Los hilos de la comunicación
En nuestro cerebro existe un área donde se concentran un grupo de células que “toman nota” de todas las sensaciones que experimentamos, desde la belleza de un atardecer, el sabor de una comida o el perfume de una flor. Esta zona, ubicada en la base del cerebro, es el hipotálamo, que controla el funcionamiento del sistema nervioso y glandular.
Nuestro creador hizo que el cerebro humano tuviese comunicación con el cuerpo por medio de una intrincada red de hilos compuestos por nervios y neuronas, que transmiten la información.
Un giro dramático
El rey Salomón nos dice que el hombre no es dueño de su propio destino y que hay ciertos eventos que nos pueden ocurrir de repente. “Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos” (Eclesiastés 9:11).
Jean Dominique Bauby fue un conocido periodista francés, editor de una prestigiosa revista que se sentía realizado por sus logros. Pero en 1995, a los 43 años, sufrió un accidente vial que le provocó un derrame cerebral en el bulbo raquídeo. Despertó del coma 20 días después. El derrame le había dejado completamente paralizado. No podía respirar ni tragar, quedando postrado en una cama de por vida.
Se sentía como un buzo dentro de una escafandra, encarcelado dentro de su propio cuerpo. Podía escuchar, pero no podía moverse, hablar ni transmitir ningún sentimiento de dolor, miedo, angustia, ternura o alegría. La única parte de todo su cuerpo que podía mover era el párpado de su ojo izquierdo.
Los médicos diagnosticaron que padecía del “síndrome del encierro o cautiverio”, una dolencia muy extraña que ocurre cuando se ha tenido una severa lesión cerebral que deja a la persona totalmente paralítica. Puede escuchar y ver, y tiene completo uso de sus capacidades mentales. Es decir, se puede dar cuenta de lo que ocurre a su alrededor, pero su cuerpo no puede reaccionar.
La lucha por comunicarse
Esta interrupción impedía la conexión entre el cerebro y el cuerpo, provocando la ausencia de movimientos voluntarios. Estaba encerrado en un cuerpo que no respondía a su voluntad.
Pese a lo grave de su situación, Jean Bauby no dejó que esto pudiera acabar con sus ganas de seguir adelante y, en un ejemplo de superación, decidió escribir un libro titulado: “La Escafandra y la Mariposa”. Para escribir este libro, su asistente recitaba el abecedario en voz alta y cuando mencionaba la letra que Bauby quería que escribiera, se lo indicaba parpadeando -el único movimiento que podía realizar voluntariamente-. El procedimiento le llevó aproximadamente 200,000 parpadeos.
Las letras de ese alfabeto están ordenadas en una tabla según la frecuencia con que se usan en cada idioma. De esa forma pudo comunicarse con el mundo exterior, formando palabras, frases y oraciones para describir lo que él quería expresar. Así, lentamente y con paciencia, terminó su libro en un año y diez meses.
Así, libre como una mariposa, pudo entrar a su mundo interior y desde allí transmitir sus recuerdos y anhelos. Sintió la tristeza más profunda pero también, gracias a su empeño, sintió la alegría. Pudo apreciar la suavidad y el respeto con que lo trataban algunos médicos y enfermeras. Pero también se dio cuenta, de la indiferencia y la falta de piedad con que otros lo movían, lo aseaban o llegaban a examinarlo.
Una lección para nosotros
Su enfermedad le permitió reflexionar mucho en su vida, en lo que había hecho y, sobre todo, en lo que había dejado de hacer… dedicar más tiempo a su familia y decirles cuánto los amaba… Tantos momentos de felicidad que había dejado escapar.
Su libro es un canto de vida y esperanza. Una verdadera lección que nos enseña que debemos vivir con alegría, no desfallecer, demostrar amor por los demás, pedir perdón y no perder el tiempo en cosas que no tienen importancia.
Imitemos a las mariposas, transformándonos, como decía el apóstol Pablo, renovando nuestro entendimiento. Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Los seres humanos hemos sido equipados con estos hilos que nos permiten tener una comunicación entre nuestro cuerpo y el cerebro y, al mismo tiempo, tener una relación con otras personas.
Pero el hilo más importante debe ser la comunión con nuestro hacedor. Es lamentable que, en nuestra sociedad actual, muchas personas no deseen tener ese vínculo con Dios.
El Apóstol Juan escribió, en una de sus primeras cartas, 1 Juan 1:3 “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
No debemos encerrarnos dentro de nosotros mismos, pensando únicamente en nuestras actividades cotidianas y nuestras necesidades y dificultades. Mantengamos ese hilo de comunicación con Dios a través de la oración, el estudio de su palabra y la meditación.