¿Inclinarse o permanecer de pie?
En los días de Daniel y sus tres amigos Sadrac, Mesac y Abed-nego, el rey Nabucodonosor construyó una imagen de oro y ordenó que toda la gente se inclinara y adorara en una convocatoria sagrada.
El rey hizo una terrorífica amenaza de quemar y arruinar las casas de quienes no quisieran obedecer – incluyendo al pueblo que no se inclinara. Pero esos pequeños jóvenes, quienes habían servido al rey lealmente por varios años, rehusaron darle su fidelidad a alguien excepto a uno, el verdadero Dios.
Cuando les dieron una segunda oportunidad de adorar la imagen ante el rey, respondieron: “Rey Nabucodonosor: — ¡No hace falta que nos defendamos ante su majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de su majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua” (Daniel 3:16-18; NVI).
El rey se escandalizó, los ató y arrojó a un horno en llamas. A los pocos momentos se dieron cuenta de que nadie podía estar en el lugar de Dios. Él envió un ángel a protegerlos y caminaron alrededor del fuego, ilesos y libres.
“Dicho esto, Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno en llamas y gritó: —Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios Altísimo, ¡salgan de allí, y vengan acá!”… “¡Alabado sea el Dios de estos jóvenes, que envió a su ángel y los salvó! Ellos confiaron en él y, desafiando la orden real, optaron por la muerte antes que honrar o adorar a otro dios que no fuera el suyo. Por tanto, yo decreto que se descuartice a cualquiera que hable en contra del Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, y que su casa sea reducida a cenizas, sin importar la nación a que pertenezca o la lengua que hable. ¡No hay otro dios que pueda salvar de esta manera!” (Daniel 3:26, 28-29, NVI).
Cuando pienso en su increíble historia y la bondad que Dios les mostró, no puedo evitar preguntarme si hubiera tenido tanta fe para permanecer de pie. Todo lo que tenían que hacer para salvar sus vidas era simplemente arrodillarse con la finalidad de satisfacer al rey. Las imágenes doradas de Buda que me rodean en Tailandia han sido un recordatorio diario para eliminar los ídolos que puedo servir en mi propio corazón – entregar a Dios todo lo que soy, y dejar que él sea mi satisfacción y alegría. Además, para derribar cualquier imagen de mí misma que puedo haber creado exigiendo reverencia, como Nabucodonosor lo hizo. Creo que, solo entonces puedo servir y obedecer al Eterno valientemente como ellos lo hicieron, y tener sinceridad y humildad para que los demás vean la gloria del único Dios verdadero.
Fuente: ucg.org