Flexibilidad

Flexibilidad

Una virtud importante, y que se valora mucho en las entrevistas de empleo (al menos en México), es la flexibilidad. Sea de horarios, de ajustarse a nuevas tareas, nuevos equipos de trabajo o de cambios de espacio laboral, la flexibilidad es algo altamente deseable.

En sí, consiste en la capacidad de adaptarse y ajustarse a las necesidades de la empresa en cuestión. Pero, la flexibilidad es importante en muchos más aspectos de la vida.

A veces, debemos ser flexibles cuando debemos mudarnos de casa, o cuando cambiamos de escuela, o también cuando algún miembro de la familia se ve forzado a modificar sus horarios. Todo eso implica dejar de hacer lo que hacíamos, y realizar ajustes.

Es una habilidad apreciada, sí, pero ¿hasta qué punto ser flexibles es bueno?

Un buen parámetro es que pensemos sobre quién se beneficia con nuestra flexibilidad. En un empleo, o en el ámbito familiar, casi siempre gana la empresa, o la familia. Pero también nosotros, porque entonces aprendemos a hacer cosas nuevas y a colaborar en pro de un beneficio superior a nuestra individualidad.

Para acceder a la sabiduría de Dios y elegir sabiamente, necesitamos de su Espíritu Santo.

Sin embargo, hay ocasiones en las que se nos pide ser flexibles con algo mucho más importante que con nuestro tiempo o nuestros hábitos más superficiales, y es cuando se nos pide ser flexibles con nuestras creencias.

Es común que cuando tenemos familia que no comparte nuestra fe, o asistimos a la escuela, o incluso en ocasiones en el mismo trabajo; se nos pida asistir a una fiesta de disfraces por Halloween, o a una posada, o a una cena navideña o de año nuevo.

Algunas veces hay cierta clase de chantaje emocional involucrado en esa petición, pero en muchas ocasiones (la mayoría, diría yo) la invitación alberga un interés sincero en que nos presentemos, formemos parte del grupo, y pasemos tiempo con personas que nos aprecian.

Gran parte de la dificultad de decir no en esos casos, es que sabemos que al negarnos dañaremos a quien nos invita. Y eso es una gran trampa, porque es fácil pensar: ¿Por qué tendríamos que dañar a alguien que nos aprecia? ¿Por qué no ceder un poco, por una ocasión para demostrarle al otro que nos importa su interés?

Debemos hacer un cálculo preciso de lo que está en juego. Debemos preguntarnos quiénes somos en realidad. Qué partes de nosotros nos hacen únicos e individuales. Qué nos hace especiales para esa persona en particular. En el caso de los que profesamos una fe, como es nuestro caso, nuestro credo es o debería ser una parte central de nuestra personalidad.

Quizá y muy seguramente esa persona que nos ha invitado nos aprecia por ser personas honestas, bienintencionadas, amables y sanas. Puede que lo que disfrute de nuestra compañía sean nuestros valores, nuestra forma de ver el mundo y la vida, y todos los frutos que vienen de ello. Lo que hacemos y lo que no hacemos.

¿Y qué ocurriría si aceptamos una invitación de esa clase en particular? Bueno, de principio, estaríamos traicionando eso que nos hace especiales. Y peor aún, estaríamos actuando con base en un mal cálculo acerca de los beneficios y de los costos de esa decisión, todo por tener nuestros parámetros mal ajustados.

Debemos preguntarnos qué tiene más valor, si nuestra asistencia a una reunión o atender al llamamiento que Dios nos hace para formar parte de su pueblo escogido. En efecto, asistir es una forma de ser flexibles. Pero ¿eso sería bueno en realidad? ¿A quién beneficiamos con ello?

Podríamos pensar que a quien nos invitó, o a nosotros mismos, pero la realidad es bastante triste. Estaríamos beneficiando a nuestro adversario. Le estaríamos dando un poder sobre nosotros que no debería tener: el poder de alejarnos de nuestro llamamiento.

En Santiago 1 se nos habla de la sabiduría de Dios, y se nos advierte que las personas de doble ánimo, las que no son constantes en su camino, no son personas sabias. Para acceder a la sabiduría de Dios y elegir sabiamente, necesitamos de su Espíritu Santo.

Una serie de malas elecciones como esa, promovidas por falta de sabiduría, puede alejarnos de Dios. La sabiduría de Dios nos lleva a obrar espiritualmente, que no es otra cosa que expresar el modo de pensar de Dios en nuestras acciones cotidianas. Convertir nuestras creencias en acciones concretas. Decir no, es una forma de actuar espiritualmente. Pero decir sí, también es una forma de actuar espiritualmente.

Ser flexible es bueno, desde luego. Pero la flexibilidad implica que hay un punto en el que el  material o se deforma definitivamente o se fractura; un punto donde no hay vuelta atrás. Y debemos cuidar que el ser flexibles no debilite nuestra estructura. No pasar ciertas líneas. No jugar con fuego. Y sobre todas las cosas, recibir frecuentemente el mantenimiento espiritual necesario para mantenernos sanos.