¿Estamos realmente colocando la otra mejilla?

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¿Estamos realmente colocando la otra mejilla?

Hace tres meses iba transitando por la zona peatonal de una avenida congestionada cuando fui golpeado por un automóvil que pretendía entrar al garaje de un edificio. El conductor, un médico, ignoró lo sucedido a pesar de mis esfuerzos por llamarle la atención. Debido a la actitud displicente del galeno, le increpé con enojo. Después de contestarme en igual forma siguió su camino dejándome adolorido con raspaduras en una pierna.

Ante el comportamiento del médico contacté a un agente de la policía, quien le ordenó me remitiera a la consulta de un especialista en traumas para valorar mi estado de salud.

Leamos lo que Jesucristo recomendó en Mateo 5:39: “No resistan al que es inicuo; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.

¿Estaba Jesús instando a los cristianos a convertirse en víctimas pasivas? ¿Se supone que deberían sufrir en silencio y negarse a buscar protección legal?

Para comprender el sentido de estas palabras, hay que tener en cuenta el contexto y las personas a quienes iban dirigidas (los judíos). En el verso anterior, Jesús había expresado: “Oyeron ustedes que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente”.

El castigo de “ojo por ojo” solo se administraba una vez que el infractor había sido juzgado por los sacerdotes y jueces, quienes sopesaban las circunstancias y el grado de premeditación de la ofensa (Deuteronomio 19:15-21).

Con el tiempo, los judíos tergiversaron la aplicación de esta ley para justificar sus resentimientos y deseos de venganza. A menudo las represalias se llevaban a extremos insospechados, y el mal que se devolvía era muy superior al que se había recibido”.

Lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte refleja el auténtico espíritu de la Ley dada a Israel. Jesús no quiso dar a entender que, si alguien recibía una bofetada, debía ofrecer la otra mejilla para que lo golpearan de nuevo.

Jesús se refería a que, si una persona intentaba provocar a otra dándole una bofetada física, o hablándole con palabras hirientes, el agredido no debía responder en idéntica forma. Más bien, tenía que tratar de impedir que se iniciara un círculo vicioso de devolver ofensa con ofensa (Romanos 12:17).

Que el cristiano ponga la otra mejilla no significa que no se defienda de agresores violentos. El Maestro no dijo que nunca debemos defendernos, sino más bien, que nunca debemos sucumbir al deseo de venganza.

El apóstol Pablo se amparó en el sistema legal de los romanos para preservar su derecho a predicar. (Mateo 28:19- 20). En la ciudad de Filipos, durante un viaje de evangelización, Pablo y Silas fueron arrestados acusados de violar la ley, azotados y encarcelados sin juicio. Pablo invocó sus derechos como ciudadano romano. Al enterarse de este hecho, las autoridades temieron las consecuencias y le rogaron a él y a Silas que se marcharan sin causar problemas (Hechos 16:19-24, 35-40; Filipenses 1:7).

La expresión poner la otra mejilla puede desconcertarnos. ¿Debemos ser indiferentes mientras alguien nos golpea física o emocionalmente? Ese no es el mensaje que Cristo estaba dando

La actitud cristiana es no “devolver mal por mal ni insulto por insulto, sino mas bien bendiciendo, porque fuisteis llamados con el propósito de heredar bendición”. (1 Pedro 3:9 NVI).

En la práctica diaria, la reacción correcta depende de la situación. Es posible que tengamos que ignorar las acciones de los agresores, alejarnos del abuso o enfrentarnos a nuestro antagonista. En vez de tratar de vengarnos, debemos entender a las personas y la razón de cualquier animadversion.

Dios tiene lecciones que debemos aprender en situaciones difíciles como estas. Cuando en el proceso de condenación un soldado le propina una bofetada, Jesús no le pone la otra mejilla, sino que le pregunta: “si he dicho algo malo, dímelo, sino ¿por qué me pegas? Con esta enseñanza lo que busca es que seamos capaces de desarmar al agresor, que no nos vayamos contra él, pero sí contra la agresión. Jesús busca desactivar toda amenaza fraguada en el corazón. Él quiere que desarraiguemos el deseo permanente de desquitarnos contra quien nos ha hecho daño.

La venganza no restaura el bien ni restablece la justicia, ella sólo ahonda en las heridas y deja la sensación de insatisfacción. Lo único capaz de sanar una herida es el perdón y el amor y a eso es que somos exhortados.

Dios no pide nada imposible, pues no pone sobre nuestros hombros cargas que no podamos llevar, esto es posible sólo con su gracia, cuando estamos vinculados efectivamente con él.

Después de estudiar las Escrituras, con respecto al accidente en el que me vi involucrado, quiero plantear las siguientes inquietudes para que cada uno de los lectores encuentre las respuestas adecuadas:

Tomando como pretexto el atropello del médico, ¿no fui yo quien quien propinó la primera bofetada?

Como respuesta, en lugar de colocar la otra mejilla, ¿la actitud del médico no fue devolverme el golpe?

¿Por qué en lugar de dirigirle palabras airadas no acudí a las autoridades en solicitud de ayuda, como lo hice posteriormente?