Ojo por ojo

Usted está aquí

Ojo por ojo

En éxodo 21:24 podemos leer: “Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”. En Levítico 24:20: “Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él”. En Deuteronomio 19:21: “Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”.

Cristo nos enseñó a no tomar venganza por nuestra propia mano, y a superar los agravios hasta el punto de amar a nuestros enemigos.

Los detractores de la Biblia usan estos versos para concluir despectivamente que Dios es un ser implacable, capaz de dejar a cualquier ser humano ciego y desdentado. Algunos lo denominan guardián justiciero. Pero en muchas escrituras hallamos advertencias en contra de tomar venganza: “Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está cercano, y lo que les está preparado se apresura”. (Deuteronomio 32:35). El apóstol Pablo reiteró en el Nuevo Testamento: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. (Romanos 12:19)

Estos versos formaban parte de una disposición de la ley que especificaba que todos estaban igualmente sujetos a la justicia, sin importar el estrato social o la posición económica. “No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos”. (Deuteronomio 16:19).

Este concepto se encuentra consignado en el código de Hammurabi. En la jurisprudencia moderna lo anterior equivale a decir que el crimen y el castigo deben guardar una relación recíproca.

Usted no encuentra en la Biblia ningún pasaje donde se afirme que el ofendido debe infligir al ofensor las mismas lesiones que este le causó.

Jesús, quien vino a perfeccionar la ley, dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”. (Mateo 5:38-42)

Cristo nos enseñó a no tomar venganza por nuestra propia mano, y a superar los agravios hasta el punto de amar a nuestros enemigos.

“Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. (Romanos 12:20).

La anterior es una cita textual del Antiguo Testamento: “Si tu enemigo tiene hambre dale a comer pan; y si está sediento dale agua para beber: Pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza, y EL SEÑOR te recompensará”. (Proverbios 25:21-22).

La conclusión es que, devolver bien por mal, ocasionará que el ofensor sienta remordimiento por la forma en que le maltrató, y El Eterno le tomará en cuenta por no descender al nivel de quien le agravió.

Se podría haber dejado a los jueces decidir la sanción y la ejecución de la sentencia del crimen. Pero como la ley establecía que el victimario debía hacerse cargo tanto de la víctima, como de su familia, en caso de que la agresión incapacitara a este último para hacerlo, carece de sentido que al ofensor se le causara el mismo daño. Si el agresor tiene ahora que trabajar con sus propias manos para sostener económicamente a quien le hizo perder dichos miembros, el castigo está en concordancia con la falta cometida.