Nuestra Imagen en el Espejo

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Nuestra Imagen en el Espejo

Todos tenemos un espejo en el hogar, donde regularmente vemos nuestra imagen por las mañanas. Es posible que el ser humano haya observado por primera vez su rostro reflejado en una laguna o en una piedra de obsidiana pulida. Los primeros espejos se fabricaron de bronce y de cobre, pero no fue sino hasta en 1835, cuando el químico alemán Justus von Liebig, desarrolló un proceso para aplicar una delgada capa de nitrato de plata sobre el lado de un vidrio para formar un espejo. Gracias a esta técnica, se inició la fabricación masiva de espejos en todo el mundo.

La imagen en un espejo refleja nuestra apariencia externa. En los espejos planos, los rayos lumínicos rebotan y se desvían para formar una imagen equivalente de un cuerpo, pero si los espejos son cóncavos o convexos, vemos una imagen distorsionada. Este es el caso de los espejos en un parque de diversiones, donde nos vemos como enanos regordetes o con un cuerpo muy alargado; las imágenes nos divierten, porque sabemos que no son reales. 

Dos espejos

Según el connotado escritor estadounidense, Sean Covey, autor del libro éxito en ventas “Los siete hábitos de los adolescentes altamente efectivos”, podemos ver nuestra imagen reflejada en dos tipos de espejos: un “espejo social” y un “espejo real”. 

El espejo social refleja tus rasgos externos, la manera en que te ven los demás y lo que opinan de ti. Proviene del medio social y se basa en la comparación con otros. Cada día decides si quieres concentrarte en tu aspecto físico o en tu interior. 

El espejo real, por el contrario, es interno y refleja tu verdadero ser; proviene de la autoconciencia y muestra los rasgos de tu personalidad. Para lograr una definición genuina, debes procurar ver tu interior para apreciar una mejor concepción de tu persona.  

La imagen desde un espejo real

Cuando era adolescente, Golda Meir se lamentaba de no ser una persona físicamente muy agraciada. Pero cuando tuvo suficiente edad, viéndose en un espejo real, se dio cuenta de que nunca llegaría a serlo. Entonces comprendió que ser bonita no era lo más importante. Se esforzó por desarrollar sus cualidades internas y concluyó que la mujer no debe apoyarse solo en su belleza. 

Golda Meir se convirtió en Primera Ministra de Israel en 1969, y es considerada una de sus grandes líderes. ¿Cómo hizo para levantar su autoestima? Descubrió qué quería hacer con su vida y trazó un plan de acción para potenciar sus habilidades. Tú también puedes lograrlo, cuando encuentres el sentido a lo que quieres lograr en la vida —tus metas, sueños y propósitos—, entonces te sentirás lleno de un nuevo entusiasmo y dejarás de obsesionarte por tu apariencia física.  

La belleza interior  

Audrey Hepburn fue una modelo, bailarina y actriz británica de la época dorada de Hollywood, considerada una leyenda del cine estadounidense. Esa era su imagen exterior, pero en su interior decidió dedicar buena parte de su vida a apoyar a Unicef (el fondo de las Naciones Unidas para la infancia — por sus siglas en inglés), trabajando en comunidades pobres de África, América del Sur y Asia. 

Parafraseando un principio bíblico declaró: “La belleza de una mujer no está en la ropa, su figura o el peinado que lleva. La belleza de una mujer se aprecia en sus ojos, que son el umbral de un corazón donde reside el amor”. Este principio dice, “vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios” 1 de Pedro 3:3-4.

Los espejos en la antigüedad se fabricaron de aleaciones de metal y reflejaban una imagen difusa, que ilustra muy bien lo imperfecto de nuestro entendimiento, pero en el Reino de Dios, el conocimiento será total, fiel y verdadero. “Ahora vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. 1 Corintios 13:12.

Organiza tu vida procurando reflejarte en un espejo real. Haz que los momentos cuenten, establece tus prioridades y comparte con los demás. De esta forma podrás desarrollar tus cualidades y fortalezas, sin estar supeditado a la opinión y el criterio de los demás. Solo así, alcanzarás un crecimiento integral con un alto nivel de productividad.