque los adelantos en la medicina han combatido los microorganismos dañinos, se ha observado una mayor resistencia a los antibióticos. En la década de los 50, solo el 14% de las bacterias de Staphylococcus Aaureus eran resistentes a la penicilina, mientras que en la actualidad la cifra está cerca del 95%. Por el contrario, los antibióticos naturales no obligan a las bacterias a mutar, haciéndose menos resistentes.

La agricultura moderna produce cosechas más abundantes mediante la protección vegetal y el mejoramiento de variedades. Lo mismo sucede en la producción animal, con especímenes más robustos y productivos. Pero, lamentablemente, hemos abusado de los pesticidas, los antibióticos y las hormonas, alterando la diversidad del microbioma, reduciendo las bacterias benéficas e incrementando las nocivas.

Un lugar en la creación

Debemos comprender que Dios, en su gran sabiduría, colocó al hombre en el pináculo de su creación, hecho a su imagen y semejanza, dotándole del intelecto. Pero a la vez lo hizo interdependiente de otras criaturas, incluyendo la vida microscópica. El apóstol Pablo expresó en Colosenses 1:16 “Porque en él fueron creados todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles…”

En la naturaleza existen muchos ejemplos de simbiosis, que es la relación estrecha y persistente entre organismos de diferente especie. Por lo tanto, es importante comprender esta relación y nuestra responsabilidad de preservar el medio en que vivimos.

El hombre fue creado para interactuar con otros seres vivos y el ambiente, aunque Dios le concedió poder sobre las demás criaturas. Génesis 1:26 “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.