El amor vacío

Usted está aquí

El amor vacío

Esta semana leí una entrevista que se realizó algunos años atrás a un célebre sociólogo francés, cuyo tema principal, es la decepción. En ella entrevistador y entrevistado charlan prolongadamente y de modo muy técnico acerca de esa sensación universal que experimentamos cuando una expectativa de cualquier naturaleza no se cumple, y de cómo las sociedades modernas se han habituado e intentan acallarla mediante el indiscriminado consumo de bienes y servicios.

En el punto más alto de la charla, tocan un tema que me pareció espeluznante de inicio, pero que después me hizo sentir muy tranquilo. Hablan sobre cómo la cultura del consumo ha contaminado la forma en que establecemos relaciones interpersonales, convirtiendo a las personas (y nuestros vínculos con ellas) en bienes que podemos adquirir, intercambiar y desechar una vez que ya no nos son útiles o placenteros.

O, en esencia, tocaban la cuestión de si nos hemos convertido en consumidores de personas. El tema, me llevó de inmediato a preguntarme si en mi vida cotidiana soy consumidor o consumido. Y debo hacer énfasis en que fue duro para mí pensar en cualquiera de ambas opciones.

Caí en cuenta entonces de que rara vez nos detenemos a pensar en las causas que nos llevan a relacionarnos con otros. En muchos casos, la mayoría, me atrevería a decir, edificamos amistades y relaciones de pareja de forma tan natural que pensar sobre ello parece ridículo, innecesario. Y a menudo ir tan a ciegas nos acarrea muchos problemas de toda índole. Para empezar, esperamos tanto de otros sin comunicarles siquiera, que terminamos, como decía el entrevistado, dolorosamente decepcionados. En segunda instancia, podemos ser imprudentes forzando a otros a recibir algo que no desean de nosotros ya sea nuestro amor más romántico, o nuestra amistad más incondicional.

Con eso en mente, decidí escribir estos párrafos. Dentro de todo lo abrumadora que puede ser la realidad en la que vivimos (llena de mentira, de crueldad, de utilitarismo), siempre tenemos opciones para ser y hacer cosas distintas. Ser cristianos implica que si lo que hace el mundo nos parece poco saludable y edificante, absurdo, hiriente; debemos ir en sentido opuesto. Podemos intentar amar como Dios ama: incondicionalmente, pero sin forzar las decisiones de quienes amamos; con toda honestidad, sin dobles intenciones. Extender nuestra vida a otros, compartiendo lo que somos para enriquecer sus vidas, no para engrandecer las nuestras. Sin egoísmo, regocijándonos en la felicidad del otro.

Amar es un desafío enorme, es casi contradictorio a nuestra naturaleza humana. Y creo firmemente que para aprender a desarrollar amor por otros, no hay mejor vía que desarrollar una buena relación con Dios. Es nuestro perfecto ejemplo. No las tarjetas de San Valentín, ni las telenovelas, ni las películas de Hollywood, ni las canciones de moda. Dios es quien nos enseña cómo amar. 1 Juan 4:10-12 nos dice

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.”

Dios se preocupa por nuestro bienestar, ¡Preocupémonos por el bienestar de otros! Y no con regalos materiales o con palabras vanas que poco valor tienen; sino con un corazón limpio y presto a servir a los demás.

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 8:38-39.